LA ENSOÑACIÓN DE HAMLET
La ensoñación de Hamlet
El telón cayó por última vez después de la tercera ovación, había sido una noche extraordinaria, el actor principal Terence Graham tuvo uno de los mejores desempeños de la temporada, y se vio obligado a salir tres veces frente al resto del elenco para recibir los aplausos y lo vítores. También recibió las felicitaciones de sus compañeros y su director.
—Fue maravilloso Terence —expresó un contento Robert Hathaway, quien no sólo estaba feliz por el nivel alcanzado por sus actores y de Terry es particular, sino porque aquella había Sido una casa llena, por dos semanas consecutivas los boletos para Hamlet se habían agotado apenas se abría la taquilla. —Ahora descansa —le recomendó.
Terry se dirigió a su camerino y como todas las noches se tomaba el tiempo necesario para revisar su desempeño, tomaba el libreto y repasaba las líneas más complicadas, todo salió bien, se decía a si mismo... Luego con parsimonia se quitaba el maquillaje y seguido el vestuario. Le gustaba ser el último en salir, de ese modo podía retirarse con tranquilidad sin la penosa situación de tener que atender los saludos del público, que se quedaban rezagados para verlo marcharse. Y esa noche era especial, era una fecha que nunca olvidaría, un aniversario más del día en qué años atrás se celebró en el San Pablo el único Festival de Mayo en el que participó. El día en que la besó por primera y única vez.
Cerrando los ojos rememoraba aquella tarde con ternura y picardía, incluso podía recordar el sabor de sus labios y la expresión de sus ojos desconcertados por su pasional intromisión. Cuándo voy a dejar de pensar en ti... Se reprochó. No, nunca es imposible, admitió.
Volvió al escenario, a solas, se paseó por el una y otra vez, buscaba algo de sosiego. Ya no quedaba más que los conserjes, los actores, el personal técnico, todos se habían retirado. Se quedó parado bajo la única luz encendida. Bien podía desde allí volver a recitar sus líneas. Era un Hamlet sumido en la nostalgia. Caminó y traspaso el telón, se quedó observando desde allí las butacas vacías. Se sentó en la orilla del escenario y cerró los ojos. Suspiró profundo, y la anheló con el deseo encendido de su corazón que parecía pesar como plomo.
Tengo tantas ganas de hablar contigo...tantas ganas de escuchar tu voz y tu sonrisa.
Y como si con ello hubiese invocado una conjugación mágica su imagen onírica se sentó a su lado, envuelta en un aura de luz suave y liquida. Su cabello brillaba, y sus grandes ojos resplandecían.
—Estoy aquí —le dijo con su singular sonrisa y sus ojos jade mirándolo finalmente.
—Tarzán eres tú...
—Sí Terry soy yo, ¿cómo estás?
—No sé cómo estoy.
Terry casi no podía respirar ella se había recostado a su hombro y podía aspirar el delicioso perfume herbal de su cabello.
—Por qué no me cuentas qué te sucede.
—Es que... Te extraño Candy, te extraño mucho.
—Oh Terry dulce amor, también te extraño. Pero cuando me siento tan sola, y sólo deseo estar así contigo, como en nuestra colina, hablo con tu recuerdo, en mi mente, también te he escrito cartas.
—¿En verdad? ¿Me recuerdas Candy, aún me recuerdas?
—Todos los días Terry —le confesó con dulzura.
—Sabes hoy fue un gran día, una vez más estuvimos a casa llena y Robert dijo que fue uno de mis mejores desempeños y quería compartirlo contigo, siempre que me pasan cosas buenas quiero compartirlo contigo.
Candy tomó su mano y las entrelazaron con fuerza, manifestando con el agarre, que no deseaban separarse uno del otro, al menos no hasta que se vieran obligados.
—Estoy muy feliz por ti, y también muy orgullosa.
—En verdad... Sabes es lo único que quiero, que estés orgullosa de mí. Todo lo hago por ti.
—También debes hacerlo por ti.
—Mi vida sin ti a mi lado tiene poco sentido.
—No digas eso. Nunca debes perder la esperanza, y nunca debes dejar de ver todo lo hermoso que tiene la vida para ti a tu alrededor. Estamos vivos Terry... Alguien me enseñó eso. Sabes qué dice la señorita Pony, que no sabemos que nos puede esperar a la vuelta de la esquina.
—Aun así, no hay esperanza para nosotros Candy, te perdí para siempre. Ahora eres sólo un recuerdo. A veces quisiera tener el valor, las fuerzas suficientes para subir a un tren e ir a buscarte, estés donde estés. Pero tengo miedo a tu rechazo.
—Por favor no te tortures de esa manera.
—Nunca te dije que te amaba. Fui un tonto. Sólo a ti te he querido siempre.
—No me lo dijiste, pero yo siempre lo supe. Yo también te amo Terry.
—Alguna vez volveremos a vernos. Te volveré a abrazar.
—Quizás, algún día. Yo siempre estaré en el mismo lugar.
—¿Dónde? Quisiera correr y encontrarte.
—En tu corazón, Terry así como tú estás en el mío. Ahora tengo que irme.
—No, no te vayas todavía. Quédate, un poco más.
—Está bien. Pero prométeme que seguirás luchando.
—Haré todo lo posible. Ojalá pudiéramos proceder de la manera más apropiada para obtener nuestra felicidad.
—Yo soy feliz Terry, porque estas vivo. Por favor sé tú también feliz querido mío.
—El deber, el honor y la gratitud nos han robado la felicidad, la real, la que pudo nacer estando juntos.
—Eres un hombre de principios Terry, eso y tu noble corazón me hicieron amarte tanto como te amo. Debo irme.
Candy se acercó a su mejilla y le dio un suave beso.
—Volveré a sentirme muy solo sin ti.
—Debes ser fuerte.
—Te amo pecosa...
—Te amo Terry.
Y diciendo estas palabras el espectro de Candy desapareció, quedando él nuevamente a solas, en medio de la oscuridad porque ya habían sido apagadas todas las luces. Sin embargo, Terry aún podía percibir su olor a hierba fresca y a flores. Un dulce aroma que inundaba sus sentidos, y estremecía su cuerpo. Sus mejillas estaban humedecidas por las lágrimas, y se entregó a un llanto desconsolado por varios minutos, desahogando con él todo el dolor de su alma atormentada por un amor prohibido y lacerante.
Muy cerca, era observado por el único empleado que quedaba en el lugar. Se lamentaba de tener que molestarlo, de lo que creía era un monologo de la obra, él hombre incluso se mostró admirado por la fuerza que le imprimía Terry a sus sollozos, desconocía que era uno sincero, uno que provenía de su orgánica pesadumbre. Pero debía sacarlo de allí, debía cerrar.
—Señor Graham debo cerrar señor, tiene que marcharse… señor Graham.
—Ah sí disculpe, qué me decía señor.
—Le decía que tiene que abandonar el teatro, vamos a cerrar.
Terry asintió, y se levantó, se sentía ligero, su corazón no pesaba como antes, ella había sido una hermosa ensoñación, pero una casi palpable.
FIN.