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Hola chicas, continuamos con este mini fic que por esta vez no estará en el lado oscurito 
Esta vez toca la confrontación
Esta vez toca la confrontación
¿ A QUÉ JUEGAS, CANDY?
CAPÍTULO CUATRO CARA CONTRA CARA
Mi corazón aún palpita totalmente desbocado por los últimos recuerdos de Terry; sin embargo el toque en mi ventanilla me ha traído de golpe al presente.
Mis cristalizadas esmeraldas se sorprenden ante la presencia de una persona que jamás imaginé que me buscaría. Mi padre está frente a mí y me mira con frustración y desconcierto.
—¿¡Pero…pero!? ¿Qué hace aquí, papá?
—¡Abre la puerta, Candy!
De manera inmediata salgo de mi carro y tomo las manos de mi padre tratando de entender su estado de consternación. Lo noto bastante nervioso y trato de calmarlo, pero de manera abrupta me abraza a su pecho y lo siento sollozar con un llanto culposo.
—Lo siento, pequeña, lo siento. —me dice con su voz cargada de desasosiego..
—¡Por dios, padre! ¿qué le pasa? ¡Tranquilícese! En su estado no debe sobresaltarse, por favor, papá, recuerde lo delicado de su corazón.
Acaricia mi rostro con mucha dulzura como cuando yo era una chiquilla de coletas al viento. Me mira desde la profundidad de sus negros ojos y de sus labios sale un pequeño reproche con sabor a amargura.
—Mi pequeña…¿por qué no me lo contaste? ¿¡cómo pudiste cargar con ese peso tu sola!?
Yo me quedo helada, trago en seco ante su cuestionamiento y agacho mi cabeza. No sé que tanto sabe mi padre sobre el problema que Jimmy y yo cargamos a cuestas, así que trato de ser cautelosa al momento de averiguar.
—Papá…¿de qué está hablando?
—¡Basta, Candy! Jimmy ya me puso al tanto de todo. Lo que no entiendo es cómo es posible que no me hayas contado sobre el mal negocio que hizo el idiota de tu hermano. ¿¡por qué te lo callaste!?
—Papá…usted estaba muy enfermo, recién le habían implantado el marcapasos y el doctor Lenar nos advirtió que deberías tener mucho reposo y cero estrés. Mamá estaba tan preocupada por ti que Jimmy y yo no tuvimos el valor para contarte lo ocurrido. Para subsanar ese terrible bache en las finanzas de nuestra empresa recurrí a William. Él me ayudó. Lo que no entiendo es ¿cómo te enteraste?
—¡Obligué a tu hermano a que me contara la verdad! Lo encontré en el parqueadero discutiendo con Archibald Cornwell sobre un fuerte préstamo que William Adlay le había hecho a nuestra constructora del cual yo no sabía nada. Ahora quiero que seas sincera conmigo, hija. ¿Acaso tu te comprometiste con William para salvaguardar nuestro patrimonio?
Ante aquella pregunta, agaché mi cabeza totalmente avergonzada y mi silencio cómplice fue la respuesta. Mi cariño por William era sincero porque siempre fue mi buen amigo, pero para ser honesta nunca he sentido amor por él. El dinero para cubrir el mal negocio de Jimmy lo necesitábamos de forma urgente y ningún banco nos quería ayudar por la delicada situación de mi padre como cabeza de la constructora.
—¡Habla, Candy! ¿Acaso William se aprovechó de la situación para forzarte a un compromiso?
—¡No, papá! William es un buen hombre y siempre ha actuado como un caballero. Yo lo quiero y hemos tenido una relación estable, pero…
—¡Pero no lo amas lo suficiente como para casarte con él! A quien amas es a ese actor con ínfulas de galán ¿Es así?
—Papá…yo…
—Y ahora que vino ese barbaján de Granchester se jodió tu relación con William. Por eso es que Cornwell te estaba siguiendo ¿verdad?
Después de un largo silencio decido yo también hablar con la verdad
—¡Sí papá! ¡ Si! ¡Sí! Esa relación no tenía futuro, pero por favor, deje de cuestionar mi amor por Terry.
La mirada del señor White se tornó seria, su grueso bigote blanco ocultaba la fina línea que sus labios dibujaban. Por largos minutos observó el semblante triste y apesadumbrado de su hija. Ella que siempre había sido tan alegre y chispeante, ahora solo proyectaba una sombra melancólica.
Tenía que aceptar una verdad, aunque no le gustase para nada. Nunca le cayó bien ese muchacho, Granchester. Su actitud distante, ese aire taciturno y a veces arrogante le ocasionaba una patada al hígado. Cuando por fin se marchó a otro país y su hija empezó una relación con William Ardlay pensó que ella estaba marchando por buen camino. Sin lugar a dudas el joven empresario era muchísimo mejor partido que ese muchacho problemático que tenía como lastre a su madre alcohólica, pero la realidad era que su hija amaba a ese barbaján que ahora se había vuelto un hombre respetable.
Lo que realmente le dolía era que la niña de sus ojos se sintiera en un callejón sin salida por culpa de la mala cabeza de su hermano. Jimmy no era ningún muchachito pelele, pero había actuado como uno escondiéndose bajo las faldas de su hermana. Con la firmeza que lo caracterizaba, le habló a su hija.
—¡Vamos! Súbete a tu coche y sígueme. En este instante le pondremos punto final a ese problema.
—¿De qué habla, papá? ¿A dónde iremos?
—¡Que te subas, te digo! Yo estoy en mi coche que está a la vuelta de la esquina. Quiero que me sigas.
Su padre no dijo más, se giró y con paso firme se marchó hacia su vehículo. La gruesa espalda del señor White simulaba el enorme roble que solía haber en el jardín de la casa White. Aquel árbol que de niña usaba para columpiarse, ahora parecía cobrar vida en la imponente figura de su padre. Por un momento la muchacha confundió la figura de su padre con aquel enorme árbol cuyas ramas protectoras le habían brindado consuelo más de una vez, pero también le habían enseñado a no rendirse nunca por más alta que pareciera la cima.
Mientras Candice manejaba hacia quien sabe donde, en el gimnasio del club “Mecenas” los golpes e improperios no paraban entre dos hombres que se querían sacar el corazón a punta de golpes.
