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CUATRO SEGUNDOS
SONGFIC WARNING
DE INCUBUS
POR YURIKO YOKINAWA
SONGFIC WARNING
DE INCUBUS
POR YURIKO YOKINAWA
Cuando ella despertó en una mañana de abril supo que su vida había pasado. Su recámara no era la misma, las sábanas de seda habían cambiado por unas blancas de algodón, la cama ya no era una queen sino una triste base individual, el cual, tenía una colchoneta gastada por el paso del tiempo. Sus blancas paredes de dos metros por cuatro estaban tapizadas por recortes de un reconocido actor shakesperiano de los años veinte, cada vez que se levantaba se sentaba a mirar fijamente las imágenes, en algunas ocasiones fruncía el ceño cómo si recordara algún acontecimiento con el actor, luego, como todos los días y me manera puntual, a las diez de la mañana con veintitrés minutos y cincuenta y seis segundos, la adolescente sufría alguna especie de catarsis, el cual, duraba solo cuatro segundos.
El padre de la joven había heredado una vieja residencia en Lakewood. Con sus ahorros decidieron vivir ahí para no seguir pagando rentas o estarse mudando cada vez que el casero incrementaba el pago de esta de forma excedente. La familia Leagan se consideraba ser de clase media, no vivía en los lujos y nada les faltaba a los dos hijos adolescentes que se llevaban casi un año de diferencia. Ambos trabajaban en una empresa con turnos diferidos, por lo tanto, no tenían la necesidad de pagar una niñera porque sus hijos estaban grandes y rara vez se quedaban solos en la noche, cuando era así, y tenían que salir de fiesta, los señores Leagan les daban hora definida para llegar a casa. Ahora que vivirían lejos de la ciudad y tendrían casa propia, decidieron comprar un vehículo de medio uso para que los chicos pudieran trasladarse sin problema alguno a la escuela o dónde tuvieran que ir. Era una familia unida en lo que cabe, siempre estaban comunicados y tenían puesto el GPS para saber la ubicación de cada uno. A veces, Elisa solía ser algo caprichosa y, en ocasiones, intolerable, pero nada de eso era motivo para que pudiera indicar el comportamiento actual que tenía.
Cuando visitaron por vez primera la mansión Leagan quedaron maravillados, a pesar de vivir en Illinois nunca lo habían visitado, ni siquiera tenían conocimiento que un pariente demasiado lejano les fuera a dejar un hogar con mucha historia, el cual, en sus momentos de gloria y bonanza sus habitantes debieron ser parte de la crema y nata de la sociedad.
La construcción era llamada Prairie Houses, y, según el notario que los acompañaba, les explicaba que había sido erigida en 1902 bajo las órdenes de la señora Elroy Emilia Andrew. Después de casi siete meses de obra, diseño, decoración y personal de servicio fue entregado cómo regalo de boda para su hijastra Sarah Miller.
Recorrieron cada rincón de la casa, así como sus amplios jardines. Ya no poseía las hectáreas de terreno ni las caballerizas que originalmente era parte de la mansión. Con el paso de los años se fue vendiendo y poco a poco se fue perdiendo el bosque que le daba vida y elegancia al lugar, ahora, tenían algunos vecinos a metros de distancia con sus respectivas vidas.
Los Leagan no dijeron ni preguntaron más, Dennis firmó una serie de documentos que lo acreditaba como el nuevo propietario más una pequeña fortuna que le serviría para la remodelación del lugar y con el ahorro de los dos, reacondicionarían con muebles nuevos y colores que le diera luz y alegría a su nueva morada. Con escrituras y llaves en mano, cada uno fueron a elegir su habitación correspondiente, a los padres, por derecho les correspondía la habitación principal, mientras, los hermanos jugaban a piedra, papel o tijera para ver quien ganaba la habitación del fondo. Elisa bailaba su victoria, despidió a su hermano y buscando una posición idónea para poder imaginar qué muebles quitar y poner se quedó un buen rato hasta que quedó satisfecha con lo que sería su recámara. Le dio la lista a su madre para continuar luego observando la generación de pinturas familiares de los antiguos propietarios que colgaban en las paredes del pasillo del tercer piso. Solo hacía falta el de ellos, le pediría a su madre que no los moviera del lugar y que en cuanto estuvieran instalados mandaran hacer la suya para que no se perdiera la tradición.
Cuatro meses después se mudaban a su nuevo hogar con la satisfacción de que al fin tenían una casa propia, era más de lo que habían soñado, era un patrimonio heredado de generación en generación y ellos se encargarían de que así continuara. Los colores frescos con los que habían pintado la mansión le quitaban lo sombría que era, mandaron a reparar o remodelar algunos muebles, otros, simplemente, los tiraron, compraron aparatos electrónicos modernos para la cocina, sala y recámaras. El despacho se quedó tal cual, su amplia biblioteca conservaba libros de la época y actual, eso significaba que sus antiguos habitantes eran amantes de la lectura. Solo le dieron una manita de gato para que no se perdiera el estilo e imponencia lo que en su momento fue.
No tardaron en acomodarse y adaptarse a su nuevo estilo de vida. Entre todos colaboraban con las actividades de la casa y solo dos veces por semana asistía un matrimonio a apoyarlos con los quehaceres más pesados, eso incluía la jardinería, el cual, la señora Leagan quería regresarle la belleza de su pasado, así, que, convencida de que podría lograrlo comenzó con su titánica tarea, poco a poco reconstruiría lo más idéntico posible ese espacio que en un futuro le daría paz y tranquilidad en sus días más agobiantes o para cuando decidiera hacer una fiesta con la familia y amistades más cercanas. Elisa y Neal no quisieron ser parte del proyecto, prefirieron apoyar en algunos acabados y limpieza en el interior de la vivienda.
Los Nuevos dueños habían mandado hacer cambios en la casa de manera externa e interna, pero, no lo hicieron en lo que era el ático, no querían mover nada de ahí para que los trabajadores que en ese momento laboraba no pudieran llevarse algo que no les perteneciera. Es ahí en dónde los jóvenes se dispusieron a limpiar. Las esquinas de las paredes tenían una capa delgada de telarañas. Las cajas y baúles semi empolvados estaban ordenadas por fecha, año y contenido que pacientemente descansaban sobre amplios anaqueles para ser revisados. Neal se dirigió a los ventanales para abrir las oscuras cortinas. Los rayos de luz atravesaron los cristales dándole luminosidad a la estancia mientras su hermana pasaba un trapo húmedo a las cajas para no levantar polvo.
Se llevaron un par de días limpiando, había diversidad de documentos, objetos, juguetes, diarios, pertenencias insignificantes que quizá en los antiguos dueños tenía algún tipo de valor sentimental y álbumes de fotografías. Todo bien ordenado y clasificado. Podían ver el esplendor de la propiedad al igual de otras que les pertenecieron, también, el poderío económico y social que imperaba en la sociedad de aquel tiempo. Hicieron un viaje del pasado al presente y observaron que luego de la crisis de 1929 y el final de la Segunda Guerra Mundial Los Leagan habían perdido estatus social, solvencia y liquidez en las inversiones para luego declararse en quiebra, siendo así que paulatinamente fueron vendiendo hasta quedarse con la mansión de Lakewood y sus jardines.
Se suponía que era una historia familiar en el cual todos desconocían, Dennis nunca mostró interés alguno por saber de sus antecesores, él solo vivía el presente y nunca cuestionó las razones por las cuales la familia era muy pequeña y así cómo creció, así tuvo a su familia nuclear, solo visitaban a sus padres, hermanos, suegros, cuñados y amigos cercanos. Prefería y le gustaba su espacio, pero, ahora con la nueva propiedad y con el poder de convencimiento de su esposa realizarían una pequeña fiesta, total, los invitados serían contados y las habitaciones serían las suficientes para que cada grupo pudiera dormir a gusto. Se concretaría hasta que el jardín estuviera terminado y los chicos de vacaciones. Todo sería solventado con la venta de algunas reliquias que no ocuparían, y de algunos libros de primera edición. Los documentos, fotografías y ropa de la época serían donado a la biblioteca y museo de la ciudad. No tenía caso tener algo el cual no les causaba algún sentimiento o lazo fraternal. Elisa convenció a sus padres de no deshacerse de las pinturas que orgullosamente posaban en el tercer piso ni del diario y de algunas fotografías de la que fue su tocaya en los años veinte.
