Dear Terry:
Nosotros en la tempestad
Capítulo 5
I Parte
—Mamá no puedo creer que lo invitarás a quedarse, y menos puedo creer que él aceptara, es un engreído, neoyorquino, insoportable —se quejaba sin parar Evelyn en la cocina mientras su madre preparaba una jarra de té helado para ofrecerles a todos.
Candy sonrió, le hizo mucha gracia que Evelyn precisamente haya usado el apelativo engreído con Henry. El mismo que tantas veces usó para referirse a Terry en la época del colegio.
—Por qué te expresas así del señor Dedlock, me cae muy bien, es agradable, incluso le cae bien a tu padre, lo que constituye un verdadero milagro. Si no estuviese segura de que le agrada, jamás me hubiese atrevido a invitarlo para quedarse.
Oliver entró en ese momento a la cocina y pudo escuchar los quejumbrosos reclamos de su hermana. Se sirvió un vaso de agua e intervino en la conversación. Tampoco entendía muy bien las lamentaciones de Ev.
—Por qué no te cae bien, es un tipo agradable, nos hemos tomado un par de cervezas en el pub todos estos días y siempre tiene una conversación interesante.
—Es porque sólo hablan de la guerra, de Hitler, de Francia... de Churchill... bah hablan y hablan tonterías... fue tu culpa que se quedara, ¡me las pagarás Oliver Granchester! —Evelyn señalaba a su hermano con el dedo de forma acusatoria —no debí invitar a Madelaine para almorzar... Debería llamar a su casa y decir que todo se canceló —estaba realmente furiosa.
—¿Qué? ¡No, no te vayas! Ev ven... Ev, hermanita por favor —Oliver la detuvo tomándola por el brazo con una sonrisa delatora —¿Invitaste a Madelaine? ¡en verdad! —preguntó cómo atrapado por una fuerza superior.
—Sí, debe estar por llegar, pero ahora me arrepiento. No te voy a perdonar que hayas invitado a ese petulante a quedarse... en serio parece que no piensa irse del pueblo.
—Pero Ev, sólo ignóralo...
Evelyn abandonó tempestivamente la cocina y regresó al salón. En el jardín, Terry, Henry y William conversaban, mientras que el resto de los chicos estaban dispersos y viéndose a solas regresó al piano para comenzar a tocar de nuevo. No había en ese momento poder humano que pudiera convencerla de que Henry en verdad era un tipo agradable. Detestaba su suerte, se preguntaba cómo era que les agradaba a todos si para ella era un tipo irritante. Acarició las teclas del piano, pensaba qué interpretar. A pesar de su molestia, se tomaba segundos para levantar la mirada, y ver con soslayo a través de los ventanales al único causante de su turbación, finalmente se decantó por Chopin, mientras continuaba atenta a lo que afuera ocurría. En un instante sacudió la cabeza y volvió a concentrarse en la melodía, y estaba tan absorta en ello, que no se fijó en que él había entrado a la estancia y estaba parado justo a su lado.
Henry la observaba sin que ella se diera cuenta, estaba prendado de la hermosa vista de la muchacha. Ella tenía un aire tan decidido, y era también tan delicada, emanando tanta ternura cuando no estaba en guardia. Recordó de pronto los rumores que había leído sobre Terry y Eleanor Baker, al admirar el rostro de Evelyn de manera detenida, apreciando los detalles, en el descubrió que había un gran parecido entre la muchacha y la otrora diva de Broadway. Debe ser verdad, pensó. ¡Claro! se dijo, la fotografía en el estudio privado... Era Eleanor Baker rodeada de niños, y la adolescente a su lado es Evelyn, el otro chico es Oliver y los niños más pequeños... ¡Son ellos, todos los hermanos Granchester!, pensó convencido. Había descubierto quizá uno de los secretos más jugosos del espectáculo. Aquello podía ser una gran noticia en Nueva York, para los tabloides del conglomerado periodístico para el que trabajaba. La señorita Baker era muy reconocida a pesar de su retiro. Era considerada una celebridad, aun con el pasar de los años. Él mismo había presenciado el efecto que ella tenía sobre la prensa, cuando efectuaba apariciones públicas en eventos sociales o de caridad a los que era convocada, era perseguida por los flashes de forma frenética.
—Lo haces muy bien —pronunció con voz trémula, ella podía intimidarlo sólo con su presencia.