—¡Párate infeliz! Te dije que eras un blandengue y no me equivoqué.
—¡Cállate, Granchester!
El pequeño tatuaje en la cadera del castaño fue un disparo en la sien para William. La respuesta a la eterna pregunta que solía hacerle a su novia, se estaba develando ante sus ojos. El sabor metalizado de su propia sangre lo hizo escupir al piso, pero lo que realmente quería escupir era su frustración.
—¿Qué tanto me miras, William? ¿Acaso te gusto? Párate derecho y mírame directo a la cara, que aún no he terminado contigo.
Con palabras torpes, el rubio preguntó —¿Qué…que cosa…es… es eso que tienes en la cadera?
Terence parpadeó sin comprender las palabras del rubio. ¿qué diablos miraba?
—¿¡Qué diablos te pasa, William!? ¿Acaso no sabes lo que guardo entre mis caderas?
—¡Imbécil! ¡Hablo del maldito tatuaje que tienes ahí! ¿Qué carajos significa?
El castaño miró su tatuaje y sonrió con algo de amargura. Que el rubio quisiera saber sobre su tatuaje significaba que él había visto el de su amada pecosa. Tragó en seco y apretó los puños para contener su ira. ¿Acaso el muy cretino le venía a restregar en su propia cara que se había acostado con su mujer?
Con voz cargada de encono, habló
—Si tanta curiosidad te causa este tatuaje ¿por qué no se lo preguntas a tu noviecita? Porque asumo que ya viste el de ella. Dime, William, ¿tu intención es restregarme en la cara que enamoraste a mi novia y te la llevaste a la cama? Porque si esa es tu intención, te juro que te romperé la boca por cretino.
William bajó su guardía, una realidad lo abofeteó en la cara. A estas alturas era innegable que Terence jamás se fue del corazón de la rubia. Por más que él la colmó de atenciones y le demostró cariño y ternura, ella al parecer se había aferrado a ese amor por el castaño.
Sabía que el regreso del Terence a sus vidas iba a ocasionar un remezón en su relación con la rubia, y así lo había preferido, porque era la única manera de saber que tan fuerte eran los sentimientos de Candice para con él, pero ocultarle que aún seguía amando al actor lo sintió como una traición de parte de ella. El maldito tatuaje era la prueba de que ellos dos jamás se habían olvidado.
Una sonrisa dolorosa se dibujó en su rostro. Apretó su mandíbula y lanzó un fuerte golpe a su contrincante mandándolo al piso de inmediato.
—¡Te voy a dar una paliza Granchester! ¡Todo esto es tu jodida culpa! Si no te hubieras largado, nada de esto estuviera pasando entre nosotros. ¡Seguiríamos siendo amigos!
Los golpes en las costillas del castaño eran tan fuertes que probablemente un par de ellas ya estaban rotas; más sin embargo ese dolor no era nada con lo que Terence tenía atorado en su corazón. Un rodillazo en la entrepierna del rubio fue suficiente para hacerlo rodar en la lona y darle unos minutos para reponerse.
Una risa socarrona salió de sus entrañas para burlarse del rubio.
—¿Acaso pensaste que tus golpes me dañarían? ja, ja, ja. Estamos así porque tú no respetaste nuestro acuerdo de amigos. Yo te rogué para que cuidaras de ella, para que velaras por su familia, pero tú te portaste como un zángano. Sabías que yo estaba obligado a irme y tu aprovechaste el momento ¡para enamorarla!
—¡No fue así! ¿¡Cuántas veces tengo que decirte que no ocurrió como lo piensas!?
Los zafiros del castaño empezaron a cristalizarse ante la cruel verdad. Ellos estaban metidos en un hoyo sin salida porque ambos amaban a la rubia. Los tres habían jugado al amor sin medir las consecuencias de sus actos y sin lugar a dudas, uno saldría lastimado.
A pesar de que los hombres estaban escupiendo sangre por sus bocas lastimadas y bastante exhaustos, sus deseos primitivos por agarrarse a trompadas aún no se habían diluido. Las miradas se volvieron a desafiar sin temor alguno mientras los cuerpos se sacudían preparándose para volverse a enfrentar.
Una nueva patada voló por los aires encontrando su respuesta en un puñete directo al estómago del rubio. Obnubilados por el coraje, sus mentes eran incapaces de escuchar los presurosos pasos que corrían hacia ellos
—¡Terry! ¡William! ¡Basta! ¡Por favor! —suplicaba una angustiada Candice que estaba al borde de las lágrimas ante aquel espectáculo.
—¿Qué carajos pasa aquí? ¿Acaso se están agarrando a golpes como dos trogloditas que no pueden razonar? —fue el reclamo fuerte y contundente de Jeremías White, cuyo ceño fruncido denotaba su creciente molestia.
—¡Señor White! —exclamaron los dos hombres al unísono. En ese mismo momento se quedaron estáticos sin comprender qué hacía el señor White en ese sitio, y mucho menos acompañado de la propia Candice.
En medio de aquella escena también apareció Georges, el hombre de confianza de William Ardlay quien entró al sitio mostrando intranquilidad.
—¡Señor Ardlay! ¡Por favor! Será mejor que detenga todo esto. Los reporteros se están colocando alrededor del club. Están preparando sus cámaras para obtener alguna primicia amarillista acerca de ustedes dos. Al parecer, alguien de aquí les ha informado sobre su discusión.
—¡Mierda! —manifestó el castaño —te dije que el personal administrativo era una porquería. ¡Aquí en este club hay un maldito soplón!
—Será mejor que abandonen el sitio de forma sigilosa. Señor Ardlay, su coche lo tengo aparcado en la parte de atrás.
El rubio se descolocó. Jamás hubiera querido que sus problemas con Terence trascendieran al plano público. Ese no era su estilo de pelea.
Con la ayuda de Georges logró incorporarse y tomar una toalla para secar la sangre y el sudor de su magullado rostro. Tuvo que tragar grueso cuando vió como Candice corría al lado de Terence para acariciar su cara y revisar sus heridas con infinita devoción.
—¡Terry! Mi amor, ¿estás bien? ¡Carajo, Terry! ¿Cómo se te ocurre hacer esto a tan solo un mes de tu nueva película? ¡Debes cuidar tu imagen!
