ADVERTENCIA: Contenido YAOI que es una relación homosexual chico con chico, si eres sensible a las malas palabras, escenas sexuales explícitas y contenido homosexual, abstente de leer, conste, sobre aviso no hay engaño.
Capítulo 1
Capítulo 2
Remontando el Vuelo
Minific
Capítulo 3
Karen y yo desayunábamos en una de las cafeterías del campus, ella se iría a pasar el fin de semana con su padre.
—Terry, es que Albert es guapísimo, es como un príncipe, por favor, te pido encarecidamente que si se casan y quieren tener bebés me alquilen como “vientre” y nos ahorramos la inseminación artificial, un bebé de cada uno, ¡¡¡Mhhhh!!!—Se relamía descaradamente.
—Estás muy loquita de tu cabeza y de tu… —ella me puso su mano en la boca para que no acabara la frase dándome una mirada de advertencia, me quité su mano para seguir hablando—lo que trato de decir Kleiss, es que te urge una buena follada si ya estás fantaseando con dos homosexuales.
—Pues si hablamos de urgidos, tú estás a tres días de volverte virgen por cicatrización—me contestó fingiendo molestia y dándome un manotazo en el hombro, mientras yo reía a carcajadas.
A semanas de la graduación, Karen y yo acabábamos de regresar de nuestro último torneo universitario, aunque ya había pasado con muy buenas calificaciones todos los exámenes finales, aún tenía algunos trabajos de investigación pendientes, era viernes en la tarde, Karen ya se había ido con su padre, yo iría en la tarde al departamento de Albert, pasaría ahí el fin de semana trabajando en los últimos pendientes escolares.
La verdad es que desde que murió mi padre, él se inventa pretextos para que yo pase el fin de semana en su departamento, y yo se lo agradezco, la imprudente de Karen no deja de fastidiar con que Albert podría ser mi príncipe azul y algunas barbaridades más ¿Qué si me gusta? por supuesto que me gusta, me encanta, le quiero, desde que me besó he sentido cosas por él que van más allá de la amistad, pero él ha preferido ser mi amigo.
Yo solo he estado en estos años con una sola pareja: Neil, y después de separarnos con nadie más, realmente me rompió el corazón.
Sé que Albert ha tenido varias parejas, pero nunca han sido nada serio, recuerdo que Neil se puso celoso de Albert muchas veces, qué ironía, Albert siempre me ha gustado, pero siempre hemos sido amigos, aunque últimamente no estoy muy convencido de eso, entre nosotros aunque hay amistad sincera, también hay cariño y ha empezado un sentimiento más profundo.
Llego en bicicleta a su departamento, me ha dado llaves para que lo use sin restricciones, pero no quisiera parecer un aprovechado, por lo cual solo he ido los fines de semana cuando él está ahí. Guardo mi bici en la habitación donde duermo y me dispongo a hacer algo rápido para comer, él llegará aproximadamente en una hora, preparé un poco de pasta con vegetales, unos medallones de atún y hay pudín en el refrigerador.
Casi estaba lista la comida cuando él llegó.
—Terry, te dije que pediríamos comida, no tendrías que haberte molestado, aunque…yo no me quejaría si tengo esa sexy visión tuya cocinándome todos los días— se acercó peligrosamente a mí, teníamos pocas semanas con jueguitos tontos de seducción que ambos disfrutábamos, pero no llegábamos a nada en concreto.
—Albert, me encantaría ser tu esposo trofeo, pero recuerda que antes debo realizarme como ingeniero con mi empresa de prótesis— le dí un beso en la mejilla mientras servía los platos para empezar a comer, yo me moría de hambre y seguramente él también.
—Hace 4 años escapaste de mí, pero no voy a seguir permitiéndolo— me lo dijo al oído en un tono bajo y seductor que me hizo estremecerme, traté de fingir que no me había afectado, y acomodé nuestros platos en la barra de la cocina mientras él ponía los cubiertos. Comimos en silencio, no de esos incómodos, al contrario, de esos silencios reflexivos donde intercambiábamos miradas de mutuo entendimiento.
Cuando terminamos de comer, él recogió los platos y comenzó a lavarlos, cuando acabó, se secó las manos con una de las toallas de cocina y se volvió a acercar seductoramente.
—Dame mi postre— me lo dijo con su boca muy cerca de la mía.
—Hay pudín en el refrigerador— contesté con mi voz casi en un suspiro, perdiéndome en el azul de sus ojos cálidos.
—La primera vez que te besé eras casi un niño, fui el primer hombre que tuvo el privilegio de besar estos hermosos labios— con tortuosa parsimonia, pasó su pulgar derecho acariciando mi labio inferior, yo tenía mis ojos entrecerrados tratando de respirar con normalidad sin conseguirlo—Pero aún no era tiempo, ni para ti ni para mí, debíamos andar nuestros caminos por separado, sólo acompañándonos con nuestra amistad, porque Terry, cariño, definitivamente eres mi mejor amigo— su mano dejó de acariciar mis labios para tomarme por la nuca.
