CAPÍTULO FINAL
Southampton, Inglaterra, mayo de 1924
Las semanas a bordo del Mauritania, pasaron tan rápido que a Candy y a Terry, se les hizo muy corto el tiempo que estuvieron allí.
Estaban recién casados, así que poca consciencia tenían sobre los minutos, las horas y los días que desfilaban frente a ellos. Habían descubierto un mundo alterno al mundo real y pocas veces, salían de ese mundo, para caminar al lado de las personas comunes y no tan afortunadas.
Llegaron al puerto de Southampton, justo el día 07 de mayo... Fecha en la que Candy cumplía 26 años.
—Señores Grandchester... —les llamó uno de los mozos—. Estamos llegando al puerto, ¿Puedo llevarme su equipaje?
—Sí, por favor... —indicó Candy, señalando las maletas, sonriendo y siendo tan amable, que el muchachito, no pudo evitar mirarla con admiración.
Terry observó fijamente al chico y éste, de inmediato tomó el equipaje y se fue.
—Terry... Es un niño... No lo asustes.
—Solamente me estoy divirtiendo... —respondió él, no muy seguro de su respuesta, pues realmente odiaba cuando los muchachitos del servicio, se quedaban pasmados, observando a su esposa,
Candy miró a Terry y nostálgica murmuró:
—No quiero irme...
—Yo tampoco quiero... —aceptó él.
—Ojalá hubiéramos llegado al puerto hasta mañana, así habría pasado mi cumpleaños aquí.
Terry le sonrió, sintiéndose algo divertido con aquella reflexión.
—Festejaremos tu cumpleaños en la ciudad, y la pasaremos muy bien... Ya lo verás.
No podían quedarse para siempre, así que aunque no quisieran marcharse, tuvieron que bajar de su querido Mauritania en cuanto éste, ancló en el puerto. Se sintieron raros, al estar en tierra firme, pero eso no los desanimó.
Nada era como antes... Apenas pusieron los pies en tierra, supieron que su vida había cambiado por completo y que de allí en adelante, vendrían cosas nuevas para ellos. Prueba de eso, fue cuando se encontraron a Richard Grandchester, quién se presentó en el puerto para recibirlos.
Terry no tenía una relación cercana con él. No entendía del todo, su presencia, aunque claro, imaginaba que su "Santa madre" tenía que ver con eso.
— ¡Tu padre está aquí! —exclamó Candy, sorprendida—. Vaya, que agradable será encontrarse con él ¿No lo crees?
—Si tú lo dices...
Candy le propinó un codazo a su esposo, éste se quejó, pero no se movió, solamente siguió allí observando a su viejo padre.
—Vamos... Hay que acércanos para saludar —propuso ella, obligando a Terry para que caminara.
El duque, los observó de lejos y se sintió muy contento al verlos caminando hacia él.
—Bienvenidos a Inglaterra... —dijo él, mirándolos, tenía años de haberlos visto por última vez, ambos eran prácticamente unos niños en aquél entonces... Ya todo había cambiado, y en esos momentos, podía observar a una pareja de jóvenes atractivos y muy enamorados, estaba muy complacido de verlos juntos.
—Padre... —le llamó Terry, ahorrándole las dudas al hombre y acercándose para abrazarlo—. ¿Quién te dijo que estaríamos aquí? —preguntó, mientras Richard aclaraba su garganta y respondía:
—Tu madre... Ella me dijo que tú y tu prometida llegarían el día de hoy... —expresó Richard, observando a la rubia—. Me explicó lo sucedido en América y me pidió que los auxiliara, así que aquí estoy.
—Candice, no es más mi prometida... —anunció Terry—. Ella es mi esposa... Nos casamos a bordo.
La cara de Richard se mostró sorprendida y sin dudar se acercó a Candy, para aprisionarla en un abrazo.
—Bienvenida a la familia, hija... —le dijo a la joven, dejando ver lo contento que estaba.
—Muchas gracias... Es un verdadero gusto volver a verlo...—Candy no dijo más, porque no supo como dirigirse al hombre que tenía enfrente. Era un duque... ¿Debía llamarlo por su titulo? ¿O cómo tenía que referirse a él? No lo sabía, pero por lo pronto, se comportó con propiedad.
—El gusto es todo mio, querida... Es un placer tenerlos aquí.
El duque hizo una señal hacia un par de jovencitos que aguardaban a ser llamados y éstos con rapidez, se acercaron a él, para ayudar con los equipajes.
—Vengan hijos... Caminen conmigo.
