—No me mires así — le dijo, con tono muy suave.
— ¿Cómo? — Candy estaba casi mareada por la fuerza de sus emociones.
—El habérnoslo pasado bien en la cama, no significa que esté enamorado de ti, o que estés enamorada de mí, pecosa... — Candy palideció.
—Ya lo sé — trató de decirlo sin darle importancia, sonriendo, aunque en el fondo el comentario fue como una daga a su corazón.
—En estos momentos no sabes lo que sientes — le informó Terry de forma arrogante —.Hace mucho tiempo te encaprichaste de mí... y ahora yo he sido el primer hombre con el que te has acostado...
— ¡No había forma de pararte! —le recordó Candy.
—Pero si hubiera sabido que eras virgen, si me hubieras dicho la verdad, Candice, no te habría puesto una mano encima — contraatacó Terry —. Yo creía que ya habías hecho el amor con otros hombres.
Candy se cruzó de brazos, para ocultar sus temblorosas manos.
—A pesar de mi corta experiencia en cuanto al sexo, está claro que eres de esos que se acuesta con una mujer y a la mañana siguiente desaparece.
— ¿Y tú cómo lo sabes, si no has conocido a nadie con el que compararme? — Candy apretaba su espalda contra la pared con tanta fuerza, que llegó a pensar que se le iban a marcar para toda la vida las líneas de s eparación entre la ceramica. Terry movió en sentido negativo la cabeza y la miró a los ojos—. Lo que intentó decirte es que...
—Que ya has conseguido lo que querías, ¿no? — lo interrumpió Candy, con desagrado y dolor. Los músculos de la cara de Terry se tensaron de ira. Levantó sus brazos, mostrando su impaciencia y los bajó otra vez.
— ¡Qué melodramática eres! ¡Sólo tienes que oírte! —replicó—. ¿Cómo crees que puedo pensar algo así? No sólo eres mi esposa, sino que además es posible que te hayas quedado embarazada.
—No me vengas con ese cuento otra vez.
— ¿Crees que no es posible? Santo cielo...
—Me gustaría darme un baño —anunció Candy, mirando la bañera, como si con ello pudiera escapar de aquella situación —. Y después, me iré a Londres y solicitaré el divorcio.
—Tú no te vas a ir a ninguna parte —le dijo Terry, dirigiéndola una mirada fulminante. —. Yo me iré al apartamento que tengo en la ciudad. No es el momento de tomar una decisión precipitada.
— ¡Pues vete! —lo instó.
—Mírame....
—No quiero... quiero que me dejes sola — Terry se acercó a ella y le puso las manos en los hombros.
—No me puedo marchar, dejándote así... pecosa..... — Candy se soltó y se separó de él.
—Deja ya de tratarme como una niña. Puede que sea más emocional que tú, pero soy una persona adulta.
—No siempre te comportas como una persona adulta — Candy se dio la vuelta, llena de furia, y se encontró más cerca de Terry de lo que ella esperaba. Le puso las manos en el pecho y le dio un empujón. Se desequilibró y sus piernas chocaron contra el borde de la bañera, y se cayó en el agua de un chapuzón. Candy no pudo hacer otra cosa que quedarse mirando atónita, pero después le entró la risa tonta. Terry le dirigió una mirada cargada de ira, se agarró al borde de la bañera y se puso de pie en el suelo —. Si fueras un hombre, te daría un puñetazo ahora mismo —gruñó.
Candy se tapó la boca con la mano. Tenía el traje mojado y pegado al cuerpo, como una segunda piel y el suelo estaba encharcado. Al haber salido de forma tan repentina, había sacado media bañera con él.
—Fue un accidente — replicó ella, temblándole la voz —. No quería tirarte....
— ¡Me voy! — le gritó—. ¡Y no volveré hasta que me convenzas de que puedes comportarte como una persona adulta! — Una persona adulta, pero sin sentido del humor, salió del cuarto de baño y cerró la puerta de un portazo. Candy empezó a secar el suelo con las toallas, pensando que Terry, después de todo, no era perfecto.
Candy llegó a varias conclusiones durante las siguientes treinta y seis horas. Dio vueltas por la casa, lloró y durmió a ratos, todo ello sin abandonar la habitación de Terry. Lo exasperante era que los sirvientes de la casa la interrumpían constantemente para ofrecerle algo de comer o de beber. Acostumbrada a encerrarse en sí misma para darle vueltas a sus problemas, encontraba muy difícil concentrarse con la suficiente pasión. Estaba claro que Terry había dejado claras instrucciones de que le ofrecieran comida cada hora. Pero a ella le habría gustado que la hubieran dejado en paz.
Encontró a Tedy, su osito de peluche, en una de las estanterías de la habitación de Terry. Se abrazó a su juguete como si fuera su mejor amigo. Terry se había ido. Se sentía desgraciada,abandonada,atormentada por la pérdida y la soledad. Se había apagado la luz de su vida. Sabía que era un poco melodramático, pero era así como se sentía y no podía hacer nada por evitarlo. Terry le había ofrecido tres semanas, pero al parecer con un solo día se había quedado satisfecho.
La única razón aparente por la que parecía que la retenía en Italia era por la posibilidad de que la hubiera dejado embarazada. Seguro que cuando ella le pudiera decir que no lo estaba, la dejaría marcharse. Era mejor no pensar en la posibilidad de que ocurriera lo contrario. Era horrible pensar que se hubiera podido quedar embarazada de un hombre que no quería ser su marido, que no estaba dispuesto a soportar esa carga.
No, Terry no la quería y era evidente que nunca la iba a querer. Estaba claro que la consideraba una mujer un tanto obsesiva y excesiva. Era su opuesto en todo. Él era una persona intelectual, auto disciplinado, lógico y reservado... por lo menos en lo que al amor se refería... Cuando Terry se casara de nuevo, seguro que lo haría con alguien como la rubia a la que había visto en Escocia cinco años antes. Una mujer encantadora, elegante y equilibrada, más o menos de su edad, que no tuviera un comportamiento tan inmaduro. Alguien que le sonriera con dulzura. Alguien que le dejara decir la última palabra. Alguien que no se riera cuando él se cayera en el baño, en mitad de una discusión. Alguien de sangre azul, que pudiera ser aceptada por la familia Grandchester. Aunque Terry le hubiera dicho a su padre que los Grandchester no pertenecían a la realeza, él vivía como un rey.
Continuará....