CAPÍTULO VII TEMOR
Albert observó satisfecho la respuesta de su amigo, era lo que necesitaba para acorralar a Candy y que explicara los motivos de su abrupto compromiso con el menor de sus sobrinos, así como el distanciamiento de su casi hermana Annie Britter, era más que obvio que lo último, que quería era exponer a la rubia a otro desengaño o generar falsas expectativas con Terry, pero él sabía que esa, aunque drástica, era la mejor forma de saber qué estaba sucediendo.
— ¡Bien, Terry! He de confesarte, que me alegra saber lo que me dices, ¡Siempre estuve seguro de la fuerza de su amor, del sacrificio que ambos hicieron!, pero ¡Sobre todo de la nobleza de sus almas! ¡No podía arriesgar a Candy a otra decepción!, ¡Tenía que estar seguro de que ahora las cosas serían diferentes entre ustedes! — Reconoció el rubio, mirando fijamente a su interlocutor. — ¡Ahora sí! Puedo sincerarme y hablar contigo de mis temores para que juntos encontremos una forma de saber el motivo de ese compromiso tan apresurado. — El castaño abrió los ojos, mostrando su sorpresa, ¡¿Había entendido bien?! — ¡¿Apresurado?! — Cuestionó, recordando lo dicho por Annie, apretando el papel que todavía se encontraba en la bolsa de su pantalón, — ¿Cómo es eso Albert? — Preguntó acercándose inquieto a su amigo, — ¡Así como lo escuchas! ¡Apresurado! Sucede que hace más o menos dos meses que Archie vino a decirme que se casaría con Candy lo más pronto posible, cuando le pregunté a qué se debía la prisa, él sólo me dijo que era lo que los dos querían. Cuando hablé con Candy, me dijo exactamente lo mismo, desde entonces ella, me rehúye, creo que no quiere hablar mucho por temor a decir algo que han acordado mantener en secreto, algo que involucra también a Annie, quien se niega a conversar conmigo, ¡No sé, Terry! ¡Hay algo extraño en todo esto! — ¡No entiendo, entonces, Albert! ¿Por qué Candy quiere casarse? ¡Tal vez si está enamorada de él! ¡¿Y nosotros estamos tratando de impedir que sea feliz?! — Expuso Terry dubitativo con un dejo de tristeza en sus ojos. — ¡No, amigo! ¡No te confundas! ¡Yo he realizado mis propias investigaciones y estoy seguro de que su corazón todavía te pertenece! ¡No te diré más para no incrementar tu ego de jodido arrogante!, pero ¡Ten la seguridad de que así es! — Sonriendo reveló el rubio.
— Pero ¿Entonces? ¿Qué tienes planeado? — Inquirió el inglés. — Lo único que te puedo decir, es que, tenemos que saber qué pasó entre esos tres, conociendo a Candy no descartaría un nuevo sacrificio, porque he de decirte que Annie no ha vuelto a poner un pie en la mansión, cuando fui a verla, su madre me la negó diciendo que estaba indispuesta, esa ha sido la respuesta las tres veces que he querido verla. — El castaño regresó a mirar por el ventanal pensando en lo dicho por su amigo, ¿Acaso lo que había leído era cierto? De ser así, ese sería el motivo para ese matrimonio, el elegante estaba obligado a salvaguardar el honor de la pecosa. Pero ella no era así, los principios inculcados por sus madres, sus convicciones, el amor que le tenía a la tímida, ¡No, algo no encajaba!, — Cavilaba el joven, atreviéndose a preguntar. — Albert, ¿Tú crees que entre ellos…? — El chico no terminó la pregunta, no se atrevía, no podía contarle a su amigo lo del diario, dado que pondría en entredicho la reputación de su amada. Acercándose al joven con un vaso de whisky en la mano y mirando también por el ventanal, el rubio reflexionaba lo dicho por Terry, comentando finalmente. — ¡Lo he pensado, Terry!, pero hasta el momento no he notado esa complicidad entre ellos, que delate ese tipo de intimidad, a la vez que sería un poderoso motivo por el que Annie haya terminado su noviazgo intempestivamente y estar tan ofendida para que no quiera saber nada de los Ardlay, ¿No crees? ¡Terry! ¿Qué pasa? — Insistió Albert. — ¿Qué piensas? ¡Terry! ¿Esto que estamos comentando cambia todo lo que me habías dicho? ¿Si Candy y Archie? ¿Tú, ya no…? — Cuestionó un tanto desesperado ante la falta de respuesta del inglés. — ¡Créeme que, si ella pretende casarse con Cornwell por eso! ¡No me importa! ¡Vine por ella porque la amo!, ¡No niego que muero de celos de pensar en ellos juntos! — Decía dejando ver un ligero temblor en sus labios, que para el rubio no pasó desapercibido, — pero a pesar de que todo indica que ese es el motivo por el que pretenden casarse, ¡No!, ¡No lo permitiré! ¡Hemos pasado por tantas cosas que no estoy dispuesto a perderla otra vez! —Anticipó el actor volviéndose a ver a su amigo destellando en el profundo azul de sus ojos determinación.
