Cartas.
Mi rutina de todos los días es tan aburrida, muy temprano ayudo con las labores del hogar que me ha visto crecer y al que verdaderamente puedo llamar hogar.
Una vez que he terminado me dirijo al siguiente pueblo, ahí es donde mi realidad se trasforma, servir a los demás y velar por el bienestar de la gente se ha vuelto mi razón de ser desde hace algún tiempo, me hace muy feliz saber que al final del día, siempre recibe una sonrisa sincera de cada paciente al que sin pretender, sufre una pequeñísima tortura de mi parte.
Pero a mi regreso, las circunstancias son totalmente distintas, al caminar por aquel sendero que me lleva delante de mi amada colina, todo cambia, no olvido aquellas palabras tan duras:
“Siempre hacer lo correcto, aunque el corazón duela”
Ya han pasado tantos años, que no recuerdo cuantos son, desde la última vez que te vi, y no lo sé porque aunque no te puedo tocar, siempre te veo ahí, ahí parado en lo alto de la colina junto al padre árbol. Todas las mañanas u otras por las tardes camino frente a ti, y tú, siempre esperas por mí. Siento tu mirada y me avergüenza sentirme observada, aunque te conozco desde ya hace mucho tiempo, aun me provocas un sentimiento de incomodidad, no lo puedo evitar, evado tu mirada y tu presencia pero en ocasiones las miradas se llagan a cruzar y haces que me sonroje.
Al sentirme observada me provocas un sentimiento de sensualidad, no lo puedo evitar, me gusta saber que siempre estarás ahí, esperando por mí, siempre ha sido de esta manera.
No sé, si algún día podrás leer estas líneas que escribo para ti, no me atrevo a hacerte llegar lo que esconde en lo más profundo este loco corazón. No sé, si el hombre que veo parado en lo alto de la colina es real o solo es producto de mi imaginación, pero de lo que si estoy segura, es de que gozo sentir como tu mirada me sigue desde que me vez a la distancia y hasta que me pierdo en el horizonte.
Como dice la hermana María y la señorita Pony
“uno no sabe lo que le espera a la vuelta de la esquina”
Y yo sigo esperando por ti, y sé que tú haces lo mismo, y que lo único que nos detiene es la falta de valor.
Tal vez algún día, mientras tengamos vida, uno de los dos pierda el miedo y tú decidas bajar de la colina o yo me atreva a subir.