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Divinas Místicas, Psiquie con Volt el unicornio lanza rayo celeste debastador con Memorias de mi vida

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Adry Grandchester

Adry Grandchester
Niño/a del Hogar de Pony
Niño/a del Hogar de Pony

Divinas Misticas de Terry - Divinas Místicas, Psiquie con Volt el unicornio lanza rayo celeste debastador con Memorias de mi vida Maria_10

Portada elaborada por la Divina Mist/Byul Hye







En el Mandala Café todas las Divinas conversaban de todos los matices del carácter del guapo emperador, matices que le llevaban a conducirse de muchas maneras, pero siempre siendo él mismo. Si, las circunstancias lo obligaron a actuar de tal o cual manera, es precisamente eso lo que nosotras tenemos que cambiar, que la introspección y los desafíos a los que lo hemos enfrentado logren ese fin, cambiar el Destino por él, si por Terry -Decía Psiquie -Cierto -Intervino Maegalle, porque todo lo que sucede en nuestro entorno es lo que determina nuestras decisiones, buenas o malas, pero nuestras...







MEMORIAS DE MI VIDA
Capítulo I






Era una tarde brillante, cálida característica de los meses de otoño, las hojas de los árboles tapizaban las calles de una pequeña localidad al norte de Chicago, las personas sofocadas por el calor buscaban el refugio de la sombra de las arboledas poco antes de la puesta del sol para pasear en los parques ubicados en el lugar, en uno de ellos poco concurrido, una pequeña de aproximadamente seis años jugaba con sus hermanos, Gerard, Emily, Charles y Monique junto con otros chicos. Su madre los miraba desde lejos, pensando en lo maravilloso que era tenerlos y poderlos disfrutar a pesar de las carencias económicas que hacía más de tres meses venían padeciendo, desde que desafortunadamente su esposo Michael había perdido su capital.

Con esfuerzo, pudieron sobrevivir por un tiempo de los ahorros que guardaban y que lentamente fueron escaseando, hasta llegar a la situación de tener que deshacerse de los objetos de valor que la familia poseía; sus condiciones económicas eran malas y sabía que eso poco duraría. María estaba consciente de la mala situación y le preocupaba el que pudiera complicarse más. Sin embargo, por mucho que quisiera ayudar, ella estaba acostumbrada a la vida del hogar, tanto sus padres como su esposo, jamás le habían permitido trabajar y eso le causaba frustración de no poder hacer nada por ayudar a su compañero de vida, pese a que ya contaba con veinticinco años de edad.

Michael, un hombre de treinta y cinco años, poseía como fortuna una fábrica de calzado, la cual había pasado de generación en generación, cuando la recibió como herencia era un negocio rentable, pero comenzó a menguarse al utilizar los fondos de la empresa para cubrir los gastos médicos de la enfermedad de su padre.

La casa rodeada por rejas blancas era grande, espaciosa con un gran jardín al frente, donde María había plantado nardos que cuidaba con esmero y cada vez que florecían desprendían un agradable olor, que llenaba de paz el ambiente familiar.

La estabilidad económica que durante los primeros años de su matrimonio gozaron, les permitió contar con dos personas de servicio, que ayudaban a María en los quehaceres del hogar y a cuidar al batallón de chiquillos.

La vida de María junto a Michael había sido buena, lo amaba, pero la crítica situación por la que atravesaban últimamente hacía que él mantuviera un comportamiento errático, meditabundo, incluso malhumorado. Sus hijos lo habían notado, la más pequeña, una chiquilla de ojos dulces, adoración de su padre, a su corta edad, no entendía lo que pasaba, la lejanía de su progenitor la tenía desconcertada.

Los cinco niños criados con el amor de su madre y la fortaleza de su padre eran traviesos de acuerdo a sus edades, obligados a ser responsables con sus deberes del colegio. Sólo las tardes las ocupaban para jugar, Gerard, Charles y Monique unidos por sus personalidades, además de la mínima diferencia de edades realizaban juegos complicados para la menor de los hermanos, sin embargo, Emily considerada con la menor era paciente, cariñosa siempre le ayudaba para que pudiera jugar con ellos.

Entre tareas escolares, juegos y travesuras los hermanos habían vivido sus primeras primaveras, sin imaginar lo que sucedería a su familia. Una vez que su abuelo paterno hubiese muerto después de una cruel enfermedad que ni aun gastando todo lo que tenían pudo salvarse.

Todos esos recuerdos y pensamientos pasaban por mente de María que sentada en una banca del parque esperaba a que su amado esposo fuera por ellos para ir a casa, pero empezaba a oscurecer y él no llegaba; su corazón latía fuertemente, no sabía por qué, mientras que la angustia hacía presa de ella, que oraba para que Michael trajera buenas noticias a su regreso de la entrevista de negocios en las afueras del pueblo.

El tiempo transcurría y conforme pasaba, los niños se iban desanimando porque los demás chicos se retiraban poco a poco del parque, por lo que inquietos y hambrientos se fueron a sentar en la banca con su mamá, la más pequeña cansada y fastidiada se había quedado dormida en sus brazos, en tanto que calmaba los reclamos de los otros chiquillos que ya querían irse a su casa.

