** STEAR GROPUP ** APORTE PARA NUESTRO GAFITAS ADORADO ** CUANDO TU SIENTAS AMOR ** SONGFIC **
La escuché, y pensé en nuestro inventor favorito. He de confesar que me encanta la versión con Eugenia León, pero por más vueltas que le he dado a YouTube, nomás encuentro la versión con Oscar Chávez. Espero y la disfruten.
Para el fanart, la base salió de mi afición por colorear (lo que me encanta y es una magnífica terapia para relajar, así que se los recomiendo). La APP utilizada es Colorfy y es para IPAD, si lo desean, es toda suya.
Y bueno, esperando no perder mi rimbombanciosidad (parodiando al Kung Fu Panda), paso a dejarles el songfic.
CUANDO TÚ SIENTAS AMOR
¿Qué le sucedía? A él no le interesaban las flores como a Anthony, ni tampoco los trapos, como a Archie, lo suyo era la mecánica, los automóviles y sus locos inventos, que muchas de las veces fallaban. Pero, ¿qué inventor que se precie de serlo no comete errores? Stear lo sabía: su primer amor era por los inventos, por la caja de herramientas que reunió desde muy pequeño y por el garaje que transformó en laboratorio y donde despanzurró a su gusto cuanto aparato cayó entre sus manos y donde armó su automóvil, el Stear Racing Special. Y siendo este su primer amor, Stear tendría que haber llorado lágrimas de sangre cuando su preciado automóvil cayó al lago, de camino a la casa de los Leagan. ¿Por qué no fue así? Porque un par de ojos verdes, velados de largas y rizadas pestañas le miraron. Y se llenó de la magia que la menda muchachita de cabello rubio, lleno de rizos, desprendía. Algo de hechicera debía tener, porque si no fuera así, ¿cómo es que Archie habló de ella por un par de horas ese día que la conoció? ¡Vaya que se sorprendió! ¡Archie hablando de alguien más que no fuera él mismo! Pero, en cuanto la conoció en el pueblo, donde él probaba su automóvil recién terminado, lo entendió.
-¿Paseando sola? -preguntó al verla caminar lentamente por las calles del pueblo.
Le llamó la atención el gesto dubitativo de la chica, más su tono un tanto tranquilo, un tanto resignado, al comentar:
-No, me han dejado sola y he de volver a la Casa Leagan.
Así que sus odiados primos la habían vuelto a hacer; y no es que conociera todas las malas bromas que le jugaban ala niñas de ojos verdes, pero conocía muy bien, desde su más tierna infancia, a sus primos Leagan; es más, tanto él como Archie, su hermano, habían sido víctimas de ese par de engendros del demonio. Incluso con su facha de nerd y su carácter un tanto más serio que el de Archie, Stear era el blanco favorito de Eliza Leagan.
-Es una lástima -respondió a la pequeña figura rubia, vestida muy sencillamente. Y decidió impulsivo-. Yo te llevaré a casa.
Le sonrió muy seguro de sí mismo, apenas estaba probando su reciente modelo, así que esperaba y no le dejara mal parado ante la niña. Sobre todo, tomando en cuenta que debían pasar cerca del lago.
-Bueno… -Candy dudaba un poco.
Sin embargo, la sonrisa dulce, los ojos tras las gafas ahumadas y, sobre todo, el gesto simpático del joven pelinegro, la convencieron de aceptar su ofrecimiento.
Mientras manejaba, Stear trataba de calmarla con su cháchara incesante
-¡Gracias por ayudar a Archie!
-Tú lo recogiste ese día -replicó la niña.
Stear se sumergió en una explicación sobre el parentesco que guardaban con él Archie y los Leagan; esto último hizo arrugar el entrecejo a la rubia.
-¿Eres primo de los Leagan?
-Desgraciadamente -dijo Stear con tono dramático y con sonrisa pícara, haciendo reír a Candy.
Claro, su recién estrenado Stear Racing Special, tenía que meter la pata y comenzó a mostrar síntomas de descompostura cuando alcanzaron el lago. Y claro, acabaron sumergidos en el agua. Ni modo, tendría que construir otro. Se sorprendió al ver que Candy era muy buena nadadora, llegaron chorreando a la orilla del lago y comenzaron a sacudirse el agua de encima.
-¡Lo siento! – se disculpó el chico, algo avergonzado, pero sin perder su sonrisa-. Yo quería ayudarte a llegar a tu casa.
