AFRIKAAN LULLABY
It's gonna take a lot to take me away from you
There's nothing that a hundred men or more could ever do
I bless the rains down in Africa
(Africa - Toto)
Para Angie y Yaro
Atardecía ya en aquella sabana africana, pronto llegaría la noche y la actividad en la pequeña clínica iba mermado de a poco.
Ya solo iban quedando los pacientes que estaban de reposo en sus camas; algunas enfermeras, el médico y él.
El, que había llegado de casualidad, mientras recorría el Serengeti como un turista más, y que a un pedido de ayuda jamás había sabido negarse; cuando se dio cuenta, ya era el asistente de confianza del médico que llevaba y dirigía la pequeña y tan necesitada clínica de la sabana.
No recordaba ya cuál había sido su itinerario original; a decir verdad, no es que siempre tuviera uno específico.
Sin más equipaje que su morral al hombro, a él lo que le gustaba era recorrer los senderos sin rumbo fijo.
Le gustaba la sorpresa y la aventura, los planes siempre salían mal. ¡Él prefería lo espontáneo!
Y mira si lo espontáneo resulta bien, ahora de pronto se encontraba asistiendo en aquella clínica donde ayudaba a tanta gente y aprendía tantas cosas nuevas todos los días.
Se sentía feliz. Su vida en Africa no era fácil, como la de nadie ahí ¡Pero era satisfactoria!
La habitación que le habían asignado era sumamente pequeña, quizá era el cuarto más pequeño en el que había estado jamás.
Un cajón de cuatro paredes con un camastro en un extremo, tres ganchos para ropa colgados de una rama seca que servía de ropero, una mesa una silla, y una pequeña lámpara de combustible.
No le importaba, no necesitaba más ¿Qué más podría hacerle falta? ¡Si al despertar cada mañana bastaba con asomarse a la pequeña ventana de la habitación para sentirse el dueño del mundo!
El cielo azul abierto reflejando los rayos del sol que lo bañaban todo a su alrededor y la imponente silueta del Kilimanjaro a lo lejos ¿Qué más se podía pedir?
Al final de la tarde, Albert ingresó a su habitación para mudarse de ropa.
No había sido una jornada demasiado pesada, pero el calor arreciaba sin piedad.
La estación seca estaba durando ya demasiado, haciendo que la gente comenzara a preocuparse.
De seguir así, pronto el agua en las reservas no iba a ser suficiente, los animales comenzarían a morir y los cultivos no se mantendrían.
Era una preocupación constante para la gente, pero no se podía hacer más que esperar.
Mas, por mucho calor que hiciera, no se podía parar. Había muchas personas en la clínica a las cuáles vigilar durante la noche y una que, para él, requería especial atención.
Generalmente las mujeres que estaban por parir no llegaban a la pequeña clínica; preferían atenderse en sus aldeas, a las manos de las comadronas que consideraban expertas.
Pero su amigo Kwame confiaba en el doctor de la clínica.
Kwame era un jovencito al que había conocido aquella vez en que una de sus vacas se había metido en una acequia y el necio animal no quería caminar.
Albert ayudó al muchacho a sacarla y llevarla hasta un trecho cercano a su aldea, y él le había agradecido con un gran regalo: su amistad.
Desde entonces siempre que podía, Kwame estaba para Albert en lo que fuera que él necesitara.
Cuando contrajo matrimonio con Azalee, una adolescente de ojos brillantes y enorme sonrisa, Albert fue invitado de honor a la celebración.
Era su amistad con ellos lo que había hecho que la gente de las aldeas confiara cada vez más en las personas blancas de la clínica.
Habían comprendido que aquellos extraños estaban ahí para ayudar y no para otra cosa.
En especial después de ver que ellos, particularmente aquel rubio de largos cabellos, no solamente atendían personas; sino que también ayudaban a los animales en desgracia.
Los africanos confiaron en él de inmediato.
Cualquiera que ayude a un animal, sabiendo que puede recibir fácil un arañazo, una mordida, o hasta arriesgar su vida, sin que le importe; es alguien en quien se puede confiar.
Sin embargo las mujeres seguían confiando sus alumbramientos a las matronas de sus aldeas; no así Azalee, que en cuando sintió los primeros dolores de parto, pidió a Kwame que de inmediato la llevara a la clínica.
El médico y las enfermeras, complacidos por atender su primer parto humano, atendieron a la joven Azalee como una verdadera reina.