Por una inexplicable razón se sentía atraída por ese personaje desde que la vio por vez primera. Su mirada penetrante, orgullosa e indomable y su soberbia sonrisa junto a la de su hermano le daba la impresión de que algo quería decirle y ella quería saber quién había sido. En sus ratos libres leería sobre Elisa Leagan y de quiénes fueron parte de su vida. De mientras, la joven seguiría con lo suyo: Escuela, estudiar, fiesta, socializar, deporte y pensar en la universidad de su agrado.
Elisa era una adolescente alegre, entusiasta, divertida, algo vanidosa cómo toda chica de su edad, responsable, estudiosa pero no de las mataditas, pero, desde que se habían cambiado de residencia las cosas habían cambiado muy lentamente y, con el paso del tiempo ya no era ella…
Todo había comenzado desde que habitaron la casa luego de las remodelaciones. Nadie podía pensar que sucedían cosas extrañas porque no eran perceptibles, ni siquiera del creciente interés por querer conservar algunos objetos de la antigua heredera de la primera familia que vivió en ese lugar. Comenzó a leer su diario. Concluyó que era una persona egoísta y demasiado banal, pero que nunca fue feliz porque su sirvienta y luego hija adoptiva de su familia política se interponía en su camino y le arrebataba lo que más quería o amaba, sobre todo, esto último. Sus vanos intentos por ser la atención de los demás había fracasado, siempre estaba ella, hasta que tomó la decisión de quitarla de su camino. El diario concluía con asistir a una boda. Vestida de negro, enguantada y sombrero de viuda negra guardó en su pequeño bolso un arma para poder ajustar cuentas.
Elisa sintió miedo y lástima por aquella mujer que se enfocó en sus caprichos. Era una pena que no viera más allá de sus narices, dejó que su vida le pasara por encima. Eso lo dijo en un susurro con un gesto de negación. Una ráfaga de viento entró por la ventana haciendo caer del álbum una fotografía de un chico atractivo con mucho porte. Volteó la imagen. Terence G. Granchester. Se preguntaba si ese joven era el amor imposible de su tocaya. La curiosidad le ganó, tomó su computadora y en el buscador puso el nombre del actor. Había mucha información sobre su trabajo actoral, pero era escaza la que hablara de su vida personal. Entonces, empezó a atar cabos, Candy, Terry y Elisa, él era la manzana de la discordia, pero también era hacerse justicia por algo que no le debían. Le invadió aún más la curiosidad y decidió investigar qué había pasado en la iglesia y qué mejor lugar que la hemeroteca de la ciudad.
El padre de la joven había heredado una vieja residencia en Lakewood. Con sus ahorros decidieron vivir ahí para no seguir pagando rentas o estarse mudando cada vez que el casero incrementaba el pago de esta de forma excedente. La familia Leagan se consideraba ser de clase media, no vivía en los lujos y nada les faltaba a los dos hijos adolescentes que se llevaban casi un año de diferencia. Ambos trabajaban en una empresa con turnos diferidos, por lo tanto, no tenían la necesidad de pagar una niñera porque sus hijos estaban grandes y rara vez se quedaban solos en la noche, cuando era así, y tenían que salir de fiesta, los señores Leagan les daban hora definida para llegar a casa. Ahora que vivirían lejos de la ciudad y tendrían casa propia, decidieron comprar un vehículo de medio uso para que los chicos pudieran trasladarse sin problema alguno a la escuela o dónde tuvieran que ir. Era una familia unida en lo que cabe, siempre estaban comunicados y tenían puesto el GPS para saber la ubicación de cada uno. A veces, Elisa solía ser algo caprichosa y, en ocasiones, intolerable, pero nada de eso era motivo para que pudiera indicar el comportamiento actual que tenía.
Cuando visitaron por vez primera la mansión Leagan quedaron maravillados, a pesar de vivir en Illinois nunca lo habían visitado, ni siquiera tenían conocimiento que un pariente demasiado lejano les fuera a dejar un hogar con mucha historia, el cual, en sus momentos de gloria y bonanza sus habitantes debieron ser parte de la crema y nata de la sociedad.
La construcción era llamada Prairie Houses, y, según el notario que los acompañaba, les explicaba que había sido erigida en 1902 bajo las órdenes de la señora Elroy Emilia Andrew. Después de casi siete meses de obra, diseño, decoración y personal de servicio fue entregado cómo regalo de boda para su hijastra Sarah Miller.
Recorrieron cada rincón de la casa, así como sus amplios jardines. Ya no poseía las hectáreas de terreno ni las caballerizas que originalmente era parte de la mansión. Con el paso de los años se fue vendiendo y poco a poco se fue perdiendo el bosque que le daba vida y elegancia al lugar, ahora, tenían algunos vecinos a metros de distancia con sus respectivas vidas.
Los Leagan no dijeron ni preguntaron más, Dennis firmó una serie de documentos que lo acreditaba como el nuevo propietario más una pequeña fortuna que le serviría para la remodelación del lugar y con el ahorro de los dos, reacondicionarían con muebles nuevos y colores que le diera luz y alegría a su nueva morada. Con escrituras y llaves en mano, cada uno fueron a elegir su habitación correspondiente, a los padres, por derecho les correspondía la habitación principal, mientras, los hermanos jugaban a piedra, papel o tijera para ver quien ganaba la habitación del fondo. Elisa bailaba su victoria, despidió a su hermano y buscando una posición idónea para poder imaginar qué muebles quitar y poner se quedó un buen rato hasta que quedó satisfecha con lo que sería su recámara. Le dio la lista a su madre para continuar luego observando la generación de pinturas familiares de los antiguos propietarios que colgaban en las paredes del pasillo del tercer piso. Solo hacía falta el de ellos, le pediría a su madre que no los moviera del lugar y que en cuanto estuvieran instalados mandaran hacer la suya para que no se perdiera la tradición.
Cuatro meses después se mudaban a su nuevo hogar con la satisfacción de que al fin tenían una casa propia, era más de lo que habían soñado, era un patrimonio heredado de generación en generación y ellos se encargarían de que así continuara. Los colores frescos con los que habían pintado la mansión le quitaban lo sombría que era, mandaron a reparar o remodelar algunos muebles, otros, simplemente, los tiraron, compraron aparatos electrónicos modernos para la cocina, sala y recámaras. El despacho se quedó tal cual, su amplia biblioteca conservaba libros de la época y actual, eso significaba que sus antiguos habitantes eran amantes de la lectura. Solo le dieron una manita de gato para que no se perdiera el estilo e imponencia lo que en su momento fue.
No tardaron en acomodarse y adaptarse a su nuevo estilo de vida. Entre todos colaboraban con las actividades de la casa y solo dos veces por semana asistía un matrimonio a apoyarlos con los quehaceres más pesados, eso incluía la jardinería, el cual, la señora Leagan quería regresarle la belleza de su pasado, así, que, convencida de que podría lograrlo comenzó con su titánica tarea, poco a poco reconstruiría lo más idéntico posible ese espacio que en un futuro le daría paz y tranquilidad en sus días más agobiantes o para cuando decidiera hacer una fiesta con la familia y amistades más cercanas. Elisa y Neal no quisieron ser parte del proyecto, prefirieron apoyar en algunos acabados y limpieza en el interior de la vivienda.
Los Nuevos dueños habían mandado hacer cambios en la casa de manera externa e interna, pero, no lo hicieron en lo que era el ático, no querían mover nada de ahí para que los trabajadores que en ese momento laboraba no pudieran llevarse algo que no les perteneciera. Es ahí en dónde los jóvenes se dispusieron a limpiar. Las esquinas de las paredes tenían una capa delgada de telarañas. Las cajas y baúles semi empolvados estaban ordenadas por fecha, año y contenido que pacientemente descansaban sobre amplios anaqueles para ser revisados. Neal se dirigió a los ventanales para abrir las oscuras cortinas. Los rayos de luz atravesaron los cristales dándole luminosidad a la estancia mientras su hermana pasaba un trapo húmedo a las cajas para no levantar polvo.
