Dear Terry:
Nosotros en la tempestad
Capítulo 10
Nosotros en la tempestad
Capítulo 10
Al día siguiente, apenas terminado el desayuno Evelyn apresuró a Anne para que tomará su mochila y salieran de la casa antes de que el resto de los chicos. La noche anterior Henry le había dicho que la esperaría en la parada del autobús para verla antes de que se marchara al colegio. Emocionada por el encuentro dedicó más tiempo a su arreglo, peinó muy bien su cabello, y descartó usar la boina robada a Oliver y colocarse una bella boina francesa obsequio de Eleanor. Antes de salir se miró al espejo, alisó la falda de tweed con la mano, tomó sus libros y salió a toda prisa, trayendo a la pobre de Anne a rastras, la niña no entendía las premuras de su hermana, hasta que llegaron al puente, allí la perspicaz Anne pudo entenderlo todo.
—¡Ev ahí está Henry! —dijo una emocionada Anne.
—Sí, ya lo vi, shshhs no tienes que gritar.
Evelyn no había sentido tanta emoción, su corazón latía con fuerza, su respiración era agitada, y ni siquiera tenía tiempo para recomponerse ante la turbación que él le producía.
Henry estaba recostado al petril del puente de piedra, de brazos cruzados mirándola debajo de su jockey inglés, con una sonrisa cautivadora. Evelyn sintió el impulso de correr y arrojarse a sus brazos, estuvo a punto de hacerlo, pero no estaba sola, Anne estaba a su lado, y aquella sería una escena muy embarazosa. Por su parte él no pudo esperar a que ellas se acercaran, caminó hasta encontrarlas, y sin dudarlo se inclinó sobre el rostro de Evelyn, y cuando la tuvo tan cerca besó su mejilla.
—Buenos días mi amor —le susurró y volvió a besarla en la mejilla.
Luego se dirigió a Anne.
—Buenos días, señorita Anne Rose —sacó una tableta de chocolate desde el interior de su americana y la colocó en la mano de la pequeña.
Ella lo miró con ojos expresivos y se abalanzó a él para abrazarlo, Evelyn los observaba conmovida. Henry reservaba para su hermana genuina simpatía y eso la cautivaba.
—Para usted también hay una mademoiselle Granchester —dijo con acento francés volviéndose a Evelyn.
—Gracias, es nuestro favorito.
—Lo sé, Anne me lo dijo —diciendo esto Henry se colocó a su lado y retomaron la marcha en dirección al centro.
Durante la caminata Evelyn comenzó a vislumbrar lo difícil que sería ver partir a Henry. Sintió de pronto como su corazón se aceleraba más y más ante aquella certeza, le costaba respirar porque lo amaba de forma arrebatadora eclipsando todo a su paso. Él había llegado tan imprevistamente a su vida, cuando ella menos lo imaginó, robándole la calma, cambiando su pequeño mundo confortable y apacible. Hasta el momento en que lo conoció ella pensaba tener todo lo suficiente en su vida para ser feliz, padres amorosos, hermanos muy queridos, amigas, el college, su pequeño y personal estudio de ballet, e incluso el distante “amor” de Hans, aún en medio de la guerra todo estaba en su lugar.
Él por su parte experimentaba la misma ansiedad, sentirla tan cerca le llenaba de una deliciosa sensación de éxtasis, pero también pensaba en el adiós. Hubiese querido quedarse más tiempo a su lado, disfrutando de su compañía, envuelto por la calidez de sus abrazos, bañado por la ternura de su mirada, embriagado por sus besos. Palidecía sólo de recordar la humedad y el sabor de sus labios y deseaba ardorosamente besarle allí mismo, en medio de la calle, pero teniendo que reprimir sus deseos se conformaba con la certeza de que la tarde llegaría y la podría ver a solas como lo habían hecho esas dos últimas tardes en la ribera del río.
Caminaban tan lento que pronto fueron alcanzados por Albert, Richard y Duncan, cuyos cuchicheos no se hicieron esperar, las risas de los dos más chicos llegaban a oídos de los enamorados. Henry sonreía divertido y miraba de soslayo a Evelyn que ya estaba furiosa con las risitas de sus hermanos, y con el “espectáculo” que ella les daba gratuitamente, maldito amor que la dejaba expuesta y vulnerable, y todo por Henry.
