TRAVESURA MAÑANERA
(Escrita por mí...
Inspirada en el arte de Lorelei Andrew)
Inspirada en el arte de Lorelei Andrew)
Tom Stevens, Salió de su casa de madrugada.
Su labrador de confianza ladraba con ánimo. Al principio pensó que quizá se trataba de algún roedor que lo estaba molestando, pero al ver que el fiel can no cedía en sus empeños, encendió un quinqué y bajó.
El animal continuaba ladrando, incluso cuando vio a su amo aparecer por la puerta siguió haciéndolo, al mismo tiempo que daba ligeros brinquitos entusiasmados en torno a él.
- Ya muchacho, tranquilo… No pasa nada - dijo Tom, palmeando la cabeza de su perro, que gimió agradecido lamiendo sus manos.
Lo mandó entrar a la casa, y cerró la puerta para que no hiciera más ruido.
Levantó el quinqué un poco por encima de su cabeza y se movió en derredor. No parecía que los ladridos de su perro hayan molestado a nadie.
A lo lejos, podía ver a las vacas en su ruedo, y cerca a eso, podía adivinar la silueta del guardián, dormitando con su sombrero en la cara.
Era una madrugada clara, las estrellas aun brillaban y la luna parecía una banana en el cielo; entonces, escuchó el relincho de los caballos.
Venía de la cuadra cercana, donde estaban sus caballos de uso personal.
Había un potrillo recién nacido, quizá eso causara la conmoción; mas al alzar de nuevo el quinqué, percibió movimiento.
Él, ranchero experto criado para conocer al animal que monta; escuchó nuevamente los relinchos, y entendió que algo sucedía.
Se encaminó hacia allí y, al estar más cerca, efectivamente pudo definir una sombra humana moviéndose dentro.
-¿¡Quién anda ahí!? – exclamó el alto ranchero al ingresar al recinto.
La luz del quinqué alumbró la estancia lo necesario, algunos de sus caballos relincharon molestos por la luz, y entonces logró verla.
La mujer que había irrumpido en su propiedad, lo observaba desde una esquina de la caballeriza, con los ojos muy abiertos. Tom la reconoció en seguida, la conocía muy bien…
-¡Señorita Leagan! – exclamó el hombre - ¿¡Qué está haciendo usted aquí!?
-Señor Stevens… buenas noches primeramente. Disculpe usted, no era mi intención molestar. Aun así, creo que se saluda primero ¿no?
-¡No me venga con delicadezas! – exclamó él, contrariado, colgando la lámpara de un gancho en la pared - ¡Dígame qué está haciendo en mi propiedad y de madrugada!
-Bien, me dijeron que acababa de nacer un potrillo – respondió ella, con actitud inocente – y yo nunca he visto un potrillo recién nacido. Tenía curiosidad.
-¿Y no le pareció más propio acercarse a mi casa y pedirme que le permitiera verlo, pero a una hora decente?
-¿¡Qué insinúa usted!? – exclamó ella, ofendida - ¿¡Acaso me está llamando indecente!?
-No, esas no han sido mis palabras, señorita… - se excusó él, caminando hacia ella – pero, tampoco es muy normal que, alguien como usted, de su posición, esté así sola y de madrugada, irrumpiendo en la propiedad de un hombre solo…
-¿Qué quiere que le diga? – dijo ella mirándolo desafiante – Quería ver al potrillo, eso es todo.
-¿Y le gustó lo que vio?
-Pues, en realidad, todavía no veo lo que vine a ver. – las pestañas de Eliza se batieron coquetamente.
-¿Y le gustaría que yo se lo muestre?
-Eso, sería tan amable de su parte, Sr. Stevens… - dijo ella sonriendo pícara.
-Mmm… pensándolo bien, no creo que sea buena idea… - dijo él – usted ha traspasado mi propiedad, burlando mi guardia y sin mi autorización…
-Su guardia está bien dormido – dijo ella con una sonrisa ladina – no escucharía a un tractor aunque le pasara al lado. Debería despedirlo, sabe.
-Sí, sí lo vi… - repondió él, riendo – Pe…pero, aun así, lo que ha hecho usted no es correcto. Creo que tendré que llamar a las autoridades.
-Ay no – exclamó ella, agarrándosele de un brazo cuando se retiraba – Sr. Stevens, no creo que haya necesidad de llegar a eso ¿¡Usted sabe lo que provocará si lo hace!? ¡Un escándalo, Sr. Stevens! Me pondría en la boca de todo mi círculo social, destruiría mi reputación… Usted no me haría ese daño adrede ¿verdad?