—Al…también eres mi mejor amigo, pero creo que esto será más que una amistad, hace tiempo que yo…— no me dejó terminar, unió sus labios a los míos, lento, suave, pero apasionado. Un beso de amor, profundo, húmedo, su lengua acariciando vehemente la mía, nuestros brazos acercándonos y nuestras manos acariciando nuestros cabellos, el beso se fue alargando, húmedo y sensual, al separarnos solo era amor el que surgía desde nuestra alma.
En la sala, nos sentamos para seguir con la lluvia de besos, ninguno de los dos pensaba, solo respondían nuestros labios y nuestros corazones, por fin lentamente, acabamos esos besos que tocaron todas las fibras de nuestro ser, sentados en el sillón nos quedamos frente a frente en silencio, viéndonos ilusionados y enamorados.
—Albert…tú fuiste quien liberó lo que realmente soy, has sido mi amigo, mi confidente, nunca me he sentido sólo desde que emprendí este complicado camino porque siempre has estado acompañándome—se acercó de nuevo a besarme, Dios, sus besos eran deliciosos.
—Terry, amor, fui el primer hombre en besarte, pero también quiero ser el último, cuando te conocí creo que fue amor a primera vista, pero aún eras demasiado joven y te encontrabas en un punto álgido de tu vida, preferí seguir a tu lado como amigo, yo mismo aún me sentía inestable y confundido, tú mismo sabes que nunca he tenido una relación seria, después de que pasaste por toda esa crisis con Candy y decirle la verdad a tus padres, pensé seriamente acercarme a tí, pero Neil entró en tu vida, haciéndome a un lado sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.
—Albert, lo siento mucho….
—No, no debes sentirlo, aún no era el tiempo correcto, pero verte tan feliz y enamorado me mordía el alma y al mismo tiempo me alegraba por ti, yo me gradué y comencé a trabajar de lleno en las empresas de la familia, esforzándome y trabajando más que todos para demostrarles que no era un inútil junior demostrando mi capacidad para hacer buenos negocios, excelentes tratos corporativos y ser el mejor de los trabajadores, y tenía al igual que tú poco tiempo para una vida social, aún así renuncié a dejar de verte, pero, saber que tú me compartías cosas de tu vida que nadie más sabía, me hacía sentir privilegiado y contarte yo mismo cosas que sólo a ti me atrevía a confesar, me hacía feliz, esa ansiada intimidad que con nadie más tuve era suficiente para mí. Cuando te separaste de Neil yo mismo estaba dolido y triste porque sabía cuánto le querías, porque no podía creer que ese estúpido no se diera cuenta de la persona que perdería y yo solo quería arroparte en mis brazos y decirte que no todos los hombres somos una mierda, pero me contuve, aún no era tiempo, no quería que me aceptaras por un motivo erróneo: despecho o vulnerabilidad, yo mismo tenía miedo de mis reacciones. Afortunadamente llegó Karen y con su amistad pudo brindarte consuelo, algo que yo mismo no supe cómo hacer. Terry, amor, estoy enamorado de ti, más de lo que debería, enamorado de ti desde que te conocí, yo no creo que pueda seguir postergando esto: te amo, realmente te amo, estoy jodidamente perdido por ti desde hace 4 años…
— Yo también te amo Albert— me abalancé a sus brazos, seguimos en una ardiente sesión de besos, haciéndonos mil promesas de amor, ambos habíamos recorrido un largo y sinuoso camino para llegar hasta aquí, aunque aún éramos muy jóvenes nuestro corazón lo sabía, siempre nos íbamos a pertenecer.
Ese fin de semana dormimos juntos, nos quedábamos en la noche hablando, acariciándonos y besándonos, con mil promesas de amor que solo nosotros y nuestros corazones entendían, no hicimos el amor, no teníamos prisa, queríamos que nuestro naciente romance fluyera lento sin prisas ni apuros, solo nosotros en nuestro paraíso.
El domingo regresé al dormitorio de la universidad, comencé a empacar, faltaban sólo dos semanas para la graduación y mi madre me ayudaría a mudar las pocas cosas que tengo. Con mis ahorros dí el depósito de renta de un pequeño departamento en un conjunto de edificios en medio de una zona alborada, muy cerca del Croasdaile Country Club, en donde conseguí un empleo de medio tiempo dando clases de tenis a niños y jóvenes de alto rendimiento, tendría un sueldo decente para cubrir mis gastos mientras se ponía en marcha mi empresa de prótesis.
Albert me pidió que me mudara con él al departamento que en realidad no era de él, era de su familia, pero me negué, sé que en un futuro con ese hombre era con quién yo quería pasar el resto de mi vida, pero ya habíamos decidido tomarnos las cosas con calma ¿Para qué precipitarnos viviendo juntos?
Los días pasaban demasiado rápido, todos mis trabajos de investigación pendientes, fueron entregados a tiempo, vería a Albert hasta el día de la graduación, Karen y yo pasábamos nuestros últimos días juntos.
