¡Hola Foro!
Igual que el año anterior, estoy aquí con otro pequeño escrito. No será muy largo, 10 capítulos a lo mucho, quizá menos. Esta historia surgió mientras escuchaba "Wo bist du" (Dónde estás) canción del grupo alemán de rock Rammstein. Quienes me conocen saben que tengo gustos dispares y extremos en la música. Tan pronto estoy escuchando ópera como rock. No me encasillo en el artista ni en el género.
Por lo pronto les dejo lo que podríamos llamar el prólogo.
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Igual que el año anterior, estoy aquí con otro pequeño escrito. No será muy largo, 10 capítulos a lo mucho, quizá menos. Esta historia surgió mientras escuchaba "Wo bist du" (Dónde estás) canción del grupo alemán de rock Rammstein. Quienes me conocen saben que tengo gustos dispares y extremos en la música. Tan pronto estoy escuchando ópera como rock. No me encasillo en el artista ni en el género.
Por lo pronto les dejo lo que podríamos llamar el prólogo.
¿Dónde estás?
por Jari Granchester
por Jari Granchester
¡Noticia de último minuto! Un terrible terremoto acaba de sacudir a la ciudad de Los Ángeles. Hay miles de heridos y se especula que puede haber cientos de muertos por los derrumbes.
La voz del presentador del noticiero taladró el cerebro de una de sus oyentes. Al escucharle, un solo pensamiento se repetía en su interior: mi esposo, ¡mi esposo está en Los Ángeles!
– ¡Candy! – el grito de Melanie, asistente de la joven Doctora, resonó en la sala de descanso del hospital de Nueva York. – cielo santo, estás muy pálida – preocupada por la falta de respuesta, tomó el alcohol y lo acercó a la nariz de la rubia.
– Es… estoy bien – atinó a decir, la todavía atontada doctora, cuando sintió el penetrante olor del antiséptico.
– ¿Qué ha pasado? ¿es el bebé? Te has puesto muy pálida de repente, vamos con la Dra. O’Brien para que te revise, tu marido va a matarme como se entere que no te cuido.
La alusión a su marido hizo que la conciencia le regresara de golpe. Con la agilidad que, a pesar de sus 7 meses de embarazo, siempre le ha caracterizado, se levantó del cómodo sillón y se dirigió hacia la puerta.
– ¡Mujer espera! – la llamó Melanie siguiéndola fuera de la sala de descanso. – ¿A dónde vas con tanta prisa? – preguntó pisándole los talones.
– Voy a… -- en ese momento cayó en cuenta en que no tenía forma de comunicarse con su marido.
Esa mañana, Él había olvidado el móvil en uno de los baños del hotel y, cuando regresó a buscarlo, éste ya había cambiado de dueño. Él le había hablado del teléfono de su habitación para avisarle. Ya había mandado a que le compraran uno y en cuanto lo tuviera le llamaría nuevamente.
Decidió regresar a la sala de descanso y llamarle desde la intimidad que ofrece la sala a esas horas.
A estas alturas ya debe tener el nuevo aparato, pensó convenciéndose a sí misma.
Inquieta, Melanie la observaba. Candice estaba actuando muy raro. Preocupada por ella, decidió permanecer fuera de la sala y realizar una llamada.
– Dra. O’Brien, buenas tardes. – saludó a la castaña ginecóloga que, al escucharla, respondió al saludo con cortesía. – disculpe que la moleste, pero estoy un tanto preocupada por la Dra. Candice. Se ha puesto pálida de repente y no responde a ninguna de mis preguntas. Está como ida. – esperó a que la Dra. O’Brien respondiera y continuó – ahora está en la sala de descanso del hospital, su esposo me encargó mucho que estuviera al pendiente de ella – se interrumpió al oír que la ginecóloga continuó hablando. Aliviada, colgó cuando la doctora le dijo que en unos minutos iba para allá. – las ventajas de que tú ginecóloga trabaje en el mismo hospital – murmuró para ella misma.