-Señorita Leagan, usted ha cometido un delito – dijo él con determinación – Alguna sanción debe imponerse.
-Bien, entonces, por favor reciba usted mis más sentidas disculpas.- dijo ella cruzando las manos detrás de su espalda, como una niña - Prometo no volverlo a hacer. ¿Está bien?
-Eso no es suficiente, señorita. Es necesario un castigo más ejemplar.
-¿Más que mis disculpas y prometerle que no vuelve a pasar?
-Sí, quiero más.
-Pero, Sr. Stevens… - murmuró ella, inocentemente – No le entiendo ¿Qué más puede usted querer de mí?
-Usted, ha sido una señorita muy malcriada… - le dijo, acercándose a ella, que lo miraba asustada – reclínese sobre ese heno, que le voy a dar unas buenas nalgadas para que se eduque.
Ella lo miró boquiabierta, y luego bajó la mirada con delicadeza, dio la vuelta se dirigió al henar. Reclinó parte del pecho sobre el henar apoyándose con los codos. Con su espalda arqueada de esa manera, sus nalgas se proyectaban hacia afuera, marcándose exageradamente bien, incluso a través de la gruesa tela de los vaqueros que llevaba.
-¿Así está bien? – preguntó, y volteó a mirarlo con una sonrisa ladina.
-Perfecto – respondió él, colocándose detrás de ella – Ahora, recibirá usted su castigo.
Eliza recibió la primera nalgada que la hizo impulsarse hacia adelante; ella cerró los ojos, y recostó su cabeza sobre sus brazos apoyados en el heno.
A la segunda, le hizo dar un ligero respingo ¡Vaya que tenía la mano pesada el hombre!
-Ay, señor Stevens ¡Qué malo es usted! – protestó suavemente ella, ante la tercera nalgada.
Tom sonrió con malicia, y soltó la cuarta nalgada, que hizo que ella ahogara una exclamación, levantando la cabeza.
La quinta nalgada resonó y ella ya se imaginó que le quedaría marcada la mano completa del hombre, en una mancha rosácea.
-¡Mierda, Tom! – exclamó ella, entre dientes, ante la sexta nalgada, que ya fue realmente importante.
-Ah ah ah… - dijo él acercándose a su oído. Ella pudo sentir la calidez de su aliento en su cuello – “Sr. Stevens” para usted; señorita malcriada. Que yo no le he dado la confianza para que me esté tuteando.
Ella soltó un ligero suspiro, al sentir, en aquella posición forzada, el abultado miembro de Tom apretarse contra sus nalgas, ya algo doloridas, que él parecía frotar apropósito.
-¿Qué pasa? ¿Le he dado muy duro, señorita? – preguntó él, apretándose más a ella, mientras le retiraba el cabello de la nuca.
-Un poco, sí… - respondió ella en un suspiro, reaccionando ante los labios del hombre que comenzaron a recorrer su cuello.
-Usted se ha portado mal, señorita, y ha aceptado el castigo. ¡Debo ser enérgico! ¿No le parece?
-¡Oh, sí señor Stevens! – respondió ella, sin evitar dejar escapar una risita.
-¡Ah, y ahora se ríe usted de mí! – exclamó él, tomándola del rostro y obligándola a mirarlo, apretando sus mejillas y haciendo que sus labios se torcieran graciosamente.
-No seas animal… - alcanzó a balbucear ella, echándole una mirada de advertencia. Él le estampó un beso.
-¡Y me insulta encima! – exclamó él, aguantando la risa, mientras la mano que aún reposaba sobre las nalgas de Eliza, comenzaba a masajearla delicadamente – Yo creo que no estoy siendo lo suficientemente enérgico con usted… es usted una chica muy, pero muy majadera.
-¿Tiene en mente algún castigo mejor? – preguntó ella, irguiéndose hacia atrás y apoyando su cabeza en el pecho del hombre. - ¿Qué me piensa hacer?
Ella le ofreció su boca entreabierta, y Tom la besó introduciendo su lengua profundamente, haciéndola gemir.
-¡Algo peor! – respondió él después del beso, moviendo sus manos y desabotonando el pantalón vaquero de ella.
-¡Oh sí, peor… peor! – gimió Eliza, cuando sintió la mano de Tom introducirse en su pantalón y buscar su entrepierna.
Eliza soltó un buen quejido, dejándose caer hacia adelante, justo en el instante en que Tom encontraba aquel botón, húmedo y erecto, y lo pulsaba con delicadeza, pero con firmeza.