El rubio tuvo que cerrar sus ojos con fuerza ante aquel hecho y prefirió ya no pensar en todo lo que estaba pasando a su alrededor, pues todo estaba dicho. Entre un tumulto de ideas que se agolpaban en su mente decidió abandonar el sitio
—Sácame de aquí, Georges –le ordenó. A pesar de su fuerte contextura, William se tuvo que apoyar en la figura de Georges para poder caminar y no desvanecerse ahí mismo. Con bastante dificultad para hablar, dió una última orden antes de entrar a su coche.
—Asegúrate de que él y Candy puedan salir sin ser vistos. Y principalmente quiero que averigües quién de todos aquí es el maldicho chismoso. Lo pagará caro.
—Sí, señor Ardlay.
Mientras el flamante BMW de color negro avanzaba por la avenida principal a toda marcha, William repasaba una y otra vez los acontecimientos. Si le quedaba alguna duda sobre los sentimientos de Candice para con Terence, el actuar de ella le despejó todas sus inquietudes. Con su cabeza echada hacia atrás comenzó su monólogo.
—Sin pensarlo dos veces corriste a su lado. Ignoraste que yo estaba ahí esperando a que me miraras, a que me dijeras una mísera palabra de cariño, pero no pasó. Toda tu atención fue para él. ¿Acaso tienes idea de lo que pienso por las noches, Candice? Pienso en ti. ¿Acaso sabes que pienso en las mañanas, Candice? Pienso en tí, ¡carajo! pienso en tí, pero para mí no tienes nada, tan solo un témpano de hielo en el sitio del corazón.
Para William era duro reconocer que Candice no le profesaba amor alguno. No podía negar que su relación había sido estable, tranquila, hasta algo bonita, pero jamás había sentido en ella la pasión en la entrega, de ella nunca había salido la palabra “mi amor” y nunca lo había mirado con esa devoción con la que hoy miró a Granchester.
—Si no sentías algo por mí ¿Por qué aceptaste ser mi novia? ¿A qué jugabas, Candy? Porque yo sí me enamoré de ti, y ahora solo soy un perdedor, un perro que se conformaría con las migajas de amor que tu me dieras.
«¡Por qué, carajo! ¡Por qué!» —gritó el hombre con frustración contenida. Para su buena suerte el coche tenía vidrios oscuros y su único oyente era el fiel Georges.
El hombre maldecía y odiaba su suerte, se sentía realmente estúpido por no haber visto las señales. Ella solamente lo quería como un buen amigo, como el gran amigo y compinche que fuera en otra época. Hubiese querido regresar el tiempo atrás y volver a aquellos años de adolescencia donde la camaradería de los tres era lo mejor..
Ahora los recuerdos de ella solo lo estaban atormentando. Hasta los recuerdos más dulces tenían ese sabor amargo al darse cuenta que ella nunca fue de él, ni siquiera en aquellas ocasiones donde compartieron la cama.
[suspiro] —Candy…ahora entiendo tus silencios y tu ausencia después de hacer el amor.
*****Flashback****
Se consideraba un muy buen amante, sus parejas siempre habían anhelado sus caricias atrevidas y sus noches de sexo y pasión; sin embargo, las cosas con Candice no estaban marchando tan bien. Ya llevaban un año de relación y aún no la había podido llevarsela a la cama como tanto lo deseaba.
Ella le había pedido tiempo para sanar viejas heridas y él había aceptado pensando que con sus atenciones lograría conquistar su corazón, pero esperar un año se le estaba haciendo una eternidad.
La noche en que por fin ella se entregó a la pasión de los cuerpos, él se sintió en la gloria. El sabor de su cuerpo desnudo era todo lo que había imaginado. Escucharla gemir y disfrutar del sexo fue un trozo de poesía en medio del silencio de la habitación de un lujoso hotel; no obstante, esa magia solo había durado unos pocos minutos, porque luego de la entrega a él le quedó una extraña sensación y ella simplemente se encerró en un silencio que no logró comprender.
—¿Qué te ocurre, linda?
–¡Oh! eh…no…me pasa nada. Es que tanta champagne me pone algo…ida.
—Ven aquí, cariño
La mujer se dejaba abrazar y acariciar, pero siempre parecía existir una pared invisible entre los dos que él por voluntad propia optó por no prestar atención.
Sus vidas continuaron en una extraña calma. En una de sus entregas amorosas, la pregunta cayó de sorpresa.
—¿Y ese tatuaje? Es raro ver un tatuaje así en una chica. A las mujeres normalmente no les gusta marcar su piel a no ser que sea algo importante.
—Es…algo que hice hace tiempo, en secundaria. No le prestes atención.
—¿No has pensado en sacártelo? Si gustas mañana mismo te puedo llevar a un experto dermatólogo para que lo remueva sin que te deje cicatrices.
—¡No! Yo no quiero retirarme el tatuaje.
—¡Vamos, linda! es algo que hiciste de chiquilla. Eso ahora ya no tiene importancia. ¿Para qué quieres tener el tatuaje de un candado en forma de corazón? Ni siquiera tiene sentido.
—¡Para mí si lo tiene! ¡Tiene todo el sentido del mundo! Y te pido de favor que no te metas con mi cosas, William.
Sin más, la muchacha se había envuelto entre las sábanas y corrió al baño para encerrarse en el mismo. Después de aquel episodio decidió no volver a insistir en lo mismo; sin embargo la espina había quedado clavada en su corazón. ¿Por qué ella tenía tatuado un candado que no quería borrar de su piel? ¿qué significaba?
*****Fin del flashback****
—Ahora tiene sentido. Tú tienes grabado en tu piel el candado y Granchester tiene tatuada la llave que hace juego con ese mismo candado, se complementan. Ambos lo tienen en el mismo sitio, en sus caderas y ninguno de los dos se los ha quitado a pesar de los años.
[carraspeo] —Señor, si me permite decírselo, usted ignoró que la señorita White era una mujer prohibida por los códigos de amistad.
—Lo sé, Georges, más de una vez me lo dijiste, me advertiste, pero…
El rubio suspiró profundamente, a pesar de querer tanto a Candice era consciente de que ella siempre le mandó todas las señales de un amor no correspondido y que él deliberadamente no quiso entender.
