De nuevo las Terry´s Girls participando con todo cariño en los 20 años del Foro Rosa.
LAS MEMORIAS DE MI VIDA, MARÍA
Capítulo I
Una pequeña de aproximadamente seis años jugaba con sus hermanos, Gerard, Emily, Charls y Monic junto con otros chicos en un parque poco concurrido de una pequeña localidad al norte de Illinois, Chicago, su madre los miraba desde lejos, pensando en lo maravilloso que era tenerlos y poderlos disfrutar a pesar de las carencias económicas que hacía más de tres meses venían padeciendo, desde que desafortunadamente su esposo Michael había perdido su capital.
Hasta la fecha, habían sobrevivido de los ahorros, así como de la venta de algunos objetos de valor que la familia poseía, pero eso no iba a durar mucho y ella, María lo sabía, acostumbrada a la vida del hogar, tanto sus padres, como su esposo nunca la habían dejado trabajar por lo que se sentía frustrada de que a sus veinticinco años no pudiera hacer más nada para ayudar a su esposo.
Michael, un hombre de treinta y cinco años, nunca había poseído una gran fortuna, contaba con una fábrica de calzado, la cual había pasado de generación en generación, cuando él lo recibió como herencia era un negocio rentable, pero se desfalcó, debido a la enfermedad de su padre, ya que tuvo que utilizar los fondos de la empresa para cubrir los gastos médicos.
La casa en la que vivían, era grande, espaciosa con un pequeño jardín al frente y una reja blanca de finos acabados orgullo de María, quien después de mucho insistir a su marido, éste había accedido a su capricho de mandar a colocar la bendita reja que le daba a la fachada una vista diferente a la mayoría de los hogares vecinos. En el jardín, ella había plantado nardos, los cuales cuidaba con esmero y cada vez que florecían desprendían un agradable olor, que llenaba de paz a la familia.
La estabilidad económica que durante los primeros años de su matrimonio gozaron, les permitió contar con dos personas de servicio, que ayudaban a María en los quehaceres del hogar y a cuidar al batallón de chiquillos.
La vida de María junto a Michael había sido buena, lo amaba, pero la crítica situación por la que atravesaban últimamente hacía que él mantuviera un comportamiento errático, meditabundo, incluso malhumorado, sus cinco hijos, también habían notado el cambio en su tranquilo ambiente familiar, la más pequeña, una chiquilla de ojos dulces, adoración de su padre, a su corta edad, no entendía lo que pasaba, adoraba a su padre y su lejanía la tenía desconcertada.
Los cinco niños criados con el amor de su madre y la fortaleza de su padre eran traviesos acorde a su edad, obligados a ser responsables con sus deberes y el colegio, sólo las tardes las ocupaban para jugar, Gerard, Charls y Monic unidos por sus caracteres y por la mínima diferencia de edades proponían los juegos que para la menor de ellos se complicaba, sin embargo, Emily, paciente y cariñosa la ayudaba a participar activamente.
Entre deberes, juegos y travesuras los cinco hermanos siempre unidos, siempre juntos, siempre inquietos habían vivido sus primeras primaveras, sin imaginar lo que sucedería a su amorosa familia, una vez que su abuelo paterno hubiese muerto después de una cruel enfermedad que ni aun gastando todo lo que tenían pudo salvarse.
Todos esos recuerdos y pensamientos pasaban por mente de María que sentada en una banca del parque esperaba a que su amado esposo fuera por ellos para ir a casa, pero empezaba a oscurecer y él no llegaba, su corazón latía fuertemente, no sabía por qué, mientras que la angustia hacía presa de ella, que oraba para que Michael trajera buenas noticias.
El tiempo transcurría y conforme pasaba los niños se iban desanimando porque los demás chicos se retiraban poco a poco del parque, por lo que inquietos y hambrientos se fueron a sentar en la banca con su mamá, la más pequeña cansada y fastidiada se había quedado dormida en los brazos de su madre, quien ante los reclamos de los chiquillos trataba de calmarlos, aludiendo a que pronto llegaría su padre por ellos e irían a casa y podrían cenar.
