**¤ LEGION ANDREW ¤** Aporte #8 = Fanfic Apostando al Destino - Capitulo 3=

Albert abrió la boca para hablar, pero ninguna palabra salió de su boca ya que seguía perdido en esos ojos que lo miraban de una forma divertida.

Sosteniendo una jarra llena de café la chica rió, y el sonido de su risa musical inundó el cafetín.

-¿Necesitas más tiempo para ver el menú? Puedo marcharme y regresar dentro de unos pocos minutos.

-¡No! ¡No te marches! – exclamó el rubio, súbitamente recuperando el habla. -Quiero decir…eh…creo que se lo que quiero. Es decir, lo único que puedo comprar con lo que tengo es el sándwich de pollo.

Candy le guiñó un ojo en complicidad, llenando una taza con un café caliente que olía a las mil maravillas.

-Buena elección. Cada sándwich viene acompañado por un café gratis y patatas fritas, así que no tienes que gastar mucho. Te lo traeré en cinco minutos.

Albert observó como la joven desaparecía en la cocina y el movimiento cadencioso de sus caderas lo hizo pensar en una bailarina: elegante, con gracia y energía. A pesar de las largas horas que la chica probablemente trabajaba en ese lugar, parecía feliz y amable.

Se preguntó a sí mismo como se sentiría si fuera capaz de ser feliz en su trabajo. Había dedicado mucho esfuerzo a su carrera y de la noche a la mañana nada de eso importaba ya. Incluso, era posible que cuando regresara de su viaje, la compañía para la que trabajaba fuera declarada en bancarrota y se uniría a los cientos de personas desesperadamente buscando empleo.

¿Y qué haría entonces? ¿Rogaría a Stear por su ayuda? ¿Se humillaría pidiéndole limosna a su mejor amigo?
¡No!

¡Trabajaría, maldita sea! Aunque fuera de hacer limpieza en una compañía de Stear, pero trabajaría con ahínco para sacar a su sobrino adelante. No tendrían lujos o vacaciones en hoteles de cinco estrellar, pero mantendría su pequeño hogar a flote y comida en la mesa los tres tiempos. Viendo la pobreza en la que muchos vivían en una ciudad tan resplandeciente como Las Vegas, Albert se sintió afortunado de tener lo que tenía, pese a las deudas y dificultades.

Tenía a su sobrino a su lado y manos con las que ganarse el pan de cada día. Eso era suficiente por el momento. No necesitaba participar en los descabellados esquemas de Elisa Leagan para salir de apuros: ¡mientras le quedara una bocanada de aliento en su cuerpo, William Albert Andrew seguiría adelante!
Curiosamente esa bocanada de aliento le fue robada cuando la bella chica regreso con un azafate y una deslumbrante sonrisa en sus labios.

-Aquí tienes, -dijo colocando cada plato frente a él. -Mi tía Pony es la dueña de este local y la cocinera, te manda este pedazo de tártara de melocotón, cortesía de la casa.

-Yo… yo no sé qué decir, - balbuceó, desconcertado y agradecido a la vez por la bondad de un par de damas que no lo conocían de nada.

-No digas nada, - respondió sentándose frente al rubio. – Casi es hora de cerrar. Al final del día, toda la comida que nos sobra la llevamos a un refugio para gente que vive en las calles. Soy muy consciente de que no todos los pobres comienzan viviendo bajo un puente. La mayoría de gente que llega a ese extremo pierden su trabajo y simplemente se deslizan a una vida de pobreza, hasta que llega el momento cuando ya no pueden pagar su vivienda.

-No puedo aceptar el postre, Candy,- espetó el rubio, de repente malinterpretando la mirada de pena de la chica. -No tengo todo el dinero del mundo, pero todavía puedo comprar comida y pagar mi casa. No necesito la compasión de nadie.

-No te tengo compasión, - contestó la chica, aun sonriendo. -Esta tártara la hice yo. Mi tía dice que no la donará al refugio al menos que algún conejillo de indias, en este caso tú, la pruebe para saber si esta buena. Así que es tu quien me está haciendo un favor al probarla, ya que estoy casi segura que esta perfecta.

-¿Nadie la ha probado?- preguntó Albert con perspicacia, alzando una ceja rubia y perfecta.

-Me tarde demasiado en hacerla, así que cuando estuvo lista, ya había pasado la hora del almuerzo y esta noche nadie ha querido postre.

-¿Y por qué es que tu tía ha hecho esa demanda? ¿Alguna razón en especial?

El rostro de Candy se tornó carmesí en segundos, y sus labios se fruncieron en un leve puchero.

-Hace tres años hice un pastel de manzana y le puse pimienta en vez de canela y sal en vez de azúcar. Mi tía jamás deja que lo olvide y pues hoy decidí hacer redimirme. Después de todo, está escrito en mi horóscopo.
La chica le deslizó la página de un periódico que guardaba en su delantal.