Caminó hacia la puerta de la sala de descanso y se detuvo en el umbral.
Candice deslizaba el dedo por la pantalla de su móvil una y otra vez. Cada vez que, la voz más odiada por los usuarios de telefonía móvil, le informaba que el número marcado no estaba disponible, su temor crecía.
¿Dónde estás? ¿Dónde estás?, clamaba su corazón con cada latido.
Desesperada, siguió intentando comunicarse con su esposo. Y, con cada intento fallido, su desesperación iba en aumento.
La Dra. O’Brien encontró a Melanie parada en la puerta, la chica tenía los brazos cruzados sobre su pecho y su mirada estaba concentrada en la rubia dentro de la sala.
– Hola Melanie – la saludó para hacerse notar.
– Dra, que bueno que llegó. La Dra. Candice continua igual y no ha dejado de marcar un número en su móvil.
Patricia O’Brien, observó a su querida amiga. Sus rasgos estaban completamente tensos, en su mirada había tal desesperación que no le fue difícil intuir quién estaba en medio de todo este asunto.
– Melanie – se dirigió a la joven asistente. – me permites un momento con Candice por favor – le pidió amablemente.
Sin esperar respuesta, la ginecóloga se internó en la habitación. Escuchó el sonido de la puerta al cerrarse mientras colocaba su maletín a los pies de Candice. Frente a ella, se inclinó para que sus ojos encontraran la mirada perdida de la ojiverde.
– Candice – susurró su nombre, tomando sus manos entra las suyas. – Él está bien – continuó, le dio un ligero apretón, tratando de llamar su atención. – ¿me escuchas? está bien. – unas pequeñas lagrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Patricia al no ver ninguna reacción en su amiga.
Se incorporó de su posición y soltó sus manos. Sin dejar de mirarla, sacó su teléfono celular de uno de los bolsillos de su bata de médico. Ubicó la última llamada realizada y pulsó el icono de llamar.
En el sillón, Candice había dejado de deslizar el dedo por el botón de llamada.
¿Dónde estás?
La sonrisa de su esposo floreció nítida en su mente. A esta le siguieron sus hermosos ojos zafiro, ojos que siempre la miraban con amor y ternura. Bueno, no siempre. Otras tantas, lo hacía con pasión y deseo. Y en algunas, con exasperación. Sólo al principio, cuando acababan de conocerse, vio algo parecido a la tristeza en su mirada.
¿Dónde estás?
Fuera de la habitación, Patricia coordinaba todo para llevar a Candice a su casa. Con la ayuda de Melanie, dio aviso al Jefe del área de Pediatría y encargó a los pequeños pacientes de la rubia a otro pediatra. Mientras ella se hacía cargo del cuidado de su prima política, su marido se ocupaba de localizar al marido desaparecido.
Al regresar a la habitación, Patricia notó que la futura madre había cerrado los ojos. Por un momento se sobresaltó al pensar que se había desmayado y se apresuró a tomar su maletín. Al acercarse, vio que sus labios dibujaban una tenue sonrisa.
– Candy – la llamó con el apelativo que usaba su esposo con ella. – vamos cariño, debemos ir a casa – continuó tratando de incorporarse.
– Paty – la voz en tono de interrogación con que escuchó su nombre le volvió el alma al cuerpo.
– Aquí estoy, anda, levántate para que pueda llevarte a casa. – le habló suavemente, mientras la tomaba de la mano derecha y la halaba un poco hacia ella.
Para sorpresa de Patricia, Candice se incorporó y le sonrió.
– ¿Me quedé dormida? – Preguntó parpadeando desorientada, – Gracias a Dios – continuó hablando sin permitir que la castaña respondiera. – tuve un sueño horrible, horrible y extraño.
– Candice – se atrevió Patricia a interrumpirla, sin decidirse a sacarla de su error. – tú chófer te está esperando en la entrada, vamos, déjame que te acompañe a tu casa. – le pidió con un pequeño apretón en la mano que aún sostenía.
