—Tendrías que haberte imaginado que yo no tenía la menor intención de demandar a tu madre —le dijo Terry—. ¿Crees que te habría hecho pasar por ese trago a ti o a mi familia, sólo para castigarla a ella?
— ¿Quieres decir que no tenías pensado?
—Nunca.
—Pero yo creí que hablabas en serio. Me asustaste — Terry sonrió, como un gato cuando le acarician —. ¿Cómo has podido hacerme eso a mí? —le recriminó, furiosa.
—En aquel momento, por placer —admitió Terry —. Al fin y al cabo estabas protegiendo a una mujer que se puede meter en un río lleno de pirañas y salir viva de él. ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que yo...?
— ¿Tú? —repitió Candy, furiosa por la referencia ofensiva que había hecho de su madre. Terry estiró un brazo y la abrazó, cuando ella se acercó a él.
—Piénsalo bien —le aconsejó, con ojos burlones que emitían destellos dorados cuando miraban su rostro—. El pobre Terry tiene que cargar con una mujer que es una estafadora y que puede estar embarazada. Toda una pesadilla.
—Pero yo no soy una estafadora —se defendió ella, aplastando sus pechos contra el cuerpo de Terry.
—Humm... — suspiró Terry, acercándose y acariciando su cuerpo.
—No, Terry.... nos vamos a divorciar —le recordó Candy. Terry apoyó la cabeza en la almohada y se quedó mirándola fijamente.
—Esa fijación que tienes por el divorcio está empezando a preocuparme. Tan sólo hemos gastado tres días de las tres semanas que hemos acordado estar juntos. Los amigos también se divierten de vez en cuando.
—No... —contestó Candy, a pesar de que de forma involuntaria abrió las piernas y empezo a restregar su cuerpo contra el de él.
—Tendrás que decirlo más fuerte y con más convicción —replicó Terry.
—Terry, por favor... —suplicó Candy.
—No, yo soy imparcial en este asunto —insistió Terry, subiéndole poco a poco el camisón —. Sólo un marido puede atreverse a hacer cosas sin ser invitado...
— ¡Pero si eres mi marido! —Terry la abrazó y le pasó la punta de la lengua por sus labios.
—Aprendes con mucha rapidez... eres capaz de quitarme la respiración.
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.........
—Piénsalo... —estaba diciéndole Candy dos semanas más tarde —. Éste era el lugar donde enterraban a la gente en el año veintiocho antes de Jesucristo —Terry observó el mausoleo situado en uno de los montículos cubiertos de maleza —. Tienes que usar tu imaginación —le dijo Candy.
—Tú ya tienes suficiente por los dos —le dijo Terry sonriendo—. Tendrás que enseñarme a ver esta ciudad con nuevos ojos.
Candy apartó su mirada de él. Terry se acercó a ella y el corazón empezó a latirle con fuerza. Fingió estar concentrada en su guía turística. Era la única forma de protegerse de sus encantos durante el día. Las noches eran otra cosa. Las noches eran momentos eróticos y cargados de pasión. Era como si estuvieran de luna de miel.
Terry le había demostrado su convencimiento de que estaba embarazada. No había mencionado ese tema, pero por su comportamiento estaba claro de que si lo estuviera, no se divorciarían. El problema era que si no estaba embarazada, no sabía cómo iba a reaccionar. Un fotógrafo amigo personal de Terry había ido a la Villa a inmortalizarlos juntos para la posteridad. Enviaron una de las fotografías a una revista. Candy aparecía con un nuevo anillo de boda, que él le había regalado días antes.
—Supongo que me lo tendré que poner, porque si no, no se lo van a creer —había manifestado en su momento.
—Te lo regalo porque eres mi esposa —le había contestado Terry. De vuelta al presente, Candy continuó buscando en su guía turística una nueva ruina que visitar.
—Creo que ya no nos queda nada por ver —comentó Terry —. No creo que nos quede nada más por hacer en Roma.
—Si te aburres, no tienes más que decirlo.
—Yo no me aburro contigo.
—Ese es un comentario bastante halagador... —En el trayecto de vuelta a la villa, Candy sintió una punzada en el bajo vientre. No tardó mucho en darse cuenta de lo que aquella sensación significaba. Miró a Terry, con la cara blanca como la cal. No estaba embarazada. Tenía que decírselo cuanto antes, por mucho que temiera que al enterarse no habría ningún impedimento para que se separaran. Al poco tiempo llegaron a la mansión y cuando se bajó del coche, Terry le preguntó:
— ¿Qué te pasa?
— ¡Nada! —gritó ella, saliendo corriendo hacia su habitación. Cuando llegó, se metió en el cuarto de baño y echó la llave.
— ¡Candice! —gritó Terry, golpeando la puerta.
— ¡Saldré en un minuto! —prometió ella, intentando reponerse de su frustración.
Al cabo de un rato salió con los ojos arrasados de lágrimas. Todavía no había tenido el periodo, pero sabía que pronto lo iba a tener.
— ¿Te sientes mal? ¿Quieres que hagamos la prueba del embarazo? —le preguntó Terry, con una falta evidente de delicadeza. Candy interpretando que aquélla había sido una pregunta bastante cruel, empezó a sollozar y respondió:
¡Te odio! ¡Márchate! —Sin hacerle caso, Terry la levantó en sus brazos, como si fuera un objeto muy frágil de cristal y la puso con mucha delicadeza sobre la cama, quitándole los zapatos—. ¡Déjame en paz! —le gritó ella, entre sollozos, mientras él intentaba consolarla acariciándole el pelo
Continuará....