¡Hola!
En éste capítulo únicamente veremos el pasado.
Prólogo
Capítulo 1
continuará...
Gracias por su lectura. Espero sus impresiones.
En éste capítulo únicamente veremos el pasado.
Prólogo
Capítulo 1
¿Dónde Estás?
por Jari Grandchester
por Jari Grandchester
Capítulo 2
En el pasillo, camino al puesto de enfermeras, Candice recordó la sonrisa de James al decir que debía ganarse el beso. Si no lo conociera mejor, diría que estaba disfrutando con esa pequeña venganza. Sonriendo, se apresuró a iniciar su turno. En unos instantes sabría quién es el león de los hermosos ojos color zafiro.
Pues no, no lo supo. La identidad del paciente se mantenía en el más absoluto secretismo. En su ficha de seguimiento diaria únicamente se leía: TG. Estaba ahí por un accidente de tráfico, o al menos eso es lo que figuraba en su historia clínica. Tenía algunas fisuras en las costillas, un golpe en la cabeza, y otras contusiones.
El principal problema para su movilidad es la pierna izquierda. Cuando le quitaran el yeso, que abarca desde el pie hasta media pantorrilla, podría caminar con normalidad. En realidad no estaba tan mal, clínicamente hablando, pero había decidido permanecer hospitalizado en lugar de ir a su casa. Cosa rara, la verdad. Y eso la mosquea un poco. Por regla universal, todos, absolutamente todos los enfermos, y los no enfermos, quieren salir pitando del hospital.
Cuando, por primera vez, le tocó llevarle los medicamentos, casi se desmaya de la impresión. Es el hombre más hermoso, que sus necesitados ojos, han visto jamás. Ya sabía que sus ojos color zafiro eran impresionantes pero ver sus varoniles facciones, sin el obstáculo de la venda, la sacudió. Y, cuando le sonrió, fue un golpe directo a su plexo solar. En ese momento no lo supo pero, desde ese instante, ese hombre era el sol de su vida.
Un sol al que, casi una semana después de su primer encuentro, estaba deseando tirar por la ventana. Era el peor de los pacientes. Renegaba por todo. No tomaba sus medicamentos a su hora. No atendía a las recomendaciones de permanecer con la pierna en reposo. En el momento que ella se apersonaba en la habitación, le lanzaba comentarios burlones, y siempre, siempre pedía su beso de despedida. Beso que no recibía, por supuesto.
Su paciencia, igual que el nivel de un río en temporada de lluvias, estaba llegando a su estado más crítico. El golpe de agua que la desbordó ocurrió cuando el paciente ya tenía dos semanas en el pabellón infantil.
Ese día, acababa de dejar el turno de noche y empezaba el de la mañana. En teoría no tendría que tocarle, pero se lo había cambiado a una de sus compañeras que, suplicante, le había pedido el enorme favor. Porque era un monstruoso favor el que estaba haciendo. Salir de un turno y entrar en otro sin descansar, máxime sin haber dormido, es extenuante. Esa colega suya va a estar en deuda con ella todo el año.
¿El año? ¡Toda la residencia!
Después de asearse y cambiarse de uniforme, en la sala destinada para ese fin, pasó al control de enfermeras por la tabla de sus pacientes. Primero vería a la pequeña Danae. Hoy le daban el alta y, como regalo de despedida, le había comprado un mini álbum de su princesa favorita. Palpó el pequeño libro en su bata de enfermeras y sonrió al imaginar el radiante rostro de la nena cuando se lo entregara.
A media mañana, pasó a la cafetería a comprar algo que darle al estómago. A esas horas, sus tripas ya eran una jauría hambrienta. Se zampó el tentempié mientras caminaba hacia la habitación de James, Dafne y Felicity. Al llegar frente a la puerta, marcada con el número nueve, se tomó un momento para respirar profundo y suplicar paciencia.