No pudo evitar voltear y mirar a sus hermanos con ojos inquisitivos, rogándoles con esa mirada que se detuvieran, pero como si eso no fuera ya suficiente, Oliver se acercaba también a ellos en su bicicleta, en verdad deseaba con todas sus fuerzas que un hoyo se abriera en la tierra y se la tragara.
—Ay no lo soporto, debieron dejarnos al pasar el puente, siempre se desvían allí y Anne y yo continuamos a solas, lo hacen adrede para molestarme.
—No pasa nada, déjalos son tus hermanos menores, se divierten contigo, y yo me divierto con ellos.
—¡Me las pagarán! —sentenció.
Alcanzados por Oliver, quien con mucha cordialidad saludó a Henry, Evelyn ahora iba escoltada por sus cuatros hermanos. Seré la comidilla de la cena, pensó encolerizada. Oliver bajó de su bicicleta y charló parte del trayecto con Henry, mientras tanto la muchacha comenzaba a urdir en silencio la forma de vengarse de sus hermanos. El joven actor no les estorbo tanto tiempo, apenas divisó a Madelaine Flower en la parada, los abandonó subiendo de nuevo a la bicicleta y pedaleando velozmente. La molestia de Evelyn se incrementó al saberse tan cerca de su destino, había perdido minutos valiosos con Henry por culpa de sus hermanos, así que le dedicó sólo a él, el tiempo restante antes de subir al autobús. Ni siquiera reparó en la presencia de su amiga. Únicamente tenía ojos para Henry y oídos para lo que él pudiera decirle. Anne inteligentemente se apartó yéndose al lado de Oliver y les dio privacidad a los enamorados que frente a frente se miraban absortos con las manos entrelazadas.
—Qué harás en todo el día —preguntó ella.
—Extrañarte —contestó él mientras se llevaba una mano a los labios para besar su dorso.
Ella le sonrió con ternura.
—Yo también voy a extrañarte —dijo y besó la mano de él.
—Ah, antes de que se me olvide, traje algo para ti —recordó Henry metiendo una de sus manos en el bolsillo interno de la americana. Extrajo una hoja doblada en cuatro partes. —La escribí anoche.
—¿Una carta?
—Más bien una nota, no sé si merezca llamarse carta, léela en el autobús.
—Está bien, gracias.
Evelyn la guardó en el bolsillo de su falda.
—Creo que ya debes subir —dijo él después de ver como el chofer subía y encendía el motor.
—Sí, ya es hora —diciendo esto Evelyn se acercó a él y le dio un beso en la mejilla, más bien muy cerca de la comisura de los labios.
Él sonrió extasiado, mientras ella se apartaba de él y se tomaba ahora de la mano de Anne que ya se había acercado a ellos para abordar.
—No me dijiste que harás en todo el día —volvió a acercarse para preguntar.
—Ahora mismo regresaré a la hostería para desayunar, después trabajaré en un artículo que debo enviar a Nueva York apenas llegue a Londres y quizá paseé un poco.
En seguida se despidieron con otro tímido beso en la mejilla, Evelyn subió y caminó apresurada hasta la parte trasera del autobús, buscando el mismo puesto que diariamente ocupaba Madelaine para observar a través de la ventana como se alejaba la figura de Henry. A Anne no le quedó más remedio que sentarse a su lado, a pesar de que no le agradaba ocupar esos últimos lugares. Tan rápido como el autobús se alejó de Stratford, ella desdobló la nota para leerla.
Mi querida Evelyn, dulce amor.
Cómo ha ocurrido desde que te conocí esta noche no dejo de pensar en ti. Se supone que me senté en el escritorio para ordenar las notas para escribir mi último artículo, el que debo enviar apenas regrese a Londres y antes de partir a Escocia. Me duele no haber tenido más horas para estar contigo, para seguir conociéndonos, aunque siento que te conozco desde siempre, que nada nos es ajeno. Que dicha más grande experimenta mi corazón por haberte encontrado dulce amor mío.
