-No voy a hablarte como si fueras una niña pequeña --recordó que le había dicho Terry --. Seré franco contigo. El profesor cree que serías mucho más feliz si aceptaras este pueblo como tu hogar -Después de observar su reacción, Terry había suspirado --.Sabe que no estás acostumbrada a este tipo de vida y que te sientes aprisionada, pero también tienes que entender que es muy difícil que tu abuelo cambie de actitud...
- ¡Lo odio! --Le había respondido Candy --. ¡Odio a todo el mundo en este pueblo!
-Pero tú tienes la sangre de tu padre en las venas, y por tanto la de tu abuelo también --le había recordado Terry -.- Niko acepta ese vínculo. Si no, no estarías viviendo en esta casa. Tú formas parte de la familia...
- ¡Ellos no son mi familia! --había replicado ella, casi sollozando.
-Maria se pondría muy triste si te oyera hablar de esa manera.
Su tímida tía , una persona a la que dominaba su hermana mayor y su malhumorado hermano, había sido el único miembro de la familia que había hecho algún esfuerzo por alegrar la existencia de Candy. Nunca le había gritado, cuando la había oído llorar por la noche. Siempre había intentado consolarla.
-Te prometo que intentaré localizar a tu padre, pero me tienes que prometer una cosa --le había informado Terry, muy serio --.Una promesa que te tendrás que pensar bien.
-- ¿Qué promesa?
--Que dejes de huir. Porque eso pone cada vez más furioso a tu abuelo y cree que eres una niña malcriada, en la que no se puede confiar. Es un hombre muy estricto y tus continuos desafíos provocan una respuesta muy desagradable en él...
- ¿Dijo el profesor que el abuelo era desagradable? --le había preguntado Candy.
--No, no -- Terry se había sonrojado--. Pero Niko White tiene fama de ser un hombre muy testarudo, que nunca da su brazo a torcer. Lo que debes hacer es morderte la lengua y fingir que estás dispuesta a obedecerlo, aunque no quieras...
-No creo que el profesor te haya dicho que sea una hipócrita.
- ¡Eres muy lista, para tener sólo catorce años! -- había respondido Terry, medio riendo --.Lo único que quiero que sepas es que al profesor no le gusta verte triste. Quería que te dijera que lo mejor que puedes hacer es obedecer a tu abuelo...
-Yo sólo quiero volver a Londres --había murmurado ella, con lágrimas en los ojos-, a ver a mi mamá, a mis amigos, mi colegio...
-Pero ahora tienes que acostumbrarte a vivir con la familia que tienes en Escocia, pecosa -- le había respondido Terry.
Había sido tan claro con ella, después de todos aquellos meses de haber sido tratada como una niña impertinente, que sus palabras le habían llegado al corazón. Y había creído que él sería el que encontraría a su padre. Pero cuando, a la vuelta de unos meses, le había comunicado la noticia de que su padre había muerto en un accidente, se había sentido desolada. A lo largo de los años, Terry se convirtió en el salvavidas de Candy.
Cada dos meses iba a visitar a su tío, y con bastante más frecuencia, cuando la salud del anciano profesor se había empezado a deteriorar. Y siempre la había ido a visitar a ella también.
Candy no tenía nada en común con la familia de su padre. Se había sentido contenta y aliviada de haber podido censurar a aquella gente delante de Terry. Él le enviaba libros y algunos periódicos. Ella había comenzado a escribirle cartas. El amor que había surgido en ella por Terry, había sido un proceso natural.
Candy también se acordó de Niko, María y Pony. Se puso tensa e intentó borrarlos de su imaginación. Durante los últimos cinco años, su abuelo no había contestado a ninguna de sus cartas, lo cual no era una sorpresa. Seguro que no entendía la conducta de su nieta, que había abandonado a su marido. La familia de su padre adoraba a Terry.
Candy salió de la habitación y se encontró en un pasillo en el que se veían cuadros con escenas medievales y cubierto de preciosas alfombras. Cuando vio la escalera en forma de caracol, estuvo a punto de subir por ella, para averiguar dónde iba. Recordó que tenía que llamar a Michael. Seguro que estaría preocupado, porque hacía tres días que no lo llamaba.
Abrió la puerta de roble que encontró al final de la escalera y salió a un tejado, ¿o eran las murallas de un castillo? Se fijó en las torres cuadradas que se alzaban frente a ella, se dirigió al parapeto, miró hacia abajo y le horrorizó la altura. Miró a su alrededor, contemplando las montañas nevadas y los fértiles valles.
-- Parece que ya te has recuperado --Candy se sobresaltó al oír la voz de Terry. Casi sin aliento, se dio la vuelta. Se dirigía a ella con una actitud bastante familiar. Llevaba unos vaqueros viejos, ajustados a sus caderas y potentes piernas y una camisa blanca de algodón de manga corta, con los botones de arriba desabrochados. Parecía el rey de la jungla buscando una presa. Muy sensual, pensó Candy, luchando por apartar de aquel físico tan impresionante. Increíblemente sensual. Exhibía una actitud relajada, muy seguro de sí mismo. Se sentó en el borde del parapeto, sin importarle lo más mínimo a la altura a la que se encontraba-. Te vi desde la torre. Pensé que todavía estarías en la cama -admitió él.
-Soy bastante resistente --replicó Candy, pensando que le daba igual que pudiera caerse, aunque prefería que no se moviera.
-Veo que eres una mujer muy comprometida con tu profesión -comentó Terry, mirándola con sus ojos brillantes -. Pensar que antes me lavabas las camisas, y me las encogías.
Candy se sintió avergonzada al recordar la atracción que había sentido por aquel hombre en la adolescencia. Algo que no era de extrañar, porque era un hombre guapísimo. Terry podía poner en ridículo a cualquiera de los dioses griegos en comparación, porque era un hombre que poseía una fuerza y energía difícil de igualar.
- ¿Hacía yo eso?
-Siempre me pregunté si las cocías - -musitó Terry.
-Esas quejas tendrías que habérmelas dicho en su momento.
-Sin embargo eras una cocinera maravillosa.
- ¡Me gustaba cocinar tanto como me gustaba fregar el suelo de tu cocina! -mintió. Y no se sintió a gusto mintiéndole, porque seguro que él se había dado cuenta.
Pero la verdad, lo único que sabía hacer en la adolescencia eran las labores del hogar, porque había sido educada para ser una buena esposa. Aquél era el destino que había trazado su padre para ella. Una forma de vida en la que el lugar de la mujer era la casa, haciendo los trabajos más duros y complaciendo cualquier deseo de su marido. Aquello fue lo primero que aprendió, a pesar de que ella siempre intentó mantener su identidad.
Continuará...