María no podía calmar el desasosiego que hacía que el corazón le latiera fuerte, tan fuerte que pareciera que le iba a explotar, comenzó a sentirse desesperada, ya había oscurecido y Michael no llegaba, los niños se iban quedando poco a poco dormidos y ella, sabía que no podía esperar más, pero también sabía que no tenía dinero para abordar un coche de alquiler, pero conforme se hiciera más noche, menos podría irse.
Así que ocultando sus lágrimas despertó a sus hijos para irse caminando, la pequeña no quiso despertar, así que la tuvo que llevar cargando, entre llanto los demás iniciaron el camino pidiendo a su mamá que también los cargara y les diera comida. María intentaba controlarse para no gritar, para no llorar, para no demostrar a sus hijos que ella también tenía hambre, que ella también estaba cansada, que ella además tenía miedo, un miedo a que le hubiese pasado algo a su esposo, miedo al camino, miedo a llegar a casa y encontrar malas noticias.
En tanto una mujer ya entrada en años iba y venía de la calle esperando ver a su ama y a sus hijos, ella de nombre Marian y su esposo Nicolás trabajaban para la familia desde hacía muchos años, por lo que se sentían parte de ella, sabían lo que estaba ocurriendo con la economía, así como de los problemas que se fueron generando con la enfermedad del padre de Michael, ambos acordaron en un acto de amor no cobrar sus sueldos, incluso ofrecieron sus ahorros a sus patrones para ayudar, al no tener hijos veían como suyos al joven matrimonio y a los chiquillos como sus nietos.
Marian al ver que ya había oscurecido no sabía qué hacer, esperaba a que llegará Nicolás para decirle y ver qué hacían, pero también se había tardado, iban a dar las nueve de la noche, era demasiado tarde, la anciana no podía más, así que agarró su sobretodo y saliendo a la calle comenzó a caminar apresuradamente sin rumbo fijo, estaba inmersa en ello, cuando sintió que una mano la sujetaba, soltando un grito de espanto se volteó dando un fuerte golpe a la persona que la detenía. El hombre lanzó un alarido de dolor y susto inclinado hacia delante, sobándose el estómago.
En ese momento sin voltear a ver, Marian salió corriendo como podía, toda hecha un manojo de nervios pensaba que se trataba de un ladrón, así que intentó ocultarse entre la cortina de una tienda cerrada orando a todos los santos porque a ese hombre no se le hubiera ocurrido seguirla. Dejó pasar un rato, al ver que no se acercaba nadie asomó la cabeza y justo en ese momento el hombre le daba alcance, Marian no pudo soportarlo y cayó desmayada. El hombre que no era otro más que Nicolás, asombrado se hincó para tomar a su esposa entre sus brazos y hacer que volviera en sí, buscando algún golpe notorio en la mujer.
Marian fue despertando poco a poco y al ver a su esposo, olvidando sus magulladuras se levantó con la ayuda de Nicolás, no podía hablar, las palabras se le entremezclaban, el anciano la detuvo por los hombros y le dijo _Marian tranquilízate, dime con calma qué es lo qué pasa, no te entiendo nada_, _cariño, no sabes, los señores no han llegado, no sé por qué tengo la impresión de que algo no está bien, la señora se fue al parque con los niños y dijo que el patrón los recogería a las 5 y mira qué hora es y no llegan, tal vez el señor no pudo pasar por ellos, no sé tengo mucha angustia, por eso salí a buscarlos_ dijo la mujer alarmada.
Nicolás, observó a su mujer y dijo _regresemos a la casa, tú te quedas ahí en espera de noticias y yo le dijo al vecino que me preste su carruaje para ir por el camino del parque para ver si los veo_. _Está bien_ contestó la mujer caminando de regreso hacía la casa. Al llegar, el anciano fue directo a la casa de la familia Morgan, con quienes siempre había existido una buena relación, le relató los hechos al señor Morgan y éste amablemente le prestó su carruaje, Marian que desde la puerta lo observaba sólo le despidió con la mano al ver que se alejaba.
