Calle Magnolia #1533 Ap2B
Chicago, IL 60290
—Ahora si me vas a escuchar ¡maldita huérfana! ¡cómo te atreves a tratar así a mi hermano! deberías estar agradecida de que él ponga su ojos en ti.
Estaba apunto de llegar a la dirección cuándo a lo lejos, en la esquina de la calle observo como Candy y un rubio alto despedían a Stear, Archie y Paty.
—¿Quién es ese hombre? —Se preguntó en voz alta—. Supongo que por ese vagabundo es que no quieres hacerle caso a mi hermano yo me encargare de demostrarte que ese hombre no está enamorado de ti. Un brillo perverso atravesó los ojos de Eliza por unos segundos y una risa maquiavélica se formó de lado en sus labios.
Durante los días siguientes Eliza disfrazada con una ropa más sencilla y poco llamativa seguía los pasos de aquel rubio de ojos azules. Se dio cuenta que trabajaba en una pequeña cafetería de lavaplatos, lo miro entrar a la barbería y salir con el cabello corto.
Se encontraba sentada en aquella cafetería, dio un sorbo a su café caliente y humeante «como es posible Candy, que por alguien así, no hayas aceptado a mi hermano, aunque no puedo negar que es muy atractivo «¡Eliza que estás diciendo por Dios!» Se reprendió. —Por lo que he averiguado en estas dos semanas, estoy segura que no son pareja, ni hay nada entre ustedes dos.
Recordó como hace dos días atrás escuchó a dos meseras hablando de aquel hombre. El rubio había tenido un accidente y en consecuencia perdido la memoria.
—Pobre chico —decía una de las mujeres que tomaba descanso y se encontraba al lado de la mesa de Eliza.
—Si pobre, lo siento tanto por su hermana debe de ser muy difícil estar en esa situación.
«Así que hermanos he» pensó la pelirroja.
—Aunque no haya nada entre ustedes yo le diré a la tía abuela, para que trate de evitar la vergüenza y el escándalo y te obligue a casarte con mi hermano.
Creo que es suficiente con lo que he averiguado es hora de largarme de este maldito lugar.
Saco de su bolsa un billete y lo dejó en la mesa, a toda prisa se dirigió a la salida ya estando en la calle empezó a caminar, ya no soportaba esa ropa. Tenía que cambiarse.
—Creo que le voy a contar a la tía abuela de toda esta situación, cuando se entere obligará a Candy a casarse con mi hermanito
Sin darse cuenta chocó contra aquel hombre que había seguido por dos semanas. El se encontraba recargado en la pared tomando su cabeza con las dos manos.
—¿Estás bien?—le preguntó Eliza.
—No, este dolor es insoportable.
—Te llevaré a casa —mencionó Eliza al ver a aquel hombre tan mal —levantó la mano para llamar un carro de alquiler.
Lo ayudo a subir al auto con cuidado, al tocarlo ella pudo sentir los músculos de sus brazos, sin quererlo se ruborizó al imaginar cómo serían sin esa camisa, sacudió su cabeza reprendiendo sus pensamientos «estás loca Eliza, estar en este lugar te ha afectado la cabeza de marañas»
Al llegar al departamento, él le dió la llave para que abriera. Él le indicó dónde era su habitación, ella confirmaba que ambos solo eran amigos, pues dormían por separado.
El cayó profundamente dormido en su cama y Eliza se debatía si irse o esperar a Candy y contarle, era enfermera sabría qué hacer.
Se dirigió a la cocina vio la tetera, no sería tan difícil preparar un té, en lo que esperaba por Candy.
Los últimos rayos de sol estaban presentes, y Candy aún no regresaba cuando lo vio salir de su habitación.
—¿Cómo te sientes?
—Ya mejor muchas gracias por traerme a casa, pero…, ¿cómo es que sabías dónde vivo?
—Oh…, este…, yo…, bueno. Una persona del restaurante me dijo dónde traerte si, eso… —mintió—. Me dijeron que tienes una hermana y como no despertabas yo quería decirle lo que te paso antes de irme.
Para Albert, todo era confuso, el fuerte dolor de cabeza y leves recuerdos no le permitieron saber que ella mentía.
—Ella no está aquí, fue al hogar de Pony, cerca del poblado de Lakewood, había estado haciendo muchas guardias nocturnas en el hospital por mi culpa y le pedí se tomará un fin de semana de descanso.
—Oh, ya veo, entonces es mejor que me vaya.
—Espera, pero ya es muy noche, quédate —la tomó de la mano —Eliza sintió una cálida sensación.
Que maldita cosa le estaba pasando, y sobre todo no podía dejar de admirar sus bellos ojos.
—Pero mi familia, se preocupara.
—El conserje del Edificio tiene teléfono, puedes hacer una llamada a tu familia.
—Está bien.
Eliza habló con su mamá y le dijo que se quedaría en casa de Daisy, la chica que realmente querían para su hermano como pareja.
—Cuando volvió al departamento encontró a un Albert con un mandil y empezando a hacer una cena.
—Todo estuvo delicioso.
—Es un placer, es mi forma de agradecer por lo que haz hecho por mí —Le sonrío dulcemente.
Es mejor que nos vayamos a dormir, él le enseñó la puerta de la habitación de Candy y se despidió dándole un beso en la mano.