Iré mañana muy temprano al puente y te esperaré allí porque lo único que deseo es ver tu hermoso rostro, tomarte de la mano y decirte que te amo.
Hasta entonces.
Tuyo para siempre.
Henry Dedlock.
Evelyn cerró los ojos y suspiró tan hondo y audible sintiendo como sus mejillas le quemaban por el sonrojo, apretó la nota contra su pecho y volvió a leerla, una, dos, tres veces. Acaso podía sentirse más feliz, él la llamaba dulce amor, ella era su dulce amor y además le declaraba que le amaba. Dos simples palabras despertando en ella toda la ternura y también todo el ardor por aquel a quien también amaba en profundidad y extensión infinita, Henry era pues el amor que quema y embriaga de una vez y para siempre. Aunque ya lo había aceptado, esa mañana fue la confirmación de todo que lo sentía por él. No pudo evitar las comparaciones, por Hans nunca había sentido algo así, como si una fuerza arrebatadora se apoderara de su cuerpo y de su mente empujándola a un delicioso abismo de sensaciones. Le era insoportable pensar en la despedida, en no poder verlo quizás en meses, pero sin la posibilidad de cambiar en ese momento el curso de las anteriores decisiones, ella lo esperaría con la firmeza del amor, y la esperanza del próximo encuentro.
—¡Ev! ¡Ev!
—¡Ay Anne qué sucede! —dijo exasperada.
—Ev, estás llorando.
—¿Qué? —Evelyn se llevó una mano a las mejillas y con la palma percibió las lágrimas. Era cierto, estaban mojadas, lloraba y no sabía que lo hacía, se limpió apresuradamente el rostro.
—No es nada —quiso tranquilizar a Anne.
—Por qué lloras, qué te hizo llorar... ¿estás triste?
Evelyn bajo sus defensas enternecida por la preocupación inocente de Anne y se atrevió a abrirle su corazón a su pequeña hermana.
—No Anne, no estoy triste, estoy muy feliz. ¿Ves esta carta? Me la escribió Henry, sólo dice cosas hermosas que me conmovieron. —Evelyn se inclinó para hablar tan bajo para que únicamente Anne escuchara.
—¿Es una carta de amor? —susurró Anne. —Cómo las cartas que mamá tiene en su cofre especial, ese que no puedo tocar.
—Sí Anne, como las cartas que mamá guarda de papá, esta es la primera carta de amor que recibo. Pero no puedes decirle a nadie que Henry me la dio y mucho menos que me conmovió tanto hasta las lágrimas, será un secreto entre las dos.
—¿La puedo leer?
—¡No! Cómo se te ocurre, es privada. —Evelyn sonrió —no seas atrevida.
—Ev, ¿estás enamorada?
—Sí Anne, estoy enamorada.
—¿Cuándo tenga tu edad voy a enamorarme?
—Es probable, sí.
Pronto Henry estuvo caminando por las calles comerciales de Stratford, buscando una floristería, y no daba con ninguna. Sin embargo, pudo enterarse de la existencia de más pubs y cafés que aquellos que frecuentaba desde su primera visita y también descubrió una pequeña librería, a dónde sospechó encontraría algo del agrado de Evelyn. Entró y fue atendido de forma muy amable por la dependiente. Estaba como era natural toda la colección de obras de Shakespeare, incluyendo sus sonetos, pero encontró tonto obsequiarle alguno de estos ejemplares siendo que los Granchester poseían una de las colecciones antiguas más hermosas que el haya visto antes. Recordó la expresión de la muchacha cuando le entregó el libro de Cowper. Nunca se había sentido tan abochornado. Desistió de su idea de comprar algo allí para su bien amada, pero si lo hizo para él, un ejemplar de Hamlet y de los sonetos. Salió de la tienda complacido y continuó caminando sin saber a dónde. Cruzó la calle para indagar en más locales y fue una gran sorpresa para él encontrarse de frente con Candy saliendo de la oficina de correos. Se saludaron con mucho más que cordialidad, ella lo saludó con verdadero afecto.