-¡Señorita! – exclamó él en un susurro - ¡Estos comportamientos no son de una chica decente!
-Usted me lo pone muy difícil Sr. Stevens… - gimió ella, mordiéndose los nudillos – yo intento portarme bien pero… ¡Aaaah! No… usted… usted no me deja…
A estas alturas, Tom se frotaba enérgicamente contra las nalgas de la joven, mientras sus dedos hurgaban entre los vellos de aquel sexo húmedo; él posó una mano en la espalda de la mujer recorriéndola a través de toda la columna vertebral hasta la nuca, bajó lentamente, y comenzó a desabotonar la camisa vaquera que ella llevaba; la posición le impedía mayor celeridad, pero ella franqueó el resto de botones a la mayor brevedad, ya él solo tuvo que tirar de la camisa que se deslizó suavemente dejándola completamente expuesta ante él.
Tom recorrió la espalda de Eliza, a besos y chupetones, y al mismo tiempo su otra mano viajó hacia uno de sus pechos, masajeándolo con firmeza.
Ella tomó la mano de Tom, como enseñándole cómo le gustaba ser acariciada. Él la atrajo hacia sí, ella se incorporó con los ojos cerrados, sintiendo todo el placer que las manos de ese hombre le proporcionaban.
Echó hacia atrás uno de sus brazos, sujetándose de la cabeza de él, que mordisqueaba su cuello. Ella se mordía los labios para que sus gemidos no fueran escuchados por nadie más que el hombre que estaba con ella; pero sintiendo cerca las descargas de un primer orgasmo, Eliza se agarró con fuerza del cabello de Tom de una manera que, francamente, casi lo desnuca.
Él no protestó, sabía que era su manera de cobrarse por las nalgadas…
Ella tomó la mano que estrujaba sus senos, y la puso sobre su propia boca; para acallar los gemidos que no podía retener en su pecho.
Complacida, en aquel primer round, ella se echó hacia adelante, reposando sobre el henar. Sintió claramente que Tom la deshacía del vaquero que la cubría, y sintió luego sus manos recorrerla desde las pantorrillas hasta los muslos, besándola delicadamente, hasta llegar a sus nalgas donde, a besos, calmó el ardor de las marcas rosadas que él mismo le había provocado.
Ella sonreía disfrutando de las caricias y recuperando el aliento.
Las manos de Tom separaron los muslos y los glúteos de ella; el aroma que emanó de su feminidad rezumante llenó sus sentidos acrecentando su deseo.
Lo próximo que sintió Eliza, fue la lengua de Tom libando del néctar que brotaba de su centro; y arqueó un poco más su espalda, para facilitarle la tarea.
Luego, las manos de Tom subieron nuevamente por su cuerpo, mientras la besaba a lo largo de la espalda hasta llegar al cuello.
Pudo percibir sobre su piel desnuda, que él también se había despojado de su ropa; podía sentir el palpitar deseoso del miembro viril completamente erecto, golpeteando contra sus carnes, que sentía incendiadas de deseo.
Ella alargó una mano, y comenzó a masajear su miembro suavemente; sonrió complacida al escuchar el ronco gemido del hombre que se aferró con ambas manos a sus pechos.
-Ay ay señorita… - susurró él en su oído - ¡Qué malcriada resultó…!
-¡Ya cállate y cógeme de una vez!
Ante tan firme orden, Tom no esperó repetición. Guió su miembro directamente hacia la húmeda cavidad que lo esperaba deseosa, mientras Eliza solamente esperaba sentirlo entrar en ella, remordiéndose los dedos de deseo.
Tom la penetró, suave, pero firmemente.
Ante tal oleada de placer tan esperado, ella soltó un quejido, incorporándose.
Mientras Tom la embestía, ella se volteó para poder verlo por encima de su hombro; sus miradas se encontraron, deseosas, candentes, húmedas; la boca de Tom atrapó la de Eliza en un beso salvaje, más parecido a un mordisco. La tomó del cabello y tiró suavemente de el, exponiendo el tierno cuello, y luego la empujó hasta tenerla totalmente recostada sobre el henar, sujetándola por hombros mientras la penetraba, fuerte y profundo.
Tom retiró su miembro suavemente y la volteó de frente a sí; su boca recorrió el cuello y el pecho de Eliza, atrapando sus pezones y saboreándolos con delicia.
-¡Auch! – dijo ella, cuando él la tomó de las nalgas para acomodársela sobre la cadera.
-¿Qué pasó?
- Que me duelen las nalgas por tus manotones ¡bruto!- Le dijo ella, dándole un tirón de pelo.