–Seres vivos de la tierra denme su energía…
Se interrumpió al percatarse que la puerta de la habitación se abría abruptamente. Frente a ella, con la pierna escayolada en el aire, estaba androide TG. Ah, ¿no les había dicho?, el apócrifo león ahora es miembro honorario del Club Z. Es un robot humanoide que después de ser derrotado por James, en una lucha cuerpo a cuerpo en la mini consola, fue admitido como miembro honorario del club que es presidido por, su hasta entonces único integrante, James.
¡Válgame el cielo! ¡Un club! ¡Y no aceptan mujeres! ¿Es que estamos en el kinder?
–Dulce Milk – le hizo una burlona reverencia, invitándola a pasar.
¡En mala hora se me ocurrió imitar a la esposa de Goku!
–Mi nombre es Candice, señor. – lo reprendió, y si el tono seco no fue suficiente, esperaba que su ceño fruncido lo fuera.
Entró a la habitación y fue directa a revisar a Dafne. La pequeña había pasado una mala noche por una influenza común que, debido a sus bajas defensas, le afectaba más de lo normal. Estaba colocándose el estetoscopio cuando lo sintió detrás, muy cerca de ella, demasiado para su agilidad médica ya que no lograba encontrarle el latido a la pequeña.
–Creo que lo que buscas está del lado izquierdo – le rozó la oreja al decirlo.
–Dafne es una niña peculiar – mintió soberanamente, haciendo referencia a la historia Miss Peregrine. Ya tenía suficiente ego como para inflarlo más.
–Igual que su enfermera – respondió él sin apartarse.
Iba a corregirlo respecto a su profesión pero mejor lo dejó pasar. No quería dar pie a que la conversación se alargara y terminara buscando el corazón en el estómago. Escuchó el latido de Dafne y luego le pidió que hiciera unos ejercicios de respiración para revisar sus pulmones. Sintió la presencia de Androide TG durante todo el tiempo que duró la revisión. Cuando terminó, se dio vuelta para dirigirse a la cama de Felicity, que estaba entretenida viendo algo en su tableta, pero en lugar de eso se encontró rodeada por los brazos de su león.
–Qué, qué estás…? – tartamudeó como una boba.
Su rostro estaba pegado al pecho de él y podía escuchar claramente el acelerado latido de su corazón. Sus manos quedaron atrapadas entre los cuerpos de ambos. Experimentó la necesidad y el deseo de curvar los dedos y palparle el tórax, el vientre, los brazos. Calor, ahí donde sus cuerpos se tocaban, sentía que ardía.
–Tienes pecas – acompañó la observación tocando levemente las manchitas en su nariz.
–¿Al… algún problema? – se pateó mentalmente al notar que seguía tartamudeando.
–Se mueven – siguió rozando las pequeñas motas de color café.
–A Candy no le gustan sus pecas – se escuchó la voz de Dafne, que por su posición tan cercana, podía escucharles.
–Bueno, muy bonitas que digamos no son – el tono burlón de él la enervó.
Pero qué se creía este… este… este… ¡¡patichueco!!
–¿Disculpa? – superada la tartamudez elevó el rostro para fulminarlo con la mirada.
–Estás disculpada – respondió, todavía sin soltarla.
Atónita, se quedó mirando la sonrisa de medio lado que él exhibía en ese momento. Tampoco pudo dejar de notar las hebras castañas que se le enroscaban alrededor del rostro. Observó sus pómulos, la línea de la mandíbula, la barbilla. Un movimiento en su garganta llamó su atención y vislumbró la nuez de adán. Ese hueso, y la barbilla, siempre han sido su debilidad; y estas dos son particularmente atrayentes. Tuvo el impulso de ponerse de puntillas y besar los dos puntos.
–¿Es de tu agrado lo que ves? Puedes mirar cuanto quieras – la calidez de su aliento le golpeó los labios, atontándola aún más –, a ninguna mujer le he negado nunca ese placer – concluyó mirándole fijamente la boca.
La calidez dio paso a la frialdad y se pasmó. No literalmente porque, de ser así, habría muerto. Pero, todo aquel calor que le fundía cada célula del cuerpo, desapareció por las últimas palabras de él. Rígida y con calma intentó soltarse. No lo consiguió. TG no aflojaba el agarre.