Candy caminó sin problema, pero Terry se quedó allí, observando al viejo duque.
— ¿A dónde se supone que vamos? —cuestionó Terry, sintiéndose muy incómodo, por pensar en que los llevaba hacia el Palacio de Grandchester.
—Los llevaré a su nueva casa... —le dijo, esbozando una sonrisa—. No te preocupes... Queda muy lejos del palacio y no podré visitarte tan seguido...
—Pero... ¿Cómo? ¿Una casa?
—Confieso que no esperaba entregarla tan pronto... Pero, claro... Estoy contento por saber que te has adelantado a mis planes... No hablemos más Terrence y caminemos.
Candy le miró, recriminando su comportamiento y Terry a su vez, dejó de quejarse. Tomó su mano y caminó junto a ella.
Lakewood
Pensativo, como en esos días, se mostraba, Neal Leagan se unió a su hermana y se sentó sobre uno de los camastros del jardín.
— ¿Cuántos años perdidos?
Cuestionó observando a su alrededor, rememorando los años en los que Elisa y él, aterrorizaron a todo mundo.
—A veces quisiera regresar en el tiempo... —confesó.
Elisa estaba recostada junto a él, observando hacia el cielo. Poco a poco, ella se había sentido mejor y en compañía de su familia, estaba saliendo adelante, se comunicaba a través de sonidos y también había comenzado a mover su mano derecha.
No comprendía del todo lo que deseaba decir Neal, pero si sabía que se sentía triste y por eso, buscó sostener su mano.
—Quisiera regresar el tiempo, regresar hasta el día en el que Candy llegó aquí... Desearía poder haberla conocido en otro tipo de circunstancia... Quisiera regresar y no hacerte tanto caso, hermanita.
Por primera vez, fue honesto con Elisa y sin renunciar a su confesión agregó:
—¿Sabes? Siempre me sentí mal, después de hacerle travesuras a Candy, yo te decía que era divertido hacerla sufrir, pero en realidad no me sentía feliz... Solo buscaba agradarte y hacerte feliz a ti... En realidad no disfrutaba hacerle tantas cosas malas.
Elisa le miró y él, solamente rió.
—No volveré hablar de esto, prometo que quedará aquí, pero si tuviera la oportunidad de regresar el tiempo... Yo... Creo que lo primero que haría sería enamorarla y convertirla en tu cuñada.
Elisa, emitió un sonido y movió su mano, esa era señal suficiente para que Neal, entendiera que ya no deseaba estar allí. Él ya no habló más y tomando a su hermana en brazos, la llevó de nuevo dentro de la casa, junto a Sarah, quién aún coordinaba los preparativos para su próximo viaje a Londres.
Allá en Inglaterra, les esperaban grandes triunfos y agradables sorpresas.
Chicago
Estar lejos de Candy, no era fácil para la familia Andley.
Sabían que la joven estaba bien, sin embargo no podían dejar de pensar en ella: en lo mucho que la extrañaban y en lo mal que sé sintieron por ver como sus sueños habían sido destrozados.
Su boda, no solo se había arruinado una, sino dos veces... Lo único que esperaban todos, era que ese día, fuera muy feliz y que Terry le festejara su cumpleaños como ella se merecía.
— ¡Candy está casada con Terry! —exclamó Albert, una vez que leyó el telegrama, que llegó a sus manos—. ¿Escucharon? ¡Ellos ya se casaron!
Siobhan le miró sorprendida y Annie gritó con alegría.
—Bueno, no se caracterizan por ser muy pacientes —aceptó Archie, riendo.
—Nos preocupamos en vano... —dijo Albert—. Ellos se casaron el día en el que abordaron el barco.
—Me alegra que haya sido así —Siobhan miró a su esposo y se sintió más que feliz por aquella pareja a la que tanto admiraba.
— ¿Cuándo se supone que regresarán? —cuestionó Annie —. Quisiera organizar una fiesta, para ellos.
—Querida, acaban de llegar a Londres, —dijo Archie—. Y conociéndolos, son capaces de quedarse allí todo un año... Si eso pasa, la única fiesta que organizaras es un bautizo.
Todos, incluida Annie, rieron.
—Tienes razón... —admitió, sonrojándose—. Yo creó que será mejor ir a Londres y hacerles una fiesta allá.
—Esa idea me gusta más... Podríamos ir de vacaciones en el verano... —respondió Archie, besando la mejilla de Annie.
—Yo aún puedo viajar —aceptó Siobhan, intentando persuadir a Albert.