— ¡Tengo que hablar con ella, Albert! ¡Ya no quiero esperar más!, ¡Tengo que saber! — ¡Relájate!, tenemos que idear la mejor forma, porque no será tan fácil, ¡Conociendo a Candy huirá!, por lo pronto te quedarás en una de las cabañas para que nadie de la familia note tu presencia, en tanto que planeamos cómo la abordarás, ¿Te parece? — ¡Está bien!, pero no hay que tardar mucho, tiene que ser antes de la fiesta de compromiso, que es mañana. — Asintió el castaño.
Terrence ya instalado en la cabaña, no dejaba de leer y releer las dos hojas que, de tanto haber sido estrujadas, ahora las alisaba, casi se las había aprendido de memoria.
“…Aún recuerdo como te vi entrar en mi habitación, ¡Así tan… exquisita!, ¡Una diosa emanando sensualidad! Vistiendo una sencilla bata transparente que deja entrever tu hermoso cuerpo desnudo, listo para ser mío; ¡Aquella niña de coletas, no existe más!, ahora tú turgente cuerpo revelan una armoniosa metamorfosis, tal como una mariposa de bellos colores, que abre sus alas al amor. El solo verte avanzar a mí, altera todos mis sentidos, ¡Eso tú lo sabes! ¡También te deleitas viendo mi frenesí! ¡Te sabes hermosa, deseada! ¡Tanto que te paras frente a mí para que yo te observe! ¡Tentando mis emociones! ¡Observando, que, con tu sola presencia, mi deseo despierta, impaciente por ti!, tu larga cabellera dorada, cayendo sobre tus hombros desnudos, hacen que parezcas irreal, ¡Bella quimera angelical de ojos verdes, que se enciende de intenso deseo por mí! …”
Era algo que no podía evitar, imaginaba a su amada tal cual la describía Archie, nuevamente arrugó las hojas aventándolas al piso, levantándose del sofá para buscar un cigarrillo, sí, eso era lo que necesitaba un cigarrillo para calmar las ansias que tenía de moler a golpes al elegante y borrar de su mente de una vez por todas sus estúpidos sueños líquidos y dejarlo estéril, también en sus sueños, — ¡Imbécil! ¿Cómo se atreve?, — dijo entre dientes, mientras buscaba en su maleta un maldito cigarro. Después de la plática con Albert, admitía con impaciencia que sus dudas en vez de esclarecerse se habían incrementado. Aunque, su amigo le aseguraba que en el corazón de Candy solo existía espacio para él, no sabía, no quería ni pensar en que lo hubiera olvidado. La lectura de tan sólo uno de los sueños de Cornwell, le quemaba las entrañas. Sin encontrar el bendito cigarro se dirigió a la recamara, azotó la puerta y desanudó su corbata con desesperación, el saco salió volando al suelo. Por instantes el despecho se hacía presente, había aprendido a no reprimir sus emociones, sino más bien a dejarlas fluir en el momento correcto y ahora, estando solo, era el momento para desahogarse, dejar salir la rabia que lo invadía y que lo hacía no querer ver a nadie. Desabrochó los botones superiores de su blanca camisa, dejando ver su pecho que, agitado por las emociones subía y bajaba cada vez más rápido, estaba a punto de perder el control embriagado por la desquiciante incertidumbre de esa apresurada boda. La pregunta de Albert resonaba como eco en su mente. Y si ese fuera el caso, tú ya no… ¿Ya no la amarías? Pensando en ello, se dirigió al salón para servirse una copa de whisky. Por supuesto que sí, su amor por Candy iba más allá de un virtuoso cuerpo, él no iba con esas cuestiones sociales, aunque le enloquecía tan solo de imaginar a su pecosa así; se trataba de Candy, eso era lo que realmente importaba, mientras ella lo amara, él estaba dispuesto a seguir luchando por ella, a no renunciar de nuevo. Su carácter pasional lo había caracterizado, nunca intentó ocultarlo, al contrario, mucho hubo luchado por controlar sus reacciones ante situaciones adversas, ya que esa impulsividad le había traído grandes consecuencias.