—Terry Grandchester, eres un maldito suertudo, te vas a tirar a uno de los hombres más guapos que jamás haya visto— me reclamaba ella mientras acomodábamos una pequeña despensa en mi nuevo departamento.
—¿Más guapo que yo?— le sonreí pícaramente
—Por supuesto que no idiota, más guapo que tú ni Henry Cavill. La vida sólo me da decepciones, los hombres más guapos de Duke resulta que son gays y además se han hecho novios— me dijo haciendo pucheros.
—Vamos nena—la abracé mientras le daba besos en sus mejillas— te prometo que vas a encontrar a alguien que logre ver este enorme corazón de oro que escondes detrás de tanta imprudencia e impudicia—por supuesto recibí un buen pellizco en mi brazo derecho.
—¿Y estos muebles nuevos? ¿Te los compró tu casi esposo millonario?— ella se refería a un sillón en L de la pequeña estancia, una mesita de centro, una cama tamaño king en la única recámara con sus mesitas de noche y unos bancos en la barra de la cocina.
—Eres una tonta Kleiss, me los regaló mi mamá por mi graduación.
—Espero que esa cama sea lo suficientemente resistente, porque ahí te van a pegar unos arrastrones épicos cariño— se quedó viendo reflexivamente mi nueva cama, con sus ojos entrecerrados y su dedo índice apoyado en su boca.
—Dios mío, el hombre que se enamore de ti con esa boca, seguramente será un santo—la arrastré hacia afuera, a 5 minutos caminando había una cancha de tenis, quería jugar con ella quizás por última vez en muchísimo tiempo.
Los días pasaron rápidamente y por fin llegó el día de la graduación. Karen traía un bonito vestido rojo quemado con unas zapatillas del mismo color, el cabello alaciado y un poco de maquillaje, yo portaba un traje azul marino.
—Kleiss, te ves espectacular ¿Te bañaste?
—Cállate idiota, que verte en pantalón largo de niño grande se me hace muy extraño, siempre andas con tus shorts exhibicionistas.
—Mis shorts no son exhibicionistas, cualquiera que te escuchara va a pensar que los uso como Freddy Mercury—le reclamé un poco enojado.
—Bueno…ya estuvo bien de molestarme, mira, tu madre y mi padre están hablando, sólo Dios sabe qué cosas malvadas se les esté ocurriendo—me tomó del brazo apurando el paso para llegar rápido a saludarlos. También Albert se acercaba a nosotros, se veía impresionantemente guapo con ese traje gris oxford que definitivamente debía estar hecho a mano porque le quedaba perfecto.
Saludé a mi madre con un abrazo y ella me llenó de besos, saludé al padre de Karen. Recuerdo que cuando lo conocí, él comenzaba a “escanearme” tratando de adivinar las malas intenciones que podría tener con su hija, ella le explicó de una manera demasiado gráfica y grotesca que yo era homosexual, ya no me ve como un peligro para su hija, pero trata de mantenerse lejos de mí. Albert se acercó a nosotros, yo estaba un poco ansioso y emocionado por presentárselo a mi mamá, era la primera vez que ella conocería a un novio mío, el padre de Karen casi salió huyendo despavorido alegando haber visto a un conocido al verse rodeado de dos gays.
Mi madre se quedó deslumbrada con Albert, pero quién no lo estaría, Al y yo nos saludamos con un breve beso en los labios.
Platicábamos amenamente los cuatro cuando de lejos alcancé a ver a Candy, se veía hermosa en un vestido verde que hacía resaltar sus lindos ojos, estaba con sus padres y un rubio junto a ella que la abrazaba de manera posesiva, su madre alcanzó a verme y me reconoció enviándome una mirada muy hostil llena de odio, mejor hice de cuenta no haberla visto, pero pude notar que Candy se veía radiante y feliz, eso hizo que mi corazón bailara de alegría, Albert me observaba fijamente, cuando regresé mi mirada a sus hermosos ojos azules, él me sonrió guiñándome un ojo, él me conocía mejor que nadie y sabía que ver feliz a Candy, me quitaba un peso añejo de mi corazón.
Por los altavoces del campus, comenzaron a llamar a todos los graduandos, debíamos pasar por nuestra toga y birrete, para que nos tomaran las fotos respectivas y acomodarnos en el lugar asignado e iniciar la ceremonia.
No sé si por los nervios o la emoción todo pasó de forma muy rápida, las fotos, el discurso de despedida dado por el alumno destacado de la generación, la entrega de los diplomas y por fin, después de aventar nuestros birretes, éramos libres, aunque creo que pasé más tiempo en torneos y entrenando que estudiando, entonces tuve una visión rápida de estos años aquí en Duke y vino la imagen de Neil, de nuestra relación y de lo divertido que fue estar con él durante casi tres años, pero, sé que está muy mal hacer comparaciones, Albert, mi Al, eclipsa todo lo que pasé con Neil, Albert definitivamente es el hombre de mi vida.