—Y yo necesito vacaciones —dijo el rubio, mientras esbozaba una sonrisa—. Pretextos nos sobran ¿Verdad? Veremos qué puedo hacer para arreglarlo ¿De acuerdo?
Siobhan y Annie afirmaron con su cabeza.
—Por lo pronto, hay que avisar al Hogar de Pony —expresó el joven Cornwell—. La señorita y la hermana, deben enterarse de las buenas nuevas.
Londres
Una casa... ¡Que exageración!
Pensó Terry al observar la residencia que Richard; les había regalado. Él sabía que su padre, lo hacía con la mejor de las intenciones, pero Terry no le veía el caso a tener una propiedad como esa en Londres. No cuando su trabajo estaba en América.
¡Yo no soy millonario...!
Reclamó en pensamientos, dándose cuenta de que no podría costear el mantenimiento de una casa, en el barrio de Chelsea, un lugar tan ridículamente exclusivo.
—Sigues dándole vuelta al asunto... ¿Verdad? —preguntó Candy, sentándose frente a su marido—. No te preocupes más... Y disfruta del regalo que te dio tu papá.
—No sólo es mío, también es tuyo... ¿No escuchaste a Richard?
—Es muy lindo tu papá, pero prefiero decir que esto, solamente es tuyo.
—Vaya, qué bien, estamos dentro de una monstruosa casa que nadie quiere... —dijo Terry, riendo—. Pobre duque, espero que jamás se entere de eso.
Candy rió, luego observó la escalinata y con curiosidad comenzó a subir los escalones.
— ¿A dónde vas? —preguntó Terry.
—Quiero ver las habitaciones... Además tengo muchas ganas de refrescarme y tomar un baño.
Terry tomó el equipaje de ambos y caminó detrás de ella. La idea de refrescarse, también llama su atención.
Al subir y encontrarse con una confundida Candy, parada en el pasillo, sonrío divertido y luego, señaló al fondo del corredor.
—Habitación principal, con vista hacía el jardín —dijo, mientras ella dejaba ver que estaba muy contenta, por eso—. Anda... Ve a verla...
—No...
— ¿No?
—Quiero que la veamos juntos, así que deja esas maletas allí y ven conmigo.
Terry se acercó a ella y sin previo aviso la tomó entre sus brazos.
—Terry... ¿Qué haces?
— ¿Tú qué crees que hago?
Candy sonrió ampliamente, pero no dijo nada, solo recostó su cabeza y luego posó un cálido beso, sobre él cuello de Terry.
Entraron a la habitación y de inmediato, el joven esposo acomodó a su mujer, sobre la cama.
— ¿Es una cama cómoda? —preguntó él, de forma sugerente, mientras Candy lo tomaba por la corbata y le invitaba a subir al colchón.
—Aún no lo decido... Ven conmigo y ayúdame a decidir... —expresó al tiempo que lo obligaba acostarse y lo sorprendía, posicionándose sobre él—. Dime, esposo mío... ¿Te parece cómodo este colchón?
Terry observó la oscura, pero brillante mirada de Candy y entonces, esbozó una sonrisa de satisfacción.
—No sé... Sigo sin decidir... ¿Por qué no hacemos el amor sobre él y decidimos?
La rubia le miró deseosa y emocionada a la vez, pues esa mañana, no habían tenido tiempo de amarse y pasar ese tiempo juntos, que acostumbraban tener por las mañanas.
—Quisiera dejar la comodidad de la cama, para la noche... —respondió ella, levantándose del colchón—. Pero si gustas, puedes acompañarme a la bañera...
—Es tu cumpleaños, así que te haré el amor en dónde tú quieras —declaró Terry, aceptando el reto que su esposa le hacía.
Ella le sonrió con picardía y quitándose la chaqueta de encima, la arrojó a un costado, luego desabotonó su blusa y también la arrojó; soltó su cabello y sonriendo le preguntó a Terry...
— ¿Vienes o no?
Él no respondió, solamente esbozó una sonrisa, se levantó de la cama y tomó a Candy por la cintura. Unió sus labios a los de ella y luego cerró la puerta del cuarto de baño.
Una vez más, dejarían por sentado, lo mucho que se amaban y lo felices que eran estando juntos.
Ninguno de los dos imaginaba, que aquella casa que tanto les asustó, sería la casa que ocuparían toda la vida y que Londres, sería por siempre, su ciudad...
Las semanas a bordo del Mauritania, pasaron tan rápido que a Candy y a Terry, se les hizo muy corto el tiempo que estuvieron allí.