La copa de whisky que había bebido iba haciendo su labor exacerbando sus sentidos, despertando la ponzoña de los celos, que poco a poco se fueron apoderando de él, a su cabeza llegaban una y otra vez las imágenes descritas en el diario. Descontrolado dio varios golpes contra la pared, sin embargo, no sintió dolor en su mano, sintiéndose desdichado, se dejó caer en el suelo, en cuclillas apretaba fuertemente los ojos, no quería abrirlos, enfrentarse a todo lo acontecido, que más bien parecía una historia surrealista. Su ya no tan larga castaña cabellera le cubría el rostro y gruesas gotas de sudor descendían lentamente; la impotencia y los celos recorrían su espina dorsal forzándolo a querer sacar su furia reprimida contra Archibald. — ¿Candy cómo es posible que sacudas mi corazón de esta manera? — Dijo para sí, levantándose rápidamente, — ¡Necesito una ducha! ¡Tengo que calmar mis nervios! — Se dirigió al cuarto de baño, nunca se percató de que Albert había salido sin cerrar la puerta. El ruido de la regadera no le permitió escuchar cuando Elisa entraba, el vapor del agua caliente se esparcía por toda la habitación, cuando hubo terminado sacó el brazo para tomar la toalla, comenzando a secar su cuerpo, sin darse cuenta de que Elisa le robaba con la mirada lascivas caricias de sus fuertes pectorales y su bien trabajado abdomen, incluso un poco más abajo. El actor secaba su cabello e iba a rasurarse cuando escuchó la voz femenina.
— ¡Yo puedo ayudarte, Terry! — ¡Elisa!, pero ¿Qué demonios?, cubrió su cintura con el paño y salió de ahí, buscó una bata, misma que se puso prontamente. La pelirroja salió detrás de él con una cínica sonrisa. — ¿Desde cuándo le tienes miedo a las mujeres, Terrence? — Dijo acercándose a él, mientras desabrochaba los botones de su blusa dejando ver la desnudez de su torso, a la vez que se acercó peligrosamente al castaño, quien la veía azorado. Ella levantó su mano y deslizó sus dedos por el pecho de él, iba a besarlo, pero Terry reaccionó reflejando la furia a través de sus ojos, si tenía ganas de desquitar su rabia, la chica Leagan era la presa perfecta. Tomó con desprecio las manos atrevidas de ella. — ¡Elisa! — Gritó aventándola; haciéndola caer de un sentón al piso. Ella soltó una carcajada, abría con descaro más botones de su blusa. Momentos antes, cuando Albert y Terry salieron del despacho para dirigirse a la cabaña, estaban tan inmersos en su conversación, que no se percataron que Elisa Leagan los observaba, incrédula de lo que veían sus ojos. — ¡¿Era Terrence Grandchester?! ¿Qué hace aquí? ¿A caso lo invitó Candy? ¡Vaya cinismo que tiene la dama de establo! — Decía por lo bajo, mientras los seguía sigilosamente para ver a dónde se dirigían, su sonrisa endiablada saboreaba con la mirada al inglés en quien el tiempo no había hecho mella, al contrario, estaba más imponente y varonil, que en los años del colegio.
— ¿Qué haces aquí Elisa? — Cuestionó el castaño mirando a la mujer con rabia, coraje, asco y burla, al mismo tiempo. — ¡Ya sé! ¡Te equivocaste de burdel!, ¿Verdad? ¡Lamento comunicarte que soy selectivo al momento de elegir la compañía de una dama!, ¡Regularmente no necesito acudir a una mujer pública!, ¡Así que tus servicios no son requeridos! — Señaló el chico en su característico tono burlón y sarcástico. Una vez hubo escupido al rostro a esa joven que, más bien era la representación de una hiena carroñera, la maldad en cada una de sus acciones no tenía límite, pero él ya no estaba dispuesto a tolerar ningún abuso, de Elisa, las Marlow o de quién fuera, había recobrado la fuerza que siempre lo hubo caracterizado.