—Señor, acabamos de llegar. En la residencia ya lo está esperando la doctora Klase para atenderlo de urgencia.
—¡Qué escándalo haces por unos cuantos golpes, Georges!
—Señor, le aseguro que debe tener un par de costillas rotas. además su nariz no deja de sangrar, seguramente ese barbaján se la ha roto. Es imperioso que la doctora lo revise.
—Ja, ja, ja Terry siempre fue muy bueno para los golpes. Más de una vez nos enfrentamos juntos contra muchachos que nos buscaban problemas. Pero ¿ dónde está el doctor Simons?
—Está fuera de la ciudad. Él me ha recomendado a la doctora Karen Kleis como alguien en quien se puede confiar.
—Bueno, veamos quien es esta doctora Karen Klase.
En la ruta principal, otro vehículo se manejaba a gran velocidad, pues en su interior iba el famoso actor Terence Granchester, cuya identidad debía de mantenerse oculta para no afectar su próxima película con un escándalo amarillista.
—¿Papá, lograste esquivarlos?
—Desde luego, pequeña. Si hasta me siento en una película de suspenso y acción, como esas que protagoniza este zoquete.
—¡Papá! —reclamaba la rubia mientras limpiaba con una toalla el rostro golpeado del castaño.
—¡Está bien! ¡Está bien! No diré más. Esos idiotas de los reporteros aún deben estar esperando que salgamos por la puerta de atrás sin saber que cambiamos de carro y salimos frente a sus narices en el carro del catering.
—Aún no entiendo cómo lograste convencer a ese muchacho para que te prestara esta camioneta.
—Se lo tendrás que agradecer al guardaespaldas de Ardlay. Al parecer el hombre tiene contactos en ese finísimo restaurante “LeNuage”.
Efectivamente, Jeremías White junto a su hija y a Terence habían logrado salir del club gracias a los audaces movimientos de Georges.
—Dime, pequeña. ¿En qué hospital lo dejamos? Está muy golpeado y va a necesitar un doctor.
—¡No, papá! ¿¡Cómo se te ocurre que lo voy a dejar solo en un hospital!?
[carraspeo] —Señor White, no se preocupe por mí. Solo son unos cuantos golpes sin importancia.
—¿Unos cuantos golpes? Muchacho, de seguro te rompió la nariz y un par de costillas. ¿Sabías qué William Ardlay practica boxeo?
—Lo sé. Juntos practicábamos boxeo desde el colegio. Siempre fue bueno para las palizas con los puños.
—¡Madre santa! ¡Par de cavernícolas! Bueno, bueno, ¿A dónde te llevo, muchacho?
Antes de que Terence contestara, la rubia se adelantó en dar una categórica respuesta que no admitía una réplica.
—A mi apartamento, papá. Yo cuidaré de él hasta que el doctor lo revise.
—¿¡A tu departamento!? ¿Te volviste loca, hija? ¿Cómo vas a estar a solas con este buscapleitos?
—Ya te lo dije, papá. Yo cuidaré de él en mi departamento. Los reporteros seguramente lo buscarán en su hotel para sacar alguna nota sensacionalista, así que conmigo estará seguro; además ya me contacté con el Dr. Lenar para que me ayude con los primeros auxilios.
A Jeremías White no le quedó más opción que acatar lo dicho por su hija. Por medio del retrovisor podía observar como ese par se miraban. La devoción que ambos se profesaban era evidente para cualquiera que los mirase. Él sonreía como un bobo sin importarte todos los moretones que tenía encima, era como si la simple mirada de la chica le diera vida. Y ella, su hija, su pequeña, no hacía más que acariciar la castaña melena del susodicho y susurrarle palabras al oído que gracias al cielo él no podía escuchar.
—Terry…¿Cómo pudiste trenzarte a golpes de esa manera?
—Tranquila, pecosa. No es tan grave como parece; además, era algo que nos debíamos. Son cosas de hombres que difícilmente tienen una explicación lógica para ustedes, las mujeres.
—¡Dios, Terry! ¿Acaso no podían simplemente platicar como personas civilizadas?
—¿Platicar? ja, ja, ja. Habían muchas cosas que no se podían arreglar con una simple plática.
—Pero…mira lo golpeado que estás.
—Lo sé, pero no me arrepiento de nada; además, él quedó peor. Sé que por esto me ganaré una fuerte reprimenda de parte de mi agente, pero lo hecho, hecho está. Sin embargo, nada de eso me importa realmente. Dime Candy. ¿cómo debo interpretar que estés aquí conmigo y no con él?
Ante aquella pregunta ella sonrió con la mayor ternura que pudo.
—Solo quiero estar a tu lado.
Candice no sabía bien cómo iba a terminar todo ese embrollo en el que estaba metida, pero de algo estaba absolutamente segura, ella quería estar entre los brazos de Terence.
Se acurrucó en su pecho y él la recibió como si ella fuera una frazada tibia y acogedora..
—¡Auch! —se quejó el pobre hombre.
—¡Lo siento! No quise lastimarte.
—No te preocupes, es más, me siento mejor si eres tú quien está en mi pecho. Creo que tendré a la mejor enfermera del mundo curando mis heridas y con eso me doy por satisfecho.
Cuando ella descansó en su pecho, él se sintió completo y por fin pudo descansar. Su mano toda amoratada podía acariciar la dorada melena sin pensar que solo era un sueño producto de sus delirios. Podía percibir su aroma a rosas y acariciar su rostro sin tener que enconderse en aquel callejón donde se amaban como un par de locos desquiciados. Aquella rabia que le había carcomido las entrañas por los celos desmedidos poco a poco estaba desapareciendo. Ella ya no era la mujer de su amigo, ya no era una mujer prohibida, ahora era suya, su mujer.
Los fantasmas que lo habían acechado por noches enteras comenzaron a desaparecer y por fin podía sentir algo de paz. Sabía que la conversación con William aún no estaba terminada, pero ella había tomado una decisión y él estaba dispuesto a todo por conservarla a su lado.
Al padre de Candice no le quedó más remedio que aceptar que entre esos dos había un amor inquebrantable; no obstante en su cabeza daba vueltas el problema se le vendría encima si William Ardlay decidía dar por terminado el contrato que tenían de por medio. ¿Qué pasaría con su constructora? No lo sabía, pero de algo estaba seguro, su hija no era moneda de cambio.