Estaban recién casados, así que poca consciencia tenían sobre los minutos, las horas y los días que desfilaban frente a ellos. Habían descubierto un mundo alterno al mundo real y pocas veces, salían de ese mundo, para caminar al lado de las personas comunes y no tan afortunadas.
Llegaron al puerto de Southampton, justo el día 07 de mayo... Fecha en la que Candy cumplía 26 años.
—Señores Grandchester... —les llamó uno de los mozos—. Estamos llegando al puerto, ¿Puedo llevarme su equipaje?
—Sí, por favor... —indicó Candy, señalando las maletas, sonriendo y siendo tan amable, que el muchachito, no pudo evitar mirarla con admiración.
Terry observó fijamente al chico y éste, de inmediato tomó el equipaje y se fue.
—Terry... Es un niño... No lo asustes.
—Solamente me estoy divirtiendo... —respondió él, no muy seguro de su respuesta, pues realmente odiaba cuando los muchachitos del servicio, se quedaban pasmados, observando a su esposa,
Candy miró a Terry y nostálgica murmuró:
—No quiero irme...
—Yo tampoco quiero... —aceptó él.
—Ojalá hubiéramos llegado al puerto hasta mañana, así habría pasado mi cumpleaños aquí.
Terry le sonrió, sintiéndose algo divertido con aquella reflexión.
—Festejaremos tu cumpleaños en la ciudad, y la pasaremos muy bien... Ya lo verás.
No podían quedarse para siempre, así que aunque no quisieran marcharse, tuvieron que bajar de su querido Mauritania en cuanto éste, ancló en el puerto. Se sintieron raros, al estar en tierra firme, pero eso no los desanimó.
Nada era como antes... Apenas pusieron los pies en tierra, supieron que su vida había cambiado por completo y que de allí en adelante, vendrían cosas nuevas para ellos. Prueba de eso, fue cuando se encontraron a Richard Grandchester, quién se presentó en el puerto para recibirlos.
Terry no tenía una relación cercana con él. No entendía del todo, su presencia, aunque claro, imaginaba que su "Santa madre" tenía que ver con eso.
— ¡Tu padre está aquí! —exclamó Candy, sorprendida—. Vaya, que agradable será encontrarse con él ¿No lo crees?
—Si tú lo dices...
Candy le propinó un codazo a su esposo, éste se quejó, pero no se movió, solamente siguió allí observando a su viejo padre.
—Vamos... Hay que acércanos para saludar —propuso ella, obligando a Terry para que caminara.
El duque, los observó de lejos y se sintió muy contento al verlos caminando hacia él.
—Bienvenidos a Inglaterra... —dijo él, mirándolos, tenía años de haberlos visto por última vez, ambos eran prácticamente unos niños en aquél entonces... Ya todo había cambiado, y en esos momentos, podía observar a una pareja de jóvenes atractivos y muy enamorados, estaba muy complacido de verlos juntos.
—Padre... —le llamó Terry, ahorrándole las dudas al hombre y acercándose para abrazarlo—. ¿Quién te dijo que estaríamos aquí? —preguntó, mientras Richard aclaraba su garganta y respondía:
—Tu madre... Ella me dijo que tú y tu prometida llegarían el día de hoy... —expresó Richard, observando a la rubia—. Me explicó lo sucedido en América y me pidió que los auxiliara, así que aquí estoy.
—Candice, no es más mi prometida... —anunció Terry—. Ella es mi esposa... Nos casamos a bordo.
La cara de Richard se mostró sorprendida y sin dudar se acercó a Candy, para aprisionarla en un abrazo.
—Bienvenida a la familia, hija... —le dijo a la joven, dejando ver lo contento que estaba.
—Muchas gracias... Es un verdadero gusto volver a verlo...—Candy no dijo más, porque no supo como dirigirse al hombre que tenía enfrente. Era un duque... ¿Debía llamarlo por su titulo? ¿O cómo tenía que referirse a él? No lo sabía, pero por lo pronto, se comportó con propiedad.
—El gusto es todo mio, querida... Es un placer tenerlos aquí.
El duque hizo una señal hacia un par de jovencitos que aguardaban a ser llamados y éstos con rapidez, se acercaron a él, para ayudar con los equipajes.
—Vengan hijos... Caminen conmigo.
Candy caminó sin problema, pero Terry se quedó allí, observando al viejo duque.
