Una fiesta más, ya deseaba que se acabaran los bailes, pues nunca antes había sentido tan pesadas aquellas veladas que parecían no tener fin. Durante toda la semana, había estado sintiendo una mirada insistente, tal vez ya se estaba volviendo loca a causa de todas las personas que la veían como la dama ideal. El carruaje se detuvo y sacudió todos esos pensamientos de su cabeza, tenía que actuar como la misma de siempre, ¡ja! actuar, sin duda alguna la envidiarían todas las actrices por capacidades histriónicas.
Estaba tan ensimismada que no se percató de la figura varonil que se le acercaba. -Me concede el honor de un baile mi lady-
-Por supuesto- Acepto pero no se atrevió a mirar a quien caballerosamente la guió hasta el centro del salón, puso una de sus manos sobre su cintura provocando que se eriza la piel y con la otra mano sostenía suavemente la suya. El contacto con Anthony era gentil, pero el de este hombre, además de eso, era cálido, firme y delicado. Alzó su mirada y se encontró con unos ojos de un azul profundo como el mar, con un brillo que la hipnotizó además de un toque travieso y juguetón.
-¿Cuál es su nombre?- Se sonrojo por no saber si lo había pensado o lo había dicho.
-Terrence, si lo prefiere puede llamarme Terry- Su voz era grave y atractiva, con un suave tono aterciopelado. Todo se sentía tan irreal, como si se encontrara dentro de un sueño.
-¿Por qué me miras así pequeña pecosa?- La pregunta la sacó de sus pensamientos.
-¿Pecosa yo?- Pregunto confundida, en respuesta recibió una sonrisa tan divina, pero pícara, como si ese joven se burlara de ella.
-Lamento decirtelo pero realmente eres muy pecosa- ¿qué acababa de hacer? ¿por qué la había llamado pecosa? y ¡dos veces! Inmediatamente su rostro pasó del asombro al enfado.
A pesar de que moría de ganas por responderle, sabía que no era su mejor opción ya que todas las miradas en el salón estaban sobre ambos.
-No te enojes o se te verán más las pecas- Ella se detuvo al instante, este hombre había cruzado los límites de su paciencia y de…
-¿Cuál es su problema?- Lo enfrentó furiosa, como si la hubiera ofendido de la peor forma. Terry estaba anonadado, impulsivamente la invitó a bailar antes de que llegara el rubio pero jamás pensó que las cosas saldrían de esa manera y mucho menos que ella se molestara tanto con él, sin embargo, se sentía extasiado por… ni siquiera sabía por qué. Se comenzaron a escuchar murmullos que alertaron a Candy, estaba tan absorta en las sensaciones del momento que no se percató de que habían dejado de bailar en medio del salón.
-Lo siento- se disculpó avergonzada por su comportamiento tan impropio.
-No señorita, yo lo siento, no debí burlarme de usted- Respondió el castaño confundido por lo acontecido. Candy solo asintió en silencio, ¿qué había sido todo eso? Ella era perfectamente capaz de mantener la calma en las situaciones más complicadas, pero en ese momento sentía sus emociones al borde de un precipicio. Nadie la había hecho sentir diferentes emociones en cuestión de minutos.
Durante el resto de la noche Candy estuvo ausente, repasando en su cabeza lo sucedido una vez tras otra, tratando de entender qué era eso que acababa de experimentar. El momento fue intenso, sus ojos, su tacto, su voz, él había sido intenso, primero la suavidad con la que la sostuvo y la mirada penetrante que la siguió no solo en el baile compartido, sino durante el resto de la velada en la que le fue imposible notar que Terry no dejaba de mirarla y terminando con la burla a sus pecas que la había hecho olvidarse de que debía comportarse como la dama que era. “Me hizo olvidar” pensó sorprendida, por primera vez en su vida se olvidó de lo que estaba obligada a representar.
Continuará...
Por fin se animó a acercarse a ella