-¡No importa! -Candy correspondió a la sonrisa, sin poder enojarse con el atolondrado inventor- Pensaba volver caminando.
-¡Ya sé! -continuó Stear, con el rostro iluminado al encontrar una solución alterna.
La ventaja de ser un inventar tan desastroso, era que se reponía fácil y rápidamente de sus fracasos.
-Puedo llevarte por un atajo -la miró, como evaluándola-. Es un poco difícil para una chica, pero te ayudaré.
El rostro de Candy se iluminó cuando vio los altos árboles del bosque, por donde Stear la guió. Se trepó como mono y saltó de uno a otro. ¡Hacía tanto que no se divertía y disfrutaba bajo el sol! Olvidó a Stear, quien pasaba trabajos para seguirle el ritmo.
-¡Ahí está la casa! -indicó la chica, cuando llegaron a la parte trasera de la mansión Leagan.
Stear llegó tras ella, aunque habían ocupado un buen rato para llegar, sus ropas seguían húmedas.
-¡Desde aquí puedo llegar sola! -declaró Candy, y se despidió de él-. ¡Gracias!
Stear la vio correr, con las coletas balanceándose graciosamente. ¿Qué podía hacer el muchacho sino enamorarse de ella? Era lo bastante joven como para que no le importara la diferencia de niveles sociales. Por el contrario, deseaba convertirse en un caballero andante como en las novelas románticas; como el Rey Arturo y su Mesa Redonda. El, que no era afecto a las historias de amor, que prefería los libros de ciencia y mecánica, ahora veía todos los colores color de rosa. ¡Vamos! Si hasta el aire le sabía a miel. Se guardó su sentir para sí, pues no quería verse embromado por su hermano Archie y su primo Anthony.
Stear el tímido con las chicas, Stear el que aprendió a bailar después de numerosas clases extras pagadas por la estricta madame Aloy, Stear quien no sabe decir dos palabras seguidas cuando conoce a una chica guapa. ¿Será por eso que, cuando le tocó bailar con la amiga morenita, de cabello oscuro y ojos color chocolate, ocultos tras unas enormes gafas, se tropezó con sus propios pies, arrastrándola al piso?
-¡Mis gafas! –gritó el muchacho de cabello negro, temeroso de que alguien las pisara.
-¡Perdí mis lentes! –gritó a su vez, Paty, mientras también tanteaba en busca de los mismos.
Se quedaron faz a faz, mirándose a los ojos. Y, por vez primera desde que Stear se sintiera encandilado por su prima adoptiva, pudo darse cuenta de que había chicas muy bellas, más allá de la rubia Candy.
-¿Sabes que te ves hermosa sin anteojos, Paty? –comentó.
¿De dónde carambas sacó el valor para hacer tal declaración? Ni siquiera a Candy, a quien por un par de años amó en silencio, se había atrevido a halagarla de esa manera. Y lo que hizo que su corazón se dispara al cien, fue que Paty le respondió:
-También tú luces muy buen mozo sin ellos.
El que la muchacha se sonrojara profundamente, azorada por su atrevimiento, le hizo sonreír. Stear era muy guapo, pues los siglos de buena crianza se reflejaban en su figura. Patty no se quedaba atrás, aunque su arreglo personal no era tan coqueto como el de sus compañeras. Aunque ahora, disfrazada de princesa, se veía realmente hermosa. Se pusieron en pie, embelesados el uno con el otro, dieron un par de giros y su miopía cobró factura.
-¡Hey, cuidado! –gritó una chica al sentir el pisotón que Patty le propinó.
Al retirarla, Stear golpeó a otra pareja.
-¡Vayan fuera del salón! –gritó el afectado.
-¡Están molestando a todo el mundo! –agregó su pareja.
A todo el mundo era exagerado, pero los dos chicos acabaron por reír y huyeron del salón.
La ansiedad por no verla sobrepasaba sus fuerzas; si Archie no estuviera bastante engolosinado con Annie, no hubiera existido poder humano que le salvara de las bromas de su hermano menor. Pero tanto Archie como él, veían todo en color de rosa.
-¿Sabes, Candy? –comentó un día, terminando la misa y en un ratito que los primos pudieron acercarse-. Patty es maravillosa.
Tuvo tiempo para sorprenderse, mientras tomaba la clase de química en el laboratorio, de lo profundo que Patty, con sus ojos color chocolate, se había metido en su alma. Y de que Candy saliera de la misma, sin dejar dolor alguno.