- Oh, mi amor… cuánto lo siento. – dijo él, justo en el momento en que la penetraba otra vez.
Ella se colgó de su cuello, y enredó sus piernas a su cintura; sintiendo una a una las formidables embestidas que la llevaban poco a poco a alcanzar una vez más la gloria entre los brazos fuertes de Tom quien, al sentir las uñas de Eliza en su espalda, y las contracciones de su vientre; sonrió feliz, de saber que una vez más satisfacía a su mujer como a ella le gustaba.
La recostó suavemente sobre el henar, y mientras seguía suspirando por las oleadas de su orgasmo; él colocaba las piernas de ella sobre sus hombros y continuaba su labor; embistiendo cada vez más rápido, hasta venirse total y abundantemente en su interior.
Con un gemido ronco Tom alcanzó el clímax, derramándose dentro de Eliza, y estando aún unidas sus carnes, se dejó caer sobre ella que lo recibió sobre su pecho, acunándolo entre sus brazos y aprisionándolo entre sus piernas, mientras ambos seguían disfrutando un poco más de las maravillosas convulsiones de su pequeña aventura.
- Mi amor…- susurró Eliza luego de unos instantes en que abrió sus ojos y miró hacia el cielo – está amaneciendo; ya casi está claro.
- Vístase, señorita Leagan…- dijo él aún ronco – el castigo ha terminado.
Ella soltó una risita y tomó el rostro de Tom entre sus manos, besándolo apasionada y tiernamente.
Cuando salieron de la caballeriza, ya comenzaba a salir el sol.
Justo venía llegando el primero de los trabajadores de la hacienda Stevens, que bajándose de su carruaje vio salir a la feliz pareja. Eliza y Tom se miraron cómplices, imaginando qué hubiera pasado si se tardaban un poquito más.
- ¡Buenos días, patrón! ¡Patrona! – saludó el hombre a la pareja.
- ¡Buen día, Luis! – respondieron ambos.
- ¡Pero madrugó la patrona! – exclamó el hombre, sonriendo - ¿Algún problema con el potrillo recién nacido, misia?
- No Luis, todo en orden. – respondió ella.
- Sigue a la casa, yo me quedo con Luis. Hay que comenzar a trabajar – le dijo Tom, y le dio un beso a su mujer que ella recibió sonriendo feliz, antes de dirigirse a su hogar.
Ahí le recibió el perro que comenzó a dar brinquitos en torno a ella.
- ¡Samy! – dijo ella, acariciándolo - ¡Hay que ver lo escandaloso que eres, eh!
- ¡Buenos días, señora Eliza! – le saludó el ama de llaves, que venía a ella con una taza en una charola.
- ¡Sra. Woods! - exclamó ella, sorprendida de verle ya a esa hora- ¡Ha llegado usted temprano hoy! No se han despertado los niños ¿verdad?
- Todavía no señora, pero no demoran. Ya comencé a hacer el desayuno… ¿Café?
Eliza tomó la taza, agradeciendo, y se fue a mirar por la ventana. Mientras bebía su café, veía como poco a poco, pero, rápidamente, la hacienda se iba llenando de los trabajadores que llegaban puntuales; y a su marido Tom, en medio de todos ellos, comenzando a dar órdenes para comenzar las labores del día.
Al parecer se habían desocupado de su travesura apenas a tiempo. El juego tendría que ser menos largo la próxima vez…
- ¡Buenos días señora Eliza! – saludaron las dos muchachas que llegaban a hacer la limpieza, y ella les respondió, sin dejar de mirar por la ventana, pero alcanzando a percibir que algo cuchicheaban entre risitas mientras se retiraban.
- Señora Eliza… una cosita…- su ama de llaves se le acercaba en actitud de secreto.
- ¿Qué pasa Sra. Woods?
- Es que, señora… ¡Tiene heno por todo el cabello! – le susurró la mujer con los ojos muy abiertos haciéndole señas de que se sacudiera, antes de correr a sus labores en la cocina.
Eliza se pasó la mano por el pelo ¡Tenía heno enredado entre los bucles!
Soltó una sonora carcajada, sabiendo que las muchachas y su ama de llaves no deben haber sido las únicas en notar las evidencias de su pequeña travesura mañanera.
Tomó asiento cerca de la ventana, y procedió a acomodarse poco a poco el cabello, sonriendo entre divertida y apenada, justo cuando sus dos pequeños pelirrojos bajaban corriendo la escalera.