María no podía calmar el desasosiego que hacía que el corazón le latiera fuerte, tan fuerte que pareciera que le iba a explotar, comenzó a sentirse desesperada, ya había oscurecido y Michael no llegaba. Los niños estaban dormidos ya, sabía que no podía esperar más, no traía dinero para abordar un coche de alquiler, pero tenían que irse antes de que se hiciera más noche.

Así que ocultando sus lágrimas despertó a sus hijos para irse caminando, la pequeña no quiso despertar, así que la tuvo que llevar cargando, entre llanto los demás iniciaron el camino pidiendo a su mamá que también los cargara y les diera comida. María intentaba controlarse para no gritar, para no llorar, para no demostrar a sus hijos que ella también tenía hambre, que también estaba cansada, pero que además tenía miedo, un miedo a que le hubiese pasado algo a su esposo, miedo al camino, miedo a llegar a casa para encontrar malas noticias.

En tanto una mujer ya entrada en años iba y venía de la calle esperando ver a su ama con sus hijos, ella de nombre Abby, así como su esposo Nicolás trabajaban para la familia desde hacía muchos años, por lo que se sentían parte de ella, sabían lo que estaba ocurriendo con la economía, así como de los problemas que se fueron generando con la enfermedad del padre de Michael, ambos acordaron en un acto de amor no cobrar sus sueldos, incluso ofrecieron sus ahorros a sus patrones para ayudar, al no tener hijos veían como suyos al joven matrimonio y a los chiquillos como sus nietos.

Abby al ver que ya había oscurecido no sabía qué hacer, esperaba a que llegará Nicolás para decirle y ver qué hacían, pero también se había tardado, iban a dar las nueve de la noche, era demasiado tarde, la anciana no podía más, así que agarró su sobre todo y saliendo a la calle comenzó a caminar apresuradamente sin rumbo fijo, estaba inmersa en ello, cuando sintió que una mano la sujetaba, soltando un grito de espanto se volteó dando un fuerte golpe a la persona que la detenía. El hombre lanzó un chillido de dolor al recibir el empellón.

En ese momento sin voltear a ver, Abby salió corriendo como podía, toda hecha un manojo de nervios pensaba que se trataba de un ladrón, así que intentó ocultarse en un pequeño hueco de una tienda cerrada orando a todos los santos porque a ese hombre no se le hubiera ocurrido seguirla. Dejó pasar un rato, al ver que no se acercaba nadie asomó la cabeza, justo en ese momento el hombre le daba alcance, ella no pudo soportarlo cayendo desmayada. El hombre que no era otro más que Nicolás, asombrado se hincó para tomar a su esposa entre sus brazos y hacer que volviera en sí, buscando algún golpe notorio en la mujer.

La anciana fue despertando poco a poco y al ver a su esposo, olvidando sus magulladuras se levantó con la ayuda de Nicolás, no podía hablar, las palabras se le entremezclaban, el anciano la detuvo por los hombros para decirle ─Abby tranquilízate, dime con calma qué es lo qué pasa, no te entiendo nada ─

─ ¡Cariño! los señores no han llegado, no sé por qué tengo la impresión de que algo no está bien, la señora se fue al parque con los niños, dijo que el patrón los recogería a las cinco, mira qué hora es, aún no llegan, tal vez el señor no pudo pasar por ellos, no sé tengo mucha angustia, por eso salí a buscarlos —Respondió la mujer alarmada.

─Regresemos a la casa, tú te quedas ahí en espera de noticias, mientras yo le digo al vecino que me preste su carruaje para ir por el camino del parque a ver si los veo ─ Pensativo reparó Nicolás

─Está bien —Asintió la mujer caminando de regreso hacia la casa cuando lo hicieron, el anciano fue directo a la casa de la familia Morgan, con quienes siempre había existido una buena relación, le relató los hechos al señor Morgan, éste amablemente le prestó su carruaje, Abby que desde la puerta lo observaba sólo le despidió con la mano al ver que se alejaba.

Por el camino, María ya cansada de tanto caminar con la niña en brazos veía como sus otros hijos no podían más, diciendo detenerse un poco para revisar los pies de los niños, ya no sabía qué hacer, estaba a punto de llorar su desventura, cuando vio un carruaje que se acercaba, tomando valor, se paró e hizo señas al conductor para que se detuviera, sus ojos se agrandaron al ver que se trataba del buen Nicolás, quien al verlos se bajó de inmediato de carruaje para cargar a los niños y ayudar a su patrona a subir, fue entonces cuando María en silencio soltó el llanto, mientras que agradecía a Dios que los hubiesen alcanzado.

Al llegar a su casa entre María y Abby bañaron a los chiquillos, les dieron de cenar y los acostaron, la anciana no había querido preguntar a su patrona por el señor, por el contrario, la animó a ducharse para que descansara, María le hizo caso, no quería que la vieja mujer la viera preocupada por la tardanza de su marido.

En su habitación, ella se arrojó a la cama para darle rienda suelta a su desesperación, no entendía por qué Michael no había llegado por ellos, no sabía dónde buscarlo, desde la muerte de su suegro, habían quedado solos, no tenían familiares cercanos.

A tres condados de distancia, un hombre se encontraba tirado boca abajo inconsciente en medio de un charco de sangre, las manos bajo su cuerpo, se aferraban un paquete envuelto en papel periódico. Sólo la luz de la luna llena iluminaba aquella calle, a dos cuadras del lugar de donde dos horas antes había salido Michael.

Continuará...




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