— ¿A dónde se supone que vamos? —cuestionó Terry, sintiéndose muy incómodo, por pensar en que los llevaba hacia el Palacio de Grandchester.
—Los llevaré a su nueva casa... —le dijo, esbozando una sonrisa—. No te preocupes... Queda muy lejos del palacio y no podré visitarte tan seguido...
—Pero... ¿Cómo? ¿Una casa?
—Confieso que no esperaba entregarla tan pronto... Pero, claro... Estoy contento por saber que te has adelantado a mis planes... No hablemos más Terrence y caminemos.
Candy le miró, recriminando su comportamiento y Terry a su vez, dejó de quejarse. Tomó su mano y caminó junto a ella.
*~*~*~*~*
Lakewood
Pensativo, como en esos días, se mostraba, Neal Leagan se unió a su hermana y se sentó sobre uno de los camastros del jardín.
— ¿Cuántos años perdidos?
Cuestionó observando a su alrededor, rememorando los años en los que Elisa y él, aterrorizaron a todo mundo.
—A veces quisiera regresar en el tiempo... —confesó.
Elisa estaba recostada junto a él, observando hacia el cielo. Poco a poco, ella se había sentido mejor y en compañía de su familia, estaba saliendo adelante, se comunicaba a través de sonidos y también había comenzado a mover su mano derecha.
No comprendía del todo lo que deseaba decir Neal, pero si sabía que se sentía triste y por eso, buscó sostener su mano.
—Quisiera regresar el tiempo, regresar hasta el día en el que Candy llegó aquí... Desearía poder haberla conocido en otro tipo de circunstancia... Quisiera regresar y no hacerte tanto caso, hermanita.
Por primera vez, fue honesto con Elisa y sin renunciar a su confesión agregó:
—¿Sabes? Siempre me sentí mal, después de hacerle travesuras a Candy, yo te decía que era divertido hacerla sufrir, pero en realidad no me sentía feliz... Solo buscaba agradarte y hacerte feliz a ti... En realidad no disfrutaba hacerle tantas cosas malas.
Elisa le miró y él, solamente rió.
—No volveré hablar de esto, prometo que quedará aquí, pero si tuviera la oportunidad de regresar el tiempo... Yo... Creo que lo primero que haría sería enamorarla y convertirla en tu cuñada.
Elisa, emitió un sonido y movió su mano, esa era señal suficiente para que Neal, entendiera que ya no deseaba estar allí. Él ya no habló más y tomando a su hermana en brazos, la llevó de nuevo dentro de la casa, junto a Sarah, quién aún coordinaba los preparativos para su próximo viaje a Londres.
Allá en Inglaterra, les esperaban grandes triunfos y agradables sorpresas.
*~*~*~*~*
Chicago
Estar lejos de Candy, no era fácil para la familia Andley.
Sabían que la joven estaba bien, sin embargo no podían dejar de pensar en ella: en lo mucho que la extrañaban y en lo mal que sé sintieron por ver como sus sueños habían sido destrozados.
Su boda, no solo se había arruinado una, sino dos veces... Lo único que esperaban todos, era que ese día, fuera muy feliz y que Terry le festejara su cumpleaños como ella se merecía.
— ¡Candy está casada con Terry! —exclamó Albert, una vez que leyó el telegrama, que llegó a sus manos—. ¿Escucharon? ¡Ellos ya se casaron!
Siobhan le miró sorprendida y Annie gritó con alegría.
—Bueno, no se caracterizan por ser muy pacientes —aceptó Archie, riendo.
—Nos preocupamos en vano... —dijo Albert—. Ellos se casaron el día en el que abordaron el barco.
—Me alegra que haya sido así —Siobhan miró a su esposo y se sintió más que feliz por aquella pareja a la que tanto admiraba.
— ¿Cuándo se supone que regresarán? —cuestionó Annie —. Quisiera organizar una fiesta, para ellos.
—Querida, acaban de llegar a Londres, —dijo Archie—. Y conociéndolos, son capaces de quedarse allí todo un año... Si eso pasa, la única fiesta que organizaras es un bautizo.
Todos, incluida Annie, rieron.
—Tienes razón... —admitió, sonrojándose—. Yo creó que será mejor ir a Londres y hacerles una fiesta allá.
—Esa idea me gusta más... Podríamos ir de vacaciones en el verano... —respondió Archie, besando la mejilla de Annie.
—Yo aún puedo viajar —aceptó Siobhan, intentando persuadir a Albert.
