Andreia se encuentra en el balcón de la gran suite, recargada en el hierro forjado del barandal y mirando hacia un lado.
Una sonrisa pícara flota en sus labios y de pronto estalla en risas y se endereza aferrando el borde con la mano enguantada, mientras niega un par de veces aún sonriente y se acomoda el fleco.
‒Oui, tout est en ordre et ma chère Maia est aussi prête (sí, todo está en orden y mi querida Maia también está lista)
Terry la observa desde la sala con una ceja muy enarcada, escuchándola hablar y reír sola. Se pregunta si acaso la Guerra Florida ya consiguió que se le zafara otro tornillo
Da dos pasos y ella parece notarlo apenas, porque se aclara la garganta y se mueve para encontrarlo antes de que llegue al dichoso balcón.
‒Mon amour! Tiempo sin verte ‒bromea alegre‒; ¿ya viste los magníficos ataques que han estado lanzando Rous y las demás? ‒Terry entrecierra los ojos y ella lo arrastra al sillón, colgada de su brazo.
‒Sí, ya los vi, todos son espectaculares, y las demás Amazonas también han estado fabulosas, atacando sin parar. Pero tú y…
‒Allez ma vie! Chronos es un tirano, tu sais… ‒Ella le muestra un puchero tan logrado, que él casi se lo cree
‒Como sea ¿traes ataque hoy o vas a seguir platicando contigo misma en el balcón?
La capitana simplemente sonríe de lado y le acaricia la mejilla con suavidad. Terry se zafa rápidamente y se aleja de ella yendo en búsqueda de Rous, o de la Capitana Moretti.
Salut beaux combattants j’espère que vous vous trouverez à merveille aujourd’hui (Hola bellas combatientes, espero que se encuentren de maravilla hoy)
Aquí traigo el capítulo 10 de esta aventurilla de nuestro detective favorito y la bella reportera Pecosa. Episodio un tanto agridulce… quejas o reclamaciones, directamente con el Detective Grandchester
Capítulo 9
EL CANTO DE LA SIRENA
Por Andreia Letellier (Ayame DV)
Capítulo 10
El perfecto rostro de rasgos aristocráticos de Terrence repentinamente se tornó lívido y su mirada se perdió en algún lugar muy lejos de donde estaban.
Candy le vio apretar tanto el móvil que temió que terminara rompiéndolo.
‒Voy para allá ‒dijo él a su padre con los dientes apretados antes de cortar la comunicación y volverse a verla, sin mirarla‒; Candy, lo siento, debo irme. Te llevo a tu casa.
Ella dio un saltito, tomada por sorpresa por el ofrecimiento teñido de mandato.
‒Claro, gracias; pero preferiría que me dejes en la redacción del periódico por favor. Queda más cerca.
Él asintió por toda respuesta.
En el camino, la rubia observó de tanto en tanto al detective y se preguntaba qué habría sucedido. Se le veía todavía pálido, con los labios en una fina línea, sujetando el volante como si de ello dependiera su vida y avanzaba por las calles acelerando como si fuera en alguna persecución de un criminal peligroso; aunque ella sospechaba que esto último, era habitual en él.
Quería preguntarle qué había sido lo que le puso en ese estado de semi histeria, a él, que era la encarnación de la seguridad y el aplomo; pero a pesar de su inmensa curiosidad, no consideró prudente importunarlo, era evidente que el británico no estaba para cuestionamientos.
Al llegar al edificio, Terry se bajó del coche y se apresuró a darle la vuelta para abrirle la puerta y ayudarla a bajar, Candy tomó su fuerte mano mientras sentía ruborizarse y le agradeció en un susurro. Él se limitó a mirarla y la acercó a la entrada, cuando se iba a despedir, uno de esos impulsos de la reportera saltó, siendo incapaz de detenerlo.
‒¡Déjame acompañarte, Terry! ‒De inmediato se cubrió la boca con la mano izquierda, muy consciente de haber hablado de más, sobre todo porque él se la quedó mirando con intensidad y de manera indescifrable‒. Perdón, yo no…
‒No. ‒Se inclinó hacia ella, interrumpiéndola, repentinamente agotado‒. No te disculpes. ‒La miró fijamente a los ojos‒. Es solo que…
‒No, por favor; ni lo digas. ‒Ella se agitó, la irresistible cercanía del potente detective la hizo entrar en calor‒. Entiendo perfectamente.
Le sonrió tímida y, como de costumbre cuando estaba nerviosa o incómoda, metió tras la oreja aquél rebelde rizo suyo mientras la respiración se le aceleraba. Sin embargo, él se incorporó despacio, como si el cuerpo le pesara una tonelada; a Candy le dolió ver eso. No sabía lo que ocurría, pero debía ser algo muy fuerte para conseguir esa reacción en Grandchester, quien dio un paso hacia atrás y volvió a asentir.
