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- ¡Moira, Moira! - gritaba Temperance a las 5:30 de la mañana.
-Umm- fue la única respuesta de su hermana durmiendo en el otro lado de la habitación.
- ¡MOIRA! - Gritó la chica comenzando a cambiar sus castaños cabellos por unos tan blancos como la nieve.
La joven Moira se levantó de ipsofacto al percibir el cambio de su hermana.
-Qué... ¡qué rayos! - dijo la chica molesta por tan inoportuno despertar.
- ¡Esos pájaros tuyos no me dejan dormir!
-Son golondrinas hermana.
- ¡Pues no me dejan dormir! Y luego más tarde tengo dos pendientes por entregar gracias a ti… ¡ayyy a veces me dan ganas de ahorcarte! Luego se me acuerda que eres mi hermana y se me pasa.
Moira puso cara interrogante..a veces su hermana decía cada cosa.
- ¡Olvídalo! Ya debo dejar de irme a pasear con Maegalle por otros tiempos, ya se me andan pegando cada cosa.
-Ya hermana o se te alborotan las plumas.
- ¿Qué?, ¿Cómo?, ¿Cuándo? - se cuestionaba a sí misma Temperance al ver sus alas desplegadas y su cabello blanco- últimamente me transformo sin darme cuenta...creo que algo va a pasar... debemos estar al pendiente, más tarde le diré a Psique o a Fedra.
-Tranquila, Tempe, ya despertaste a tu “dragón”- infiere Moira señalando al cachorro Shiba inu dorado acostado junto a la cama de su hermana.
-No lo critiques, es este mundo no podía tener un dragón, que mejor que un perro, nadie sospecharía.
- ¿Y te quejas de mis golondrinas?
- ¡Ya, ya! ¡Está bien! Ando muy susceptible, te digo que algo va a pasar, el estreno del emperador se acerca y tengo un mal presentimiento, mejor me duermo un rato más, hay que abrir la cafetería o “su majestad”- proclamó realzando la palabra- Psique se pondrá de neuras si no tenemos las cosas a tiempo…
-Aja- respondió Moira cubriéndose la cara con la sábana, no podía decirle que los hilos del destino del emperador se enredaban de nuevo, era algo que debía pasar.
-Umm- fue la única respuesta de su hermana durmiendo en el otro lado de la habitación.
- ¡MOIRA! - Gritó la chica comenzando a cambiar sus castaños cabellos por unos tan blancos como la nieve.
La joven Moira se levantó de ipsofacto al percibir el cambio de su hermana.
-Qué... ¡qué rayos! - dijo la chica molesta por tan inoportuno despertar.
- ¡Esos pájaros tuyos no me dejan dormir!
-Son golondrinas hermana.
- ¡Pues no me dejan dormir! Y luego más tarde tengo dos pendientes por entregar gracias a ti… ¡ayyy a veces me dan ganas de ahorcarte! Luego se me acuerda que eres mi hermana y se me pasa.
Moira puso cara interrogante..a veces su hermana decía cada cosa.
- ¡Olvídalo! Ya debo dejar de irme a pasear con Maegalle por otros tiempos, ya se me andan pegando cada cosa.
-Ya hermana o se te alborotan las plumas.
- ¿Qué?, ¿Cómo?, ¿Cuándo? - se cuestionaba a sí misma Temperance al ver sus alas desplegadas y su cabello blanco- últimamente me transformo sin darme cuenta...creo que algo va a pasar... debemos estar al pendiente, más tarde le diré a Psique o a Fedra.
-Tranquila, Tempe, ya despertaste a tu “dragón”- infiere Moira señalando al cachorro Shiba inu dorado acostado junto a la cama de su hermana.
-No lo critiques, es este mundo no podía tener un dragón, que mejor que un perro, nadie sospecharía.
- ¿Y te quejas de mis golondrinas?
- ¡Ya, ya! ¡Está bien! Ando muy susceptible, te digo que algo va a pasar, el estreno del emperador se acerca y tengo un mal presentimiento, mejor me duermo un rato más, hay que abrir la cafetería o “su majestad”- proclamó realzando la palabra- Psique se pondrá de neuras si no tenemos las cosas a tiempo…
-Aja- respondió Moira cubriéndose la cara con la sábana, no podía decirle que los hilos del destino del emperador se enredaban de nuevo, era algo que debía pasar.
EL CUIDADOR DE TUMBAS
oneshot
oneshot
El sonido de una armónica rompía el silencio del lugar, la triste melodía que salía del instrumento llegó a los oídos de un hombre mayor que deambulaba cerca.
- ¿De nuevo por aquí jovencito? - inquirió al ver la figura de un hombre recargada en el sauce cerca de la verja.
El hombre dejó de tocar, guardó cuidadosamente su instrumento y lo miró, con sus profundos ojos tan azules como el mar.
-No tan joven señor Harrison- respondió.
-Ya no deberías venir- le indicó, ignorando el comentario- ya deberías estar en otro lado- señaló.
-Lo sé, pero es que todavía no puedo irme.