—Y yo necesito vacaciones —dijo el rubio, mientras esbozaba una sonrisa—. Pretextos nos sobran ¿Verdad? Veremos qué puedo hacer para arreglarlo ¿De acuerdo?
Siobhan y Annie afirmaron con su cabeza.
—Por lo pronto, hay que avisar al Hogar de Pony —expresó el joven Cornwell—. La señorita y la hermana, deben enterarse de las buenas nuevas.
*~*~*~*~*
Londres
Una casa... ¡Que exageración!
Pensó Terry al observar la residencia que Richard; les había regalado. Él sabía que su padre, lo hacía con la mejor de las intenciones, pero Terry no le veía el caso a tener una propiedad como esa en Londres. No cuando su trabajo estaba en América.
¡Yo no soy millonario...!
Reclamó en pensamientos, dándose cuenta de que no podría costear el mantenimiento de una casa, en el barrio de Chelsea, un lugar tan ridículamente exclusivo.
—Sigues dándole vuelta al asunto... ¿Verdad? —preguntó Candy, sentándose frente a su marido—. No te preocupes más... Y disfruta del regalo que te dio tu papá.
—No sólo es mío, también es tuyo... ¿No escuchaste a Richard?
—Es muy lindo tu papá, pero prefiero decir que esto, solamente es tuyo.
—Vaya, qué bien, estamos dentro de una monstruosa casa que nadie quiere... —dijo Terry, riendo—. Pobre duque, espero que jamás se entere de eso.
Candy rió, luego observó la escalinata y con curiosidad comenzó a subir los escalones.
— ¿A dónde vas? —preguntó Terry.
—Quiero ver las habitaciones... Además tengo muchas ganas de refrescarme y tomar un baño.
Terry tomó el equipaje de ambos y caminó detrás de ella. La idea de refrescarse, también llama su atención.
Al subir y encontrarse con una confundida Candy, parada en el pasillo, sonrío divertido y luego, señaló al fondo del corredor.
—Habitación principal, con vista hacía el jardín —dijo, mientras ella dejaba ver que estaba muy contenta, por eso—. Anda... Ve a verla...
—No...
— ¿No?
—Quiero que la veamos juntos, así que deja esas maletas allí y ven conmigo.
Terry se acercó a ella y sin previo aviso la tomó entre sus brazos.
—Terry... ¿Qué haces?
— ¿Tú qué crees que hago?
Candy sonrió ampliamente, pero no dijo nada, solo recostó su cabeza y luego posó un cálido beso, sobre él cuello de Terry.
Entraron a la habitación y de inmediato, el joven esposo acomodó a su mujer, sobre la cama.
— ¿Es una cama cómoda? —preguntó él, de forma sugerente, mientras Candy lo tomaba por la corbata y le invitaba a subir al colchón.
—Aún no lo decido... Ven conmigo y ayúdame a decidir... —expresó al tiempo que lo obligaba acostarse y lo sorprendía, posicionándose sobre él—. Dime, esposo mío... ¿Te parece cómodo este colchón?
Terry observó la oscura, pero brillante mirada de Candy y entonces, esbozó una sonrisa de satisfacción.
—No sé... Sigo sin decidir... ¿Por qué no hacemos el amor sobre él y decidimos?
La rubia le miró deseosa y emocionada a la vez, pues esa mañana, no habían tenido tiempo de amarse y pasar ese tiempo juntos, que acostumbraban tener por las mañanas.
—Quisiera dejar la comodidad de la cama, para la noche... —respondió ella, levantándose del colchón—. Pero si gustas, puedes acompañarme a la bañera...
—Es tu cumpleaños, así que te haré el amor en dónde tú quieras —declaró Terry, aceptando el reto que su esposa le hacía.
Ella le sonrió con picardía y quitándose la chaqueta de encima, la arrojó a un costado, luego desabotonó su blusa y también la arrojó; soltó su cabello y sonriendo le preguntó a Terry...
— ¿Vienes o no?
Él no respondió, solamente esbozó una sonrisa, se levantó de la cama y tomó a Candy por la cintura. Unió sus labios a los de ella y luego cerró la puerta del cuarto de baño.
Una vez más, dejarían por sentado, lo mucho que se amaban y lo felices que eran estando juntos.
Ninguno de los dos imaginaba, que aquella casa que tanto les asustó, sería la casa que ocuparían toda la vida y que Londres, sería por siempre, su ciudad...
FIN
¡¡¡MUCHAS GRACIAS POR LEER!!!
Nos vemos el año que viene
Se les quiere mucho
Nos vemos el año que viene
Se les quiere mucho