Por el camino, María ya cansada de tanto caminar, con la niña en brazos y sus otros hijos, decidió detenerse un poco para revisar los pies de los niños que ya no podían más, ya no sabía qué hacer, estaba a punto de llorar su desventura, cuando vio un carruaje que se acercaba, tomando valor, se paró e hizo señas al conductor para que se detuviera, sus ojos se agrandaron al ver que se trataba del buen Nicolás que iba llegando, al verlos el hombre se bajó de inmediato de carruaje para cargar a los niños y ayudar a su patrona a subir, fue entonces cuando María en silencio soltó el llanto, mientras que agradecía a Dios que los hubiesen alcanzado.
Al llegar a su casa entre Marian y María bañaron a los chiquillos, les dieron de cenar y los acostaron, la anciana no había querido preguntar a su patrona por el señor, por el contrario la conminó a ducharse para que descansara, María le hizo caso, no quería que la vieja mujer la viera preocupada por la tardanza de su marido. En su habitación, ella se arrojó a la cama para darle rienda suelta a su desesperación, no entendía por qué Michael no había llegado por ellos, no sabía dónde buscarlo, desde la muerte de su suegro, habían quedado solos, no tenían familiares cercanos.
A tres condados de distancia, un hombre se encontraba tirado boca abajo inconsciente en medio de un charco de sangre, las manos bajo su cuerpo, se aferraban un paquete envuelto en papel periódico. Sólo la luz de la luna llena iluminaba aquella calle, a dos cuadras del lugar de donde dos horas antes había salido Michael.
Continuará...
Hasta aquí el capítulo, espero que sea de su agrado, gracias por leer, subiré pronto la continuación. No quiero dejar de agradecer enormemente a Lau por su valioso apoyo en la realización del vídeo, además de su cariño. Gracias Lau.
Capítulo I
Una pequeña de aproximadamente seis años jugaba con sus hermanos, Gerard, Emily, Charls y Monic junto con otros chicos en un parque poco concurrido de una pequeña localidad al norte de Illinois, Chicago, su madre los miraba desde lejos, pensando en lo maravilloso que era tenerlos y poderlos disfrutar a pesar de las carencias económicas que hacía más de tres meses venían padeciendo, desde que desafortunadamente su esposo Michael había perdido su capital.
Hasta la fecha, habían sobrevivido de los ahorros, así como de la venta de algunos objetos de valor que la familia poseía, pero eso no iba a durar mucho y ella, María lo sabía, acostumbrada a la vida del hogar, tanto sus padres, como su esposo nunca la habían dejado trabajar por lo que se sentía frustrada de que a sus veinticinco años no pudiera hacer más nada para ayudar a su esposo.
Michael, un hombre de treinta y cinco años, nunca había poseído una gran fortuna, contaba con una fábrica de calzado, la cual había pasado de generación en generación, cuando él lo recibió como herencia era un negocio rentable, pero se desfalcó, debido a la enfermedad de su padre, ya que tuvo que utilizar los fondos de la empresa para cubrir los gastos médicos.
La casa en la que vivían, era grande, espaciosa con un pequeño jardín al frente y una reja blanca de finos acabados orgullo de María, quien después de mucho insistir a su marido, éste había accedido a su capricho de mandar a colocar la bendita reja que le daba a la fachada una vista diferente a la mayoría de los hogares vecinos. En el jardín, ella había plantado nardos, los cuales cuidaba con esmero y cada vez que florecían desprendían un agradable olor, que llenaba de paz a la familia.
La estabilidad económica que durante los primeros años de su matrimonio gozaron, les permitió contar con dos personas de servicio, que ayudaban a María en los quehaceres del hogar y a cuidar al batallón de chiquillos.