Continuará…
Gracias por llegar hasta aquí
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Mi corazón aún palpita totalmente desbocado por los últimos recuerdos de Terry; sin embargo el toque en mi ventanilla me ha traído de golpe al presente.
Mis cristalizadas esmeraldas se sorprenden ante la presencia de una persona que jamás imaginé que me buscaría. Mi padre está frente a mí y me mira con frustración y desconcierto.
—¿¡Pero…pero!? ¿Qué hace aquí, papá?
—¡Abre la puerta, Candy!
De manera inmediata salgo de mi carro y tomo las manos de mi padre tratando de entender su estado de consternación. Lo noto bastante nervioso y trato de calmarlo, pero de manera abrupta me abraza a su pecho y lo siento sollozar con un llanto culposo.
—Lo siento, pequeña, lo siento. —me dice con su voz cargada de desasosiego..
—¡Por dios, padre! ¿qué le pasa? ¡Tranquilícese! En su estado no debe sobresaltarse, por favor, papá, recuerde lo delicado de su corazón.
Acaricia mi rostro con mucha dulzura como cuando yo era una chiquilla de coletas al viento. Me mira desde la profundidad de sus negros ojos y de sus labios sale un pequeño reproche con sabor a amargura.
—Mi pequeña…¿por qué no me lo contaste? ¿¡cómo pudiste cargar con ese peso tu sola!?
Yo me quedo helada, trago en seco ante su cuestionamiento y agacho mi cabeza. No sé que tanto sabe mi padre sobre el problema que Jimmy y yo cargamos a cuestas, así que trato de ser cautelosa al momento de averiguar.
—Papá…¿de qué está hablando?
—¡Basta, Candy! Jimmy ya me puso al tanto de todo. Lo que no entiendo es cómo es posible que no me hayas contado sobre el mal negocio que hizo el idiota de tu hermano. ¿¡por qué te lo callaste!?
—Papá…usted estaba muy enfermo, recién le habían implantado el marcapasos y el doctor Lenar nos advirtió que deberías tener mucho reposo y cero estrés. Mamá estaba tan preocupada por ti que Jimmy y yo no tuvimos el valor para contarte lo ocurrido. Para subsanar ese terrible bache en las finanzas de nuestra empresa recurrí a William. Él me ayudó. Lo que no entiendo es ¿cómo te enteraste?
—¡Obligué a tu hermano a que me contara la verdad! Lo encontré en el parqueadero discutiendo con Archibald Cornwell sobre un fuerte préstamo que William Adlay le había hecho a nuestra constructora del cual yo no sabía nada. Ahora quiero que seas sincera conmigo, hija. ¿Acaso tu te comprometiste con William para salvaguardar nuestro patrimonio?
Ante aquella pregunta, agaché mi cabeza totalmente avergonzada y mi silencio cómplice fue la respuesta. Mi cariño por William era sincero porque siempre fue mi buen amigo, pero para ser honesta nunca he sentido amor por él. El dinero para cubrir el mal negocio de Jimmy lo necesitábamos de forma urgente y ningún banco nos quería ayudar por la delicada situación de mi padre como cabeza de la constructora.
—¡Habla, Candy! ¿Acaso William se aprovechó de la situación para forzarte a un compromiso?
—¡No, papá! William es un buen hombre y siempre ha actuado como un caballero. Yo lo quiero y hemos tenido una relación estable, pero…
—¡Pero no lo amas lo suficiente como para casarte con él! A quien amas es a ese actor con ínfulas de galán ¿Es así?
—Papá…yo…
—Y ahora que vino ese barbaján de Granchester se jodió tu relación con William. Por eso es que Cornwell te estaba siguiendo ¿verdad?
Después de un largo silencio decido yo también hablar con la verdad
—¡Sí papá! ¡ Si! ¡Sí! Esa relación no tenía futuro, pero por favor, deje de cuestionar mi amor por Terry.
La mirada del señor White se tornó seria, su grueso bigote blanco ocultaba la fina línea que sus labios dibujaban. Por largos minutos observó el semblante triste y apesadumbrado de su hija. Ella que siempre había sido tan alegre y chispeante, ahora solo proyectaba una sombra melancólica.
Tenía que aceptar una verdad, aunque no le gustase para nada. Nunca le cayó bien ese muchacho, Granchester. Su actitud distante, ese aire taciturno y a veces arrogante le ocasionaba una patada al hígado. Cuando por fin se marchó a otro país y su hija empezó una relación con William Ardlay pensó que ella estaba marchando por buen camino. Sin lugar a dudas el joven empresario era muchísimo mejor partido que ese muchacho problemático que tenía como lastre a su madre alcohólica, pero la realidad era que su hija amaba a ese barbaján que ahora se había vuelto un hombre respetable.
Lo que realmente le dolía era que la niña de sus ojos se sintiera en un callejón sin salida por culpa de la mala cabeza de su hermano. Jimmy no era ningún muchachito pelele, pero había actuado como uno escondiéndose bajo las faldas de su hermana. Con la firmeza que lo caracterizaba, le habló a su hija.
—¡Vamos! Súbete a tu coche y sígueme. En este instante le pondremos punto final a ese problema.
—¿De qué habla, papá? ¿A dónde iremos?
—¡Que te subas, te digo! Yo estoy en mi coche que está a la vuelta de la esquina. Quiero que me sigas.
Su padre no dijo más, se giró y con paso firme se marchó hacia su vehículo. La gruesa espalda del señor White simulaba el enorme roble que solía haber en el jardín de la casa White. Aquel árbol que de niña usaba para columpiarse, ahora parecía cobrar vida en la imponente figura de su padre. Por un momento la muchacha confundió la figura de su padre con aquel enorme árbol cuyas ramas protectoras le habían brindado consuelo más de una vez, pero también le habían enseñado a no rendirse nunca por más alta que pareciera la cima.
Mientras Candice manejaba hacia quien sabe donde, en el gimnasio del club “Mecenas” los golpes e improperios no paraban entre dos hombres que se querían sacar el corazón a punta de golpes.
—¡Párate infeliz! Te dije que eras un blandengue y no me equivoqué.
—¡Cállate, Granchester!