‒Te veré después, Pecosa ‒dijo, en un evidente y valiente esfuerzo por bromear que hizo que el corazón de la rubia diera un latido dolorido.
Esto la hizo decidirse, a pesar de que en algún sitio recóndito de su mente una vocecilla le decía que no era oportuno, ni prudente, y mucho menos apropiado… acalló a la molesta vocecita y se movió como si acabara de despertar, alcanzó al policía para sujetarle el cuello de la camisa y atraerlo hacia ella, y, sin darle tiempo de reaccionar siquiera, puso sus labios carnosos y pequeños sobre los delgados de él en un toque firme y cálido.
…
Terry definitivamente se quedó asombrado y con las manos en el aire, sorprendido por completo por el arrebato de la joven White. Lo cual, cabe mencionar, iba camino de convertirse en una costumbre si seguía viendo a la impredecible rubia.
La chica le agradaba, y, por supuesto, sabía perfectamente que ella se sentía bastante atraída por él; así que cual adolescente imberbe había estado jugando y burlado sus coqueteos en un intento de alejarla de sí, que no estaba muy interesado en entregarse a la incipiente atracción sin dañarla al alejarse al final, porque no tenía tiempo ni ánimos, como solía hacer por su incapacidad congénita de tener una vida normal, relaciones incluidas.
Pero esos labios dulces y jugosos que acariciaban su boca le impedían pensar mucho, en realidad no le dejaban margen a pensar y finalmente la abrazó, dejándose llevar un momento por la calidez y energía luminosa que ella emitía. Puso su mano izquierda en la cintura pequeña y le apretó la espalda con la derecha, atrayéndola más hacia su cuerpo mientras respondía al beso, probando los labios de Candy con los suyos y pasando la punta de la lengua sobre el inferior. La sintió temblar en sus brazos y él correspondió con una sonrisa sobre esa pequeña boca… Había pasado tanto tiempo desde que había besado a alguien sintiéndolo como algo más que un simple trámite de caballero antes de pasar a la “acción”, que Terry se permitió disfrutar de las sensaciones que Candy le provocaba.
La reportera entreabrió la boca para darle mejor acceso, ya le tenía el cuello rodeado por sus blancas manos y él estaba a punto de aceptar la invitación cuando su móvil volvió a sonar, urgente.
Candy dio un respingo y soltó sus labios, mirándolo con sus grandes ojos verdes como esmeraldas muy abiertos, retrocedió bruscamente, casi asustada.
‒Dios… ¡perdón! Yo…
La vio enrojecer otra vez y a él le causó ternura. Se acercó a ella para rozar de nuevo la boquita con la suya y llevarse un dulce para enfrentar el amargo momento que le esperaba.
‒Tengo que irme, te veré luego.
Y se metió en su coche, arrancando con un rugido del motor y un rechinido de llantas que dejó marcas en el pavimento.
…
Candy se quedó como una estatua justo en la puerta de entrada del NYP, tocándose los labios con los dedos y absolutamente avergonzada de su inoportuno arrebato, pero flotando entre nubes por haber probado la maravillosa boca de ese fabuloso hombre.
“No se ha alejado…”
Pensaba absorta y encantada con ello, cuando la voz de Jimmy llamándola a gritos desde adentro la despertó de su trance.
‒¡Jefa! ‒Salió corriendo hasta donde ella estaba, plantada como tonta en la acera‒ ¡Jefa! ¡Tenemos otro auto muertito!
Eso la despertó de sus ensueños de seguir entre los poderosos brazos de Terry, trayéndola bruscamente a la realidad.
‒¿Otro? ¿Quién y dónde Jimmy? ‒Candy estaba fuera de turno oficialmente, pero no iba a dejar pasar esta noticia ni aunque fuesen las 3 de la madrugada y estuviera dormida en su casa.
‒Un tal George Villers, Director Administrativo de Grandchester & Andley, Corp. ‒informó el jovencito, orgulloso de haber conseguido todos esos datos‒; le paso la dirección, jefa. Este se tiró de la azotea de un edificio de 25 pisos. De seguro quedó como estampilla el ingrato ‒parloteó el muchacho, ajeno a la conmoción de Candice, que se quedó de piedra.
¿Grandchester? Nuevamente se cubrió la boca, esta ocasión con ambas manos.