—Y tú te crees el señor Darcy. Pretendes venir a asustarme. “Siempre que alguien intenta intimidarme, mi valor se crece”
—¿Señor Darcy... de qué hablas?
Evelyn entornó los ojos, y soltó un resoplido de hastío.
—Olvídalo.
—Me permites —preguntó el señalando el piano.
—¿Qué?
—¿Puedo sentarme? Es que me dieron unas ganas irreprimibles de tocar... ¿quieres oír? prometo no decepcionarte, soy bueno —dijo llevándose la mano al corazón —si no fuera bueno jamás me atrevería a sentarme al lado de una ejecutante como tú... tú lo haces muy bien... ¿Te gusta Beethoven?
En verdad Henry lo que sentía era un deseo irrefrenable de sentarse a su lado, experimentar su cercanía.
—No veo porque vayas a decepcionarme, no me he hecho ninguna expectativa con respecto a tu ejecución, no debería importarte mi opinión, porque a mí me tiene sin cuidado si lo haces bien o mal. Pero si lo que quieres es tocar, adelante.
Evelyn se hizo suficientemente a un lado, de modo de no rozar ni con el brazo, ni con la pierna, ni con ninguna parte de su cuerpo, el cuerpo de Henry.
—A ver déjame recordar —dijo el joven acariciando primero las teclas —Llevo meses sin tocar —le aclaró entonces —pero me gusta mucho, es algo que en verdad disfruto.
Cerró los ojos y comenzó. Sus manos se desplazaban con habilidad sobre el teclado, y Evelyn tuvo que admitir después de unos minutos que no lo hacía mal. En verdad lo hacía muy bien, incluso superándola. Desde su posición, Evelyn podía apreciar como el semblante de Henry lucía relajado, y esbozaba una bonita sonrisa. Él era un hombre con un bonito rostro, por primera vez lo apreciaba, la nariz aguileña, de ojos avellana, el cabello muy bien peinado de un castaño lacio. Despojada de todas sus aprensiones, Evelyn se dejó envolver por cada nota, por la cadencia perfecta de la pieza musical. Su espíritu parecía apaciguarse por el influjo melodioso, suave y preciso.
Cuando Henry terminó su ejecución, ella por primera vez le hablo con cortesía haciéndole un halago.
—En verdad te gustó —preguntó incrédulo.
Pero el momento fue interrumpido por Martha, quien se acercó a ellos para anunciarle a Evelyn, que su amiga Madelaine Flower había llegado. La muchacha se levantó de un salto y salió por el pasillo hasta el living. Tomadas del brazo, ambas llegaron hasta el mesón del jardín minutos después y para molestar a Oliver, no se separó de ella hasta que terminaron el almuerzo.
Después del café, los más jóvenes se fueron hasta la ribera del río Avon que colindaba con la casa, se sentaron en sillas plegables que llevaron desde el cobertizo. Henry acercó su silla a la de Evelyn y le pidió con cortesía le permitiese sentarse a su lado. Ella no tuvo excusas para no aceptar, cuando alzó la mirada para atraer con ella a Madelaine, esta se encontraba ya instalada en medio de Oliver y William. Albert venía hacía ellos y se integraba al pequeño grupo, pesar de las muecas que ella le lanzaba, él la ignoró y fue a sentarse al lado de William.
—¿Qué estudias en Warwick?
—Bordado, pintura, hago tapetes, costura —dijo sardónica.
—Al menos ya estás de mejor humor.
—…
El silencio se volvía bochornoso, pero él no se levantó, continuó esperando. Ella por fin se decidió a hablar de nuevo.
—Estudio literatura inglesa, gramática y francés. No sé bordar y no creo que aprenda, soy una Brontë en asuntos manuales.
—¿Una Brontë? ¿te refieres a las hermanas?
—Sí. Se dice que a las hermanas Brontë no les gustaba bordar.
—Ok... ya sé que te gustan las Brontë, qué más lees... ah claro y eso de allá dentro, lo del señor Darcy ¿es también de una de las hermanas? —la interrogó él de nuevo mientras tomaba piedras del suelo y las lanzaba muy cerca.
—¡No! es Jane Austen, pero también leo a mujeres modernas como Virginia Wolf. Apuesto a que no te lo esperabas. Y tú seguramente eres un hombre de Óscar Wilde... De sus fantasmas y de sus pájaros heridos de amor y muerte.
—Y eso que recitaste hace un rato... es de...