Se llevaron un par de días limpiando, había diversidad de documentos, objetos, juguetes, diarios, pertenencias insignificantes que quizá en los antiguos dueños tenía algún tipo de valor sentimental y álbumes de fotografías. Todo bien ordenado y clasificado. Podían ver el esplendor de la propiedad al igual de otras que les pertenecieron, también, el poderío económico y social que imperaba en la sociedad de aquel tiempo. Hicieron un viaje del pasado al presente y observaron que luego de la crisis de 1929 y el final de la Segunda Guerra Mundial Los Leagan habían perdido estatus social, solvencia y liquidez en las inversiones para luego declararse en quiebra, siendo así que paulatinamente fueron vendiendo hasta quedarse con la mansión de Lakewood y sus jardines.
Se suponía que era una historia familiar en el cual todos desconocían, Dennis nunca mostró interés alguno por saber de sus antecesores, él solo vivía el presente y nunca cuestionó las razones por las cuales la familia era muy pequeña y así cómo creció, así tuvo a su familia nuclear, solo visitaban a sus padres, hermanos, suegros, cuñados y amigos cercanos. Prefería y le gustaba su espacio, pero, ahora con la nueva propiedad y con el poder de convencimiento de su esposa realizarían una pequeña fiesta, total, los invitados serían contados y las habitaciones serían las suficientes para que cada grupo pudiera dormir a gusto. Se concretaría hasta que el jardín estuviera terminado y los chicos de vacaciones. Todo sería solventado con la venta de algunas reliquias que no ocuparían, y de algunos libros de primera edición. Los documentos, fotografías y ropa de la época serían donado a la biblioteca y museo de la ciudad. No tenía caso tener algo el cual no les causaba algún sentimiento o lazo fraternal. Elisa convenció a sus padres de no deshacerse de las pinturas que orgullosamente posaban en el tercer piso ni del diario y de algunas fotografías de la que fue su tocaya en los años veinte.
Por una inexplicable razón se sentía atraída por ese personaje desde que la vio por vez primera. Su mirada penetrante, orgullosa e indomable y su soberbia sonrisa junto a la de su hermano le daba la impresión de que algo quería decirle y ella quería saber quién había sido. En sus ratos libres leería sobre Elisa Leagan y de quiénes fueron parte de su vida. De mientras, la joven seguiría con lo suyo: Escuela, estudiar, fiesta, socializar, deporte y pensar en la universidad de su agrado.
Elisa era una adolescente alegre, entusiasta, divertida, algo vanidosa cómo toda chica de su edad, responsable, estudiosa pero no de las mataditas, pero, desde que se habían cambiado de residencia las cosas habían cambiado muy lentamente y, con el paso del tiempo ya no era ella…
Todo había comenzado desde que habitaron la casa luego de las remodelaciones. Nadie podía pensar que sucedían cosas extrañas porque no eran perceptibles, ni siquiera del creciente interés por querer conservar algunos objetos de la antigua heredera de la primera familia que vivió en ese lugar. Comenzó a leer su diario. Concluyó que era una persona egoísta y demasiado banal, pero que nunca fue feliz porque su sirvienta y luego hija adoptiva de su familia política se interponía en su camino y le arrebataba lo que más quería o amaba, sobre todo, esto último. Sus vanos intentos por ser la atención de los demás había fracasado, siempre estaba ella, hasta que tomó la decisión de quitarla de su camino. El diario concluía con asistir a una boda. Vestida de negro, enguantada y sombrero de viuda negra guardó en su pequeño bolso un arma para poder ajustar cuentas.
Elisa sintió miedo y lástima por aquella mujer que se enfocó en sus caprichos. Era una pena que no viera más allá de sus narices, dejó que su vida le pasara por encima. Eso lo dijo en un susurro con un gesto de negación. Una ráfaga de viento entró por la ventana haciendo caer del álbum una fotografía de un chico atractivo con mucho porte. Volteó la imagen. Terence G. Granchester. Se preguntaba si ese joven era el amor imposible de su tocaya. La curiosidad le ganó, tomó su computadora y en el buscador puso el nombre del actor. Había mucha información sobre su trabajo actoral, pero era escaza la que hablara de su vida personal. Entonces, empezó a atar cabos, Candy, Terry y Elisa, él era la manzana de la discordia, pero también era hacerse justicia por algo que no le debían. Le invadió aún más la curiosidad y decidió investigar qué había pasado en la iglesia y qué mejor lugar que la hemeroteca de la ciudad.
Derrotada regresó a su casa, no encontró nada relevante. Por la fecha que había citado la pelirroja, ese día se habían casado Candice y Terence en la Catedral de San Patricio en Nueva York. Fueron muy pocos los invitados y no se les permitió el acceso a los reporteros. El matrimonio radicó un tiempo en la ciudad para luego partir a Londres…
-Te dije que perderías el tiempo hermanita, te estás obsesionando con gente que ni conocimos y que no nos debe de interesar. ¿Quieres saber más? mejor lee los diarios del hermano, de los padres, de Candice, ahí sabrás más detalles.-
-Qué chistosito hermanito.- Se mofaba Elisa. Los dos iban de regreso a casa luego de una infructuosa búsqueda sobre lo que quería saber. Fuera lo que fuera y lo que haya pasado, públicamente no lo iba a saber.
Eso le quedó muy claro al buscar el parentesco o relación que tenían con la familia Andrew. Recordó que la matriarca de esa familia era la señora que le regaló la casa donde vivía era de su hijastra, porque eso era, su hijastra, por eso no compartían apellido y que los Andrew tenían mucho más poderío e influencia que los mismos Leagan. En pocas palabras, los Leagan venían siendo como un brazo de esa familia o tenían cierta dependencia con ellos. Tal fue el caso que ellos sí pudieron salvarse de la crisis del veintinueve y actualmente seguían siendo banqueros y empresarios. También, le llamó la atención que la sociedad que había entre ambos apellidos se había disuelto un par de meses después de la boda de los Granchester. Eso significaba que algo grave debió haber pasado entre ellos como para que el patriarca tomara esa decisión y no era para menos, su hija adoptiva era la misma Candy que su tocaya odiaba desde que eran niñas.
-¿Cómo me veo?- Preguntaba la joven a su familia luego de regresar de la estética. A su hermano no le hizo mucha gracia el cambio de imagen. Los padres de ella elogiaron el tono rojizo de su cabello, pero ambos coincidieron en que debía cuidar con tratamiento los caireles que se había hecho para que no se le desbaratara tan pronto.
-¿Qué no ven que quiere parecerse a la antigua dueña de esta casa?- Intervino Neal en tono molesto.
-Estás celoso hermanito, yo siempre seré yo y nadie más se parecerá a mí.- Decía Elisa en forma soberbia.
-No molestes a tu hermana, las jóvenes de hoy cambian de moda y de imagen a cada rato, mañana lo hará de rubio y se ensortijará el cabello, ¡ya lo verás!- Dennis intentaba explicarle a Neal que era lo normal en las mujeres y que no debía compararla con nadie más, pero Elisa se alteró ante el comentario.
-¡No vuelvas a decir estupideces, jamás me haré un cambio de imagen de ese tipo!- La chica pareció entrar en razón, colocó sus dos manos en su boca, se disculpó y salió corriendo a su recámara.
-Elisa, espera, no debes hablarle así a tu padre, ¡regresa!- La señora Leagan creyó que era parte de la rebeldía adolescente, por lo tanto, tendría que conversar con su hija más adelante.
Así como lo había dicho, la señora Leagan fue a la habitación de su hija. La encontró en su cama leyendo la obra de Romeo y Julieta de William Shakespeare. Se sentó a su lado para iniciar una conversación preguntándole por la lectura. Elisa le contaba sobre ella para luego comentarle sobre el actor que lo había interpretado a inicio de los años veinte, le mostró una fotografía con el vestuario de la época. La señora reconoció lo guapo que se veía, entonces, haciendo un cambio de tema, aprovechó para preguntarle si tenía algún novio o enamorado por el cambio de imagen que se realizó, el cual, ella le contestó que no tenía uno ni otro, simplemente era un gusto que quería darse. Pasaron un rato conversando hasta que llegaron a la parte del pasado familiar. No obtuvo respuesta alguna porque era algo que también la señora desconocía. Ambas iban a darse un beso y abrazo de buenas noches cómo solían acostumbrar desde que era pequeña pero el foco de la lámpara del escritorio se fundió, no sin antes apagarse y encenderse constantemente. No le dieron importancia al hecho y se despidieron.