Su labrador de confianza ladraba con ánimo. Al principio pensó que quizá se trataba de algún roedor que lo estaba molestando, pero al ver que el fiel can no cedía en sus empeños, encendió un quinqué y bajó.
El animal continuaba ladrando, incluso cuando vio a su amo aparecer por la puerta siguió haciéndolo, al mismo tiempo que daba ligeros brinquitos entusiasmados en torno a él.
- Ya muchacho, tranquilo… No pasa nada - dijo Tom, palmeando la cabeza de su perro, que gimió agradecido lamiendo sus manos.
Lo mandó entrar a la casa, y cerró la puerta para que no hiciera más ruido.
Levantó el quinqué un poco por encima de su cabeza y se movió en derredor. No parecía que los ladridos de su perro hayan molestado a nadie.
A lo lejos, podía ver a las vacas en su ruedo, y cerca a eso, podía adivinar la silueta del guardián, dormitando con su sombrero en la cara.
Era una madrugada clara, las estrellas aun brillaban y la luna parecía una banana en el cielo; entonces, escuchó el relincho de los caballos.
Venía de la cuadra cercana, donde estaban sus caballos de uso personal.
Había un potrillo recién nacido, quizá eso causara la conmoción; mas al alzar de nuevo el quinqué, percibió movimiento.
Él, ranchero experto criado para conocer al animal que monta; escuchó nuevamente los relinchos, y entendió que algo sucedía.
Se encaminó hacia allí y, al estar más cerca, efectivamente pudo definir una sombra humana moviéndose dentro.
-¿¡Quién anda ahí!? – exclamó el alto ranchero al ingresar al recinto.
La luz del quinqué alumbró la estancia lo necesario, algunos de sus caballos relincharon molestos por la luz, y entonces logró verla.
La mujer que había irrumpido en su propiedad, lo observaba desde una esquina de la caballeriza, con los ojos muy abiertos. Tom la reconoció en seguida, la conocía muy bien…
-¡Señorita Leagan! – exclamó el hombre - ¿¡Qué está haciendo usted aquí!?
-Señor Stevens… buenas noches primeramente. Disculpe usted, no era mi intención molestar. Aun así, creo que se saluda primero ¿no?
-¡No me venga con delicadezas! – exclamó él, contrariado, colgando la lámpara de un gancho en la pared - ¡Dígame qué está haciendo en mi propiedad y de madrugada!
-Bien, me dijeron que acababa de nacer un potrillo – respondió ella, con actitud inocente – y yo nunca he visto un potrillo recién nacido. Tenía curiosidad.
-¿Y no le pareció más propio acercarse a mi casa y pedirme que le permitiera verlo, pero a una hora decente?
-¿¡Qué insinúa usted!? – exclamó ella, ofendida - ¿¡Acaso me está llamando indecente!?
-No, esas no han sido mis palabras, señorita… - se excusó él, caminando hacia ella – pero, tampoco es muy normal que, alguien como usted, de su posición, esté así sola y de madrugada, irrumpiendo en la propiedad de un hombre solo…
-¿Qué quiere que le diga? – dijo ella mirándolo desafiante – Quería ver al potrillo, eso es todo.
-¿Y le gustó lo que vio?
-Pues, en realidad, todavía no veo lo que vine a ver. – las pestañas de Eliza se batieron coquetamente.
-¿Y le gustaría que yo se lo muestre?
-Eso, sería tan amable de su parte, Sr. Stevens… - dijo ella sonriendo pícara.
-Mmm… pensándolo bien, no creo que sea buena idea… - dijo él – usted ha traspasado mi propiedad, burlando mi guardia y sin mi autorización…
-Su guardia está bien dormido – dijo ella con una sonrisa ladina – no escucharía a un tractor aunque le pasara al lado. Debería despedirlo, sabe.
-Sí, sí lo vi… - repondió él, riendo – Pe…pero, aun así, lo que ha hecho usted no es correcto. Creo que tendré que llamar a las autoridades.
-Ay no – exclamó ella, agarrándosele de un brazo cuando se retiraba – Sr. Stevens, no creo que haya necesidad de llegar a eso ¿¡Usted sabe lo que provocará si lo hace!? ¡Un escándalo, Sr. Stevens! Me pondría en la boca de todo mi círculo social, destruiría mi reputación… Usted no me haría ese daño adrede ¿verdad?
-Señorita Leagan, usted ha cometido un delito – dijo él con determinación – Alguna sanción debe imponerse.
-Bien, entonces, por favor reciba usted mis más sentidas disculpas.- dijo ella cruzando las manos detrás de su espalda, como una niña - Prometo no volverlo a hacer. ¿Está bien?