Eliza no podía conciliar el sueño, daba vueltas en la cama de un lado a otro, sintió tanto calor que se paró y abrió la ventana, dió una bocanada de aire pero nada aliviaba esa extraña sensación en ella. Decidió quitarse el vestido pues no había querido ponerse una pijama de Candy. Solo se dejó aquel pequeño fondo de tirantes que solía llevar debajo de su vestido. Sintió la boca seca y decidió ir de puntillas para no hacer ruido a la cocina. Su sorpresa fue grande cuando iba de salida, lo vio en el umbral de la puerta con tan solo un pantalón. Eliza se quedó sin aliento y dejó caer el vaso de cristal.
—Deja que te ayude, espera no te muevas te puedes cortar los pies —La tomó entre sus brazos y la llevó a la sala. Cuando el iba volver a la cocina lo llamo:
—Espera —masculló ella, no pudo evitar contemplar ese largo, esbelto, y magnífico pecho. Pestañeo y sintió la boca aún más seca que minutos atrás—. Gracias, —le dijo tímidamente.
Fue entonces cuando Albert, pudo ver las suaves curvas de sus senos a través de aquel transparente camisón y la oscura sombra de sus pezones.
Ambos cayeron en cuenta de la condición en la que estaban.
—Perdona, Eliza, yo no debí, esto no es aceptable de parte mía, es mejor que vayas a tu habitación y yo recoja los vidrios rotos.
—¡No! Espera —pidió Eliza, lanzándose a sus brazos, quería sentir su abrazo, grande fue su sorpresa al sentir su agradable olor y su piel cálida.
Ella levantó su rostro para mirarlo, él la miró con ternura, la tenue luz de una lámpara en la sala permitía que se vieran. —No me dejes sola, déjame estar así unos segundos, una cosa llevo a otra y sin pensar Albert besaba sus dulces y carnosos labios. Hace cuánto que no estaba con una mujer no lo recordaba. El deseo se apoderó de él. Mirada azul contra café chocaban y se decían cuánto se deseaban con el brillo de sus ojos.
Eliza, estaba apunto de caer a un precipicio, lo sabía, pero bien valía la pena con alguien así.
—Quiero verte —ordenó ella.
Albert pasó sus dedos sobre su delicado rostro y con un tierno gesto besó sus párpados, la volvió a tomar entre sus brazos la llevó a la habitación y la tumbó en la cama, posicionándose sobre ella. El mundo de Eliza se redujo a ese bello hombre de ojos dulces delante de ella. Un hombre que había desatado algo salvaje dentro de ella desde hace días, solo que se lo negó varias veces.
—Te deseo le dijo ella al oído. Estaba asustada y excitada, se estaba reprimiendo por su falta de experiencia. ¿Debía acaso decírselo?
—Yo también te deseo le dijo sonriendo.
Pasaron unos minutos solo besándose, Albert no hizo nada más que solo probar sus labios. Pero después la escucho lanzar un pequeño gruñido profundo y natural. Eso hizo que la besara con pasión y deseo, sus manos empezaron a recorrer todo su cuerpo y con un ágiles movimientos la dejó totalmente desnuda, la beso por cada rincón de su cuerpo haciéndola gemir de placer. Ella acarició sus mejillas, sus manos acariciaban sus bíceps, algo dentro de su vientre la hacía sentir una punzada. En esos instantes el introdujo sus dedos en su capullo y supo que estaba húmedo y listo para el.
Albert no recordaba el haber sentido una pasión tan loca como las que le estaba consumiendo en esos momentos. Casi enloquecido de pasión se introducía en ella y la miraba a los ojos, en esos instantes en su cabeza es como si un revólver fuera detonado, su conciencia la cuál estaba dormida con aquel accidente que perdiera la memoria, en ese momento se incendió haciéndolo recordar todo, una imagen tras otra venían a su mente. Sus propios demonios salían a flote. ¡Le estaba haciendo el amor a su sobrina! Había recordado todo. Su cerebro se negaba a seguir pero su cuerpo le exigía cada vez más con aquel vaivén delicioso que ella imponía. Tal vez era un cobarde y vil por seguir con aquello adelante; ardía de pasión por esa mujer de roja cabellera, era tan dócil ante él. La noche pasó entre caricias y besos uno al otro. La segunda vez que hacían el amor después de tomar un baño juntos y volver a la cama, Eliza trató de salir corriendo de ese lugar en su mente; algo más fuerte que ella la detenía. ¿Que había despertado ese hombre en ella? no lo sabía, pero si ese era el infierno ahí quería arder.
—Mmm… —la escuchó decir a horcajadas encima de su cuerpo, mientras él acariciaba y apretaba su pechos, hacía círculos en sus pezones, en esos instantes la sintió vibrar y estremecerse. Se dejó caer sobre él cubriendo su rostro con aquel cabello rojizo, y nuevamente vino esa sensación, era un revólver en su rostro. ¿Qué es lo que haría? no lo sabía en esos momentos.
Cuando despertó con los primeros rayos del alba, ella ya no estaba. Acaso se había imaginado todo. Se levantó fue a la cocina y vio los vidrios del vaso en el piso.
Eliza pensó que nunca más lo vería pues no era más que un vagabundo amigo de Candy, grande fue su sorpresa al ver quién entraba en la recepción del compromiso de su hermano.
Última edición por Saadesa el Miér Abr 06, 2022 4:50 pm, editado 3 veces