El pequeño tatuaje en la cadera del castaño fue un disparo en la sien para William. La respuesta a la eterna pregunta que solía hacerle a su novia, se estaba develando ante sus ojos. El sabor metalizado de su propia sangre lo hizo escupir al piso, pero lo que realmente quería escupir era su frustración.
—¿Qué tanto me miras, William? ¿Acaso te gusto? Párate derecho y mírame directo a la cara, que aún no he terminado contigo.
Con palabras torpes, el rubio preguntó —¿Qué…que cosa…es… es eso que tienes en la cadera?
Terence parpadeó sin comprender las palabras del rubio. ¿qué diablos miraba?
—¿¡Qué diablos te pasa, William!? ¿Acaso no sabes lo que guardo entre mis caderas?
—¡Imbécil! ¡Hablo del maldito tatuaje que tienes ahí! ¿Qué carajos significa?
El castaño miró su tatuaje y sonrió con algo de amargura. Que el rubio quisiera saber sobre su tatuaje significaba que él había visto el de su amada pecosa. Tragó en seco y apretó los puños para contener su ira. ¿Acaso el muy cretino le venía a restregar en su propia cara que se había acostado con su mujer?
Con voz cargada de encono, habló
—Si tanta curiosidad te causa este tatuaje ¿por qué no se lo preguntas a tu noviecita? Porque asumo que ya viste el de ella. Dime, William, ¿tu intención es restregarme en la cara que enamoraste a mi novia y te la llevaste a la cama? Porque si esa es tu intención, te juro que te romperé la boca por cretino.
William bajó su guardía, una realidad lo abofeteó en la cara. A estas alturas era innegable que Terence jamás se fue del corazón de la rubia. Por más que él la colmó de atenciones y le demostró cariño y ternura, ella al parecer se había aferrado a ese amor por el castaño.
Sabía que el regreso del Terence a sus vidas iba a ocasionar un remezón en su relación con la rubia, y así lo había preferido, porque era la única manera de saber que tan fuerte eran los sentimientos de Candice para con él, pero ocultarle que aún seguía amando al actor lo sintió como una traición de parte de ella. El maldito tatuaje era la prueba de que ellos dos jamás se habían olvidado.
Una sonrisa dolorosa se dibujó en su rostro. Apretó su mandíbula y lanzó un fuerte golpe a su contrincante mandándolo al piso de inmediato.
—¡Te voy a dar una paliza Granchester! ¡Todo esto es tu jodida culpa! Si no te hubieras largado, nada de esto estuviera pasando entre nosotros. ¡Seguiríamos siendo amigos!
Los golpes en las costillas del castaño eran tan fuertes que probablemente un par de ellas ya estaban rotas; más sin embargo ese dolor no era nada con lo que Terence tenía atorado en su corazón. Un rodillazo en la entrepierna del rubio fue suficiente para hacerlo rodar en la lona y darle unos minutos para reponerse.
Una risa socarrona salió de sus entrañas para burlarse del rubio.
—¿Acaso pensaste que tus golpes me dañarían? ja, ja, ja. Estamos así porque tú no respetaste nuestro acuerdo de amigos. Yo te rogué para que cuidaras de ella, para que velaras por su familia, pero tú te portaste como un zángano. Sabías que yo estaba obligado a irme y tu aprovechaste el momento ¡para enamorarla!
—¡No fue así! ¿¡Cuántas veces tengo que decirte que no ocurrió como lo piensas!?
Los zafiros del castaño empezaron a cristalizarse ante la cruel verdad. Ellos estaban metidos en un hoyo sin salida porque ambos amaban a la rubia. Los tres habían jugado al amor sin medir las consecuencias de sus actos y sin lugar a dudas, uno saldría lastimado.
A pesar de que los hombres estaban escupiendo sangre por sus bocas lastimadas y bastante exhaustos, sus deseos primitivos por agarrarse a trompadas aún no se habían diluido. Las miradas se volvieron a desafiar sin temor alguno mientras los cuerpos se sacudían preparándose para volverse a enfrentar.
Una nueva patada voló por los aires encontrando su respuesta en un puñete directo al estómago del rubio. Obnubilados por el coraje, sus mentes eran incapaces de escuchar los presurosos pasos que corrían hacia ellos
—¡Terry! ¡William! ¡Basta! ¡Por favor! —suplicaba una angustiada Candice que estaba al borde de las lágrimas ante aquel espectáculo.
—¿Qué carajos pasa aquí? ¿Acaso se están agarrando a golpes como dos trogloditas que no pueden razonar? —fue el reclamo fuerte y contundente de Jeremías White, cuyo ceño fruncido denotaba su creciente molestia.
—¡Señor White! —exclamaron los dos hombres al unísono. En ese mismo momento se quedaron estáticos sin comprender qué hacía el señor White en ese sitio, y mucho menos acompañado de la propia Candice.
En medio de aquella escena también apareció Georges, el hombre de confianza de William Ardlay quien entró al sitio mostrando intranquilidad.
—¡Señor Ardlay! ¡Por favor! Será mejor que detenga todo esto. Los reporteros se están colocando alrededor del club. Están preparando sus cámaras para obtener alguna primicia amarillista acerca de ustedes dos. Al parecer, alguien de aquí les ha informado sobre su discusión.
—¡Mierda! —manifestó el castaño —te dije que el personal administrativo era una porquería. ¡Aquí en este club hay un maldito soplón!
—Será mejor que abandonen el sitio de forma sigilosa. Señor Ardlay, su coche lo tengo aparcado en la parte de atrás.
El rubio se descolocó. Jamás hubiera querido que sus problemas con Terence trascendieran al plano público. Ese no era su estilo de pelea.
Con la ayuda de Georges logró incorporarse y tomar una toalla para secar la sangre y el sudor de su magullado rostro. Tuvo que tragar grueso cuando vió como Candice corría al lado de Terence para acariciar su cara y revisar sus heridas con infinita devoción.
—¡Terry! Mi amor, ¿estás bien? ¡Carajo, Terry! ¿Cómo se te ocurre hacer esto a tan solo un mes de tu nueva película? ¡Debes cuidar tu imagen!