—¡En serio no has leído Orgullo y Prejuicio!... ¿a qué escuela fuiste?
—Perdone señorita, trataré de corregir tamaña omisión de mi parte... perdona, en serio no sé de qué se trata. Pero estoy dispuesto a abandonar mi terrible ignorancia, de ningún modo por favor vayas a creer que soy un completo ignorante. Me gusta leer, es una de las cosas que más disfruto en la vida, eso, mi trabajo y la música, digo la verdad cuando digo que estoy dispuesto a corregir esta lamentable situación, lo leeré si crees que puedas perdonar este desliz. ¿Te gustaría que lo leyera? Lo leeré en serio...
—No seas ridículo. Por qué te pediría algo así. Lo que leas o dejes de leer me tiene sin cuidado, en serio eres muy engreído para ser americano —Evelyn volvía a mostrarse sardónica.
—Si me lo pides lo haría —dijo él arqueando las cejas y con rostro expectante —y llevo sangre británica en mis venas, no lo olvides.
Evelyn lo sorprendió riéndose de él.
Henry sonrió de vuelta, y la observó por unos segundos en silencio. Dios es adorable, pensó. Claro que sí, ella podría ser una muchacha de avanzada y claro que leería a Virginia Wolf. Se sintió perdido, ella era hermosa dolorosamente hermosa, y con aguda inteligencia. Pensaba en lo peculiar de aquella familia, más bien en lo excéntricos que eran. Todos parecían llevarse bien, en una casa llena de arte y literatura. La madre, una mujer amable y dulce, un padre brillante, empleados incorporados a la familia ninguno ponía distancia con ellos. En conjunto eran muy particulares, le llamaban mucho la atención.
—Tienes una linda familia —Henry no quiso usar el termino bohemio, no sabía cómo se lo podría tomar Evelyn.
—¿No te parece que somos demasiados? Bulliciosos, siete hermanos que nos disputamos el baño, la mantequilla, y la mermelada en las mañanas, bueno en realidad seis, mi hermano William está en Oxford y antes estuvo en Eton, al igual que Oliver y Albert. Pero ahora estamos todos juntos de nuevo —soltó al final un suspiro —Richard mide los vasos de leche y los trozos de tarta para asegurarse que todos tengamos la misma cantidad, así es convivir entre tantos hermanos.
—Soy hijo único, claro que para mí son muchos hermanos, pero todos se aman, es bonito. Y tus padres se ven tan enamorados.
—Se quieren desde muy jóvenes. Desde el colegio. Se quieren tanto que a veces es irritante. No deseas saber cómo la llama. Es tan infantil, mi padre le pone todo tipo de apodos... En realidad, a todos nos pone apodos. Cuando escuches a Ella Fitzgerald o a Bing Crosby sabrás que ya se han puesto a bailar como adolescentes.
—Me gusta Ella Fitzgerald, y no es irritante, no, son adorables. Mis padres no se pueden ni ver. Eso es irritante. Me crie entre Londres y Nueva York, me disputaban cómo a un trofeo. Viví casi toda mi infancia en Nueva York, luego volví y mi padre me envió a Exeter, allí terminé el College. Regresé a Estados Unidos y estoy aquí de nuevo. Tienes mucha suerte al tener a dos padres que aún se aman.
—Vaya te has movido mucho. Yo nací en Swindon en la finca de mi padre, pero me crie en Londres. Aún tenemos nuestra casa en Kensington. No soy totalmente británica, porque mamá es americana, toda su familia está en América. Ollie, es americano, ¿no te lo dijo? Pero yo soy una londinense nata, es lo que soy. Amo Londres, y si no fuera por esta espantosa guerra viviríamos en nuestra casa en la ciudad.
—Cuando hablamos la otra noche en el pub me contó que probablemente haya nacido en Indiana. También me dijo que es tu hermano adoptivo...
—Odio que se llame adoptivo, todos lo amamos mucho. Pero supongo que no siente ningún complejo porque mi madre también fue adoptada. Quizás hayas escuchado hablar de mi familia, de los Ardlay de Chicago.
—Todos saben quiénes son. Entonces eres una Ardlay.
—Mi madre es la única hija de William Albert Ardlay, él es mi abuelo.
—Guaooo tu abuelo es un hombre muy importante en Chicago, tu familia es toda una leyenda allá. Estuve en una fiesta a la que él asistió, una de esas fiestas que hacen en Nueva York para caridad, la organizaron los Astor, y alguien me presentó con él, me pareció un hombre muy gentil.