— ¡No tienes que ser tan patán, Terry! — Señaló Elisa levantándose torpemente, pero al notar que el actor la miraba, intentó recobrar su porte arrogante. — ¡Yo sólo quería darte la bienvenida!, ¡Ser una buena anfitriona!, pero ¡Al verte tan solito tuve un momento de debilidad e intenté acompañarte! — ¡¿Acompañarme, tu?! ¡Por favor! — Reparó el joven. — Para empezar ¡Tú aquí no eres más que una advenediza que se beneficia de la fortuna y nombre de los Ardlay!, porque ¡Los Leagan por más que se esfuercen no cuentan con el mismo prestigio y riqueza!, además, ¡¿Hablas de debilidad?!, ¡No sabía que se le llamaba así al hecho de que una señorita de sociedad se ofrezca a un hombre!, así que, ¡Si no quieres que esto se conozca, lárgate de aquí! — Ordenó determinante el actor, tomando a la chica del brazo para llevarla a la puerta. La peli roja movida por la furia que le habían provocado los insultos del inglés, se zafó de su agarre para encararlo. — ¡Vamos, Terry! ¡Las ofensas de un alcohólico no hacen mella en mí! — Repuso la joven que se encontraba frente a frente con ese hombre al que miraba con la ira de un deseo reprimido, al ser siempre rechazada, — ¿Qué? ¿Vienes para ser testigo del repentino compromiso de la sirvienta con el señorito de la familia? O ¿Para ver si puedes probar ese fruto, que ya ha sido disfrutado por otro? — La joven al observar la cara inmutable del actor, prosiguió, — ¡No me digas que no sabes, lo que todo el mundo! ¿De verdad?, ¡¿Ignoras a qué se debe el apresurado compromiso?! ¡Querido!, ¡Estás atrasado en noticias!, ¡Sí tardas un poco más de nueve meses, encontrarías al producto del enlace! — Comentó Elisa soltando una fuerte carcajada. Terry que, a pesar de mantener un gesto impasible, le sorprendió que Elisa dijera eso, ¡¿Acaso ella sabía algo?! O ¿Eran, como siempre sus malévolos pensamientos? Sin esperar más y con su sonrisa de lado se acercó más a la chica, quien no bajaba su felina mirada. — ¡¿Sabes Elisa?! ¡Tus negros pensamientos son el reflejo de tu alma!, alguna vez pensé que solo eras una chica malcriada, pero después del episodio del colegio y con lo que has hecho hoy, constato que, ¡Eres un intento de mujer, que busca por todos los medios hacer daño!, ¡Por tus acciones noto tu enorme experiencia en cuestiones de alcoba!, de manera, que ¡Todo lo que sale de tu boca es bazofia! ¿Quieres que crea eso de Candy? ¡Me sorprendes, te creía más inteligente! Además, que te quede claro, ¡No soy aquél chiquillo que no pudo defenderse!, ¡Ahora no me detendré para decirle a todos los medios lo que has intentado hacer!, ¿Qué crees que pasará contigo?, ¡La severa tía abuela te repudiará! ¡No podrás casarte con alguien de tu mismo estrato social! ¡Pobre Elisa Leagan!, ¡La misma sociedad te expulsará! — Amenazó el joven que no se había separado ni un milímetro del rostro de ella. — ¡No te atreverías! ¡Nadie te creería! — ¡Ponme a prueba! Afortunadamente mi carrera me ha permitido tener la credibilidad de la prensa. — Respondió él, que tomándola de nuevo por el codo la llevó a la puerta. — ¡Ahora vete! Y ¡Te aconsejaría que no intentes nada!, ¡Porque entonces sabrás en lo que me he convertido! — Finalizó él sacando a la chica de la cabaña.