Después de la graduación, Karen regresó a Connecticut con su padre por una semana y Al no se pudo quedar más tiempo, debía ir a ver algo de los negocios de su familia a Londres, nos despedimos con un muy emotivo abrazo y miles de besos, yo iría a pasar unos días con mi madre.
En el trayecto a lo que fue algún día mi casa, mamá me dijo que ella y el padre de Karen nos habían comprado un viaje a Europa por un mes, yo quise protestar pero ella me suplicó que lo aceptara, que le hubiera gustado hacer mucho más por mí mientras estuve en la universidad, entonces lo acepté, realmente necesitaba unas vacaciones y Karen también, era nuestro último respiro antes de zambullirnos de lleno en la vida adulta.
Cuando Albert llegó a Londres me llamó y yo le comenté del viaje que haría con Karen, él tuvo la idea de que acabando el viaje con Karen nos viéramos en París, él tomaría dos semanas de vacaciones, y quería que estuviéramos juntos. Por supuesto que acepté.
Antes del viaje pasé varios días con mamá, en las mañanas desayunábamos juntos, me ayudó a hacer algunas compras para el viaje, comíamos en algún restaurante y por las tardes pasábamos horas viendo películas, siempre tuve este tipo de convivencia con ella, aunque teníamos horarios complicados, ella trataba de pasar tiempo conmigo, no así mi padre, él siempre fue un hombre frío, a veces me pregunto si alguna vez quiso ser padre, quizás en su ego masculino solo buscaba preservar su apellido, vivió rehuyendo de mí y murió avergonzado de mí, nada que la terapia no logre componer.
Llegó el día de viajar con Karen, yo tenía demasiado tiempo de no viajar en primera clase, pero mi amiga se sentía como pez en el agua, nuestro viaje solo sería de un mes, Karen tenía que regresar a prepararse para los pre-eliminatorios de la Asociación Profesional de Tenis, nuestros destinos eran Italia, Austria y Alemania.
El mes de nuestras vacaciones pasó más rápido de lo que hubiéramos querido, de día paseábamos por los museos, plazas y lugares turísticos, comiendo en los más pintorescos y deliciosos restaurantes, en la noche buscábamos bares o centros nocturnos, bailábamos o simplemente bebíamos todo el alcohol que no pudimos beber mientras estábamos en la universidad, en todos los hoteles en los que nos hospedábamos, dormíamos en el mismo cuarto para cuidarnos mutuamente de no morir ahogados por una congestión alcohólica.
Nos encontrábamos en nuestra última parada en Frankfurt, era nuestro último día juntos, Karen y yo nos sentimos melancólicos y tristes. Mi tren a París salía antes que su vuelo a Nueva York, ella pasaría ahí entrenando lo que restaba del año.
Estábamos en la Plaza Römerberg en un pequeño local tomando cidra y comiendo salchichas, ella veía sin poner mucha atención a la gente que caminaba por la calle, estaba demasiado silenciosa, eso no era normal en ella, creo que habíamos pasado más de un año completo como siameses, la iba a extrañar demasiado. Tomé su mano y la jalé hacia a mí, abrazándola.
—¿Qué maldad tramas? Estás demasiado pensativa— Ella me miró y se soltó a llorar.
—¿Qué voy a hacer sin ti, grandísimo estúpido?— logró decirme entre lágrimas y mocos.
—Ser la tenista número uno e invitarme a verte jugar en Wimbledon para sentarme junto a la Reina Isabel— yo lloraba en silencio junto a ella, mi querida y entrañable amiga.
Se limpió la cara con varios pañuelos desechables, acercó sus tibios labios a los míos y me dio un brevísimo beso en los labios, los dos sonreímos.
—Jamás, jamás dejaremos de ser amigos Grandchester, aunque estemos separados hallaré la manera de joderte la vida—decía derramando unas pocas lágrimas.
—Eso lo tengo muy claro— la abracé aún más.
Por fin terminamos de despedirnos, tomé un taxi a la estación de trenes, en 4 horas estaría llegando a París. Me quedé dormido por lo que el viaje me pareció muy rápido.
Era temporada alta y el tren iba lleno, casi llegábamos cuando recibí un mensaje de Albert en mi celular, ya me esperaba en la estación. En pocos minutos nos encontrábamos en nuestro destino, salí del tren y me dirigí a la salida cuando lo ví, con un aspecto un poco cansado pero guapísimo en una camisa de lino color blanco y pantalones de lino también pero azul marino, demasiado elegante para estar de vacaciones.