Esa noche, el hermano de Elisa había pasado frío, inexplicablemente, la temperatura de su habitación había bajado. Siendo joven y escéptico se levantó de la cama, miró la hora. Eran las tres de la mañana, dio un bostezo, se talló los brazos como queriendo darse calor y fue al armario a sacar un edredón. Esa noche y algunas otras fueron el inicio de que la antigua habitante de esa casa intentara hacerle pasar un mal rato. Todo era porque se interponía en los planes que tenía con su hermana. Paulatinamente le fueron sucediendo cosas y por temor que no le creyeran guardó silencio hasta que tuvo qué hablarlo con su familia.
A Elisa no le sucedía eventos físicos extraños, sino más bien, eran sueños recurrentes, lo cual, lo catalogaba cómo una pesadilla hasta que empezó a cambiar su personalidad. Todo inició con un cambio de imagen hasta comportarse de manera extraña, por ejemplo, todos los días y a la misma hora parecía entrar en trance. El primero de los tantos acontecimientos fue en una de las clases de matemáticas. De repente se quedó fija viendo a la nada. La joven, visualizó una de las tantas imágenes de sus sueños. Estaba frente a un cobertizo esperando a que saliera el actor cuando era adolescente. Él detuvo intempestivamente a su caballo, ella comenzó a hablar despectivamente de la que fue su mucama y la forma en que le afectaría socialmente. La respuesta del castaño no se hizo esperar. Humillada por el hecho, con todo el odio que sentía, gritó con toda su alma por no haber logrado su objetivo. Cuatro segundos duraba ese estado inconsciente para volver luego a su realidad.
Era así todos los días hasta que se ganó una suspensión escolar, sin contar que su desempeño académico estaba bajando, se había vuelto una persona solitaria y más observadora. Todo era diferente, había cambiado, nada era lo que fue, no sabía si le gustaba esa vida o prefería la pasada. Era demasiado para ella, pero al mismo tiempo liberador. Podría buscar a los descendientes de su antigua familia política. Si los encontraba podría hacerse de justicia. Sabía que conservaban sus negocios así que decidió viajar a Chicago sin el conocimiento de su familia. Llegó al corporativo a las diez de la mañana. Entró y miró a su alrededor. Definitivamente todo era diferente, hasta la fachada, caminó y se dirigió al área de los elevadores, llegó al último piso, ahí se encontraba la oficina del que fuera su tío abuelo de aquél entonces. Una ejecutiva se acercó a ella y le hizo diversas preguntas, pero ni una fue contestada. Elisa estaba en trance nuevamente. William Albert Andrew había convocado a una reunión urgente al consejo y a su familia. Sin más, les informó que por decisión unánime la familia Leagan quedaba fuera del corporativo, por lo tanto, ya no realizarían ni un tipo de negocios ni sería el respaldo económico para lo que fueran a emprender. Elisa se levantó de su asiento y gritó encolerizada. Es por esa huérfana, ¿verdad? Un grito con un odio desgarrador de cuatro segundos se escuchó en el piso del edificio. Guardias de seguridad tuvieron que acompañarla a la salida y prohibirle a entrada.
De regreso a casa volvía a ser la misma Elisa. No recordaba qué tanto hacía en el día, solamente presentaba cansancio. Sus padres la esperaban, tuvieron que dejar el trabajo y llamar a la policía por la desaparición de la muchacha. Al volver no pudo dar una explicación, solo que estaba en la terminal de autobuses de Illinois y que no recordaba más. El incidente quedó como reporte, no sin antes de sugerirle a los padres que la joven asistiera a un especialista para determinar su estado de salud física y mental, así como las pruebas pertinentes de sustancias tóxicas ya que no la veían lúcida a su vez que mostraba la mirada perdida y sus oscuras ojeras ocultas por el maquillaje les daba indicios a los oficiales que posiblemente estaba consumiendo sustancias prohibidas.
Elisa les dijo a sus padres que no deseaba ir con ni un sicólogo, no deseaba pasar por lo mismo otra vez y se soltó a llorar. La señora Leagan, preocupada, abrazó a su hija, le explicaba que no tenía nada de malo de ver un profesional, pero, Neal dejó caer su bebida y sin decir nada señaló hacia las escaleras, su palidez y el temblor de su cuerpo indicaba que estaba completamente horrorizado. Las luces de la sala comenzaron a parpadear constantemente. El señor Leagan no daba crédito lo que sucedía, jamás en la vida le había pasado algo así, incluso se consideraba un escéptico en esos temas. Una mujer perfectamente visible había hecho acto de presencia con una vestimenta de a finales de los años veinte o principios de los años treinta, era demasiado idéntica a la joven que posaba junto a la pintura familiar del tercer piso. La imagen caminaba hacia ellos y con cada paso que daba se iba desvaneciendo. Elisa se soltó del abrazo de su madre, se levantó, y viendo hacia ellos les dijo: “¿Por qué no puedo ser feliz? Hice todo lo posible para que la vida no me pasara por encima, sin embargo, no lo logré. Los ojos oscurecidos de la chica se desvanecieron en cuanto su padre le habló fuertemente por su nombre tomándola de los brazos para moverla y hacerla regresar de donde estuviera. La luz se restableció. Esa fue la primera vez que la familia habló del tema y contaron su experiencia acerca de los sucesos extraños que pasaba en la casa.
Nadie había considerado que los eventos que vivían no tenían explicación científica alguna, siempre habían justificado esos hechos sin pensar que fuera algo sobrenatural. Esa noche durmieron en la sala y los días siguientes sin que se volviera a suscitar otro evento similar. La familia creyó que volvían a la normalidad, pero no, ni uno de los dos jóvenes les habían contado lo que Elisa hacía en la escuela o las veces que se saltaba las clases para ir a las antiguas propiedades de la familia Andrew. El director le daba una suspensión por su conducta inapropiada. La señora hizo un intento por defender a su hija, pero las pruebas eran evidentes. Las cámaras de seguridad del plantel mostraban a Elisa sentada en clase con espalda recta y mirada perdida, comúnmente los profesores le preguntaban si se encontraba bien, pero a las diez de la mañana con veintitrés minutos y cincuenta y seis segundos se levantaba para decir en un grito: “Sugiero que aprendamos a amar al otro antes de que sea ilegal.” “ Seduzcan a un extraño” “Nunca dejen que su vida les pase por encima.” Era uno de varios enunciados que solía decir en cuatro segundos para luego recuperar la razón y continuar con su rutina escolar.
Una dosis de antidepresivos y relajantes le recetó el especialista en el tema. Los exámenes toxicológicos habían resultado negativos. Le sugirieron que se tomara unos días de descanso y en observación por sus padres. Por el bienestar de Elisa siguieron las indicaciones pertinentes. Cada uno pidió permisos laborales para darle fin a esa pesadilla. Recurrieron a diversas iglesias, pero no les había funcionado, a los pocos días de aparente calma el fenómeno paranormal se hacía más constante, parecía que tomaba fuerza. Luego de la confusión y el miedo, la presencia fantasmal se dejaba ver sin importar la hora o día y solía atacar a Neal cuando se acercaba a su hermana. Temían lo peor, si no se daban prisa podría pasar cualquier cosa.
Cada día el comportamiento de Elisa se volvía impredecible. A veces era ella y a veces no, sobre todo en las mañanas. No le permitían salir de su recámara antes de las once de la mañana. En ese lapso se dedicaba a recortar imágenes del exactor Terry Graham y los pegaba en la pared blanca de su nueva habitación. Los miraba ensoñadoramente y lloraba en ocasiones, en otras, parecía odiarlo. Elisa estaba perdiendo la alegría de vivir, de ser feliz. Le rogaba a su madre que la ayudara, no podía cargar con un pasado que no le pertenecía.