–Me sueltas, por favor – la mirada que le dedicó estaba igual de helada que ella.
Vio el cambio de expresión de él. Ya no parecía juguetón ni seductor. Ahora estaba serio, probablemente percibió el cambio operado en ella, de kilauea a glaciar, en segundos. Sin una palabra, la soltó. Lo hizo tan rápidamente que perdió el equilibrio, cayendo pesadamente hacia adelante encima de Candice, y ésta a su vez, sobre las piernas de Dafne.
El quejido de dolor de la nena paniqueó a Candice. Al parecer él también lo había oído porque, con una agilidad nada congruente con su pierna escayolada, la liberó de su peso para que ella pudiera levantarse.
De inmediato destapó las piernas de Dafne y comenzó a palparlas, al tiempo que le iba preguntando si le dolía. Afortunadamente sólo había sido el golpe y el susto. Terminada la inspección, enfocó su verde mirada en la azul, segundos después rompió el contacto visual y caminó hacia la puerta.
–Sal un momento, por favor – le pidió a punto de alcanzar el pomo de la puerta.
No esperó a que la siguiera, simplemente salió y cerró la puerta tras ella. Instantes después la puerta volvió a abrirse dando paso a TG que, después de jalar la puerta detrás suyo, se giró hacia ella sosteniéndose del marco.
Sin pensarlo, Candice levantó la mano derecha y lo cacheteó. Con la respiración agitada, y la cara roja de rabia, observó la mirada sorprendida de él.
–Jamás vuelvas a poner en peligro a mis pequeños – la furia, que destilaba en ese momento, no la había sentido nunca.
–Lo siento, no fue mi intención – Candice oyó la disculpa pero no acusó de recibido –. escucha…
–No, tú escucha – lo interrumpió –, puedo soportar tus insolencias, tu actitud arrogante, hasta que hagas difícil mi trabajo; pero no permitiré que, algo como lo que sucedió hoy con Dafne, se repita –. lo apuñaló con los ojos y se marchó sin darle la oportunidad de responderle.
Tiempo después supo que, mientras ella se marchaba, él observaba su andar furioso, concentrado en encontrar la estrategia correcta para obtener su atención. A fin de cuentas, aunque ya no estemos en el jardín de infantes, seguimos comportándonos como niños.
Pues no, no lo supo. La identidad del paciente se mantenía en el más absoluto secretismo. En su ficha de seguimiento diaria únicamente se leía: TG. Estaba ahí por un accidente de tráfico, o al menos eso es lo que figuraba en su historia clínica. Tenía algunas fisuras en las costillas, un golpe en la cabeza, y otras contusiones.
El principal problema para su movilidad es la pierna izquierda. Cuando le quitaran el yeso, que abarca desde el pie hasta media pantorrilla, podría caminar con normalidad. En realidad no estaba tan mal, clínicamente hablando, pero había decidido permanecer hospitalizado en lugar de ir a su casa. Cosa rara, la verdad. Y eso la mosquea un poco. Por regla universal, todos, absolutamente todos los enfermos, y los no enfermos, quieren salir pitando del hospital.
Cuando, por primera vez, le tocó llevarle los medicamentos, casi se desmaya de la impresión. Es el hombre más hermoso, que sus necesitados ojos, han visto jamás. Ya sabía que sus ojos color zafiro eran impresionantes pero ver sus varoniles facciones, sin el obstáculo de la venda, la sacudió. Y, cuando le sonrió, fue un golpe directo a su plexo solar. En ese momento no lo supo pero, desde ese instante, ese hombre era el sol de su vida.
Un sol al que, casi una semana después de su primer encuentro, estaba deseando tirar por la ventana. Era el peor de los pacientes. Renegaba por todo. No tomaba sus medicamentos a su hora. No atendía a las recomendaciones de permanecer con la pierna en reposo. En el momento que ella se apersonaba en la habitación, le lanzaba comentarios burlones, y siempre, siempre pedía su beso de despedida. Beso que no recibía, por supuesto.