Entonces también aquello era cierto, la dulce señora Granchester es la heredera de la que hablaban los tabloides, reflexionó Henry.
—¡Lo es! abuelo Albert es el hombre más gentil y generoso que conozco, lo extraño, no lo vemos desde hace dos años. Se supone que iríamos a Nueva York a casa de mi abuela antes de comenzar la guerra, pero era muy peligroso abordar un barco y papá decidió que nos quedaríamos en Inglaterra, debíamos alejarnos de Londres por los bombardeos, y por eso estamos aquí.
Por si fuera poco, Evelyn le acababa de confirmar sin mencionarla que Eleanor era ciertamente su abuela. Incluso para él que tenía poco tiempo en Londres era sabido que los duques de Granchester tenían su residencia allí, y una de las cosas que caracterizaban al actor era que se le conocía como el “el actor marques” en el mundillo del teatro. Porque no era un secreto que Terence Graham, era el hijo primogénito de Lord Richard Granchester. Apartando estos pensamientos, volvió a la conversación con la chica.
—Se rumora que los nazis terminaron con su operación ofensiva, que ya no volverán, es probable que no en mucho tiempo, la RAF está cada vez mejor equipada y les han dado la pelea.
Henry era de mente cultivada y se expresaba con calidez y elocuencia, con un tono vibrante defendía sus puntos de vista sobre las cosas, casi de la misma forma vehemente como lo hacía Evelyn, pero sin tratar de sobreponerse. Se desenvolvía con naturalidad, no parecía haber en él una actitud impostada. Dejaba asomar su inteligencia despertando en ella poco a poco su admiración. Ciertamente él a primera vista parecía ser un joven arrogante y vanidoso, y hasta aburrido. Pero al permitirse esa charla ella pudo comenzar a ver en él las cualidades que escurría con su forma de expresarse y su cortesía. Definitivamente Henry estaba lejos de serle indiferente, al contrario, comenzaba a agradarle, y tenía que reconocerlo era guapo y atractivo, en todas las formas en que un hombre podía atraerla, pensó que seguramente podría deberse a su edad, y curiosa quiso salir de dudas.
—¿Cuántos años tienes?
—Veinticinco, y tú.
—Dieciocho, pero en junio cumpliré diecinueve —se apuró en aclarar.
—Henry hay algo que no entiendo.
—Y qué es.
—Por qué viniste a Inglaterra en medio de una guerra.
—Porque me enviaron del trabajo y por algo de patriotismo creo. Verás mi madre es francesa. Es una profesora de piano francesa, antes de separarse de mi padre enseñaba piano en el conservatorio de Londres, ahora lo hace en NY. Venir a Inglaterra y contarle al mundo parte de lo que está ocurriendo, es un tipo de resistencia. Aunque quisiera hacer más.
—Mi padre dice que hacer teatro es resistencia.
—Y tiene razón... Es admirable lo que hacen él y todas las compañías que siguen en pie. He escuchado cosas maravillosas de tu padre. Me gustaría regresar solo para verlo actuar, para disfrutar del talento del que todos hablan, también me gustaría ver actuar a Oliver.
—¿Qué escribirás sobre él en tu artículo? —preguntó incisiva.
—Sólo cosas buenas, tienes mi palabra. Él no ha despertado más que mi admiración. Me gustaría mucho verlo actuar, hablo en serio cuando te lo digo.
—¡Debes venir, es el mejor actor de Inglaterra!
—Vendré si me invitas.
—No necesitas mi invitación, sólo debes venir y comprar un boleto. Iré a hablar con mi hermano William —declaró de pronto dando un respingo.
Evelyn se sintió algo abochornada por las palabras de Henry, ¿vendría de nuevo a Stratford? Reflexionó. Transcurridos unos segundos ella decidió levantarse de la silla e ir hasta el lugar a donde se hallaba William para conversar. Ella solo quería escapar de él.
—Iré a hablar con mi hermano —le dijo ya de pie.
El asintió con la cabeza y se quedó un momento a solas, mirando al río disfrutando de la brisa y la sombra del sauce llorón. Evelyn arrimó su silla y se volvió a sentar, pero a salvo, al lado de William. Oliver y Madelaine se acercaron al río a solas, y pronto Henry los acompañó.
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Última edición por LizziVillers el Vie Abr 14, 2023 12:52 pm, editado 1 vez