En contra de sus designios religiosos, la señora Leagan, recurrió a una médium. La espiritista recorrió la casa, les hizo saber que la entidad que vivía en esa casa estaba en un estado de invernación. Les preguntó si habían hecho alguna clase de construcción o remodelación a la casa. La respuesta le confirmó la razón de la presencia fantasmal. Lo que les dijo después, los dejó helados. El ente pedía una sesión espiritual, necesitaba el perdón de dos personas a las que en vida había intentado hacer daño para poder cruzar a la luz, de lo contrario, tomaría el cuerpo de Elisa para lograr su objetivo de encontrarlos y terminar lo que dejó pendiente. Sonaba contradictorio con lo que deseaba. Luego de platicar entre familia acordaron realizar la sesión esa misma noche.
Con las luces apagadas y varias veladoras acomodadas, la familia Leagan y la médium se encontraban sentados alrededor de una mesa con los ojos cerrados y tomados de la mano. Elisa no tardó mucho en hacer acto presencia. Cómo si fuera un sueño, los trasladó al pasado. Escenas de ella les permitió conocer la personalidad del alma que se encontraba en pena y que deseaba partir a la luz.
En plena fiesta de compromiso del futuro matrimonio entre Terry y Candy, Elisa había encontrado la oportunidad para poder hablar con el actor. Luego de halagarlo comenzó a intrigar en contra de Candy, pero él no la dejó continuar, sin mediar palabra se retiró no sin antes, tirarle la copa de vino en su elegante vestido. Este hecho no pasó desapercibido por el esposo de la pelirroja. No hizo nada sino hasta después. Bajo lo dicho por las palabras de Elisa, habló con William en privado luego de finalizar la fiesta de compromiso. El rubio defendió la integridad moral de Terry y les prohibió la asistencia al enlace matrimonial. De regreso a casa Elisa no pudo calmar la ira de la persona que le juró protegerla ante el altar.
La felicidad y el amor no era parte de su destino, desde pequeña había obtenido todo lo que quería a cambio de lo qué más deseaba. Su padre viajaba la mayor parte del tiempo y, cuando se encontraba en casa los acompañaba en la mesa para luego dirigirse a su despacho a continuar trabajando. Su madre los sobreprotegía y compensaba su ausentismo al estar en la fiesta de té al que era invitada. La señora Leagan les alcahueteaba sus travesuras dándoles siempre la razón y justificando sus acciones. Conforme fue creciendo, sus padres coincidieron en que debía convivir con niñas de su edad, pero al no haber por parte de la familia optaron por darle una dama de compañía para que pudiera pulirse como la señorita a la que se estaba convirtiendo. La niña mostró su desacuerdo y su madre, como era de esperarse le solapó su capricho, pero, su padre, que era todo lo contrario, llevó a una niña de su edad para que se hicieran amigas, el cual, por el trato que le daban los hermanos Legan y las injurias a la que era expuesta, terminó siendo cómo ellos le llamaron, una dama de establo. Esa mujercita le había quitado el amor de su familia, la atención que le daban los demás, el amor de juventud y, para rematar, había sido adoptada para estar muy por encima de ella. Era evidente que ese sentimiento de desplazo se convirtió en un odio enfermizo, el cual, provocó que dejara de vivir correctamente y se dispusiera a seducir a su manera aun extraño sin cuidar su reputación. ¿Qué tenía de malo ser feliz por un segundo? El hombre al que decía amar ahora vivía por gratitud con otra mujer. No todo se podía tener, y agradecía que al final del día su enemiga fuera infeliz y desdichada. Era justo que viviera en carne propia lo que ella había padecido.
Cuando ella despertó esa mañana supo que su vida había pasado. Todos los días rememoraba lo que meses atrás había pasado. Su esposo estrictamente le había prohibido acercarse a los protegidos de su tío si no quería que los negocios que había con los Andrew tuvieran repercusiones. Eso no le importó, jamás sucedería y si pasaba, no lo vería, no tenía nada que perder. No había hijos de por medio, Dios tampoco le concedió la dicha de la maternidad y jamás estuvo de acuerdo en adoptar. Su esposo era un tirano, el cual, estaba con ella por su posición social. Aprovechando que se había ido a un viaje de negocios, tomó su maleta, guardó todo lo que iba a ocupar y partió a Nueva York.
Instalada en un hotel no frecuentado por la familia escribió sus últimas palabras en el diario: “Si yo no soy feliz, Candy tampoco lo será, si no puedo tener a Terry en vida, lo tendré en la muerte.” Vestida totalmente de negro guardó en su bolso la pistola de su esposo, abordó un taxi y se dirigió a la Catedral de San Patricio. No tuvo problemas para entrar al recinto, era una Leagan y familiar de los Andrew. El sacerdote guardó silencio al verla llegar, nadie podía pasar por alto su vestimenta, no la reconocieron inmediatamente por el sombrero de ala ancha que portaba. El instinto de Terry le decía que debía proteger a Candy, la colocó detrás de él. Los pocos invitados que había le pedían que no cometiera una tontería al ver que sacaba el arma. Tres metros de distancia los separaba. Apuntó el arma con dirección a Terry, antes de disparar se dirigió a la novia: “Candy, nunca dejaré que la vida pase por encima de mí otra vez.” Archie miró la hora, diez de la mañana con veintitrés minutos y cincuenta y seis segundos. El disparo ensordecedor hizo que gritaran los presentes. Albert la había sorprendido por detrás haciendo que el disparo fuera desviado en la nave de la catedral. La sometió para que tirara el objeto con el que deseaba acabar con un final feliz. George la sacó del lugar discretamente. Los diarios no hablaron del tema.
Dos meses después, los Granchester partieron a Inglaterra, tiempo que Albert aprovechó para reunir el consejo y sacar de la sociedad a los Leagan y de los negocios al esposo de Elisa. La pelirroja no lo tomó a bien, se ahogaba en la rabia y en la ira. Mentalmente desvariaba. El maltrato que recibía y que nadie tenía conocimiento la había perturbado más de lo que estaba. No había nada qué hacer, sabían que perderían, se dedicarían a lo suyo y enfrentarían la volatilidad económica que imperaba en el país. Con los años, ya no quedaría nada de lo que una vez habían sido.
Elisa Legan sufrió la peor golpiza de su vida, pero eso no fue nada a comparación de no volver a salir nunca más. Había perdido la razón. En cuanto se recuperó de sus lesiones su esposo la abandonó. La llevó a casa de sus padres, el lugar donde creció y donde tenía todo tipo de recuerdos, sobre todo, el de una niña rubia y pecosa que le había robado su tranquilidad. Sus padres le acondicionaron una pequeña habitación, quitaron todo objeto en el que pudiera lastimarse. Le proporcionaban revistas de espectáculos, le hacía feliz recortar las imágenes de Terry Graham. Ahora, sus ojos estaban alejados del mundo, podía vivir sus fantasías, recordar en múltiples ocasiones su infelicidad, podía seducir libremente al hijo del duque inglés y disfrutar de su amor, ¿había algo de malo ser feliz?
Cuando ella despertaba cada mañana sabía que su vida había pasado, luego de pasar horas viendo las imágenes del actor y recordar lo que su conciencia le reclamaba, se levantaba de la cama a las diez de la mañana con veintitrés minutos y cincuenta y seis segundos para gritar fuertemente en cuatro segundos: “Nunca dejaré que la vida me pase por encima otra vez.” Ahí terminó su vida con la rutina cíclica de su estado emocional. Luego de abandonar su cuerpo regresó a su juventud consciente de lo que había hecho en su pasado, pero no podía salir del plano terrenal, debía arreglar sus asuntos, pero no sabía cómo. Se quedó en la habitación donde vivió enclaustrada hasta que la despertaron de su trance y pudo salir a través de su tocaya, pero se dio cuenta que el mundo había cambiado y por más que buscó y buscó nunca pudo saber sobre el paradero real del matrimonio Granchester… Es ahí dónde reconoció que estaba muerta y que ya no deseaba estar ahí, necesitaba disculparse con ellos para estar en paz consigo misma y poder descansar en paz y para lograrlo requería de ayuda, pero no sabía cómo hacerlo. Su enojo y frustración por sus nuevos habitantes y los intentos para impedir lograr su objetivo hacía que reaccionara en algunas ocasiones de forma violenta.