- ¿Entonces?, ¿seguirás esperando? - cuestionó el hombre mayor.
-Creo que ya no esperaré mucho tiempo más, algo me dijo que debería estar aquí hoy.
-Espero que lo que buscas aparezca pronto, ya ha sido mucho tiempo esperando.
-Yo también espero eso.
Después del intercambio de palabras el hombre más joven sacó de nuevo el objeto de su bolsillo, lo llevó a sus labios para entonar entonces una dulce melodía.
Harrison lo dejó para luego seguir su camino, tenía el presentimiento que esa sería la última vez que vería al que él consideraba un amigo.
Thomas Harrison era un hombre de sesenta y cinco años, de cabello cano y figura regordeta, sus ojos pequeños de un tono marrón proyectaban una mirada dulce y serena; llevaba cerca de cuarenta años trabajando en el cementerio Highgate en Londres y nunca en todo ese tiempo se había topado con un hombre como aquel castaño, usualmente la gente después de despedir a sus seres amados no regresaban seguido a visitar las tumbas que él celosamente cuidaba y tenía el deber de mantener limpias, sobre todo las olvidadas, pero ese hombre se convirtió en una visita constante, hubiera sol, lluvia, niebla o como ese día que el sol se dejaba ver en un cielo despejado en la usualmente lluviosa Londres.
No muy lejos de ahí un grupo numeroso de personas se alejaba, gente joven, niños y uno que otro adulto mayor como él, iban caminando hacia la salida, cabizbajos, le llamó la atención una niña muy bonita, rubia con dos coletas sostenidas en listones negros de seda, sostenida de la mano por otra mujer que la llevaba casi a rastras, la única que no lloraba, se veía algo confundida, mirando hacia el lugar lleno de flores del que se alejaba junto con los demás.
Thomas se acercó despacio, cuando la niña logro zafarse del agarre no quería parecer impertinente e irrespetuoso pero su experiencia le decía que esa niña necesitaba de él.
- ¿Pasa algo pequeña? - preguntó a la niña inclinándose un poco para quedar a su altura.
La chiquilla lo miró con sus enormes ojos azules, le sonrió traviesa, confiada.
-Hola- saludó- soy Candice, pero todos me dicen Candy.
-Hola Candy, yo soy Thomas Harrison.
- ¿Trabajas aquí? - preguntó curiosa.
-Sí, desde hace mucho- respondió.
- ¿Te da miedo? - interrogó.
-No, me gusta estar aquí es un lugar muy tranquilo ¿tú tienes miedo?
-No, pero mi mami sí.
- ¿Quién es tu mami?
-Ella- señaló a una mujer castaña de cabello rizado que lloraba entre los brazos de un hombre rubio muy parecido a ella- está triste porque dice que extrañará a la abuela, pero no entiendo porque si la abuela está ahí- expuso la niña señalando hacia una mujer mayor de pie junto a una tumba, la que estaba inundada de flores.
-Ya veo- manifestó el hombre.
-Lo que no entiendo es porque la abuela no viene con nosotros, hace un rato estaba conmigo y ahora que ya nos vamos ella no se ha movido de su lugar.
-Creo que ella ya no podrá ir contigo pequeña- le dijo dulcemente.
- ¿Por qué? Hace un rato me dijo que ella estaría siempre conmigo.
-Mientras la recuerdes ella estará viva dentro de ti.
- ¿Viva? ¿No entiendo?
-Tu abuela ya no pertenece a este mundo, ahora debe ir a un lugar mejor.
- ¿Cómo el abuelo? Él se fue a un lugar mejor, eso dice mi mamá cada que pregunto por él, antes venía a leerme un poco de esos libros viejos, pero ahora ya no, mamá no me creía.
-A veces los adultos no creemos en muchas cosas.
-Pero tú eres viejo como la abuela y si me crees.
-Yo veo cosas que los demás adultos no, desde que era un niño igual que tú.
- ¡Ahhh! Pero… entonces la abuela ¿Ya no vendrá a casa?
-Ya no pequeña.
La niña iba a llorar al comprender lo que el hombre le decía, pero una dulce voz la hizo volver la mirada antes de que las lágrimas cayeran de sus ojos.
-No llores pequeña monita, si estás triste yo también lo estaré.
-Abuela, el señor dice que ya no vendrás a casa.
-Ya no podré hacerlo Candy, pero siempre que mires un árbol y sientas el viento acariciar tu lindo rostro recuérdame y nunca me iré del todo.
-Te quiero mucho abuela Candy.
-Y yo a ti pequeña Candy.
La niña se limpió los ojos, asintió y dijo adiós agitando su manita, llegó junto a su madre la cual le tomó la mano y miró hacia donde su hija miraba.
- ¿A quién le dices adiós mi cielo? - inquirió su madre.
-Al señor y a la abuela- proclamó la niña.
- ¡Candy! - exclamó su madre abrazándola- ¿Quién es el señor? - le cuestionó cuando la soltó.
-Dice que trabaja aquí- explicó la niña.