Al verme sus ojos brillaron, creo que los míos igual y mi corazón comenzó a latir emocionado, corrimos a nuestro encuentro como dos amantes que no se hubiesen visto en años, dejé mi maleta y mi mochila en el suelo y nos unimos en un abrazo anhelante, después de un buen rato nos separamos para vernos, sonreímos como tontos enamorados, yo acaricié el suave cabello de su nuca y él tomándome posesivamente de la cintura me acercó a él, sin poder resistirlo más, nuestros labios se unieron, reconociendo primero nuestro sabor, después tratando de decirnos cuánto nos habíamos extrañado, había pasado casi mes y medio desde la última vez que nos habíamos visto en la graduación y dos meses desde que nos declaramos nuestro amor. El beso se estaba volviendo ansioso, lujurioso, fue cuando Albert se separó poco a poco de mi, sin dejar de observarme.
—Dios, te he extrañado tanto, que juro que estos últimos días no había podido dormir esperando ansioso para volverte a ver— me dijo Albert dándome una penetrante mirada mientras acariciaba mi mejilla
—Yo...lo siento mucho pero, Karen me ha mantenido lo suficientemente borracho para no poder extrañarte— le dije medio burlón alzando mi cara de manera orgullosa mientras caminaba a la salida, había agarrado mi mochila y llevaba arrastrando mi maleta, Albert me tomó de la mano haciéndome soltar mi maleta y regresándome a sus brazos, pasó su dedo pulgar por mis labios dándome después un beso profundo, sin prisas.
—Entonces no me extrañaste—me dijo sensualmente sobre mi boca, yo tenía los ojos cerrados con la respiración entrecortada, lo hice callar con otro beso, por supuesto que lo había extrañado.
Salimos de la estación de trenes y tomamos un taxi que nos llevó al elegante y bohemio barrio de Saint-Germain-des-Près, el viaje duró menos de media hora, no había mucho tráfico a media noche y llegamos a la Rue Visconti. Una serie de edificios de piedra caliza color crema de estilo Haussmann nos recibieron, algunos con locales en la planta baja.
Entramos a uno de los edificios, subimos las escaleras hasta el tercer piso, el lobby y las escaleras tenían ese aroma tan peculiar de París, un poco de humedad, olor a viejo, tabaco y perfume. Llegamos a la puerta. Al entrar a ese lugar, a diferencia de su impersonal y frío departamento en Carolina, supe que este lugar contenía toda la esencia bohemia de Albert. Un espacio de paredes blancas, piso de madera obscura con algunos muebles de diseñador muy modernos que hacían contraste con un enorme sillón decadente, que se veía muy cómodo de velour verde botella y varios muebles que parecían costosas antigüedades. En las paredes estaban acomodadas varias obras de arte moderno, cortinas vaporosas y una cocina sencilla con una pequeña mesa redonda de comedor de madera con sus sillas, la combinación era ecléctica, pero con el delicado toque de un interiorista experimentado.
—¿Te gusta? Este departamento es mío, yo lo compré y un amigo diseñador me ayudó a decorarlo— comentó mientras cerraba y me quitaba la maleta de la mano.
—¿Un amigo?— le cuestioné suspicaz.
—Amor, no te pongas celoso, para tu tranquilidad ninguno de mis amantes ha pisado este departamento, sólo tú— se acercó Albert rápidamente para darme un beso— qué te parece si tomamos un largo baño de tina y descansamos, hoy me levanté muy temprano para volar desde Londres hasta aquí—ya me iba arrastrando a su habitación.
Su habitación era grande, muebles pesados de madera, una cama enorme y todo lo demás eran una mezcla de color blanco y crudo, con un enorme ventanal que era cubierto por una pesada cortina de algodón también en color crudo, su baño además de una regadera tenía una tina lo suficientemente grande para que, acomodados los dos pudiéramos usarla, antes de salir, abrí las llaves regulando la temperatura del agua para que empezara a llenarse.
Afuera en la habitación comencé a desnudarme, me urgía bañarme, me quité los tenis y los calcetines, después mi camiseta, cuando me di cuenta Albert me observaba desde un sillón junto a la ventana, su mirada estaba cargada de deseo, pero no se movió ni un centímetro. Para seguirle el juego, muy lentamente comencé a desabrochar los botones de mis jeans, uno a uno, después con la misma lentitud los bajé y me los quité quedando sólo en mi bóxer, él seguía sin moverse, pero su mirada estaba llena de fuego.
—Vas a seguir viéndome toda la noche o nos vamos a bañar— por fin me quité la última prenda y regresé al baño, puse jabón líquido de verbena al agua y un poco de sales perfumadas. Mientras preparaba la tina, Albert entró al baño, ya desnudo, casi me quedo sin aliento, él es de mi estatura, su complexión es delgada pero con unas preciosas piernas y músculos marcados, su pecho tiene un suave vello rubio y un hermoso trasero, ambos nos hemos inspeccionado con un muy agradable resultado, su miembro era deliciosamente bien dotado y estaba tan duro como yo.