-Eso no es suficiente, señorita. Es necesario un castigo más ejemplar.
-¿Más que mis disculpas y prometerle que no vuelve a pasar?
-Sí, quiero más.
-Pero, Sr. Stevens… - murmuró ella, inocentemente – No le entiendo ¿Qué más puede usted querer de mí?
-Usted, ha sido una señorita muy malcriada… - le dijo, acercándose a ella, que lo miraba asustada – reclínese sobre ese heno, que le voy a dar unas buenas nalgadas para que se eduque.
Ella lo miró boquiabierta, y luego bajó la mirada con delicadeza, dio la vuelta se dirigió al henar. Reclinó parte del pecho sobre el henar apoyándose con los codos. Con su espalda arqueada de esa manera, sus nalgas se proyectaban hacia afuera, marcándose exageradamente bien, incluso a través de la gruesa tela de los vaqueros que llevaba.
-¿Así está bien? – preguntó, y volteó a mirarlo con una sonrisa ladina.
-Perfecto – respondió él, colocándose detrás de ella – Ahora, recibirá usted su castigo.
Eliza recibió la primera nalgada que la hizo impulsarse hacia adelante; ella cerró los ojos, y recostó su cabeza sobre sus brazos apoyados en el heno.
A la segunda, le hizo dar un ligero respingo ¡Vaya que tenía la mano pesada el hombre!
-Ay, señor Stevens ¡Qué malo es usted! – protestó suavemente ella, ante la tercera nalgada.
Tom sonrió con malicia, y soltó la cuarta nalgada, que hizo que ella ahogara una exclamación, levantando la cabeza.
La quinta nalgada resonó y ella ya se imaginó que le quedaría marcada la mano completa del hombre, en una mancha rosácea.
-¡Mierda, Tom! – exclamó ella, entre dientes, ante la sexta nalgada, que ya fue realmente importante.
-Ah ah ah… - dijo él acercándose a su oído. Ella pudo sentir la calidez de su aliento en su cuello – “Sr. Stevens” para usted; señorita malcriada. Que yo no le he dado la confianza para que me esté tuteando.
Ella soltó un ligero suspiro, al sentir, en aquella posición forzada, el abultado miembro de Tom apretarse contra sus nalgas, ya algo doloridas, que él parecía frotar apropósito.
-¿Qué pasa? ¿Le he dado muy duro, señorita? – preguntó él, apretándose más a ella, mientras le retiraba el cabello de la nuca.
-Un poco, sí… - respondió ella en un suspiro, reaccionando ante los labios del hombre que comenzaron a recorrer su cuello.
-Usted se ha portado mal, señorita, y ha aceptado el castigo. ¡Debo ser enérgico! ¿No le parece?
-¡Oh, sí señor Stevens! – respondió ella, sin evitar dejar escapar una risita.
-¡Ah, y ahora se ríe usted de mí! – exclamó él, tomándola del rostro y obligándola a mirarlo, apretando sus mejillas y haciendo que sus labios se torcieran graciosamente.
-No seas animal… - alcanzó a balbucear ella, echándole una mirada de advertencia. Él le estampó un beso.
-¡Y me insulta encima! – exclamó él, aguantando la risa, mientras la mano que aún reposaba sobre las nalgas de Eliza, comenzaba a masajearla delicadamente – Yo creo que no estoy siendo lo suficientemente enérgico con usted… es usted una chica muy, pero muy majadera.
-¿Tiene en mente algún castigo mejor? – preguntó ella, irguiéndose hacia atrás y apoyando su cabeza en el pecho del hombre. - ¿Qué me piensa hacer?
Ella le ofreció su boca entreabierta, y Tom la besó introduciendo su lengua profundamente, haciéndola gemir.
-¡Algo peor! – respondió él después del beso, moviendo sus manos y desabotonando el pantalón vaquero de ella.
-¡Oh sí, peor… peor! – gimió Eliza, cuando sintió la mano de Tom introducirse en su pantalón y buscar su entrepierna.
Eliza soltó un buen quejido, dejándose caer hacia adelante, justo en el instante en que Tom encontraba aquel botón, húmedo y erecto, y lo pulsaba con delicadeza, pero con firmeza.
-¡Señorita! – exclamó él en un susurro - ¡Estos comportamientos no son de una chica decente!