– De acuerdo, te invito a cenar – accedió con una sonrisa, se levantó rápidamente y un leve mareo la hizo sostenerse de Patricia con fuerza.
– Tranquila, si quieres siéntate en la silla de ruedas y yo te llevo.
Mareada como estaba, Candice no mostró ninguna resistencia. Mientras Patricia la ayudaba, Melanie entró a la habitación. Traía el abrigo de su jefa, que siempre dejaba colgado en el respaldo del sillón de su consultorio, y su bolso.
– Melanie, acompáñame a la entrada por favor. – pidió la ginecóloga a la joven peliroja.
Con un movimiento de cabeza, Melanie le indicó que saliera primero. Caminaron en silencio por los pasillos de uno de los hospitales más importantes de Nueva York. En pocos minutos llegaron al vestíbulo donde, en posición de alerta, el guardaespaldas de Candice les esperaba.
– Señora – raudo se acercó a ella y la tomó en brazos. Caminó con rapidez hacia el Nissan Juke que normalmente conduce la esposa de su jefe.
– Hola Jason, ¿se reportó Jake? – sintiéndose débil todavía, preguntó por el guardaespaldas que acompaña a su esposo a todas partes y está en constante comunicación con el suyo.
– No señora, todavía no es hora – le aseguró sin perder de vista la puerta que, el chófer y segundo guardaespaldas de la rubia, mantenía abierta.
Detrás de ellos, Patricia los seguía en silencio, rogando porque Allistear tuviera buenas noticias pronto. Rodeó la monstruosidad de camioneta que Candice adoraba y se subió en el asiento detrás del conductor. En el momento que Jason terminaba de acomodar a su amiga detrás del copiloto, un hombre con cámara y grabadora se acercó corriendo a espaldas del escolta. Con una mirada de pánico Patricia le indicó al pelinegro que se deshiciera de él. Lo cual el hombre llevaría acabo a rajatabla en cuanto su protegida estuviera segura. Cerró la puerta del vehículo y le indicó a su compañero que se marchara en tanto él se encargaba del reportero.
Patricia exhaló un suspiro de alivio cuando el portal de la casa apareció frente a ella y lo vio libre de reporteros. Pero no se sintió a salvo hasta que estuvieron dentro de la casa.
Horas después, Candice descansaba recostada en la confortable cama que, desde hace 4 años, comparte con su esposo.
Ahí, mirando a la nada, su mente embotada, divagó al día en que conoció al hombre de su vida.
continuará...La voz del presentador del noticiero taladró el cerebro de una de sus oyentes. Al escucharle, un solo pensamiento se repetía en su interior: mi esposo, ¡mi esposo está en Los Ángeles!
– ¡Candy! – el grito de Melanie, asistente de la joven Doctora, resonó en la sala de descanso del hospital de Nueva York. – cielo santo, estás muy pálida – preocupada por la falta de respuesta, tomó el alcohol y lo acercó a la nariz de la rubia.
– Es… estoy bien – atinó a decir, la todavía atontada doctora, cuando sintió el penetrante olor del antiséptico.
– ¿Qué ha pasado? ¿es el bebé? Te has puesto muy pálida de repente, vamos con la Dra. O’Brien para que te revise, tu marido va a matarme como se entere que no te cuido.
La alusión a su marido hizo que la conciencia le regresara de golpe. Con la agilidad que, a pesar de sus 7 meses de embarazo, siempre le ha caracterizado, se levantó del cómodo sillón y se dirigió hacia la puerta.
– ¡Mujer espera! – la llamó Melanie siguiéndola fuera de la sala de descanso. – ¿A dónde vas con tanta prisa? – preguntó pisándole los talones.
– Voy a… -- en ese momento cayó en cuenta en que no tenía forma de comunicarse con su marido.