Los presentes en la mesa entendían y sentían cierta empatía con Elisa, no la juzgaban, pero reconocían que por no vivir su vida la había dejado pasar por prestarle la atención a alguien que jamás le hizo daño. La médium les preguntó si continuaban esa misma noche o lo hacían para después. El florero cayó al piso, las puertas que se encontraban abierta en la residencia se azotaron. Aunque se encontraban cansados mental y emocionalmente asintieron para seguir con la sesión. Antes de llamar a los Granchester le hizo saber a Elisa que confiaba en ella. A la tercera llamada, aparecieron, eran jóvenes, de la misma edad que la pelirroja. Tomados de la mano salieron de una blanca luz que irradiaba una paz indescriptible. El matrimonio, sin decir palabras estiraron sus brazos para darle la bienvenida a su nuevo hogar. Por primera vez después de una eternidad Elisa se permitió llorar. Sonrió a los presentes con la paz que no tenía antes. Corrió hacia ellos y se permitió abrazar a la que había considerado la causante de su infelicidad. Terry la abrazó y le regaló un beso en la coronilla de su cabeza. Dieron vuelta hacia la luz, en el fondo de ella se veían las siluetas de otras personas que la esperaban. Los Granchester les dieron las gracias al unísono a los presentes antes dar el último paso hacia la luz y luego desaparecer.
La atmósfera de la casa había cambiado totalmente. Después de todo, Elisa Leagan había tenido un final feliz. Luego de un breve mutismo se levantaron para limpiar la mesa. Agradecieron a la médium por ayudarles a liberar de su casa a un alma en pena y que su hija fuera rescatada de ese ser que quería ser libre y perdonada.
La familia Leagan jamás volvió a experimentar otra experiencia similar en la casa y para no tener recuerdos y pensar en el pasado familiar, decidieron donar las pinturas que colgaban en el pasillo del tercer piso. Elisa volvió a ser la chica sociable y dedicada en la escuela. Poco a poco recuperaron la armonía que prevalecía como familia y, cuando estuvo listo el jardín y estuvieron en sus vacaciones de verano hicieron la fiesta que desde un inicio tenían planificado.
-Te dije que perderías el tiempo hermanita, te estás obsesionando con gente que ni conocimos y que no nos debe de interesar. ¿Quieres saber más? mejor lee los diarios del hermano, de los padres, de Candice, ahí sabrás más detalles.-
-Qué chistosito hermanito.- Se mofaba Elisa. Los dos iban de regreso a casa luego de una infructuosa búsqueda sobre lo que quería saber. Fuera lo que fuera y lo que haya pasado, públicamente no lo iba a saber.
Eso le quedó muy claro al buscar el parentesco o relación que tenían con la familia Andrew. Recordó que la matriarca de esa familia era la señora que le regaló la casa donde vivía era de su hijastra, porque eso era, su hijastra, por eso no compartían apellido y que los Andrew tenían mucho más poderío e influencia que los mismos Leagan. En pocas palabras, los Leagan venían siendo como un brazo de esa familia o tenían cierta dependencia con ellos. Tal fue el caso que ellos sí pudieron salvarse de la crisis del veintinueve y actualmente seguían siendo banqueros y empresarios. También, le llamó la atención que la sociedad que había entre ambos apellidos se había disuelto un par de meses después de la boda de los Granchester. Eso significaba que algo grave debió haber pasado entre ellos como para que el patriarca tomara esa decisión y no era para menos, su hija adoptiva era la misma Candy que su tocaya odiaba desde que eran niñas.
-¿Cómo me veo?- Preguntaba la joven a su familia luego de regresar de la estética. A su hermano no le hizo mucha gracia el cambio de imagen. Los padres de ella elogiaron el tono rojizo de su cabello, pero ambos coincidieron en que debía cuidar con tratamiento los caireles que se había hecho para que no se le desbaratara tan pronto.
-¿Qué no ven que quiere parecerse a la antigua dueña de esta casa?- Intervino Neal en tono molesto.
-Estás celoso hermanito, yo siempre seré yo y nadie más se parecerá a mí.- Decía Elisa en forma soberbia.
-No molestes a tu hermana, las jóvenes de hoy cambian de moda y de imagen a cada rato, mañana lo hará de rubio y se ensortijará el cabello, ¡ya lo verás!- Dennis intentaba explicarle a Neal que era lo normal en las mujeres y que no debía compararla con nadie más, pero Elisa se alteró ante el comentario.
-¡No vuelvas a decir estupideces, jamás me haré un cambio de imagen de ese tipo!- La chica pareció entrar en razón, colocó sus dos manos en su boca, se disculpó y salió corriendo a su recámara.
-Elisa, espera, no debes hablarle así a tu padre, ¡regresa!- La señora Leagan creyó que era parte de la rebeldía adolescente, por lo tanto, tendría que conversar con su hija más adelante.
Así como lo había dicho, la señora Leagan fue a la habitación de su hija. La encontró en su cama leyendo la obra de Romeo y Julieta de William Shakespeare. Se sentó a su lado para iniciar una conversación preguntándole por la lectura. Elisa le contaba sobre ella para luego comentarle sobre el actor que lo había interpretado a inicio de los años veinte, le mostró una fotografía con el vestuario de la época. La señora reconoció lo guapo que se veía, entonces, haciendo un cambio de tema, aprovechó para preguntarle si tenía algún novio o enamorado por el cambio de imagen que se realizó, el cual, ella le contestó que no tenía uno ni otro, simplemente era un gusto que quería darse. Pasaron un rato conversando hasta que llegaron a la parte del pasado familiar. No obtuvo respuesta alguna porque era algo que también la señora desconocía. Ambas iban a darse un beso y abrazo de buenas noches cómo solían acostumbrar desde que era pequeña pero el foco de la lámpara del escritorio se fundió, no sin antes apagarse y encenderse constantemente. No le dieron importancia al hecho y se despidieron.
Esa noche, el hermano de Elisa había pasado frío, inexplicablemente, la temperatura de su habitación había bajado. Siendo joven y escéptico se levantó de la cama, miró la hora. Eran las tres de la mañana, dio un bostezo, se talló los brazos como queriendo darse calor y fue al armario a sacar un edredón. Esa noche y algunas otras fueron el inicio de que la antigua habitante de esa casa intentara hacerle pasar un mal rato. Todo era porque se interponía en los planes que tenía con su hermana. Paulatinamente le fueron sucediendo cosas y por temor que no le creyeran guardó silencio hasta que tuvo qué hablarlo con su familia.
A Elisa no le sucedía eventos físicos extraños, sino más bien, eran sueños recurrentes, lo cual, lo catalogaba cómo una pesadilla hasta que empezó a cambiar su personalidad. Todo inició con un cambio de imagen hasta comportarse de manera extraña, por ejemplo, todos los días y a la misma hora parecía entrar en trance. El primero de los tantos acontecimientos fue en una de las clases de matemáticas. De repente se quedó fija viendo a la nada. La joven, visualizó una de las tantas imágenes de sus sueños. Estaba frente a un cobertizo esperando a que saliera el actor cuando era adolescente. Él detuvo intempestivamente a su caballo, ella comenzó a hablar despectivamente de la que fue su mucama y la forma en que le afectaría socialmente. La respuesta del castaño no se hizo esperar. Humillada por el hecho, con todo el odio que sentía, gritó con toda su alma por no haber logrado su objetivo. Cuatro segundos duraba ese estado inconsciente para volver luego a su realidad.
