El aire que nos rodeaba no hacìa màs que enamorarnos. La luna contemplaba extasiada nuestros pasos que se deslizaban suaves por el pulido màrmol. Y no podìa concebir posar mis ojos en nada màs que no fueran sus ojos. El viento murmuraba entre las copas de los àrboles que las estrellas debìan reducir su resplandor para regalarnos una noche màs ìntima, y los bùhos conversaban entre sì, sonriendo ante nuestro balcòn.
Si el mundo existìa, yo no lo notaba. Si la tierra giraba, no me importaba. Lo ùnico que sentìa eran sus manos en mi cintura y la calidez de su cuerpo rodeàndome a cada paso.
Las hadas se escondìan presurosas entre los arbustos y los duendes saltaban entre la hierba nocturna, mojando sus delicadas botas del rocìo noctuno y los àrboles volvìan a murmurar que era hora de que todos se fueran a dormir para dejarnos en paz.
-¿Escuchas a los àrboles murmurar o soy sòlo yo? -preguntò Terry sonrièndome divertido.
-¡Claro que los escucho! No dejan de hablar de que todos deben o irse a la cama o bajarle a la intensidad de la luz...
Terry ahogò una sonrisa que iluminò màs aùn sus ojos.
-¡Ejem! Con su permiso -dijo un hada asomàndose por una esquina-, todos tenemos derecho de presenciar esta velada puesto que, de tantos encantamientos que hemos invertido en el destino para que ustedes dos estuvieran juntos, esta noche es un poco de todos nosotros, asì que ya se pueden enterar esos àrboles mandones que aquì nos vamos a quedar.
-¡Ah, pero ¿què es eso?! ¡Oh, es la Madre Naturaleza que llama a las hadas y los duendes! -dijo el mayor de los àrboles-, ¡venga, vàyanse a dormir y dejen a los tòrtolos disfrutar de su noche y su baile!
-Nos vamos si se dicen algo... ¡o se hacen algo...! -saltò un duende pìcaro, mientras se frotaba las manos y se escabullìa por debajo de un rosal.
-¡No creìa que tuvièsemos tanto pùblico!- dijo Terry deteniendo el baile y viendo a nuestro alrededor, mientras sus ojos reìan y sus labios esbozaban una sonrisa que iluminaba lo que las estrellas no podìan.
De repente, se detuvo y me vio fijamente. Yo podìa leer con precisiòn sus ojos, que se habìan convertido en un mundo exclusivamente mìo. Se pasò una mano por los cabellos y me dijo,
-No puedo hacer otra cosa que no sea amarte.
Y el viento callò y el mundo se estremeciò, porque en esa noche de luna llena y estrellas luminosas, el destino y todos sus ayudantes, lograron su objetivo.
Si el mundo existìa, yo no lo notaba. Si la tierra giraba, no me importaba. Lo ùnico que sentìa eran sus manos en mi cintura y la calidez de su cuerpo rodeàndome a cada paso.
Las hadas se escondìan presurosas entre los arbustos y los duendes saltaban entre la hierba nocturna, mojando sus delicadas botas del rocìo noctuno y los àrboles volvìan a murmurar que era hora de que todos se fueran a dormir para dejarnos en paz.
-¿Escuchas a los àrboles murmurar o soy sòlo yo? -preguntò Terry sonrièndome divertido.
-¡Claro que los escucho! No dejan de hablar de que todos deben o irse a la cama o bajarle a la intensidad de la luz...
Terry ahogò una sonrisa que iluminò màs aùn sus ojos.
-¡Ejem! Con su permiso -dijo un hada asomàndose por una esquina-, todos tenemos derecho de presenciar esta velada puesto que, de tantos encantamientos que hemos invertido en el destino para que ustedes dos estuvieran juntos, esta noche es un poco de todos nosotros, asì que ya se pueden enterar esos àrboles mandones que aquì nos vamos a quedar.
-¡Ah, pero ¿què es eso?! ¡Oh, es la Madre Naturaleza que llama a las hadas y los duendes! -dijo el mayor de los àrboles-, ¡venga, vàyanse a dormir y dejen a los tòrtolos disfrutar de su noche y su baile!
-Nos vamos si se dicen algo... ¡o se hacen algo...! -saltò un duende pìcaro, mientras se frotaba las manos y se escabullìa por debajo de un rosal.
-¡No creìa que tuvièsemos tanto pùblico!- dijo Terry deteniendo el baile y viendo a nuestro alrededor, mientras sus ojos reìan y sus labios esbozaban una sonrisa que iluminaba lo que las estrellas no podìan.
De repente, se detuvo y me vio fijamente. Yo podìa leer con precisiòn sus ojos, que se habìan convertido en un mundo exclusivamente mìo. Se pasò una mano por los cabellos y me dijo,
-No puedo hacer otra cosa que no sea amarte.
Y el viento callò y el mundo se estremeciò, porque en esa noche de luna llena y estrellas luminosas, el destino y todos sus ayudantes, lograron su objetivo.
Quien la quiera, ¡sòlo pìdala!
Última edición por Anjou el Mar Ene 22, 2013 7:26 pm, editado 2 veces