Su paciencia, igual que el nivel de un río en temporada de lluvias, estaba llegando a su estado más crítico. El golpe de agua que la desbordó ocurrió cuando el paciente ya tenía dos semanas en el pabellón infantil.
Ese día, acababa de dejar el turno de noche y empezaba el de la mañana. En teoría no tendría que tocarle, pero se lo había cambiado a una de sus compañeras que, suplicante, le había pedido el enorme favor. Porque era un monstruoso favor el que estaba haciendo. Salir de un turno y entrar en otro sin descansar, máxime sin haber dormido, es extenuante. Esa colega suya va a estar en deuda con ella todo el año.
¿El año? ¡Toda la residencia!
Después de asearse y cambiarse de uniforme, en la sala destinada para ese fin, pasó al control de enfermeras por la tabla de sus pacientes. Primero vería a la pequeña Danae. Hoy le daban el alta y, como regalo de despedida, le había comprado un mini álbum de su princesa favorita. Palpó el pequeño libro en su bata de enfermeras y sonrió al imaginar el radiante rostro de la nena cuando se lo entregara.
A media mañana, pasó a la cafetería a comprar algo que darle al estómago. A esas horas, sus tripas ya eran una jauría hambrienta. Se zampó el tentempié mientras caminaba hacia la habitación de James, Dafne y Felicity. Al llegar frente a la puerta, marcada con el número nueve, se tomó un momento para respirar profundo y suplicar paciencia.
–Seres vivos de la tierra denme su energía…
Se interrumpió al percatarse que la puerta de la habitación se abría abruptamente. Frente a ella, con la pierna escayolada en el aire, estaba androide TG. Ah, ¿no les había dicho?, el apócrifo león ahora es miembro honorario del Club Z. Es un robot humanoide que después de ser derrotado por James, en una lucha cuerpo a cuerpo en la mini consola, fue admitido como miembro honorario del club que es presidido por, su hasta entonces único integrante, James.
¡Válgame el cielo! ¡Un club! ¡Y no aceptan mujeres! ¿Es que estamos en el kinder?
–Dulce Milk – le hizo una burlona reverencia, invitándola a pasar.
¡En mala hora se me ocurrió imitar a la esposa de Goku!
–Mi nombre es Candice, señor. – lo reprendió, y si el tono seco no fue suficiente, esperaba que su ceño fruncido lo fuera.
Entró a la habitación y fue directa a revisar a Dafne. La pequeña había pasado una mala noche por una influenza común que, debido a sus bajas defensas, le afectaba más de lo normal. Estaba colocándose el estetoscopio cuando lo sintió detrás, muy cerca de ella, demasiado para su agilidad médica ya que no lograba encontrarle el latido a la pequeña.
–Creo que lo que buscas está del lado izquierdo – le rozó la oreja al decirlo.
–Dafne es una niña peculiar – mintió soberanamente, haciendo referencia a la historia Miss Peregrine. Ya tenía suficiente ego como para inflarlo más.
–Igual que su enfermera – respondió él sin apartarse.
Iba a corregirlo respecto a su profesión pero mejor lo dejó pasar. No quería dar pie a que la conversación se alargara y terminara buscando el corazón en el estómago. Escuchó el latido de Dafne y luego le pidió que hiciera unos ejercicios de respiración para revisar sus pulmones. Sintió la presencia de Androide TG durante todo el tiempo que duró la revisión. Cuando terminó, se dio vuelta para dirigirse a la cama de Felicity, que estaba entretenida viendo algo en su tableta, pero en lugar de eso se encontró rodeada por los brazos de su león.
–Qué, qué estás…? – tartamudeó como una boba.
Su rostro estaba pegado al pecho de él y podía escuchar claramente el acelerado latido de su corazón. Sus manos quedaron atrapadas entre los cuerpos de ambos. Experimentó la necesidad y el deseo de curvar los dedos y palparle el tórax, el vientre, los brazos. Calor, ahí donde sus cuerpos se tocaban, sentía que ardía.