—¿Viene a la oficina de correos Henry?
—Oh no, sólo caminaba, en verdad crucé la calle desde la librería para ver qué podría encontrarme de este lado. No conozco mucho del pueblo, apenas la calle donde me hospedo, y algo alrededor —le explicó Henry.
—Entiendo, y busca algo en particular, quizás pueda ayudarlo.
Henry lo pensó unos segundos antes de confesar lo que buscaba, se sintió un poco avergonzado. Sin embargo, dejó su vergüenza a un lado una vez que se lo pensó mejor. La señora Granchester le había demostrado ser una madre dulce e indulgente en el poco tiempo de conocerla. No en vano sus hijos le mostraban un sentimiento profundo de admiración y ternura.
—En verdad buscó flores o algo del agrado de su hija, quisiera sorprenderla está tarde —declaró.
—¡Ah, Henry, es usted un caballero tan cortés! —le halagó Candy.
—Es que verá, me iré mañana y la verdad no sé cuándo pueda volver a Stratford... —Henry no tuvo reparos en dejar ver su pesar por este hecho que le era tan difícil.
—Claro, su viaje a Escocia.
—Sí.
— (...)
— Señora Granchester quisiera tomar un café conmigo, me gustaría que habláramos, aunque no es mi intención distraerla de sus ocupaciones.
Candy miró su reloj, y lo meditó por unos segundos.
—Sí, me encantaría, por suerte tengo tiempo para ese café, pero antes acompáñeme a la farmacia debo ir por el medicamento de Duncan.
—Está bien. La acompañaré a donde guste.
Henry más que complacido siguió a Candy y mientras caminaban encontraron muchos motivos para entablar una amena charla, uno de ellos los libros que el joven llevaba en la mano. Él le contó con elocuencia cómo había terminado comprándolos para él, siendo que buscaba algo para Evelyn. Luego hablaron del deficiente servicio postal que se prestaba en esos momentos en Inglaterra debido a la guerra. Candy había puesto dos telegramas esa mañana, uno para Eleanor y uno para Albert. En sus cables, daba cuenta de que todos se encontraban bien y pedía alguna noticia especialmente del Hogar de Pony a su padre adoptivo. Ante la inestabilidad de las líneas telefónicas y el retraso en las cartas los telegramas eran una opción para que se mantuviera el contacto entre familiares y amigos. Así que Candy acostumbraba a enviar despachos telegráficos tan a menudo como pudiera y recibía de vuelta también de Albert y su suegra. Aún enviaba largas cartas a la anciana señorita Pony y a la hermana María, corriendo el riesgo de que éstas nunca llegaran a su destino o viceversa.
Por largo rato, Candy se explayó hablándole a Henry sobre Albert y los Ardlay, y desde cuando no tenía la dicha de ir a América o recibir la visita del patriarca o del matrimonio Cornwell y sus hijos.
—Conocí a su padre en Nueva York en una gala benéfica, se lo comenté a Ev.
—¡En verdad conoce a Albert... ¡Ay Henry no sabe cuánto lo extraño! A él y a todos mis seres queridos en Chicago, y en mi hogar, el lugar donde crecí, a mis queridas madres.
—La comprendo, aunque en Londres cuento con la compañía de mi padre, no dejo de extrañar a mi madre.
—¿Tiene mucho tiempo en Inglaterra?
—No mucho, llegué en el invierno, pero antes estuve en Marruecos y en Portugal. Así que tengo suficiente tiempo fuera de casa.
Habían llegado a la calle que él antes había visitado, encontraron allí la farmacia. Detuvieron su conversación para que Candy pudiera entrar y tomarse el tiempo necesario para retirar la medicina de Duncan. Minutos más tarde, con el paquete en la mano, ella le explicó que se trataba de una nueva medicina que su hijo más pequeño tomaba para controlar los ataques de asma, aunque el chico aún necesitaba que le suministrara epinefrina cuando tenía ataques severos. Candy le relató a Henry como una noche espantosa en la que los alemanes bombardeaban Inglaterra, Duncan sufrió un ataque, para el que no fue suficiente el inhalador de adrenalina y en medio de la cruda incursión, Terry se vio obligado a salir del refugio en busca de una inyección de epinefrina que preventivamente ella mantiene en el refrigerador de la cocina.