Yo entré primero a la tina, la temperatura del agua estaba perfecta, creo que sin querer hice un gemido de placer. Albert me siguió, colocándose de espaldas a mí, pegando su bello traserito a mi miembro y su espalda a mi pecho. Tomé el shampú y lo puse en mi mano, comencé a lavarle su cabello, se lo enjuagué con un pequeño recipiente, yo también me lavé el cabello rápidamente para seguir en lo nuestro. Después alcancé la esponja y puse más jabón líquido, comencé a frotar su espalda, su pecho, sus brazos. El flexionó sus piernas para que yo pudiera alcanzarlas con la esponja, todo esto lo hacía lento mientras mordisqueaba su cuello y su oreja y a veces lo tomaba de la mandíbula para acercar su boca a mi boca, mi mano con la esponja viajó hasta su dispuesta masculinidad, pero él me detuvo con su mano.
—No, no quiero acabar antes de empezar— me decía conteniendo un gemido de placer, de repente en un movimiento, él se volteó para ponerse de frente a mí.
—Es mi turno…
Puso más jabón en la esponja, con sus manos me atrajo por la cadera, nuestros miembros se acariciaban y sus piernas se enredaron en mi cintura. Los besos eran profundos, iban subiendo de ritmo, mientras frotaba mi espalda, mis brazos, llegó un momento en que la esponja simplemente se perdió en el agua, nosotros seguíamos con nuestras caricias y besos, el agua comenzaba a enfriarse, Albert se levantó y tomó una toalla para poder salir, mientras yo también iba saliendo me alcanzó otra, tratamos de secarnos lo mejor posible el cabello, acomodamos las toallas húmedas en un porta toallas y salimos del baño. Nos acostamos desnudos y continuamos besándonos yo estaba muy excitado y me puse encima de él, entre besos acuciosos logré preguntarle:
—¿Qué tan cansado estás?
—No lo suficiente para que te escapes de mí ésta noche— y me regaló esa hermosa sonrisa.
—Somos amigos y ahora novios pero nunca hemos sido amantes, antes de seguir, hay un pequeño detalle que no conocemos de nosotros—le dije con la voz entrecortada, me vió con un poco de extrañeza—¿Pasivo o activo? Yo…a mí me gusta ambos...
—A mi también cariño, ambos y contigo, quiero todo contigo…— me dijo con esa hermosa sonrisa antes de empezar a devorar mi boca.
Su boca contra la mía, nuestras lenguas saboreándonos, impacientes, nuestras manos viajaban acuciosas por nuestros cuerpos, Albert me colocó de espaldas a la cama y dejó mi boca para besar mi cuello, nuestras masculinidades estaban listas para atacar desde el baño en la tina, pero creo que Albert estaba decidido a enloquecerme, quise acariciar su miembro con mis manos, llenarme de él, pero no me lo permitió, tomó ambas manos y las llevó arriba de mi cabeza, susurrando en mi boca antes de volver a besarme.
—Aún no amor…
Sus besos me enloquecían, después de besar mis labios y mi cuello, pasó a mi pecho, yendo lentamente hacia abajo, por fin soltó mis manos, viéndonos y disfrutándonos mutuamente, ambos estábamos perdidos en el placer.
Lentamente llegó hasta mi miembro, con su deliciosa lengua delineó la punta, sus labios me besaban ahí, primero suave, aumentando poco a poco el ritmo mientras acariciaba mis testículos, yo me aferraba a su cabeza, acariciándole su cabello rubio, primero suavemente, después con bastante rudeza, solo mis gemidos inundaban nuestra habitación.
—Dios mío, eres delicioso, ¿Sabes cuántas pajas me hice pensando en ti? ¿Sabes cuántas veces cerraba los ojos estando con mis amantes dibujando tu rostro en mi mente?—me lo dijo separándose de mí, mientras se ponía un condón y un poco de lubricante en sus manos.
—Se mío para siempre Terry, te amo, te amo carajo— sus dedos pusieron un poco de lubricante en la entrada de mi trasero y justo ahí, coloca su deliciosa virilidad para por fin hundirse en mí, lento y paciente, una vez que pude recibirlo completo, las embestidas eran profundas, lentas, furiosas, como si quisiera arrancarme mi espíritu y poseerlo a él también.
—Soy tuyo, solo tuyo, para siempre— logré decirle entre gruñidos de placer y mi respiración entrecortada.
—Solo mío...
—Solo tuyo…
Albert me hacía el amor, porque eso era, no era una cogida, no era un polvo o una follada, nosotros hacíamos el amor. Él penetraba carne y alma, marcándome, dejando huellas en mi piel y en todo mi ser, cada embestida reclamaba mi cuerpo como suyo. Comenzó a acelerar un poco el ritmo al tiempo que tomó mi erección y me daba doble placer, pronto los dos llegamos al ansiado lugar, no solo a nuestro clímax físico, sino al Nirvana de nuestros espíritus.
Sudorosos y jadeantes nos volvimos a decir mil veces “te amo” antes de quedarnos dormidos. En la madrugada despertamos para reiniciar el ritual de nuestro amor físico, pero está vez fui yo quien tomé a Albert, yo quien marcó territorio en ese exquisito cuerpo, yo quien bebió de su piel, de su alma, con el cuerpo satisfecho y nuestros amantes corazones cerca el uno del otro, nos quedamos dormidos otra vez, abrazados y agotados.