Era así todos los días hasta que se ganó una suspensión escolar, sin contar que su desempeño académico estaba bajando, se había vuelto una persona solitaria y más observadora. Todo era diferente, había cambiado, nada era lo que fue, no sabía si le gustaba esa vida o prefería la pasada. Era demasiado para ella, pero al mismo tiempo liberador. Podría buscar a los descendientes de su antigua familia política. Si los encontraba podría hacerse de justicia. Sabía que conservaban sus negocios así que decidió viajar a Chicago sin el conocimiento de su familia. Llegó al corporativo a las diez de la mañana. Entró y miró a su alrededor. Definitivamente todo era diferente, hasta la fachada, caminó y se dirigió al área de los elevadores, llegó al último piso, ahí se encontraba la oficina del que fuera su tío abuelo de aquél entonces. Una ejecutiva se acercó a ella y le hizo diversas preguntas, pero ni una fue contestada. Elisa estaba en trance nuevamente. William Albert Andrew había convocado a una reunión urgente al consejo y a su familia. Sin más, les informó que por decisión unánime la familia Leagan quedaba fuera del corporativo, por lo tanto, ya no realizarían ni un tipo de negocios ni sería el respaldo económico para lo que fueran a emprender. Elisa se levantó de su asiento y gritó encolerizada. Es por esa huérfana, ¿verdad? Un grito con un odio desgarrador de cuatro segundos se escuchó en el piso del edificio. Guardias de seguridad tuvieron que acompañarla a la salida y prohibirle a entrada.
De regreso a casa volvía a ser la misma Elisa. No recordaba qué tanto hacía en el día, solamente presentaba cansancio. Sus padres la esperaban, tuvieron que dejar el trabajo y llamar a la policía por la desaparición de la muchacha. Al volver no pudo dar una explicación, solo que estaba en la terminal de autobuses de Illinois y que no recordaba más. El incidente quedó como reporte, no sin antes de sugerirle a los padres que la joven asistiera a un especialista para determinar su estado de salud física y mental, así como las pruebas pertinentes de sustancias tóxicas ya que no la veían lúcida a su vez que mostraba la mirada perdida y sus oscuras ojeras ocultas por el maquillaje les daba indicios a los oficiales que posiblemente estaba consumiendo sustancias prohibidas.
Elisa les dijo a sus padres que no deseaba ir con ni un sicólogo, no deseaba pasar por lo mismo otra vez y se soltó a llorar. La señora Leagan, preocupada, abrazó a su hija, le explicaba que no tenía nada de malo de ver un profesional, pero, Neal dejó caer su bebida y sin decir nada señaló hacia las escaleras, su palidez y el temblor de su cuerpo indicaba que estaba completamente horrorizado. Las luces de la sala comenzaron a parpadear constantemente. El señor Leagan no daba crédito lo que sucedía, jamás en la vida le había pasado algo así, incluso se consideraba un escéptico en esos temas. Una mujer perfectamente visible había hecho acto de presencia con una vestimenta de a finales de los años veinte o principios de los años treinta, era demasiado idéntica a la joven que posaba junto a la pintura familiar del tercer piso. La imagen caminaba hacia ellos y con cada paso que daba se iba desvaneciendo. Elisa se soltó del abrazo de su madre, se levantó, y viendo hacia ellos les dijo: “¿Por qué no puedo ser feliz? Hice todo lo posible para que la vida no me pasara por encima, sin embargo, no lo logré. Los ojos oscurecidos de la chica se desvanecieron en cuanto su padre le habló fuertemente por su nombre tomándola de los brazos para moverla y hacerla regresar de donde estuviera. La luz se restableció. Esa fue la primera vez que la familia habló del tema y contaron su experiencia acerca de los sucesos extraños que pasaba en la casa.
Nadie había considerado que los eventos que vivían no tenían explicación científica alguna, siempre habían justificado esos hechos sin pensar que fuera algo sobrenatural. Esa noche durmieron en la sala y los días siguientes sin que se volviera a suscitar otro evento similar. La familia creyó que volvían a la normalidad, pero no, ni uno de los dos jóvenes les habían contado lo que Elisa hacía en la escuela o las veces que se saltaba las clases para ir a las antiguas propiedades de la familia Andrew. El director le daba una suspensión por su conducta inapropiada. La señora hizo un intento por defender a su hija, pero las pruebas eran evidentes. Las cámaras de seguridad del plantel mostraban a Elisa sentada en clase con espalda recta y mirada perdida, comúnmente los profesores le preguntaban si se encontraba bien, pero a las diez de la mañana con veintitrés minutos y cincuenta y seis segundos se levantaba para decir en un grito: “Sugiero que aprendamos a amar al otro antes de que sea ilegal.” “ Seduzcan a un extraño” “Nunca dejen que su vida les pase por encima.” Era uno de varios enunciados que solía decir en cuatro segundos para luego recuperar la razón y continuar con su rutina escolar.
Una dosis de antidepresivos y relajantes le recetó el especialista en el tema. Los exámenes toxicológicos habían resultado negativos. Le sugirieron que se tomara unos días de descanso y en observación por sus padres. Por el bienestar de Elisa siguieron las indicaciones pertinentes. Cada uno pidió permisos laborales para darle fin a esa pesadilla. Recurrieron a diversas iglesias, pero no les había funcionado, a los pocos días de aparente calma el fenómeno paranormal se hacía más constante, parecía que tomaba fuerza. Luego de la confusión y el miedo, la presencia fantasmal se dejaba ver sin importar la hora o día y solía atacar a Neal cuando se acercaba a su hermana. Temían lo peor, si no se daban prisa podría pasar cualquier cosa.
Cada día el comportamiento de Elisa se volvía impredecible. A veces era ella y a veces no, sobre todo en las mañanas. No le permitían salir de su recámara antes de las once de la mañana. En ese lapso se dedicaba a recortar imágenes del exactor Terry Graham y los pegaba en la pared blanca de su nueva habitación. Los miraba ensoñadoramente y lloraba en ocasiones, en otras, parecía odiarlo. Elisa estaba perdiendo la alegría de vivir, de ser feliz. Le rogaba a su madre que la ayudara, no podía cargar con un pasado que no le pertenecía.
En contra de sus designios religiosos, la señora Leagan, recurrió a una médium. La espiritista recorrió la casa, les hizo saber que la entidad que vivía en esa casa estaba en un estado de invernación. Les preguntó si habían hecho alguna clase de construcción o remodelación a la casa. La respuesta le confirmó la razón de la presencia fantasmal. Lo que les dijo después, los dejó helados. El ente pedía una sesión espiritual, necesitaba el perdón de dos personas a las que en vida había intentado hacer daño para poder cruzar a la luz, de lo contrario, tomaría el cuerpo de Elisa para lograr su objetivo de encontrarlos y terminar lo que dejó pendiente. Sonaba contradictorio con lo que deseaba. Luego de platicar entre familia acordaron realizar la sesión esa misma noche.
Con las luces apagadas y varias veladoras acomodadas, la familia Leagan y la médium se encontraban sentados alrededor de una mesa con los ojos cerrados y tomados de la mano. Elisa no tardó mucho en hacer acto presencia. Cómo si fuera un sueño, los trasladó al pasado. Escenas de ella les permitió conocer la personalidad del alma que se encontraba en pena y que deseaba partir a la luz.
En plena fiesta de compromiso del futuro matrimonio entre Terry y Candy, Elisa había encontrado la oportunidad para poder hablar con el actor. Luego de halagarlo comenzó a intrigar en contra de Candy, pero él no la dejó continuar, sin mediar palabra se retiró no sin antes, tirarle la copa de vino en su elegante vestido. Este hecho no pasó desapercibido por el esposo de la pelirroja. No hizo nada sino hasta después. Bajo lo dicho por las palabras de Elisa, habló con William en privado luego de finalizar la fiesta de compromiso. El rubio defendió la integridad moral de Terry y les prohibió la asistencia al enlace matrimonial. De regreso a casa Elisa no pudo calmar la ira de la persona que le juró protegerla ante el altar.
La felicidad y el amor no era parte de su destino, desde pequeña había obtenido todo lo que quería a cambio de lo qué más deseaba. Su padre viajaba la mayor parte del tiempo y, cuando se encontraba en casa los acompañaba en la mesa para luego dirigirse a su despacho a continuar trabajando. Su madre los sobreprotegía y compensaba su ausentismo al estar en la fiesta de té al que era invitada. La señora Leagan les alcahueteaba sus travesuras dándoles siempre la razón y justificando sus acciones. Conforme fue creciendo, sus padres coincidieron en que debía convivir con niñas de su edad, pero al no haber por parte de la familia optaron por darle una dama de compañía para que pudiera pulirse como la señorita a la que se estaba convirtiendo. La niña mostró su desacuerdo y su madre, como era de esperarse le solapó su capricho, pero, su padre, que era todo lo contrario, llevó a una niña de su edad para que se hicieran amigas, el cual, por el trato que le daban los hermanos Legan y las injurias a la que era expuesta, terminó siendo cómo ellos le llamaron, una dama de establo. Esa mujercita le había quitado el amor de su familia, la atención que le daban los demás, el amor de juventud y, para rematar, había sido adoptada para estar muy por encima de ella. Era evidente que ese sentimiento de desplazo se convirtió en un odio enfermizo, el cual, provocó que dejara de vivir correctamente y se dispusiera a seducir a su manera aun extraño sin cuidar su reputación. ¿Qué tenía de malo ser feliz por un segundo? El hombre al que decía amar ahora vivía por gratitud con otra mujer. No todo se podía tener, y agradecía que al final del día su enemiga fuera infeliz y desdichada. Era justo que viviera en carne propia lo que ella había padecido.