—Fue una noche particularmente terrible, créame, Henry, desesperados pensamos que íbamos a perder a Duncan frente a nosotros. Él estaba en pánico, fue una de las primeras noches de las redadas alemanas.
—Se de qué habla, cuando llegué a Londres, la primera noche tuve que correr con mi padre al metro para resguardarnos allí del ataque aéreo, había muchos niños aterrados. Me llevé una terrible impresión cuando llegué a la ciudad, zonas totalmente devastadas, calles irreconocibles. Fui a Islintong a visitar a mis tíos y primos que viven allí, y casas enteras fueron reducidas a un hoyo humeante lleno de escombros. Hicieron bien al venir aquí, quisiera que mi padre saliera de Londres, pero no quiere dejar su trabajo en el banco, ni su voluntariado en el Ejército de Restauración.
—Y a dónde vive con su padre Henry.
—Vivimos en Camden.
—Espere, deseo que me siga contando, pero que le parece si tomamos nuestro café aquí ¿le agrada? —Candy lo interrumpió brevemente.
Henry miró el lugar, claro que le agradaba era por mucho más decente que el café cercano a la Hostería que frecuentaba por las noches después de ver a Evelyn. Así que entraron y buscaron un lugar, él como todo un caballero dejó que ella ordenara, y mientras esperaban el continuó con su relato, hasta que algo llamó su atención y en lo que antes no había reparado. El uniforme de enfermera que llevaba puesto ella.
—¿Desde cuándo es enfermera, lo hace por la guerra?
—¿Ah, no lo sabía? Soy enfermera de profesión, estudié enfermería en Estados Unidos, me gradué poco antes de la Gran Guerra. Ejercía en Chicago. Luego venimos a Inglaterra a vivir, comenzaron a llegar los niños y estuve sin ejercer por varios años dedicada sólo a ellos, volví a la enfermería hace poco más de tres años. Y cuando llegamos a Stratford no dudé ni un segundo en presentarme en la clínica y ofrecer mis servicios como voluntaria, necesitaban más manos con urgencia, porque las dos enfermeras tituladas habían sido requeridas por el cuerpo médico del ejército y enviadas a Londres, así que ocupé el puesto de una de ellas, como enfermera quirúrgica, pero en verdad hago de todo, asistó al cirujano el doctor Evans en cirugías menores que aquí se practican, soy partera y hago rondas.
—Es muy impresionante señora Granchester —dijo genuinamente asombrado.
Henry, estaba realmente ante una mujer que provocaba su admiración. Ella era la esposa de un heredero a uno de los ducados más importantes del Reino Unido. Eran miembros de la nobleza, ella podía tener una vida cómoda siendo atendida por sirvientes rodeada de lujos, y contrario a ello, con la mayor naturalidad era ella la que estaba al servicio de los habitantes del pueblo. La pareja que conformaban la enfermera y el actor, la familia que tenían era en verdad desconcertantes para él.
A Henry le gustaba la franqueza y siempre intentaba establecer una abierta y fácil comunicación sobre lo que le importaba, incluyendo sus sentimientos y pronto vio en Candy una interlocutora agradable y sincera con quién abrir su corazón. Después de escucharla atentamente se atrevió a exponer las razones que lo empujaron a pedirle que se reunieran esa mañana.
—Señora Granchester, sé que no tengo la simpatía del señor Graham con respecto a mi relación con Evelyn, pero debe usted saber que mis intenciones con ella son honorables, que la quiero sinceramente.
—Henry no debe preocuparse por mi esposo, él sólo necesita tiempo, tiene que darle tiempo. En el fondo y esto lo sé porque no hay otra persona que lo conozca mejor que yo, él sabe que usted es un hombre honorable, pero nos tomaron por sorpresa. Ni siquiera sospechábamos que se agradaban. Y siendo sincera, en verdad creía que Ev lo detestaba, perdóneme, pero esa es la verdad.
