-Soy un verdadero barba azul!- Rumiaba el joven, dando vueltas cual león en cautiverio y mesándose los negros cabellos en un gesto de verdadera desesperación.
-Todo me condena, no tengo disculpa. ¡Alistear! ¿Cómo es posible ese comportamiento tan reprobable en un caballero?- Seguía recriminándose así mismo.
En ese preciso momento, afloraron a su mente recuerdos de una pasado no tan lejano. –Ella, mi rubio Sol, ojos de esmeralda- Emitiendo un profundo suspiro que hubiera podido derrumbar el más sólido muro- Me hechizó desde la primera vez que la ví, con esa sonrisa de abril me conquistó y mi corazón le entregué.
-Amor eterno le juré, aunque nunca me correspondiera de igual manera- Sonrojándose cual virginal criatura y entornando dramáticamente sus ojos, lo que se dice vulgarmente, puso “ojos de borrego a medio morir”. Así, el jovencito se debatía presa de los síntomas del enamoramiento juvenil.
-¡Reniego de este corazón de condominio! ¿Cómo es posible que tenga cabida en él, otro amor que no sea mi Sol?- Continuando su autoflagelación, que no era otra cosa que halarse ligeramente la cabellera y de vez en cuando, golpear su palma con el puño.
-Estaba seguro de que nadie más podría habitar en mi corazón, nadie que no fuera Candy. Y luego, apareció ella, su piel morena, con un par de dulces golondrinas en su rostro de Luna. Me cautivo con esa mirada tímida y esas rojas mazanas que pendía del árbol de la sabiduría. Porque ella, no sólo es bella, dulce y de finas maneras…¡Ella es muy inteligente! Es como encontrar una joya en la inmensidad del mar. Mi dulce Luna es única, irremplazable. Uno nunca se encuentra con chicas tan brillantes como Pat.
El chico amante de planetas y sistemas solares, se había enamorado del Sol y la Luna, aunque novato en cuestión de lides amorosas, el jovencito no alcanzaba a visualizar que la balanza de cupido, habría de inclinarse de lado de su musa cara de Luna.
-Todo me condena, no tengo disculpa. ¡Alistear! ¿Cómo es posible ese comportamiento tan reprobable en un caballero?- Seguía recriminándose así mismo.
En ese preciso momento, afloraron a su mente recuerdos de una pasado no tan lejano. –Ella, mi rubio Sol, ojos de esmeralda- Emitiendo un profundo suspiro que hubiera podido derrumbar el más sólido muro- Me hechizó desde la primera vez que la ví, con esa sonrisa de abril me conquistó y mi corazón le entregué.
-Amor eterno le juré, aunque nunca me correspondiera de igual manera- Sonrojándose cual virginal criatura y entornando dramáticamente sus ojos, lo que se dice vulgarmente, puso “ojos de borrego a medio morir”. Así, el jovencito se debatía presa de los síntomas del enamoramiento juvenil.
-¡Reniego de este corazón de condominio! ¿Cómo es posible que tenga cabida en él, otro amor que no sea mi Sol?- Continuando su autoflagelación, que no era otra cosa que halarse ligeramente la cabellera y de vez en cuando, golpear su palma con el puño.
-Estaba seguro de que nadie más podría habitar en mi corazón, nadie que no fuera Candy. Y luego, apareció ella, su piel morena, con un par de dulces golondrinas en su rostro de Luna. Me cautivo con esa mirada tímida y esas rojas mazanas que pendía del árbol de la sabiduría. Porque ella, no sólo es bella, dulce y de finas maneras…¡Ella es muy inteligente! Es como encontrar una joya en la inmensidad del mar. Mi dulce Luna es única, irremplazable. Uno nunca se encuentra con chicas tan brillantes como Pat.
El chico amante de planetas y sistemas solares, se había enamorado del Sol y la Luna, aunque novato en cuestión de lides amorosas, el jovencito no alcanzaba a visualizar que la balanza de cupido, habría de inclinarse de lado de su musa cara de Luna.