Despierto y aunque aún está obscura la habitación por la pesada cortina, sé que es muy tarde, mi amor, mi vida entera aún duerme y no quiero ser yo quien perturbe su sueño que se ve tranquilo y apacible. Y aquí estamos los dos, juntos y desnudos, unidos para siempre, sin promesas vanas, sin papeles con un contrato matrimonial vacío, sólo nosotros dos, dos almas solitarias que muy pronto debieron volar lejos de la comodidad y del amor de una familia, dos almas que a pesar de las dificultades han logrado remontar el vuelo, pero que nunca más lo harán solos, porque estoy seguro que seremos compañeros de vida, amantes amigos y familia.
Él ha despertado y y puedo adivinar por el brillo en sus ojos y esa hermosa sonrisa traviesa, que no desayunaremos pronto.
FIN
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Epílogo
Han pasado casi 8 años desde que estuvimos juntos por primera vez en París, la vida da vueltas de maneras misteriosas e inimaginables, hace 6 años Albert y yo comenzamos a vivir juntos, justo cuando el consejo administrativo de las empresas familiares decidió que quién llevara las riendas de la dirección de ninguna manera podía ser homosexual, todo esto impulsado por su propio padre, sin importar cuántos años hubiese trabajado Albert casi como un esclavo y de manera eficiente haciendo duplicar el tamaño de sus empresas y de sus utilidades, ese fue el parteaguas para que Al rompiera lazos definitivos con su familia, ni su madre ni su padre volverían a saber de él en muchísimo tiempo.
En esa época yo ya recibía buenas utilidades de la manufactura de prótesis y tenía un ahorro bastante considerable, logramos juntar entre los dos una buena cantidad de dinero para dar el enganche de una casa en Charlotte, lo suficientemente grande para una futura familia, del puro estilo sureño: ladrillos rojos, tejas en techos a dos aguas y grandes ventanales, la parte de atrás tenía una linda terraza, un jardín muy grande que tenía salida a un hermoso bosque.
Mi madre emocionada y feliz nos ayudó a amueblar y a decorar la casa, Albert trabajaría ahí, mi madre le adaptó un enorme cobertizo que estaba en la parte trasera del jardín para que fuera su muy elegante oficina, decidió ser consultor independiente y trabajaría la mayor parte del tiempo en casa, habían demasiadas empresas dispuestas a pagar por su asesoría y sus conocimientos.
Karen estuvo los últimos 7 años entre las diez mejores tenistas del ranking mundial, hemos ido a verla jugar varias finales de abiertos famosos y cumplió su promesa de jugar en Wimbledon y sentarme muy cerca de la Reina Isabel. Hace tres años cambió de entrenador y ahora se han enamorado hasta la médula de él, ese pobre infeliz llamado Daniel Vallverdú, venezolano y mayor que ella por 7 años, es muy guapo, cuando lo conocimos, Albert casi me da un pisotón porque creo que dejé caer un poco de baba, y para vengarme de todas las veces que ella me hizo pasar las peores vergüenzas, después de que nos lo presentó muy emocionada, yo le pregunté que cuando agendábamos esa inseminación NO artificial para que ella llevara en su vientre a nuestros bebés, porque Albert y yo ya queríamos ser padres, se enojó tanto que casi dejó de llamarme por un mes completo, ella no sabía que yo había pedido permiso a su novio para hacerle esa broma pesada. Este año ha descansado y seguramente el siguiente también, en un pequeño “descuido” se embarazó y ellos se han casado, Daniel la adora, él dice que la vida es muy divertida junto a Karen, y yo me alegro de que mi mejor amiga sea muy feliz.
Yo asisto constantemente a congresos médicos y de tecnología biomédica para dar conferencias y al mismo tiempo también estar actualizado. En la más importante que se celebra en Montreal me encontré a esa preciosa pecosa a la que alguna vez llegué a amar.
Iba sola con un enorme smoothie en mano, muy, muy embarazada, traía el cabello corto y alborotado, y el embarazo la hacía ver hermosa y radiante, dudé en acercarme pero me armé de valor y la alcancé, ella al verme se sorprendió y se alegró muchísimo, saltó a mis brazos y nos quedamos un buen rato abrazados, teníamos casi 12 años sin hablar desde que terminamos.
Ella estaba acompañando a su esposo que en ese momento daba unas conferencias de los usos de nano bioingeniería celular en cirugías para reparar tejidos, no vería a su esposo, hasta la noche, que era aquel rubio con el que la ví en la graduación, el aclamado doctor Anthony Brower, y la invité a comer. Pasamos toda la tarde poniéndonos al corriente, el tiempo por fin permitió que pudiéramos platicar como los amigos que algún día fuimos antes de ser novios, ella estaba embarazada de su primer bebé y vivía con Anthony en Baltimore trabajando ambos en el Hospital Johns Hopkins, aunque creo que no podremos volver a ser mejores amigos, nos mantenemos esporádicamente en contacto por mensajes de celular.