Cuando ella despertó esa mañana supo que su vida había pasado. Todos los días rememoraba lo que meses atrás había pasado. Su esposo estrictamente le había prohibido acercarse a los protegidos de su tío si no quería que los negocios que había con los Andrew tuvieran repercusiones. Eso no le importó, jamás sucedería y si pasaba, no lo vería, no tenía nada que perder. No había hijos de por medio, Dios tampoco le concedió la dicha de la maternidad y jamás estuvo de acuerdo en adoptar. Su esposo era un tirano, el cual, estaba con ella por su posición social. Aprovechando que se había ido a un viaje de negocios, tomó su maleta, guardó todo lo que iba a ocupar y partió a Nueva York.
Instalada en un hotel no frecuentado por la familia escribió sus últimas palabras en el diario: “Si yo no soy feliz, Candy tampoco lo será, si no puedo tener a Terry en vida, lo tendré en la muerte.” Vestida totalmente de negro guardó en su bolso la pistola de su esposo, abordó un taxi y se dirigió a la Catedral de San Patricio. No tuvo problemas para entrar al recinto, era una Leagan y familiar de los Andrew. El sacerdote guardó silencio al verla llegar, nadie podía pasar por alto su vestimenta, no la reconocieron inmediatamente por el sombrero de ala ancha que portaba. El instinto de Terry le decía que debía proteger a Candy, la colocó detrás de él. Los pocos invitados que había le pedían que no cometiera una tontería al ver que sacaba el arma. Tres metros de distancia los separaba. Apuntó el arma con dirección a Terry, antes de disparar se dirigió a la novia: “Candy, nunca dejaré que la vida pase por encima de mí otra vez.” Archie miró la hora, diez de la mañana con veintitrés minutos y cincuenta y seis segundos. El disparo ensordecedor hizo que gritaran los presentes. Albert la había sorprendido por detrás haciendo que el disparo fuera desviado en la nave de la catedral. La sometió para que tirara el objeto con el que deseaba acabar con un final feliz. George la sacó del lugar discretamente. Los diarios no hablaron del tema.
Dos meses después, los Granchester partieron a Inglaterra, tiempo que Albert aprovechó para reunir el consejo y sacar de la sociedad a los Leagan y de los negocios al esposo de Elisa. La pelirroja no lo tomó a bien, se ahogaba en la rabia y en la ira. Mentalmente desvariaba. El maltrato que recibía y que nadie tenía conocimiento la había perturbado más de lo que estaba. No había nada qué hacer, sabían que perderían, se dedicarían a lo suyo y enfrentarían la volatilidad económica que imperaba en el país. Con los años, ya no quedaría nada de lo que una vez habían sido.
Elisa Legan sufrió la peor golpiza de su vida, pero eso no fue nada a comparación de no volver a salir nunca más. Había perdido la razón. En cuanto se recuperó de sus lesiones su esposo la abandonó. La llevó a casa de sus padres, el lugar donde creció y donde tenía todo tipo de recuerdos, sobre todo, el de una niña rubia y pecosa que le había robado su tranquilidad. Sus padres le acondicionaron una pequeña habitación, quitaron todo objeto en el que pudiera lastimarse. Le proporcionaban revistas de espectáculos, le hacía feliz recortar las imágenes de Terry Graham. Ahora, sus ojos estaban alejados del mundo, podía vivir sus fantasías, recordar en múltiples ocasiones su infelicidad, podía seducir libremente al hijo del duque inglés y disfrutar de su amor, ¿había algo de malo ser feliz?
Cuando ella despertaba cada mañana sabía que su vida había pasado, luego de pasar horas viendo las imágenes del actor y recordar lo que su conciencia le reclamaba, se levantaba de la cama a las diez de la mañana con veintitrés minutos y cincuenta y seis segundos para gritar fuertemente en cuatro segundos: “Nunca dejaré que la vida me pase por encima otra vez.” Ahí terminó su vida con la rutina cíclica de su estado emocional. Luego de abandonar su cuerpo regresó a su juventud consciente de lo que había hecho en su pasado, pero no podía salir del plano terrenal, debía arreglar sus asuntos, pero no sabía cómo. Se quedó en la habitación donde vivió enclaustrada hasta que la despertaron de su trance y pudo salir a través de su tocaya, pero se dio cuenta que el mundo había cambiado y por más que buscó y buscó nunca pudo saber sobre el paradero real del matrimonio Granchester… Es ahí dónde reconoció que estaba muerta y que ya no deseaba estar ahí, necesitaba disculparse con ellos para estar en paz consigo misma y poder descansar en paz y para lograrlo requería de ayuda, pero no sabía cómo hacerlo. Su enojo y frustración por sus nuevos habitantes y los intentos para impedir lograr su objetivo hacía que reaccionara en algunas ocasiones de forma violenta.
Los presentes en la mesa entendían y sentían cierta empatía con Elisa, no la juzgaban, pero reconocían que por no vivir su vida la había dejado pasar por prestarle la atención a alguien que jamás le hizo daño. La médium les preguntó si continuaban esa misma noche o lo hacían para después. El florero cayó al piso, las puertas que se encontraban abierta en la residencia se azotaron. Aunque se encontraban cansados mental y emocionalmente asintieron para seguir con la sesión. Antes de llamar a los Granchester le hizo saber a Elisa que confiaba en ella. A la tercera llamada, aparecieron, eran jóvenes, de la misma edad que la pelirroja. Tomados de la mano salieron de una blanca luz que irradiaba una paz indescriptible. El matrimonio, sin decir palabras estiraron sus brazos para darle la bienvenida a su nuevo hogar. Por primera vez después de una eternidad Elisa se permitió llorar. Sonrió a los presentes con la paz que no tenía antes. Corrió hacia ellos y se permitió abrazar a la que había considerado la causante de su infelicidad. Terry la abrazó y le regaló un beso en la coronilla de su cabeza. Dieron vuelta hacia la luz, en el fondo de ella se veían las siluetas de otras personas que la esperaban. Los Granchester les dieron las gracias al unísono a los presentes antes dar el último paso hacia la luz y luego desaparecer.
La atmósfera de la casa había cambiado totalmente. Después de todo, Elisa Leagan había tenido un final feliz. Luego de un breve mutismo se levantaron para limpiar la mesa. Agradecieron a la médium por ayudarles a liberar de su casa a un alma en pena y que su hija fuera rescatada de ese ser que quería ser libre y perdonada.
La familia Leagan jamás volvió a experimentar otra experiencia similar en la casa y para no tener recuerdos y pensar en el pasado familiar, decidieron donar las pinturas que colgaban en el pasillo del tercer piso. Elisa volvió a ser la chica sociable y dedicada en la escuela. Poco a poco recuperaron la armonía que prevalecía como familia y, cuando estuvo listo el jardín y estuvieron en sus vacaciones de verano hicieron la fiesta que desde un inicio tenían planificado.
FIN
Última edición por Yuriko Yokinawa el Sáb Mayo 08, 2021 1:11 am, editado 1 vez
y ahí se encuentra con fotografías, cartas, etc. lo que más le llama la atención es una fotografía de ella misma, la de Terry Graham y Candy e inéditamente decide investigar lo que había pasado en la iglesia y que mejor lugar que la hemeroteca de la cuidad. 
como siempre un abrazo detrás de la pantalla. 
aunque tratándose de Elisa siempre hay que tener cuidado jeje. 