En el zoológico Blue River el aire debía traer el aroma de los animales que se exhibían en jaulas y en espacios separados de los paseos humanos, para salvaguarda tanto de transeúntes como de los propios animales. Pero huele a algodón de azúcar (y no tanto por los dulces que en diferentes puntos del zoo se venden), una pareja de cabellos oscuros y anteojos hacen navegar un pequeño barquito en una de las fuentes que adornan el parque. Patty sonríe y aplaude entusiasmada, con los ojos brillantes tras los enormes anteojos, mientras que Stear se siente reventar de orgullo.
El entusiasmo de la chica morena da pie para que Stear, que no ha sido nunca extrovertido con el sexo opuesto, se explaye sobre su afición a inventar, viéndose impulsado y motivado por Patty, quien parece considerarle como un genio capaz de crear los más maravillosos inventos del mundo, por sobre Edison, Franklin y Graham Bell.
¡Qué emoción saberse amado! Piensa Stear. Y mucho más emocionante es saber que él ama de la misma manera. Y a pesar de ser tan jóvenes, sabe que ese amor perdurará por la eternidad.
El amor es lo que le impulsa a alistarse como voluntario. Primero, el amor por su país adoptivo, queriendo verlo en paz y seguridad. Y luego, el amor por Patty, por quien sufrió cuando él, su hermano Archie y los Leagan fueron devueltos a Estados Unidos, quedándose Patricia con su familia en Londres, bajo el peligro de la guerra.
El amor, magnífica emoción, le decide, en contra de los deseos de toda la familia, a escaparse sin decir nada a nadie. Albert, el amigo de Candy, fue quien le dio la pauta, diciéndole que debía mantenerse firme en sus ideales y luchar por ellos, palabras más, palabras menos. Sabe que su familia y, sobre todo Patty, sufrirán. Todo sea por el amor a su patria adoptiva y a su prenda amada.
-Patty… Patty…
La consciencia le abandona poco a poco, pero el amor que siente por Patricia O’Brien, hace que el aire le huela a miel, no a la metralla, ni el humo que desprende su aeronave es lo que le llena los pulmones. Incluso, al pensar en su amada, el dolor que sentía por culpa de las balas alemanas, le abandonó.
-Amor yo te profeso… -Stear fijó en su mente la imagen de Patty, hasta que se desmayó, poco antes de que el avión cayera en el río Somme.
No hay hombre más guapo que su prometido, el amor embellece todo, y la novia, vestida con albo y elegante traje, tocada con el velo que denota su pureza, no puede dejar de mirar a Stear, quien vestido con el tradicional traje escocés, aunque use muletas y muestre cicatrices en su rostro, las cuales destacan en un brillante tono rojo.
Y Patty sabe muy bien, que no solamente su rostro las muestra, si no su cuerpo. Por lo que se ha propuesto tener sumo cuidado con su futuro marido en esa su noche de bodas.
Pero ¿qué importan las marcas de la guerra en el cuerpo de Stear ante la dicha de tenerlo con ella, cuando ya lo creía perdido? Además, fue el amor, esa magnífica emoción, la que ayudó a Stear a superar el trauma posguerra que sufrió cuando fue rescatado del campo de concentración. Su rostro se muestra mucho más varonil que cuando partió a la guerra. Pero Patty, y solamente ella lo sabe, Stear conserva su inocencia y su amor por los inventos.
Lo único que Stear le pidió, cuando regresó herido y dolido por los meses pasados como prisionero fue:
-Apiádate de mí, date tu amor.
Ese amor llegó a su culminación meses después, envuelto en cobijitas de color crema, con una mata de cabello negro, como su papá, más ojos color chocolate, como su mamá. El más guapo del mundo: Alexander Cornwell O’Brien, primogénito del primogénito de los Cornwell Ardley. Su padre no se cansaba de verlo y rivalizaba con la madre del bebé en atenciones.
Cada noche, Stear arrulla a su hijo y cuando el bebé cierra los ojos, dispuesto a dormir, lo deposita con sumo cuidado en la cama, después de besarle y le dice:
-Buenas noches, prenda amada.
*** FIN ***
La escuché, y pensé en nuestro inventor favorito. He de confesar que me encanta la versión con Eugenia León, pero por más vueltas que le he dado a YouTube, nomás encuentro la versión con Oscar Chávez. Espero y la disfruten.