Elisa estaba más que rabiosa, pero había visto tal determinación en los ojos del inglés que no dudaba que cumpliera con sus amenazas, ni loca pondría en riesgo su buen nombre y las amplias posibilidades de casarse con un buen partido o en su caso, perder el apoyo de los Ardlay. — ¡Esta bien Terrence! ¡Por esta ocasión tú ganas!, pero ¡Te prometo, que no desaprovecharé cualquier oportunidad para cobrarme tus ofensas! — Hablaba la mujer para sí, a la vez que abrochaba su blusa, alisaba su vestido y peinaba su cabello, caminando a la mansión.
Un poco más tarde, Albert regresó a la cabaña para comentarle a Terry su plan para el encuentro con Candy, así que entró sin llamar, observando al castaño cómo iba y venía en el salón. — ¡Ahora! ¿Ya hablas solo? ¡Vaya sí que estas estresado! — Dijo el rubio esbozando una sonrisa burlona para luego continuar, — esta noche a las ocho he citado a Candy, mandaré a personal de servicio para que arreglen todo, ¡Terry! ¡Por favor! ¡Recuerda que lo más importante es saber qué pasó para encontrar la mejor solución!, sé que te importa recuperarla, ¡Pero sí ella, se cierra y no habla! ¡No creo que podamos impedir que se comprometa!, así que ¡Actúa con tacto y cautela! — El actor no respondió, solo asintió con la cabeza encendiendo su cigarrillo, que por fin había encontrado.
Candy ajena a todo esto, se encontraba en su habitación observando la pulsera que le diera Albert, no podía evitar sentirse mal, todo se había salido de control, pensar que ella provocó todo, la tenía sumida en un caos mental y moral, por un lado, estaba Annie, su hermana, a quien lastimó sin proponérselo, Archie, que la amaba, que estaba demasiado entusiasmado, ¡No, no quería romperle el corazón!, pero ¿Qué hacer? ¡Si el suyo pertenecía a otro hombre!, ¡Aquél que la dejara después de un abrazo que le desgarró el alma en un hospital en Nueva York! — ¡Terry! Ahora todo está hecho, ¡Me casaré!, ¡Trataré de hacer mi vida con Archie!, ¡Buscaré ser feliz!, ¡Espero que tú también lo seas con Susana!, ¡Mi amor por ti lo guardaré en lo más profundo de mi ser!, ¡Tal vez, algún día, en otra vida, en otro espacio podamos estar juntos! — Decía la rubia, dejando que gruesas lágrimas bajaran por sus mejillas sin detenerlas, se tendió sobre la cama para llorar libremente, — ¿Cómo fue que me metí en este lío? ¡Dios! ¡No puedo!, ¡Es mentira todo!, ¿Cómo puedo ser feliz, pasando por encima de Annie!, ¡Sin amar a mi prometido!, pero sobre todo ¡Fingiendo que he olvidado a Terry!, ¡No, no puedo hacer esto! Pero ¿Qué hago? — Gritó la rubia levantándose bruscamente de la cama, miraba el vestido que usaría al día siguiente y un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo, estaba desesperada, no tenía salida. Caminó hacia el balcón para inhalar aire, sentía que se asfixiaba, la tormenta de sentimientos hacía presa de ella, no podía creer, que el dolor y la desesperanza de una noche la llevaran a actuar así, por despecho, sí el despecho que le recorría sus venas en ese momento, la impotencia al no poder responder como ella hubiera querido a Susana, sin anteponer la compasión o ¿Lástima?, a esas alturas ya no sabía lo que la otrora actriz le inspiraba, aquella misiva que le hubo mandado meses antes, la descolocó al grado de sentir la necesidad de salir corriendo y olvidarse de ella misma.