El rubio tuvo que cerrar sus ojos con fuerza ante aquel hecho y prefirió ya no pensar en todo lo que estaba pasando a su alrededor, pues todo estaba dicho. Entre un tumulto de ideas que se agolpaban en su mente decidió abandonar el sitio
—Sácame de aquí, Georges –le ordenó. A pesar de su fuerte contextura, William se tuvo que apoyar en la figura de Georges para poder caminar y no desvanecerse ahí mismo. Con bastante dificultad para hablar, dió una última orden antes de entrar a su coche.
—Asegúrate de que él y Candy puedan salir sin ser vistos. Y principalmente quiero que averigües quién de todos aquí es el maldicho chismoso. Lo pagará caro.
—Sí, señor Ardlay.
Mientras el flamante BMW de color negro avanzaba por la avenida principal a toda marcha, William repasaba una y otra vez los acontecimientos. Si le quedaba alguna duda sobre los sentimientos de Candice para con Terence, el actuar de ella le despejó todas sus inquietudes. Con su cabeza echada hacia atrás comenzó su monólogo.
—Sin pensarlo dos veces corriste a su lado. Ignoraste que yo estaba ahí esperando a que me miraras, a que me dijeras una mísera palabra de cariño, pero no pasó. Toda tu atención fue para él. ¿Acaso tienes idea de lo que pienso por las noches, Candice? Pienso en ti. ¿Acaso sabes que pienso en las mañanas, Candice? Pienso en tí, ¡carajo! pienso en tí, pero para mí no tienes nada, tan solo un témpano de hielo en el sitio del corazón.
Para William era duro reconocer que Candice no le profesaba amor alguno. No podía negar que su relación había sido estable, tranquila, hasta algo bonita, pero jamás había sentido en ella la pasión en la entrega, de ella nunca había salido la palabra “mi amor” y nunca lo había mirado con esa devoción con la que hoy miró a Granchester.
—Si no sentías algo por mí ¿Por qué aceptaste ser mi novia? ¿A qué jugabas, Candy? Porque yo sí me enamoré de ti, y ahora solo soy un perdedor, un perro que se conformaría con las migajas de amor que tu me dieras.
«¡Por qué, carajo! ¡Por qué!» —gritó el hombre con frustración contenida. Para su buena suerte el coche tenía vidrios oscuros y su único oyente era el fiel Georges.
El hombre maldecía y odiaba su suerte, se sentía realmente estúpido por no haber visto las señales. Ella solamente lo quería como un buen amigo, como el gran amigo y compinche que fuera en otra época. Hubiese querido regresar el tiempo atrás y volver a aquellos años de adolescencia donde la camaradería de los tres era lo mejor..
Ahora los recuerdos de ella solo lo estaban atormentando. Hasta los recuerdos más dulces tenían ese sabor amargo al darse cuenta que ella nunca fue de él, ni siquiera en aquellas ocasiones donde compartieron la cama.
[suspiro] —Candy…ahora entiendo tus silencios y tu ausencia después de hacer el amor.
*****Flashback****
Se consideraba un muy buen amante, sus parejas siempre habían anhelado sus caricias atrevidas y sus noches de sexo y pasión; sin embargo, las cosas con Candice no estaban marchando tan bien. Ya llevaban un año de relación y aún no la había podido llevarsela a la cama como tanto lo deseaba.
Ella le había pedido tiempo para sanar viejas heridas y él había aceptado pensando que con sus atenciones lograría conquistar su corazón, pero esperar un año se le estaba haciendo una eternidad.
La noche en que por fin ella se entregó a la pasión de los cuerpos, él se sintió en la gloria. El sabor de su cuerpo desnudo era todo lo que había imaginado. Escucharla gemir y disfrutar del sexo fue un trozo de poesía en medio del silencio de la habitación de un lujoso hotel; no obstante, esa magia solo había durado unos pocos minutos, porque luego de la entrega a él le quedó una extraña sensación y ella simplemente se encerró en un silencio que no logró comprender.
—¿Qué te ocurre, linda?
–¡Oh! eh…no…me pasa nada. Es que tanta champagne me pone algo…ida.
—Ven aquí, cariño
La mujer se dejaba abrazar y acariciar, pero siempre parecía existir una pared invisible entre los dos que él por voluntad propia optó por no prestar atención.
Sus vidas continuaron en una extraña calma. En una de sus entregas amorosas, la pregunta cayó de sorpresa.
—¿Y ese tatuaje? Es raro ver un tatuaje así en una chica. A las mujeres normalmente no les gusta marcar su piel a no ser que sea algo importante.
—Es…algo que hice hace tiempo, en secundaria. No le prestes atención.
—¿No has pensado en sacártelo? Si gustas mañana mismo te puedo llevar a un experto dermatólogo para que lo remueva sin que te deje cicatrices.
—¡No! Yo no quiero retirarme el tatuaje.
—¡Vamos, linda! es algo que hiciste de chiquilla. Eso ahora ya no tiene importancia. ¿Para qué quieres tener el tatuaje de un candado en forma de corazón? Ni siquiera tiene sentido.
—¡Para mí si lo tiene! ¡Tiene todo el sentido del mundo! Y te pido de favor que no te metas con mi cosas, William.
Sin más, la muchacha se había envuelto entre las sábanas y corrió al baño para encerrarse en el mismo. Después de aquel episodio decidió no volver a insistir en lo mismo; sin embargo la espina había quedado clavada en su corazón. ¿Por qué ella tenía tatuado un candado que no quería borrar de su piel? ¿qué significaba?
*****Fin del flashback****
—Ahora tiene sentido. Tú tienes grabado en tu piel el candado y Granchester tiene tatuada la llave que hace juego con ese mismo candado, se complementan. Ambos lo tienen en el mismo sitio, en sus caderas y ninguno de los dos se los ha quitado a pesar de los años.
[carraspeo] —Señor, si me permite decírselo, usted ignoró que la señorita White era una mujer prohibida por los códigos de amistad.
—Lo sé, Georges, más de una vez me lo dijiste, me advertiste, pero…
El rubio suspiró profundamente, a pesar de querer tanto a Candice era consciente de que ella siempre le mandó todas las señales de un amor no correspondido y que él deliberadamente no quiso entender.
—Señor, acabamos de llegar. En la residencia ya lo está esperando la doctora Klase para atenderlo de urgencia.
—¡Qué escándalo haces por unos cuantos golpes, Georges!