Para el fanart, la base salió de mi afición por colorear (lo que me encanta y es una magnífica terapia para relajar, así que se los recomiendo). La APP utilizada es Colorfy y es para IPAD, si lo desean, es toda suya.
Y bueno, esperando no perder mi rimbombanciosidad (parodiando al Kung Fu Panda), paso a dejarles el songfic.
CUANDO TÚ SIENTAS AMOR
Amor, cuando tú sientas amor, verás color rosas los colores,
Habrá miel en todos los a sabores, y amor en todo lo que es amor,
¿Qué le sucedía? A él no le interesaban las flores como a Anthony, ni tampoco los trapos, como a Archie, lo suyo era la mecánica, los automóviles y sus locos inventos, que muchas de las veces fallaban. Pero, ¿qué inventor que se precie de serlo no comete errores? Stear lo sabía: su primer amor era por los inventos, por la caja de herramientas que reunió desde muy pequeño y por el garaje que transformó en laboratorio y donde despanzurró a su gusto cuanto aparato cayó entre sus manos y donde armó su automóvil, el Stear Racing Special. Y siendo este su primer amor, Stear tendría que haber llorado lágrimas de sangre cuando su preciado automóvil cayó al lago, de camino a la casa de los Leagan. ¿Por qué no fue así? Porque un par de ojos verdes, velados de largas y rizadas pestañas le miraron. Y se llenó de la magia que la menda muchachita de cabello rubio, lleno de rizos, desprendía. Algo de hechicera debía tener, porque si no fuera así, ¿cómo es que Archie habló de ella por un par de horas ese día que la conoció? ¡Vaya que se sorprendió! ¡Archie hablando de alguien más que no fuera él mismo! Pero, en cuanto la conoció en el pueblo, donde él probaba su automóvil recién terminado, lo entendió.
-¿Paseando sola? -preguntó al verla caminar lentamente por las calles del pueblo.
Le llamó la atención el gesto dubitativo de la chica, más su tono un tanto tranquilo, un tanto resignado, al comentar:
-No, me han dejado sola y he de volver a la Casa Leagan.
Así que sus odiados primos la habían vuelto a hacer; y no es que conociera todas las malas bromas que le jugaban ala niñas de ojos verdes, pero conocía muy bien, desde su más tierna infancia, a sus primos Leagan; es más, tanto él como Archie, su hermano, habían sido víctimas de ese par de engendros del demonio. Incluso con su facha de nerd y su carácter un tanto más serio que el de Archie, Stear era el blanco favorito de Eliza Leagan.
-Es una lástima -respondió a la pequeña figura rubia, vestida muy sencillamente. Y decidió impulsivo-. Yo te llevaré a casa.
Le sonrió muy seguro de sí mismo, apenas estaba probando su reciente modelo, así que esperaba y no le dejara mal parado ante la niña. Sobre todo, tomando en cuenta que debían pasar cerca del lago.
-Bueno… -Candy dudaba un poco.
Sin embargo, la sonrisa dulce, los ojos tras las gafas ahumadas y, sobre todo, el gesto simpático del joven pelinegro, la convencieron de aceptar su ofrecimiento.
Mientras manejaba, Stear trataba de calmarla con su cháchara incesante
-¡Gracias por ayudar a Archie!
-Tú lo recogiste ese día -replicó la niña.
Stear se sumergió en una explicación sobre el parentesco que guardaban con él Archie y los Leagan; esto último hizo arrugar el entrecejo a la rubia.
-¿Eres primo de los Leagan?
-Desgraciadamente -dijo Stear con tono dramático y con sonrisa pícara, haciendo reír a Candy.
Claro, su recién estrenado Stear Racing Special, tenía que meter la pata y comenzó a mostrar síntomas de descompostura cuando alcanzaron el lago. Y claro, acabaron sumergidos en el agua. Ni modo, tendría que construir otro. Se sorprendió al ver que Candy era muy buena nadadora, llegaron chorreando a la orilla del lago y comenzaron a sacudirse el agua de encima.
-¡Lo siento! – se disculpó el chico, algo avergonzado, pero sin perder su sonrisa-. Yo quería ayudarte a llegar a tu casa.
-¡No importa! -Candy correspondió a la sonrisa, sin poder enojarse con el atolondrado inventor- Pensaba volver caminando.
-¡Ya sé! -continuó Stear, con el rostro iluminado al encontrar una solución alterna.
La ventaja de ser un inventar tan desastroso, era que se reponía fácil y rápidamente de sus fracasos.