-Usted me lo pone muy difícil Sr. Stevens… - gimió ella, mordiéndose los nudillos – yo intento portarme bien pero… ¡Aaaah! No… usted… usted no me deja…
A estas alturas, Tom se frotaba enérgicamente contra las nalgas de la joven, mientras sus dedos hurgaban entre los vellos de aquel sexo húmedo; él posó una mano en la espalda de la mujer recorriéndola a través de toda la columna vertebral hasta la nuca, bajó lentamente, y comenzó a desabotonar la camisa vaquera que ella llevaba; la posición le impedía mayor celeridad, pero ella franqueó el resto de botones a la mayor brevedad, ya él solo tuvo que tirar de la camisa que se deslizó suavemente dejándola completamente expuesta ante él.
Tom recorrió la espalda de Eliza, a besos y chupetones, y al mismo tiempo su otra mano viajó hacia uno de sus pechos, masajeándolo con firmeza.
Ella tomó la mano de Tom, como enseñándole cómo le gustaba ser acariciada. Él la atrajo hacia sí, ella se incorporó con los ojos cerrados, sintiendo todo el placer que las manos de ese hombre le proporcionaban.
Echó hacia atrás uno de sus brazos, sujetándose de la cabeza de él, que mordisqueaba su cuello. Ella se mordía los labios para que sus gemidos no fueran escuchados por nadie más que el hombre que estaba con ella; pero sintiendo cerca las descargas de un primer orgasmo, Eliza se agarró con fuerza del cabello de Tom de una manera que, francamente, casi lo desnuca.
Él no protestó, sabía que era su manera de cobrarse por las nalgadas…
Ella tomó la mano que estrujaba sus senos, y la puso sobre su propia boca; para acallar los gemidos que no podía retener en su pecho.
Complacida, en aquel primer round, ella se echó hacia adelante, reposando sobre el henar. Sintió claramente que Tom la deshacía del vaquero que la cubría, y sintió luego sus manos recorrerla desde las pantorrillas hasta los muslos, besándola delicadamente, hasta llegar a sus nalgas donde, a besos, calmó el ardor de las marcas rosadas que él mismo le había provocado.
Ella sonreía disfrutando de las caricias y recuperando el aliento.
Las manos de Tom separaron los muslos y los glúteos de ella; el aroma que emanó de su feminidad rezumante llenó sus sentidos acrecentando su deseo.
Lo próximo que sintió Eliza, fue la lengua de Tom libando del néctar que brotaba de su centro; y arqueó un poco más su espalda, para facilitarle la tarea.
Luego, las manos de Tom subieron nuevamente por su cuerpo, mientras la besaba a lo largo de la espalda hasta llegar al cuello.
Pudo percibir sobre su piel desnuda, que él también se había despojado de su ropa; podía sentir el palpitar deseoso del miembro viril completamente erecto, golpeteando contra sus carnes, que sentía incendiadas de deseo.
Ella alargó una mano, y comenzó a masajear su miembro suavemente; sonrió complacida al escuchar el ronco gemido del hombre que se aferró con ambas manos a sus pechos.
-Ay ay señorita… - susurró él en su oído - ¡Qué malcriada resultó…!
-¡Ya cállate y cógeme de una vez!
Ante tan firme orden, Tom no esperó repetición. Guió su miembro directamente hacia la húmeda cavidad que lo esperaba deseosa, mientras Eliza solamente esperaba sentirlo entrar en ella, remordiéndose los dedos de deseo.
Tom la penetró, suave, pero firmemente.
Ante tal oleada de placer tan esperado, ella soltó un quejido, incorporándose.
Mientras Tom la embestía, ella se volteó para poder verlo por encima de su hombro; sus miradas se encontraron, deseosas, candentes, húmedas; la boca de Tom atrapó la de Eliza en un beso salvaje, más parecido a un mordisco. La tomó del cabello y tiró suavemente de el, exponiendo el tierno cuello, y luego la empujó hasta tenerla totalmente recostada sobre el henar, sujetándola por hombros mientras la penetraba, fuerte y profundo.
Tom retiró su miembro suavemente y la volteó de frente a sí; su boca recorrió el cuello y el pecho de Eliza, atrapando sus pezones y saboreándolos con delicia.
-¡Auch! – dijo ella, cuando él la tomó de las nalgas para acomodársela sobre la cadera.
-¿Qué pasó?
- Que me duelen las nalgas por tus manotones ¡bruto!- Le dijo ella, dándole un tirón de pelo.
- Oh, mi amor… cuánto lo siento. – dijo él, justo en el momento en que la penetraba otra vez.