—Señor, le aseguro que debe tener un par de costillas rotas. además su nariz no deja de sangrar, seguramente ese barbaján se la ha roto. Es imperioso que la doctora lo revise.
—Ja, ja, ja Terry siempre fue muy bueno para los golpes. Más de una vez nos enfrentamos juntos contra muchachos que nos buscaban problemas. Pero ¿ dónde está el doctor Simons?
—Está fuera de la ciudad. Él me ha recomendado a la doctora Karen Kleis como alguien en quien se puede confiar.
—Bueno, veamos quien es esta doctora Karen Klase.
En la ruta principal, otro vehículo se manejaba a gran velocidad, pues en su interior iba el famoso actor Terence Granchester, cuya identidad debía de mantenerse oculta para no afectar su próxima película con un escándalo amarillista.
—¿Papá, lograste esquivarlos?
—Desde luego, pequeña. Si hasta me siento en una película de suspenso y acción, como esas que protagoniza este zoquete.
—¡Papá! —reclamaba la rubia mientras limpiaba con una toalla el rostro golpeado del castaño.
—¡Está bien! ¡Está bien! No diré más. Esos idiotas de los reporteros aún deben estar esperando que salgamos por la puerta de atrás sin saber que cambiamos de carro y salimos frente a sus narices en el carro del catering.
—Aún no entiendo cómo lograste convencer a ese muchacho para que te prestara esta camioneta.
—Se lo tendrás que agradecer al guardaespaldas de Ardlay. Al parecer el hombre tiene contactos en ese finísimo restaurante “LeNuage”.
Efectivamente, Jeremías White junto a su hija y a Terence habían logrado salir del club gracias a los audaces movimientos de Georges.
—Dime, pequeña. ¿En qué hospital lo dejamos? Está muy golpeado y va a necesitar un doctor.
—¡No, papá! ¿¡Cómo se te ocurre que lo voy a dejar solo en un hospital!?
[carraspeo] —Señor White, no se preocupe por mí. Solo son unos cuantos golpes sin importancia.
—¿Unos cuantos golpes? Muchacho, de seguro te rompió la nariz y un par de costillas. ¿Sabías qué William Ardlay practica boxeo?
—Lo sé. Juntos practicábamos boxeo desde el colegio. Siempre fue bueno para las palizas con los puños.
—¡Madre santa! ¡Par de cavernícolas! Bueno, bueno, ¿A dónde te llevo, muchacho?
Antes de que Terence contestara, la rubia se adelantó en dar una categórica respuesta que no admitía una réplica.
—A mi apartamento, papá. Yo cuidaré de él hasta que el doctor lo revise.
—¿¡A tu departamento!? ¿Te volviste loca, hija? ¿Cómo vas a estar a solas con este buscapleitos?
—Ya te lo dije, papá. Yo cuidaré de él en mi departamento. Los reporteros seguramente lo buscarán en su hotel para sacar alguna nota sensacionalista, así que conmigo estará seguro; además ya me contacté con el Dr. Lenar para que me ayude con los primeros auxilios.
A Jeremías White no le quedó más opción que acatar lo dicho por su hija. Por medio del retrovisor podía observar como ese par se miraban. La devoción que ambos se profesaban era evidente para cualquiera que los mirase. Él sonreía como un bobo sin importarte todos los moretones que tenía encima, era como si la simple mirada de la chica le diera vida. Y ella, su hija, su pequeña, no hacía más que acariciar la castaña melena del susodicho y susurrarle palabras al oído que gracias al cielo él no podía escuchar.
—Terry…¿Cómo pudiste trenzarte a golpes de esa manera?
—Tranquila, pecosa. No es tan grave como parece; además, era algo que nos debíamos. Son cosas de hombres que difícilmente tienen una explicación lógica para ustedes, las mujeres.
—¡Dios, Terry! ¿Acaso no podían simplemente platicar como personas civilizadas?
—¿Platicar? ja, ja, ja. Habían muchas cosas que no se podían arreglar con una simple plática.
—Pero…mira lo golpeado que estás.
—Lo sé, pero no me arrepiento de nada; además, él quedó peor. Sé que por esto me ganaré una fuerte reprimenda de parte de mi agente, pero lo hecho, hecho está. Sin embargo, nada de eso me importa realmente. Dime Candy. ¿cómo debo interpretar que estés aquí conmigo y no con él?
Ante aquella pregunta ella sonrió con la mayor ternura que pudo.
—Solo quiero estar a tu lado.
Candice no sabía bien cómo iba a terminar todo ese embrollo en el que estaba metida, pero de algo estaba absolutamente segura, ella quería estar entre los brazos de Terence.
Se acurrucó en su pecho y él la recibió como si ella fuera una frazada tibia y acogedora..
—¡Auch! —se quejó el pobre hombre.
—¡Lo siento! No quise lastimarte.
—No te preocupes, es más, me siento mejor si eres tú quien está en mi pecho. Creo que tendré a la mejor enfermera del mundo curando mis heridas y con eso me doy por satisfecho.
Cuando ella descansó en su pecho, él se sintió completo y por fin pudo descansar. Su mano toda amoratada podía acariciar la dorada melena sin pensar que solo era un sueño producto de sus delirios. Podía percibir su aroma a rosas y acariciar su rostro sin tener que enconderse en aquel callejón donde se amaban como un par de locos desquiciados. Aquella rabia que le había carcomido las entrañas por los celos desmedidos poco a poco estaba desapareciendo. Ella ya no era la mujer de su amigo, ya no era una mujer prohibida, ahora era suya, su mujer.
Los fantasmas que lo habían acechado por noches enteras comenzaron a desaparecer y por fin podía sentir algo de paz. Sabía que la conversación con William aún no estaba terminada, pero ella había tomado una decisión y él estaba dispuesto a todo por conservarla a su lado.
Al padre de Candice no le quedó más remedio que aceptar que entre esos dos había un amor inquebrantable; no obstante en su cabeza daba vueltas el problema se le vendría encima si William Ardlay decidía dar por terminado el contrato que tenían de por medio. ¿Qué pasaría con su constructora? No lo sabía, pero de algo estaba seguro, su hija no era moneda de cambio.
Continuará…
Gracias por llegar hasta aquí
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️🤭🤭