Henry sonrió ampliamente al escucharla, esa era la verdad su Ev había sido más que antipática con él.
—Sí, puedo inferir que nunca se imaginó sobre nosotros dos... que nos entenderíamos. —Volvió a sonreír, pero más serio dijo —Señora Granchester nunca planeé enamorarme, vine a Stratford con el firme propósito de conocer y entrevistar a su esposo, regresar a Londres y continuar con mi vida. Solo vine a hacer mi trabajo y Ev, lo cambió todo.
—Henry es usted muy dulce, y valoro su sinceridad, pero lo noto mortificado.
—Tengo que marcharme mañana muy temprano a Londres, estaré apenas unas horas en la ciudad mientras resuelvo unos asuntos, entrego un artículo pendiente, y me despido de mi padre para viajar a Escocia. Esto me turba porque me gustaría estar más tiempo con Evelyn, si sólo me tuviera que quedar en Londres o viajar por el país, haciendo mi trabajo, siempre tendría ocasión de venir a verla. Pero en mis circunstancias actuales ni siquiera se con certeza cuando pueda volver. Y deseo que sepa que no será por mi voluntad sino por los compromisos que adquirí antes de saber que ella me correspondía. Me es imperativo que usted conozca mi situación y comprenda mis ausencias futuras. No me gustaría que se mal interpreten mis largas ausencias como una desistencia de mis sentimientos por ella, porque son muy fuertes y estoy muy seguro de quererla. Pero son tiempos convulsos, y yo tengo un deber que cumplir.
—Puedo entenderlo Henry, no tiene porqué mortificarse, incluso el señor Graham lo entenderá. Verá él y yo pasamos por una situación similar cuando éramos muy jóvenes. Cuando él comenzaba su carrera como actor en Nueva York, yo estaba en Chicago, por un buen tiempo solo teníamos las cartas para saber uno del otro, pero yo podía sentir a Terry muy cerca de mí, y él podía sentir lo mismo. Mis pensamientos estaban permanentemente con él y los suyos conmigo. —Candy sonrió al recordar esta lejana etapa de sus vidas — nuestros deberes también nos separaban y al igual que usted, estábamos muy seguros de nuestros sentimientos, a pesar de la distancia. No sé cómo explicarlo, pero usted me inspira confianza, puedo ver en sus ojos que la ama.
—Evelyn me ha dicho que tienen ustedes una verdadera historia de amor, ella siente tanta admiración por ambos.
Candy sonrió de nuevo, con los ojos iluminados por el efecto de las palabras y de los recuerdos.
—Una que atravesó muchas dificultades, episodios angustiantes y muy dolorosos que no deseamos para ninguno de nuestros hijos.
—Gracias, señora Granchester, es usted muy amable, me siento tan aliviado, tener su confianza significa mucho para mí. Me recuerda usted a mi madre.
—¡Y no necesita leer a Shakespeare para ganarse al señor Graham!
Henry soltó una carcajada, se sentía realmente avergonzado al verse descubierto.
—Lo dice por los libros, créame me gusta la literatura, pero en realidad es intimidante estar en su familia con su esposo, con Oliver y Evelyn.
—Ya se acostumbrará, ahora por qué no me habla de su madre...
Continuaron sumergidos en una amena charla que acompañaron de una segunda taza de café. Hasta que Candy confirmó en su reloj que ya era hora de ir a visitar a un paciente previamente pautado. Henry se ofreció a acompañarla y ella aceptó continuar en su compañía que le era tan grata. Cuando se despidieron ella le recomendó un cultivo de flores cercano a dónde podría adquirir un bello ramillete si eran flores lo que deseaba para Evelyn. Le gustan los tulipanes, le dijo Candy antes de despedirse. Él aprovechó la información y se encaminó a la dirección dada.
Candy por su parte no podía sentirse más feliz por la felicidad de su hija tan amada. Había disfrutado de su conversación con Henry, admiraba su espíritu generoso, carácter afable y honesto. Ese joven se había sentado frente a ella y abierto su corazón de forma diáfana haciéndose merecedor de su confianza y de su admiración.