Ella se colgó de su cuello, y enredó sus piernas a su cintura; sintiendo una a una las formidables embestidas que la llevaban poco a poco a alcanzar una vez más la gloria entre los brazos fuertes de Tom quien, al sentir las uñas de Eliza en su espalda, y las contracciones de su vientre; sonrió feliz, de saber que una vez más satisfacía a su mujer como a ella le gustaba.
La recostó suavemente sobre el henar, y mientras seguía suspirando por las oleadas de su orgasmo; él colocaba las piernas de ella sobre sus hombros y continuaba su labor; embistiendo cada vez más rápido, hasta venirse total y abundantemente en su interior.
Con un gemido ronco Tom alcanzó el clímax, derramándose dentro de Eliza, y estando aún unidas sus carnes, se dejó caer sobre ella que lo recibió sobre su pecho, acunándolo entre sus brazos y aprisionándolo entre sus piernas, mientras ambos seguían disfrutando un poco más de las maravillosas convulsiones de su pequeña aventura.
- Mi amor…- susurró Eliza luego de unos instantes en que abrió sus ojos y miró hacia el cielo – está amaneciendo; ya casi está claro.
- Vístase, señorita Leagan…- dijo él aún ronco – el castigo ha terminado.
Ella soltó una risita y tomó el rostro de Tom entre sus manos, besándolo apasionada y tiernamente.
Cuando salieron de la caballeriza, ya comenzaba a salir el sol.
Justo venía llegando el primero de los trabajadores de la hacienda Stevens, que bajándose de su carruaje vio salir a la feliz pareja. Eliza y Tom se miraron cómplices, imaginando qué hubiera pasado si se tardaban un poquito más.
- ¡Buenos días, patrón! ¡Patrona! – saludó el hombre a la pareja.
- ¡Buen día, Luis! – respondieron ambos.
- ¡Pero madrugó la patrona! – exclamó el hombre, sonriendo - ¿Algún problema con el potrillo recién nacido, misia?
- No Luis, todo en orden. – respondió ella.
- Sigue a la casa, yo me quedo con Luis. Hay que comenzar a trabajar – le dijo Tom, y le dio un beso a su mujer que ella recibió sonriendo feliz, antes de dirigirse a su hogar.
Ahí le recibió el perro que comenzó a dar brinquitos en torno a ella.
- ¡Samy! – dijo ella, acariciándolo - ¡Hay que ver lo escandaloso que eres, eh!
- ¡Buenos días, señora Eliza! – le saludó el ama de llaves, que venía a ella con una taza en una charola.
- ¡Sra. Woods! - exclamó ella, sorprendida de verle ya a esa hora- ¡Ha llegado usted temprano hoy! No se han despertado los niños ¿verdad?
- Todavía no señora, pero no demoran. Ya comencé a hacer el desayuno… ¿Café?
Eliza tomó la taza, agradeciendo, y se fue a mirar por la ventana. Mientras bebía su café, veía como poco a poco, pero, rápidamente, la hacienda se iba llenando de los trabajadores que llegaban puntuales; y a su marido Tom, en medio de todos ellos, comenzando a dar órdenes para comenzar las labores del día.
Al parecer se habían desocupado de su travesura apenas a tiempo. El juego tendría que ser menos largo la próxima vez…
- ¡Buenos días señora Eliza! – saludaron las dos muchachas que llegaban a hacer la limpieza, y ella les respondió, sin dejar de mirar por la ventana, pero alcanzando a percibir que algo cuchicheaban entre risitas mientras se retiraban.
- Señora Eliza… una cosita…- su ama de llaves se le acercaba en actitud de secreto.
- ¿Qué pasa Sra. Woods?
- Es que, señora… ¡Tiene heno por todo el cabello! – le susurró la mujer con los ojos muy abiertos haciéndole señas de que se sacudiera, antes de correr a sus labores en la cocina.
Eliza se pasó la mano por el pelo ¡Tenía heno enredado entre los bucles!
Soltó una sonora carcajada, sabiendo que las muchachas y su ama de llaves no deben haber sido las únicas en notar las evidencias de su pequeña travesura mañanera.
Tomó asiento cerca de la ventana, y procedió a acomodarse poco a poco el cabello, sonriendo entre divertida y apenada, justo cuando sus dos pequeños pelirrojos bajaban corriendo la escalera.
ESTE FANART PERTENECE A LORELEI ANDREW
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(RECUERDEN: NO SE TOMA, NO SE LLEVA, NO SE RECORTA, NO SE ALTERA.
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Última edición por Wendolyn Leagan el Lun Mayo 04, 2020 4:11 pm, editado 1 vez