-Ahhh, debe ser el cuidador- señaló la mujer- vamos a casa Candy, el tío Terrence nos espera en la camioneta.
Thomas las vio alejarse, al mirar a su costado se sorprendió sobremanera al ver junto a él a una hermosa mujer vestida de blanco con unos expresivos ojos en color verde su bello rostro enmarcando con unos rubios y largos cabellos rizados, de la anciana de cabellos grises de hace unos momentos no quedaba nada.
- ¿Se quedará por aquí? Le preguntó.
-Creo que sí, algo me dice que no debo irme todavía- respondió.
- ¿Gusta acompañarme? - inquirió- ya estamos por cerrar y debo verificar que nadie se quede dentro.
-Sí, me gustaría mucho, gracias.
- ¿Sabe lo que ha pasado con usted?
-Candy, dígame Candy por favor.
-Gracias Candy, yo soy Thomas Harrison, el cuidador.
-Un gusto conocerlo Thomas.
-No me ha contestado Candy ¿Sabe lo que ha pasado con usted?
-Sí, ya no pertenezco a este mundo.
-Entonces debe saber que debe irse a otro lugar.
-Sí, lo sé, pero hay algo aquí que no me deja ir, aunque a mi edad muchas cosas se me olvidan.
-Yo la veo muy joven todavía.
-Tengo noventa y cinco años.
-No me lo parece.
Candy se miró las manos, sorprendida las levantó para observarlas bien ya no estaban arrugadas y con manchas, ahora eran unas manos blancas, tersas como cuando era una jovencita.
Miró la cara de Thomas y no dijo nada más, siguieron caminando por entre las lápidas recorriendo uno a uno las hileras con diferentes nombres, al llegar a una parte un poco alejada el sonido melódico de unas suaves notas musicales llamó su atención, la rubia se detuvo buscando entre los árboles que había al fondo, con ayuda del viento que movía las ramas pudo vislumbrar una silueta masculina, caminó hacia ella como hipnotizada por la música que provenía de ese lugar.
Con pasos lentos Candy se acercó al sauce desde donde un hombre seguía tocando lo que parecía ser una armónica, al llegar junto a él la rubia se quedó completamente quieta, mirando la maestría de aquel hombre para hacer música.
El castaño sintió la presencia de alguien más, abrió los ojos al tiempo que dejaba de tocar y se topó de frente con otros ojos que lo miraban con sorpresa y con mucho amor.
- ¡Terry! - exclamó la rubia al reconocerlo- me esperaste- afirmó.
-Candy- susurró el hombre sorprendido también de verla- ¿De qué me sirve el cielo si me faltas? - inquirió el hombre abriendo los brazos para recibir a la rubia y envolverla en ellos para no dejarla escapar ahora si nunca más.
La rubia no dijo nada más.
Thomas se quedó unos pasos atrás de la pareja tan solo como un simple espectador de los acontecimientos, en su cabeza entendiendo al fin el porqué de la presencia de su asiduo visitante.
La pareja se abrazó con fuerza, después se fundieron en un largo beso, uno lleno de amor y añoranza.
Cuando al fin se separaron se tomaron de la mano para dirigir sus pasos hacia Thomas.
- ¿A ella estaba esperando Terry? - preguntó.
-Sí, a ella - respondió el hombre mirando a la hermosa mujer a su lado- es mi esposa- expuso sonriendo.
-Entonces ya no estarás más por aquí supongo.
-No, ya no.
-Me da gusto por ti Terry, creo que te extrañare después de todo.
-Yo también a ti amigo, gracias por la compañía.
-Es mi deber, por eso soy el cuidador.
-Adiós Thomas, hasta pronto- se despidió el castaño
-Espero que no sea muy pronto-espeto.
-No, creo que no- le respondió el castaño sonriendo.
Fue lo último que dijo el hombre, de la mano de su esposa comenzó a caminar hacia los árboles, perdiéndose entre las ramas y los casi escasos rayos de sol del atardecer.
Thomas los vio desaparecer, juntos, felices y muy enamorados.
El siguió caminando entre las tumbas, asegurándose que nadie más anduviera por ahí, llegó de nuevo hasta el ataúd lleno de flores, antes de alejarse alcanzo a leer la lápida.
En recuerdo de nuestros amados padres.
Candice Granchester 7 de mayo de 1898- 28 de enero de 1983
Terrence Graham Granchester 28 de enero de 1887- 28 de enero de 1981
Porque el amor nunca muere, vive para toda la eternidad.
*¿De qué me sirve el cielo si me faltas?
De que me sirve con su inmensidad,
allá te espero amor para adorarte
por toda la eternidad.
Por: Temperance (Primrose)
Para: Guerra Florida 2020
Portada elaborada por mi hijo (más liindooo) y editada por mi esposo (es un amourss)
*Fragmento de la canción ¿De qué me sirve el cielo?
Terry duro todos esos años vagando como un espiritu en espera de que su esposa lo alcanzara,wao,que hermoso...
y muy bonita
... Aprovecho felicitarla por su cumpleaños...que la pase muy bien : 