No era ninguna tonta, cualquiera que conociera un poco al detective sabría sumar dos más dos. Ahora encajaban muchas cosas, ¡el tipo era millonario! Con razón los refinados modales, ‒cuando no era un reverendo bruto arrogante de sucia boca‒, la ropa y accesorios caros y la AE Black. Pero dejando eso a un lado, lo importante ahora era que una persona muy cercana a él, a juzgar por la reacción que tuvo cuando su padre lo llamó, acababa de morir; y, si su información era correcta, era otro suicidio.
Sin pensárselo más, le sacó a Jimmy de las manos el papel donde llevaba los datos y se dio la vuelta para detener un taxi con un potente silbido.
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…
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Un par de días después del funeral de George, Terry todavía sentía como si le hubiesen metido adamantium a los huesos. Así de pesado y cansado se sentía.
Villers había sido no solamente un valioso colaborador del consorcio y un mentor para él, sino una especie de tío consentido. Le había seguido y cubierto en muchas de las travesuras que había hecho, pero también le había dado lecciones de vida y comportamiento a través del ejemplo, e incluso fue el único que lo apoyó cuando decidió entrar al cuerpo de policía; así que su muerte fue una catástrofe para todos en ambas familias, pero muy en especial para Albert Andley y para él mismo.
Por supuesto, esta vez no era él el encargado de la investigación; incluso el capitán mismo le había negado el caso, alegando que esta vez sí le afectaba directamente. Malnacido. Cuando pedía que alguien más se encargase lo mandaba a él, y, ahora, justamente cuando necesitaba hacer las cosas personalmente, el muy hijo de perra lo hacía a un lado.
Se dejó caer en el sillón de la sala, al lado de la ventana y perdió la mirada en el frondoso árbol que estaba justo frente a su piso y, por un momento, deseó volver a tener 10 años y salir a trepar por sus ramas, pasar ahí el rato simplemente sintiendo el viento soplar y llevarse sus preocupaciones.
En vez de ello, tuvo que conformarse con soltar el aire con fuerza y darse la vuelta para buscar su inseparable cigarrera de platino. Alcanzó la mesita de centro donde solía tirar sus cosas al llegar a casa y sus ojos tropezaron con la armónica que la Pecosa le había obsequiado la tarde que George se suicidó.
Carajo, era un reverendo cabrón hijo de puta, no la había llamado ni nada. La joven, a pesar de haber cubierto la nota de la nueva muerte como toda una profesional, luego se había despojado de su rostro de reportera y se había metido en su papel de amiga, acudiendo al servicio fúnebre y quedándose a su lado todo el tiempo; sin hablar ni importunar en lo más mínimo; solo acompañándole. Y él en la inopia, sumido en su propia miseria y rabia.
Después del beso que compartieron en circunstancias peculiares, no tuvo tiempo de pensar en ello y mucho menos de analizar sus reacciones y emociones; toda la situación con Villers fue demasiado trágica como para tener espacio para una introspección que implicara algo más que al desaparecido caballero. Pero ahora, un poco más tranquilo y con la esa armónica en la mano, se permitió recordar el sabor de la boca pequeña de la rubia, el tacto de sus labios y su frágil cuerpo entre sus brazos.
Inspiró con ganas. Candice White era una mujer muy diferente a las que él conocía. Curiosamente, podía presumir de contar entre sus “contactos” a chicas de todo tipo y carácter; desde las muy ricas, vacías y vanidosas del círculo de amistades de sus padres, hasta las más rudas y simples en la estación de policía. Pero Candy era distinta. Vamos, que no podía ser una delicada damisela necesitada de rescate si cubría las notas policiacas, había que tener estómago y carácter para ello, y Candy ya había demostrado que contaba con eso de sobra.
Una sonrisa traidora se instaló en sus labios. Candy le gustaba, por supuesto, aunque no era para nada una atracción salvaje del tipo “amor eterno a primera vista”, como parecía haberle sucedido a ella, la reportera le agradaba lo suficiente como para detener esa cosa entre los dos, antes de que la joven se enamorase de verdad y él terminara lastimándola; debía aclararle las cosas cuanto antes.
Maldijo su jodida personalidad arrogante por naturaleza que solía dar señales erróneas a las chicas a su alrededor. Aun así, decidió que no fumaría al menos por esa vez. Quizá luego cumpliera su palabra de aprender a tocar el instrumento que tenía en su mano.
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...
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Jolies, les recuerdo que ma chère amie le Capitaine Moretti (Gissa Graham), ha empezado a narrar este fic en su canal de YouTube, “Voces y Letras” por si son gustosas de acompañarnos también por allá
Y, como les decía, de paso escuchan los otros fics que tiene, ¡es maravillosa narrando!
Gracias por su tiempo para leer
J’espère que vous apprécierez de lire autant que moi d’écrire (Espero que disfruten leyendo, tanto como yo escribiendo)