–Tienes pecas – acompañó la observación tocando levemente las manchitas en su nariz.
–¿Al… algún problema? – se pateó mentalmente al notar que seguía tartamudeando.
–Se mueven – siguió rozando las pequeñas motas de color café.
–A Candy no le gustan sus pecas – se escuchó la voz de Dafne, que por su posición tan cercana, podía escucharles.
–Bueno, muy bonitas que digamos no son – el tono burlón de él la enervó.
Pero qué se creía este… este… este… ¡¡patichueco!!
–¿Disculpa? – superada la tartamudez elevó el rostro para fulminarlo con la mirada.
–Estás disculpada – respondió, todavía sin soltarla.
Atónita, se quedó mirando la sonrisa de medio lado que él exhibía en ese momento. Tampoco pudo dejar de notar las hebras castañas que se le enroscaban alrededor del rostro. Observó sus pómulos, la línea de la mandíbula, la barbilla. Un movimiento en su garganta llamó su atención y vislumbró la nuez de adán. Ese hueso, y la barbilla, siempre han sido su debilidad; y estas dos son particularmente atrayentes. Tuvo el impulso de ponerse de puntillas y besar los dos puntos.
–¿Es de tu agrado lo que ves? Puedes mirar cuanto quieras – la calidez de su aliento le golpeó los labios, atontándola aún más –, a ninguna mujer le he negado nunca ese placer – concluyó mirándole fijamente la boca.
La calidez dio paso a la frialdad y se pasmó. No literalmente porque, de ser así, habría muerto. Pero, todo aquel calor que le fundía cada célula del cuerpo, desapareció por las últimas palabras de él. Rígida y con calma intentó soltarse. No lo consiguió. TG no aflojaba el agarre.
–Me sueltas, por favor – la mirada que le dedicó estaba igual de helada que ella.
Vio el cambio de expresión de él. Ya no parecía juguetón ni seductor. Ahora estaba serio, probablemente percibió el cambio operado en ella, de kilauea a glaciar, en segundos. Sin una palabra, la soltó. Lo hizo tan rápidamente que perdió el equilibrio, cayendo pesadamente hacia adelante encima de Candice, y ésta a su vez, sobre las piernas de Dafne.
El quejido de dolor de la nena paniqueó a Candice. Al parecer él también lo había oído porque, con una agilidad nada congruente con su pierna escayolada, la liberó de su peso para que ella pudiera levantarse.
De inmediato destapó las piernas de Dafne y comenzó a palparlas, al tiempo que le iba preguntando si le dolía. Afortunadamente sólo había sido el golpe y el susto. Terminada la inspección, enfocó su verde mirada en la azul, segundos después rompió el contacto visual y caminó hacia la puerta.
–Sal un momento, por favor – le pidió a punto de alcanzar el pomo de la puerta.
No esperó a que la siguiera, simplemente salió y cerró la puerta tras ella. Instantes después la puerta volvió a abrirse dando paso a TG que, después de jalar la puerta detrás suyo, se giró hacia ella sosteniéndose del marco.
Sin pensarlo, Candice levantó la mano derecha y lo cacheteó. Con la respiración agitada, y la cara roja de rabia, observó la mirada sorprendida de él.
–Jamás vuelvas a poner en peligro a mis pequeños – la furia, que destilaba en ese momento, no la había sentido nunca.
–Lo siento, no fue mi intención – Candice oyó la disculpa pero no acusó de recibido –. escucha…
–No, tú escucha – lo interrumpió –, puedo soportar tus insolencias, tu actitud arrogante, hasta que hagas difícil mi trabajo; pero no permitiré que, algo como lo que sucedió hoy con Dafne, se repita –. lo apuñaló con los ojos y se marchó sin darle la oportunidad de responderle.
Tiempo después supo que, mientras ella se marchaba, él observaba su andar furioso, concentrado en encontrar la estrategia correcta para obtener su atención. A fin de cuentas, aunque ya no estemos en el jardín de infantes, seguimos comportándonos como niños.
continuará...
Gracias por su lectura. Espero sus impresiones.