-Puedo llevarte por un atajo -la miró, como evaluándola-. Es un poco difícil para una chica, pero te ayudaré.
El rostro de Candy se iluminó cuando vio los altos árboles del bosque, por donde Stear la guió. Se trepó como mono y saltó de uno a otro. ¡Hacía tanto que no se divertía y disfrutaba bajo el sol! Olvidó a Stear, quien pasaba trabajos para seguirle el ritmo.
-¡Ahí está la casa! -indicó la chica, cuando llegaron a la parte trasera de la mansión Leagan.
Stear llegó tras ella, aunque habían ocupado un buen rato para llegar, sus ropas seguían húmedas.
-¡Desde aquí puedo llegar sola! -declaró Candy, y se despidió de él-. ¡Gracias!
Stear la vio correr, con las coletas balanceándose graciosamente. ¿Qué podía hacer el muchacho sino enamorarse de ella? Era lo bastante joven como para que no le importara la diferencia de niveles sociales. Por el contrario, deseaba convertirse en un caballero andante como en las novelas románticas; como el Rey Arturo y su Mesa Redonda. El, que no era afecto a las historias de amor, que prefería los libros de ciencia y mecánica, ahora veía todos los colores color de rosa. ¡Vamos! Si hasta el aire le sabía a miel. Se guardó su sentir para sí, pues no quería verse embromado por su hermano Archie y su primo Anthony.
Amor es el milagro, de la vida, la única magnifica emoción,
Amor es lo que siento, yo en el alma
y llena de ansiedad, mi corazón,
Amor, yo te profeso, prenda amada,
apiádate de mí, dame tu amor
Stear el tímido con las chicas, Stear el que aprendió a bailar después de numerosas clases extras pagadas por la estricta madame Aloy, Stear quien no sabe decir dos palabras seguidas cuando conoce a una chica guapa. ¿Será por eso que, cuando le tocó bailar con la amiga morenita, de cabello oscuro y ojos color chocolate, ocultos tras unas enormes gafas, se tropezó con sus propios pies, arrastrándola al piso?
-¡Mis gafas! –gritó el muchacho de cabello negro, temeroso de que alguien las pisara.
-¡Perdí mis lentes! –gritó a su vez, Paty, mientras también tanteaba en busca de los mismos.
Se quedaron faz a faz, mirándose a los ojos. Y, por vez primera desde que Stear se sintiera encandilado por su prima adoptiva, pudo darse cuenta de que había chicas muy bellas, más allá de la rubia Candy.
-¿Sabes que te ves hermosa sin anteojos, Paty? –comentó.
¿De dónde carambas sacó el valor para hacer tal declaración? Ni siquiera a Candy, a quien por un par de años amó en silencio, se había atrevido a halagarla de esa manera. Y lo que hizo que su corazón se dispara al cien, fue que Paty le respondió:
-También tú luces muy buen mozo sin ellos.
El que la muchacha se sonrojara profundamente, azorada por su atrevimiento, le hizo sonreír. Stear era muy guapo, pues los siglos de buena crianza se reflejaban en su figura. Patty no se quedaba atrás, aunque su arreglo personal no era tan coqueto como el de sus compañeras. Aunque ahora, disfrazada de princesa, se veía realmente hermosa. Se pusieron en pie, embelesados el uno con el otro, dieron un par de giros y su miopía cobró factura.
-¡Hey, cuidado! –gritó una chica al sentir el pisotón que Patty le propinó.
Al retirarla, Stear golpeó a otra pareja.
-¡Vayan fuera del salón! –gritó el afectado.
-¡Están molestando a todo el mundo! –agregó su pareja.
A todo el mundo era exagerado, pero los dos chicos acabaron por reír y huyeron del salón.
oOoOo
La ansiedad por no verla sobrepasaba sus fuerzas; si Archie no estuviera bastante engolosinado con Annie, no hubiera existido poder humano que le salvara de las bromas de su hermano menor. Pero tanto Archie como él, veían todo en color de rosa.
-¿Sabes, Candy? –comentó un día, terminando la misa y en un ratito que los primos pudieron acercarse-. Patty es maravillosa.
Tuvo tiempo para sorprenderse, mientras tomaba la clase de química en el laboratorio, de lo profundo que Patty, con sus ojos color chocolate, se había metido en su alma. Y de que Candy saliera de la misma, sin dejar dolor alguno.