Ver a Candy tan feliz y embarazada me dejó un muy buen sabor de boca, no obstante no fue así cuando nos encontramos Albert y yo a Neil en Nueva York, él tuvo que ir a una consultoría por una semana completa y yo lo acompañé.
Nos hospedamos en el St. Regis, muy cerca de la Quinta Avenida, un hotel muy lujoso cuyo costo fue cubierto por quienes contrataron a Albert, al tercer día, Albert regresaría más temprano que los primeros días e iríamos a cenar a un bistró muy elegante y exclusivo llamado Le Grenouille.
Al llegar impecables y enfundados en unos carísimos trajes, nos acomodaron en una esquina en dónde se podía ver perfectamente lo que pasaba en el restaurante, fue entonces que se escuchó un gran alboroto, todos los comensales levantaron sus cabezas incluyendo nosotros para averiguar qué era lo que pasaba, una mujer de aspecto muy elegante y enojada venía gritándole a alguien que parecía ser su esposo, entonces detrás de ella venía un Neil igual de elegante pero compungido aguantando los gritos y la humillación, Albert y yo nos quedamos sin palabras, Neil se había casado con una mujer, ella seguía reclamándole no se qué cosas de sus hijos y advirtiéndole que jamás conseguiría el divorcio, todos los que nos encontrábamos ahí nos sentimos un poco avergonzados por ese pobre infeliz, en medio de los gritos él levantó su cabeza y alcanzó a vernos, Albert posesivamente tomó mi mano y le lanzó una mirada de triunfo, pude ver una mirada de vergüenza y derrota en Neil, no pasó mucho tiempo para que el gerente les pidiera amablemente que se retiraran del lugar porque molestaban a los clientes, esa mujer horrible se fue dando aún más gritos, lanzando amenazas al gerente, llevándose tras de sí a Neil reducido a un perro faldero.
El restaurante ofreció bebidas gratis por los inconvenientes, y yo no daba crédito a lo que mis ojos vieron, Neil regresando al clóset casado con una horrible mujer y al parecer con hijos de por medio.
Esa noche Albert me tomó como un salvaje, quizás inconscientemente celoso, quise decirle que ver a Neil lo único que me causó fue lástima, pero, ¿Quién era yo para frenar el ímpetu sexual que generan los celos?
Y así hemos pasado ocho años juntos, con altibajos de una pareja normal, adorándonos y amándonos, nos casamos hace cuatro años en una muy pequeña recepción con mi madre y algunos amigos incluida Karen y hace dos años llegaron a nuestra vida nuestros adorados hijos, una jovencita de 15 años sin el respaldo familiar y con un novio que desapareció en cuanto se enteró de su embarazo. Ella nos dio el mayor regalo que pudimos haber recibido, renunció a sus pequeños para que tuvieran otras oportunidades que ni en sueños podría darles ella siendo tan joven, renunció dolorosamente a dos hermosos bebés y nos otorgó ese gran honor de ser nosotros quien los criemos. Ella regresó con su familia y nosotros le conseguimos una beca y ayuda económica para que no deje de estudiar, no los quiso conocer, tampoco quiso seguir teniendo contacto ni con nosotros ni con sus hijos, ahora nuestros. Nuestra princesa se llama Hazel y su bello hermano es Connor, tienen una linda piel apiñonada, cabello castaño claro, un poco ondulado y ojos color miel. Desde que llegaron con nosotros a nuestro hogar al tercer día de haber nacido, han revuelto nuestras vidas, con noches interminables sin dormir, visitas al pediatra, combinar nuestro trabajo con los tiempos demandantes de nuestros hijos, ha sido todo un bello caos, mi madre es quién los cuida cuando tenemos que viajar y nos ayuda una nana cuidadosamente seleccionada, la señora Betty.
Es muy temprano en un típico lunes por la mañana, Al y yo aprovechamos el poco tiempo del que ahora disponemos y hacemos el amor cada que tenemos oportunidad, mientras me hundo en ese delicioso trasero, tomando su hombro derecho con una de mis manos y con la otra masturbándolo, el logra decirme despegando la boca de la almohada que usa para ahogar sus gritos de placer.
—Apúrate, ya van a despertar.
Entonces intensifico mis movimientos para acabar lo más pronto posible, yo doy un último gruñido de placer y Albert se aferra a la almohada, nos quedamos un rato abrazados antes de darnos juntos un baño muy rápido, al salir frescos y limpios podemos ver y escuchar por el monitor que nuestros pequeños han despertado.
—Tus hijos han despertado.
—Perdón pero despiertos son tuyos, son míos sólo cuando duermen.
Sonriendo nos damos un breve beso, es hora de comenzar la jornada, y yo definitivamente no cambiaría esta vida por nada.
Ahora sí, el fin