La vida de María junto a Michael había sido buena, lo amaba, pero la crítica situación por la que atravesaban últimamente hacía que él mantuviera un comportamiento errático, meditabundo, incluso malhumorado, sus cinco hijos, también habían notado el cambio en su tranquilo ambiente familiar, la más pequeña, una chiquilla de ojos dulces, adoración de su padre, a su corta edad, no entendía lo que pasaba, adoraba a su padre y su lejanía la tenía desconcertada.
Los cinco niños criados con el amor de su madre y la fortaleza de su padre eran traviesos acorde a su edad, obligados a ser responsables con sus deberes y el colegio, sólo las tardes las ocupaban para jugar, Gerard, Charls y Monic unidos por sus caracteres y por la mínima diferencia de edades proponían los juegos que para la menor de ellos se complicaba, sin embargo, Emily, paciente y cariñosa la ayudaba a participar activamente.
Entre deberes, juegos y travesuras los cinco hermanos siempre unidos, siempre juntos, siempre inquietos habían vivido sus primeras primaveras, sin imaginar lo que sucedería a su amorosa familia, una vez que su abuelo paterno hubiese muerto después de una cruel enfermedad que ni aun gastando todo lo que tenían pudo salvarse.
Todos esos recuerdos y pensamientos pasaban por mente de María que sentada en una banca del parque esperaba a que su amado esposo fuera por ellos para ir a casa, pero empezaba a oscurecer y él no llegaba, su corazón latía fuertemente, no sabía por qué, mientras que la angustia hacía presa de ella, que oraba para que Michael trajera buenas noticias.
El tiempo transcurría y conforme pasaba los niños se iban desanimando porque los demás chicos se retiraban poco a poco del parque, por lo que inquietos y hambrientos se fueron a sentar en la banca con su mamá, la más pequeña cansada y fastidiada se había quedado dormida en los brazos de su madre, quien ante los reclamos de los chiquillos trataba de calmarlos, aludiendo a que pronto llegaría su padre por ellos e irían a casa y podrían cenar.
María no podía calmar el desasosiego que hacía que el corazón le latiera fuerte, tan fuerte que pareciera que le iba a explotar, comenzó a sentirse desesperada, ya había oscurecido y Michael no llegaba, los niños se iban quedando poco a poco dormidos y ella, sabía que no podía esperar más, pero también sabía que no tenía dinero para abordar un coche de alquiler, pero conforme se hiciera más noche, menos podría irse.
Así que ocultando sus lágrimas despertó a sus hijos para irse caminando, la pequeña no quiso despertar, así que la tuvo que llevar cargando, entre llanto los demás iniciaron el camino pidiendo a su mamá que también los cargara y les diera comida. María intentaba controlarse para no gritar, para no llorar, para no demostrar a sus hijos que ella también tenía hambre, que ella también estaba cansada, que ella además tenía miedo, un miedo a que le hubiese pasado algo a su esposo, miedo al camino, miedo a llegar a casa y encontrar malas noticias.
En tanto una mujer ya entrada en años iba y venía de la calle esperando ver a su ama y a sus hijos, ella de nombre Marian y su esposo Nicolás trabajaban para la familia desde hacía muchos años, por lo que se sentían parte de ella, sabían lo que estaba ocurriendo con la economía, así como de los problemas que se fueron generando con la enfermedad del padre de Michael, ambos acordaron en un acto de amor no cobrar sus sueldos, incluso ofrecieron sus ahorros a sus patrones para ayudar, al no tener hijos veían como suyos al joven matrimonio y a los chiquillos como sus nietos.
Marian al ver que ya había oscurecido no sabía qué hacer, esperaba a que llegará Nicolás para decirle y ver qué hacían, pero también se había tardado, iban a dar las nueve de la noche, era demasiado tarde, la anciana no podía más, así que agarró su sobretodo y saliendo a la calle comenzó a caminar apresuradamente sin rumbo fijo, estaba inmersa en ello, cuando sintió que una mano la sujetaba, soltando un grito de espanto se volteó dando un fuerte golpe a la persona que la detenía. El hombre lanzó un alarido de dolor y susto inclinado hacia delante, sobándose el estómago.