Amor, cuando tú sientas amor, verás color rosas los colores,
Habrá miel en todos los a sabores, y amor en todo lo que es amor,
En el zoológico Blue River el aire debía traer el aroma de los animales que se exhibían en jaulas y en espacios separados de los paseos humanos, para salvaguarda tanto de transeúntes como de los propios animales. Pero huele a algodón de azúcar (y no tanto por los dulces que en diferentes puntos del zoo se venden), una pareja de cabellos oscuros y anteojos hacen navegar un pequeño barquito en una de las fuentes que adornan el parque. Patty sonríe y aplaude entusiasmada, con los ojos brillantes tras los enormes anteojos, mientras que Stear se siente reventar de orgullo.
El entusiasmo de la chica morena da pie para que Stear, que no ha sido nunca extrovertido con el sexo opuesto, se explaye sobre su afición a inventar, viéndose impulsado y motivado por Patty, quien parece considerarle como un genio capaz de crear los más maravillosos inventos del mundo, por sobre Edison, Franklin y Graham Bell.
¡Qué emoción saberse amado! Piensa Stear. Y mucho más emocionante es saber que él ama de la misma manera. Y a pesar de ser tan jóvenes, sabe que ese amor perdurará por la eternidad.
oOoOo
El amor es lo que le impulsa a alistarse como voluntario. Primero, el amor por su país adoptivo, queriendo verlo en paz y seguridad. Y luego, el amor por Patty, por quien sufrió cuando él, su hermano Archie y los Leagan fueron devueltos a Estados Unidos, quedándose Patricia con su familia en Londres, bajo el peligro de la guerra.
El amor, magnífica emoción, le decide, en contra de los deseos de toda la familia, a escaparse sin decir nada a nadie. Albert, el amigo de Candy, fue quien le dio la pauta, diciéndole que debía mantenerse firme en sus ideales y luchar por ellos, palabras más, palabras menos. Sabe que su familia y, sobre todo Patty, sufrirán. Todo sea por el amor a su patria adoptiva y a su prenda amada.
Amor es el milagro, de la vida, la única magnifica emoción,
Amor es lo que siento, yo en el alma
y llena de ansiedad, mi corazón,
Amor, yo te profeso, prenda amada,
apiádate de mí, dame tu amor
-Patty… Patty…
La consciencia le abandona poco a poco, pero el amor que siente por Patricia O’Brien, hace que el aire le huela a miel, no a la metralla, ni el humo que desprende su aeronave es lo que le llena los pulmones. Incluso, al pensar en su amada, el dolor que sentía por culpa de las balas alemanas, le abandonó.
-Amor yo te profeso… -Stear fijó en su mente la imagen de Patty, hasta que se desmayó, poco antes de que el avión cayera en el río Somme.
oOoOo
No hay hombre más guapo que su prometido, el amor embellece todo, y la novia, vestida con albo y elegante traje, tocada con el velo que denota su pureza, no puede dejar de mirar a Stear, quien vestido con el tradicional traje escocés, aunque use muletas y muestre cicatrices en su rostro, las cuales destacan en un brillante tono rojo.
Y Patty sabe muy bien, que no solamente su rostro las muestra, si no su cuerpo. Por lo que se ha propuesto tener sumo cuidado con su futuro marido en esa su noche de bodas.
Pero ¿qué importan las marcas de la guerra en el cuerpo de Stear ante la dicha de tenerlo con ella, cuando ya lo creía perdido? Además, fue el amor, esa magnífica emoción, la que ayudó a Stear a superar el trauma posguerra que sufrió cuando fue rescatado del campo de concentración. Su rostro se muestra mucho más varonil que cuando partió a la guerra. Pero Patty, y solamente ella lo sabe, Stear conserva su inocencia y su amor por los inventos.
Lo único que Stear le pidió, cuando regresó herido y dolido por los meses pasados como prisionero fue:
-Apiádate de mí, date tu amor.
oOoOo
Ese amor llegó a su culminación meses después, envuelto en cobijitas de color crema, con una mata de cabello negro, como su papá, más ojos color chocolate, como su mamá. El más guapo del mundo: Alexander Cornwell O’Brien, primogénito del primogénito de los Cornwell Ardley. Su padre no se cansaba de verlo y rivalizaba con la madre del bebé en atenciones.
Cada noche, Stear arrulla a su hijo y cuando el bebé cierra los ojos, dispuesto a dormir, lo deposita con sumo cuidado en la cama, después de besarle y le dice:
-Buenas noches, prenda amada.
*** FIN ***