Rememoró que ese día buscaba distraerse para no pensar, se dirigió hacia el ático para revisar aquellas cosas que pudieran servir a los niños del Hogar de Ponny, que ya no se necesitaban. Al pasar por el despacho de Albert vio las puertas abiertas, en el escritorio estaba un diario con la foto de Terry, se acercó para tomarlo, no quería enterarse de nada, pero no pudo evitar leer el encabezado, “…El famoso actor Terrence Graham pronto dejará su soltería…”, observó por un momento la imagen de su chico arrogante, era inevitable sentir celos; soltó el periódico en el mismo lugar, se dio la vuelta para salir, cuando vio la botella de whisky, que William tenía en el pequeño bar, sin pensarlo tomó un trago, que le quemó la garganta, pero dándose valor tomó otro, ya no le supo tan desagradable, así que decidió llevarse el diario, la botella y otra más, quería abstraerse de sí; muchos lo hacían, — ¡Tal vez el vino, si funcione para adormecer todo lo que siento! — Se dijo animosamente. De momento sacudió la cabeza, no quería recordar lo que sucedió después. Sin embargo, sus pensamientos la regresaron a las amargas palabras de Susana, nunca pensó que esa chica le fuera a enviar una carta tan perversa que, la llevó a perderse en la locura del alcohol para lograr el olvido, locura que la colocó en la situación en la que se encontraba ahora. La impresión que tenía de Susana había cambiado, ahora se daba cuenta que sucumbió a los dotes histriónicos de esa actriz, dotes que le sirvieron para convencerla de apiadarse, anteponiendo su felicidad, a la de ella misma, — pero ¡Que tonta fui! Se decía, entrando en su recámara cerrando la puerta del balcón.
Archie, después de buscar por toda su habitación el diario, dejó la ardua tarea, ya que momentos antes había recibido una misiva de Annie, donde le decía que ella lo tenía y que pronto le daría un buen uso para vengarse por la humillación recibida tanto de él, como de Candy. El apuesto joven, sudaba frío, no podía creer que su ex novia tuviera su diario, ese cuaderno en el que volcó toda la pasión y deseo que su rubia prima le provocaba. No era algo que pudiera leer cualquiera, era toda su intimidad expuesta ante Annie Britter. No sabía qué hacer, ¿Cómo saber qué uso le daría Annie?, ¿Cómo le explicaría a Candy todo eso? Y ¿Sí por esos sueños al descubierto perdía a su prometida? — ¡Diablos Annie! ¿Por qué me haces esto? ¡Siempre fui sincero contigo, tú sabías que yo he amado siempre a Candice!, no era algo ajeno a ti. Si tus celos no hubieran sido tan enfermizos tal vez yo me hubiese acercado a ti. ¡Ahora, quieres dañarme! ¡Cuando fuiste tú la que hizo el lío más grande! ¡Annie, Annie, Annie! ¡No hagas algo de lo que te puedas arrepentir!, ¡No dañes a Candy por favor! — Se repetía el chico sentado en su cama con las manos agarrando su cabeza, visiblemente abatido.
A kilómetros de distancia en el hospital Monte Sinaí, Susana Marlow recobraba el conocimiento, preguntando por su madre. El hecho fue informado al duque de Grandchester, quien junto con Eleanor se dirigieron inmediatamente al nosocomio para enterarse del estado de salud de la joven.
— ¡Richard! — Dijo con tono suave Eleanor, ¿Qué pasará con la madre de Susana? ¿Por qué no la llevaron a la comandancia de policía? — El duque esbozó una media sonrisa, que a la mujer le recordó a la que emulaba su hijo; — ¡Querida!, ¡Esa mujer necesita un escarmiento!, ¡No te preocupes, está bien!, ¡Sólo está aislada para que piense bien lo que ha hecho y lo que hará! —Respondió el apuesto hombre mirando de reojo la expresión complacida de la diva.
La hora se acercaba, Terry estaba nervioso, no sabía cuál sería la reacción de su pecosa, estaba colocándose el moño del esmoquin y finalizaba rociando su loción, acomodó sus mancuernillas y apagó la luz. Candy tocó la puerta de la cabaña, pero ésta estaba entre abierta, así que decidió pasar, al entrar quedó maravillada con la mesa que estaba decorada con velas encendidas, la semioscuridad daba un toque romántico al comedor, el fuego de la chimenea estaba encendido, todo parecía preparado para una cita, la joven pensó que Albert había citado también a Archie porque no le encontraba sentido a lo especial de la velada, así que sin más con un tono de voz un poco elevado preguntó. — ¡Albert! ¿Qué es todo esto? Estás jugando, ¿Verdad?, ¡Anda sal! — Trataba de ver en la penumbra a su amigo, pero no lo conseguía, ya se dirigía a la puerta cuando escuchó. — ¡No está Albert!, ¡Estoy yo, pecosa! y esto ¡Lo preparó tú padre para nosotros! — Candy se quedó paralizada, — ¡Esa voz, esa voz! — Se repetía, mientras sentía como toda la piel se erizaba ante la posibilidad de que fuera él…
Continuará…