Esa mañana, Él había olvidado el móvil en uno de los baños del hotel y, cuando regresó a buscarlo, éste ya había cambiado de dueño. Él le había hablado del teléfono de su habitación para avisarle. Ya había mandado a que le compraran uno y en cuanto lo tuviera le llamaría nuevamente.
Decidió regresar a la sala de descanso y llamarle desde la intimidad que ofrece la sala a esas horas.
A estas alturas ya debe tener el nuevo aparato, pensó convenciéndose a sí misma.
Inquieta, Melanie la observaba. Candice estaba actuando muy raro. Preocupada por ella, decidió permanecer fuera de la sala y realizar una llamada.
– Dra. O’Brien, buenas tardes. – saludó a la castaña ginecóloga que, al escucharla, respondió al saludo con cortesía. – disculpe que la moleste, pero estoy un tanto preocupada por la Dra. Candice. Se ha puesto pálida de repente y no responde a ninguna de mis preguntas. Está como ida. – esperó a que la Dra. O’Brien respondiera y continuó – ahora está en la sala de descanso del hospital, su esposo me encargó mucho que estuviera al pendiente de ella – se interrumpió al oír que la ginecóloga continuó hablando. Aliviada, colgó cuando la doctora le dijo que en unos minutos iba para allá. – las ventajas de que tú ginecóloga trabaje en el mismo hospital – murmuró para ella misma.
Caminó hacia la puerta de la sala de descanso y se detuvo en el umbral.
Candice deslizaba el dedo por la pantalla de su móvil una y otra vez. Cada vez que, la voz más odiada por los usuarios de telefonía móvil, le informaba que el número marcado no estaba disponible, su temor crecía.
¿Dónde estás? ¿Dónde estás?, clamaba su corazón con cada latido.
Desesperada, siguió intentando comunicarse con su esposo. Y, con cada intento fallido, su desesperación iba en aumento.
La Dra. O’Brien encontró a Melanie parada en la puerta, la chica tenía los brazos cruzados sobre su pecho y su mirada estaba concentrada en la rubia dentro de la sala.
– Hola Melanie – la saludó para hacerse notar.
– Dra, que bueno que llegó. La Dra. Candice continua igual y no ha dejado de marcar un número en su móvil.
Patricia O’Brien, observó a su querida amiga. Sus rasgos estaban completamente tensos, en su mirada había tal desesperación que no le fue difícil intuir quién estaba en medio de todo este asunto.
– Melanie – se dirigió a la joven asistente. – me permites un momento con Candice por favor – le pidió amablemente.
Sin esperar respuesta, la ginecóloga se internó en la habitación. Escuchó el sonido de la puerta al cerrarse mientras colocaba su maletín a los pies de Candice. Frente a ella, se inclinó para que sus ojos encontraran la mirada perdida de la ojiverde.
– Candice – susurró su nombre, tomando sus manos entra las suyas. – Él está bien – continuó, le dio un ligero apretón, tratando de llamar su atención. – ¿me escuchas? está bien. – unas pequeñas lagrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Patricia al no ver ninguna reacción en su amiga.
Se incorporó de su posición y soltó sus manos. Sin dejar de mirarla, sacó su teléfono celular de uno de los bolsillos de su bata de médico. Ubicó la última llamada realizada y pulsó el icono de llamar.
En el sillón, Candice había dejado de deslizar el dedo por el botón de llamada.
¿Dónde estás?
La sonrisa de su esposo floreció nítida en su mente. A esta le siguieron sus hermosos ojos zafiro, ojos que siempre la miraban con amor y ternura. Bueno, no siempre. Otras tantas, lo hacía con pasión y deseo. Y en algunas, con exasperación. Sólo al principio, cuando acababan de conocerse, vio algo parecido a la tristeza en su mirada.
¿Dónde estás?
Fuera de la habitación, Patricia coordinaba todo para llevar a Candice a su casa. Con la ayuda de Melanie, dio aviso al Jefe del área de Pediatría y encargó a los pequeños pacientes de la rubia a otro pediatra. Mientras ella se hacía cargo del cuidado de su prima política, su marido se ocupaba de localizar al marido desaparecido.
