—PERO en su pasaporte tiene el apellido White, señora —le dijo el inspector de policía, frunciendo el ceño con sorpresa —.Según esto usted está soltera.
— Candy solicitó el pasaporte con su nombre de soltera, antes de casarnos —mientras Terry hablaba, ella lo observaba. Llevaba un traje muy elegante, color gris , ajustado a sus hombros y a sus estrechas caderas. Candy no podía apartar la mirada.
— ¿Conservó el apellido White por precaución? —preguntó el hombre, dando a entender que sabía que en un tiempo atrás un miembro de la familia Grandchester había sido raptado —. De todas maneras, le recomiendo que lo actualice. Su cara ha aparecido en todos los periódicos y en la televisión. Es una ironía, señor... su ilustre familia tiene fama de proteger celosamente su privacidad, pero su mujer no puede ir a ningún sitio en Italia sin que la reconozcan como una Grandchester.
Terry se puso tenso, y su cara se ensombreció. Candy estaba convencida de que aquella información lo había afectado. Lo primero que le dijo cuándo la encontró en La Cabaña, era que tenían que ser discretos. Hasta ese momento no había sabido a qué se refería. La familia de Terry era una de las familias con más dinero de Europa. Ni siquiera se creía que iba a volar a Roma con él.
—Es una tontería que me obligues a acompañarte a Roma —le dijo Candy muy bajo, mientras miraba cómo el policía se metía en su coche.
—Cuando te subes a una montaña rusa, y estás arriba, no puedes decir que quieres bajarte porque tienes miedo — Candy palideció. La tensión que había entre ellos casi se podía palpar. El sonido de las hélices del helicóptero rompió el silencio del valle. Candy miró para el otro lado, intentando distraerse. Terry la agarró del brazo.
— ¡No estoy asustada! —le informó, metiéndose las manos en los bolsillos de su vestido de verano.
—Pues deberías estarlo —comentó Terry —. Porque hay una debilidad que no compartimos. Yo nunca seré un esclavo de la pasión. Cuando sea el momento de partir, ¿qué vas a hacer si sientes que nuestra aventura debe de continuar? —A escasos milímetros de su musculoso cuerpo, absorbiendo su erótico poder que le aceraba su orgullo y la llenaba de malos presagios, Candy lo miró, luchando porque las piernas no se le doblasen.
—Pues me cortaría el cuello —contestó con desprecio. Los ojos de Terry brillaron, y sonrió.
—Morir o curarte, todo o nada... qué poco has cambiado. Pero por desgracia en la vida a veces no es tan simple elegir.
—Es lo simple que tú quieras que sea —le dijo Candy, apretando los dientes, luchando por la atracción tan fuerte que sentía por él. Apretó los puños y se metió las manos en los bolsillos, para aguantar la tentación de tocarlo. Deseaba sentir su contacto, oler su aroma, satisfacer el deseo que le subía por el cuerpo y se le agarraba al cuello, que hacía que sus pechos se hinchasen.
—Satisfacer los deseos sexuales no es siempre tan sencillo, porque no somos animales. ¡Qué inocente eres, a pesar de tu avaricia! Eres capaz incluso de admitir tu ignorancia. Pero cuanto más te engañes a ti misma, peor lo vas a superar.
Con el pulgar le acarició los labios. De forma involuntaria, cerró los ojos y abrió la boca para chuparle el dedo. Cada uno de los músculos de su cuerpo se tensó de anticipación. De pronto sonaron golpes en la puerta. Candy se asustó. Cuando abrió los ojos, Terry ya había ido a abrir. Un hombre con traje oscuro, levantó las maletas que había en la escalera. El helicóptero había llegado y era hora de marchar. Se puso sus manos sudorosas en la cara. No había querido darle a Terry tanto poder sobre ella, no había pensado que con ello se debilitaban más sus defensas.
— ¿Vendrás otra vez a visitarnos? —le preguntó Maria, que junto con su abuelo y otras tías habían ido a despedirla.
—El sitio de Candy está al lado de su marido, y Terry es un hombre muy ocupado —le reprendió Pony a su hermana. —.¿A quién más has visto que haya llamado a un helicóptero porque no puede ir en coche?
—Terry siempre se despide en persona —interrumpió el abuelo.
De pronto Candy se dio cuenta de la más cruda realidad. Terry no iba a volver a aquel pueblo nunca más. La próxima vez que los visitara, tendría que ir ella sola, para comunicarles la noticia de su separación. Aquello seguro que avergonzaría a su abuelo, quien quería a Terry más de lo que había querido jamás a su propio hijo. Y todos le echarían la culpa a ella...
Candy se durmió durante el vuelo. Cuando Terry la despertó, miró por la ventanilla, quedando desorientada por la vista, porque no estaban en el aeropuerto de Roma. El helicóptero había aterrizado en un prado inmenso.
—Tienes la misma pinta que los niños cuando vuelven de haber pasado un día en la playa —censuró Terry, cuando puso pie en tierra. Parecía estar tenso. Cuando observó la expresión en su cara, apretó los labios. Se detuvo, para apartarle unos mechones de pelo de la cara, intentando al tiempo estirarle un poco su arrugado vestido de algodón. Candy caminó a su lado por el césped. Era césped. Césped en un sitio tan grande, pensó. Se dio cuenta de dónde estaba, cuando de pronto apareció ante ella un edificio impresionante, tostándose al sol de la media tarde. —. Esa es mi casa —le dijo Terry, poniéndole una mano en el codo.
— ¿Tu casa? ¿Dónde estamos? —preguntó, boquiabierta.
—A unos treinta kilómetros de Roma. Los paparazzi no nos molestarán aquí. Tenemos guardias de seguridad y circuito cerrado de televisión. No cae una hoja en la Villa sin que lo sepamos —Fascinada, Candy miró la belleza de aquella mansión que tenía frente a ella. Tenía una parte central con dos alturas, y dos alas a cada lado, formando una media luna. En uno de los extremos de la casa, Candy vio una de las limusinas más largas que había visto jamás —.Vas a conocer a mis padres —le dijo Terry, con cierta tensión en su cara. —.Debes sentirte honrada, porque han venido desde Londres para manifestar su horror y desaprobación.
Continuará...