-Mira,- dijo señalando su signo.

CANCER: Ya es hora de dejar el pasado en el pasado. Tus errores ten han retenido estática en una situación por demasiado tiempo. Tienes que tomar el toro por los cuernos y vencer temores. Nuevas oportunidades de trabajo y en el amor.

-Quiero abrir una pastelería, - confesó la chica con un mohín. – He hecho muchos cursos y creo que estoy lista para eso, pero mi tía Pony no quiere tomar ese riesgo si no está completamente segura de mis habilidades en la cocina. No tengo el dinero suficiente para montar un negocio por mi cuenta, así que tengo que aceptar sus condiciones. Mi tía es una gran mujer y la adoro, pero claro, una pastelería sigue siendo un riesgo para cualquiera.

-En ese caso, deja que te saque de dudas, Candy.

Albert tomó un bocado de la tártara, masticando despacio con el rostro pétreo. Candy esperó por el veredicto sin quitarle los ojos, observando cada movimiento de la quijada en ese rostro tan perfecto.

Finalmente, Albert trago el bocado, y dejando a un lado su cuchara, miro a la chica con una sonrisa.

-Si no hubiera probado tu tártara este día, creo que para la próxima ya no podría darme el lujo de comprar un bocado como este. Te felicito, Candy, es magnífica.

-¿Lo dices en serio? ¡Dios mío! ¡Tía Pony! – grito la chica, poniéndose de pie para salir corriendo a la cocina. -¡Dice que la tártara esta magnífica! ¡Tía Pony!

Con una sonrisa sincera en sus labios, la primera en muchas semanas, Albert comenzó a degustar su sándwich con un hambre canina. Cuando terminó con toda la comida que Candy le había llevado, se levantó de su silla, acercándose al mostrador.

-¿Candy?- llamó estirando el cuello para ver si la chica estaba en la cocina todavía. – ¿Estas ahí? Necesito la cuenta para marcharme.

Candy salió de la cocina sonriendo de oreja a oreja.

-Mi tía ha probado la tártara y dice que ya no soy un desastre en la cocina. Desde mañana comenzaré a hacerme cargo de los postres y en un par de meses haremos una oferta para conseguir el edificio contiguo a este, que ha pasado vacante por mucho tiempo. Si no hubieras probado la tártara, ella nunca se habría atrevido a darle un mordisco. Muchas gracias, eh… ¡ni siquiera se tu nombre!

-Mi nombre es Albert Andrew, Candy y no tienes nada que agradecer, - respondió sacando la billetera de su bolsillo. – ¿Cuánto te debo?

-¡Nada!- declaró la chica, apartando el billete que el rubio le extendió. – Yo soy la que te debo mucho más, Albert. El sándwich es lo de menos.

-No, Candy,- le retó con seriedad. -No puedes andar por ahí derrochando las ganancias de este negocio, así como así. Dentro de poco tendrás que pagar por otro local y vas a necesitar todo el dinero que ganes.

Haciendo una mueca la chica aceptó el billete a regañadientes, devolviéndole al joven todo el cambio sin tomarse una propina.
-Si es así pues tú tienes que aceptar esto, - dijo, sacando un boleto de lotería de uno de sus muchos bolsillos. -Un cliente adicto a las apuestas y maquinitas me ha dado esto como propina ya que solo tenía lo suficiente para pagar su comida. Detesto las apuestas y no quería rechazarlo y hacerlo sentir mal. Has cambiado mi vida, Albert, así que toma: espero que tengas suerte.

-Últimamente he estado más salado que una anchoa, Candy, pero te acepto el regalo, - se rio Albert de buena gana, tomando el boleto de la mano de la rubia. – Pero si el destino me sonríe con este boleto, prometo que voy a regresar para compartir el premio contigo.

Temiendo perder la respiración de la emoción, Candy no puedo hacer nada más que esbozar una sonrisa tímida. -Apuesto que le dices eso a todas tus chicas, - bufó divertida, tratando de ignorar el revoleteo que dieron sus hormonas ante la posibilidad de volverlo a ver. -Si te vuelvo a ver por aquí, soy yo la que va a creer que el destino me esta sonriendo.

-¿Eso es lo que le dices a todos tus chicos?, - le devolvió Albert esbozando una sonrisa ladeada que a cualquier mujer haría loca.

-Solo a los que me parecen muy especial, - bromeó, perdiéndose en el azul de la mirada de ese magnífico hombre una vez más. – Adiós, Albert Andrew. Te deseo muy buena suerte.

-Adiós, Candy,- se despidió el rubio, grabando el rostro de esa chica en su corazón. – Si el destino lo permite, nos volveremos a encontrar.

Apostando al destino