Al regresar a la habitación, Patricia notó que la futura madre había cerrado los ojos. Por un momento se sobresaltó al pensar que se había desmayado y se apresuró a tomar su maletín. Al acercarse, vio que sus labios dibujaban una tenue sonrisa.
– Candy – la llamó con el apelativo que usaba su esposo con ella. – vamos cariño, debemos ir a casa – continuó tratando de incorporarse.
– Paty – la voz en tono de interrogación con que escuchó su nombre le volvió el alma al cuerpo.
– Aquí estoy, anda, levántate para que pueda llevarte a casa. – le habló suavemente, mientras la tomaba de la mano derecha y la halaba un poco hacia ella.
Para sorpresa de Patricia, Candice se incorporó y le sonrió.
– ¿Me quedé dormida? – Preguntó parpadeando desorientada, – Gracias a Dios – continuó hablando sin permitir que la castaña respondiera. – tuve un sueño horrible, horrible y extraño.
– Candice – se atrevió Patricia a interrumpirla, sin decidirse a sacarla de su error. – tú chófer te está esperando en la entrada, vamos, déjame que te acompañe a tu casa. – le pidió con un pequeño apretón en la mano que aún sostenía.
– De acuerdo, te invito a cenar – accedió con una sonrisa, se levantó rápidamente y un leve mareo la hizo sostenerse de Patricia con fuerza.
– Tranquila, si quieres siéntate en la silla de ruedas y yo te llevo.
Mareada como estaba, Candice no mostró ninguna resistencia. Mientras Patricia la ayudaba, Melanie entró a la habitación. Traía el abrigo de su jefa, que siempre dejaba colgado en el respaldo del sillón de su consultorio, y su bolso.
– Melanie, acompáñame a la entrada por favor. – pidió la ginecóloga a la joven peliroja.
Con un movimiento de cabeza, Melanie le indicó que saliera primero. Caminaron en silencio por los pasillos de uno de los hospitales más importantes de Nueva York. En pocos minutos llegaron al vestíbulo donde, en posición de alerta, el guardaespaldas de Candice les esperaba.
– Señora – raudo se acercó a ella y la tomó en brazos. Caminó con rapidez hacia el Nissan Juke que normalmente conduce la esposa de su jefe.
– Hola Jason, ¿se reportó Jake? – sintiéndose débil todavía, preguntó por el guardaespaldas que acompaña a su esposo a todas partes y está en constante comunicación con el suyo.
– No señora, todavía no es hora – le aseguró sin perder de vista la puerta que, el chófer y segundo guardaespaldas de la rubia, mantenía abierta.
Detrás de ellos, Patricia los seguía en silencio, rogando porque Allistear tuviera buenas noticias pronto. Rodeó la monstruosidad de camioneta que Candice adoraba y se subió en el asiento detrás del conductor. En el momento que Jason terminaba de acomodar a su amiga detrás del copiloto, un hombre con cámara y grabadora se acercó corriendo a espaldas del escolta. Con una mirada de pánico Patricia le indicó al pelinegro que se deshiciera de él. Lo cual el hombre llevaría acabo a rajatabla en cuanto su protegida estuviera segura. Cerró la puerta del vehículo y le indicó a su compañero que se marchara en tanto él se encargaba del reportero.
Patricia exhaló un suspiro de alivio cuando el portal de la casa apareció frente a ella y lo vio libre de reporteros. Pero no se sintió a salvo hasta que estuvieron dentro de la casa.
Horas después, Candice descansaba recostada en la confortable cama que, desde hace 4 años, comparte con su esposo.
Ahí, mirando a la nada, su mente embotada, divagó al día en que conoció al hombre de su vida.
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Última edición por Jari el Vie Abr 08, 2016 11:31 pm, editado 1 vez