En ese momento sin voltear a ver, Marian salió corriendo como podía, toda hecha un manojo de nervios pensaba que se trataba de un ladrón, así que intentó ocultarse entre la cortina de una tienda cerrada orando a todos los santos porque a ese hombre no se le hubiera ocurrido seguirla. Dejó pasar un rato, al ver que no se acercaba nadie asomó la cabeza y justo en ese momento el hombre le daba alcance, Marian no pudo soportarlo y cayó desmayada. El hombre que no era otro más que Nicolás, asombrado se hincó para tomar a su esposa entre sus brazos y hacer que volviera en sí, buscando algún golpe notorio en la mujer.
Marian fue despertando poco a poco y al ver a su esposo, olvidando sus magulladuras se levantó con la ayuda de Nicolás, no podía hablar, las palabras se le entremezclaban, el anciano la detuvo por los hombros y le dijo _Marian tranquilízate, dime con calma qué es lo qué pasa, no te entiendo nada_, _cariño, no sabes, los señores no han llegado, no sé por qué tengo la impresión de que algo no está bien, la señora se fue al parque con los niños y dijo que el patrón los recogería a las 5 y mira qué hora es y no llegan, tal vez el señor no pudo pasar por ellos, no sé tengo mucha angustia, por eso salí a buscarlos_ dijo la mujer alarmada.
Nicolás, observó a su mujer y dijo _regresemos a la casa, tú te quedas ahí en espera de noticias y yo le dijo al vecino que me preste su carruaje para ir por el camino del parque para ver si los veo_. _Está bien_ contestó la mujer caminando de regreso hacía la casa. Al llegar, el anciano fue directo a la casa de la familia Morgan, con quienes siempre había existido una buena relación, le relató los hechos al señor Morgan y éste amablemente le prestó su carruaje, Marian que desde la puerta lo observaba sólo le despidió con la mano al ver que se alejaba.
Por el camino, María ya cansada de tanto caminar, con la niña en brazos y sus otros hijos, decidió detenerse un poco para revisar los pies de los niños que ya no podían más, ya no sabía qué hacer, estaba a punto de llorar su desventura, cuando vio un carruaje que se acercaba, tomando valor, se paró e hizo señas al conductor para que se detuviera, sus ojos se agrandaron al ver que se trataba del buen Nicolás que iba llegando, al verlos el hombre se bajó de inmediato de carruaje para cargar a los niños y ayudar a su patrona a subir, fue entonces cuando María en silencio soltó el llanto, mientras que agradecía a Dios que los hubiesen alcanzado.
Al llegar a su casa entre Marian y María bañaron a los chiquillos, les dieron de cenar y los acostaron, la anciana no había querido preguntar a su patrona por el señor, por el contrario la conminó a ducharse para que descansara, María le hizo caso, no quería que la vieja mujer la viera preocupada por la tardanza de su marido. En su habitación, ella se arrojó a la cama para darle rienda suelta a su desesperación, no entendía por qué Michael no había llegado por ellos, no sabía dónde buscarlo, desde la muerte de su suegro, habían quedado solos, no tenían familiares cercanos.
A tres condados de distancia, un hombre se encontraba tirado boca abajo inconsciente en medio de un charco de sangre, las manos bajo su cuerpo, se aferraban un paquete envuelto en papel periódico. Sólo la luz de la luna llena iluminaba aquella calle, a dos cuadras del lugar de donde dos horas antes había salido Michael.
Continuará...
Hasta aquí el capítulo, espero que sea de su agrado, gracias por leer, subiré pronto la continuación. No quiero dejar de agradecer enormemente a Lau por su valioso apoyo en la realización del vídeo, además de su cariño. Gracias Lau.