Poco tiempo después, la clínica se llenó con el llanto del primer bebé nacido ahí, y los pacientes y todas las personas presentes gritaron de alegría celebrando la vida de la hija de Kwame y Azalee.
Había una bebé en la clínica... una bebé recién nacida.
Cuando Albert vio a la bebé en brazos de la enfermera, sintió algo que nunca antes en su vida había sentido.
Calor, ternura, felicidad, miedo… sí, miedo también; al verla tan pequeña y tan frágil.
La enfermera inevitablemente tenía los ojos llenos de lágrimas al asearla y envolverla en una manta ¡Era tan hermosa!
- ¿Quieres cogerla? – le preguntó ella al ver cómo miraba a la bebé, pero, aunque la primera reacción de Albert fue extender los brazos, de inmediato desistió. Nunca había cogido un bebé en brazos. Temió dejarla caer o apretarla demasiado fuerte.
No lo hizo ¡Aunque se moría de ganas!
Al ver a Azalee recibir a su hija y a Kwame llorar de felicidad junto a ellas, supo que era eso lo que deseaba algún día en su vida.
Pero no todavía, ya habrá tiempo para eso; por el momento estaba donde necesitaba y donde deseaba estar.
Salió de su habitación y de inmediato se sorprendió con los gritos de un hombre que venía corriendo desde el patio.
“¡Mvua! ¡Mvua! Mawingu ya mvua” *(1) repetía una y otra vez “¡Mawingu ya mvua!”.
- ¿Qué pasa, porqué gritas así? – le preguntó Albert saliendo apresurado a ver qué sucedía.
- ¡Mawingu ya mvua, rafiki nyeupe!*(2) – respondió el hombre sonriéndole abiertamente - ¡Mawingu ya mvua!
- ¿Lluvia?... ¿Ahora?... – Albert extrañado, salió hacia la explanada que tenía enfrente de sí, mientras el hombre eufórico entraba a la clínica gritando la misma frase y poniendo a todos en aviso.
Efectivamente, tal como el hombre había dicho a su “amigo blanco” *(2), Nubes de Lluvia *(1).
Enormes nubes de lluvia cubrían el horizonte ante él, que hasta hace solo unos instantes lucía vestido con el naranja y púrpura del atardecer.
El viento comenzó a soplar en derredor, primero levemente y luego lo suficientemente fuerte como para levantarle los cabellos.
Le llegó de pronto el sonido del llanto de una criatura.
La bebé de Azalee que, seguramente se había despertado por los gritos eufóricos de aquel hombre, había comenzado a llorar.
Las nubes avanzaban rápidamente moviéndose como si alguna mano invisible las empujara adrede.
Albert cerró los ojos, sintiendo como aquel viento fresco lo envolvía y le secaba la frente sudada y los cabellos húmedos.
De pronto sintió una ligera gota, luego otra, y otra, y otra más. Poco a poco comenzaba a caer el agua como una ligera y fina llovizna que de a poco se iba incrementando.
Albert abrió los ojos y levantó la vista.
La visión del cielo, encapotado de nubes grises le pareció sobrecogedora pero magnífica; en un momento, un relámpago cruzó las nubes alumbrándolas un instante; arrancando destellos morados al interior de las mismas. Fue como si maneciera de pronto, solo un segundo.
El trueno resonó más allá, fue como si alguien hubiera golpeado un gong enorme que resonó en toda la sabana.
- ¡Albert! – escucho de pronto - ¡Albert no te mojes así que te puedes enfermar! Ven entra que voy a cerrar todo, el viento está terrible.
Una de las enfermeras llamaba su atención, al verlo parado en medio de la pampa, recibiendo el aguacero sobre él, ya completamente empapado.
Pero ¿entrar, ahora? ¡Si aquí fuera está hermoso!
La enfermera le seguía haciendo señas de que entrara a la clínica, y de pronto le llegó un dulce sonido de adentro.
Tula Tu Tula baba Tula sana… Tul'umam 'uzobuya ekuseni... (duerme ya duerme niño duerme querido… duerme pronto que el cielo ya está oscuro…)
Albert entró la clínica y la enfermera cerró la puerta, trancándola tras de sí; las ventanas también fueron cerradas y aseguradas.
Adentro todo era silencio, roto solamente por el silbar del viento afuera y el ligero rechinar de las maderas de la clínica al ser golpeadas por el viento.
Unas pequeñas lamparillas de combustible en cada esquina alumbraban levemente el pequeño y pobre salón de madera, donde una fila de 10 camastros albergaban a algunos pacientes que necesitaban observación.
Azalee, sentada sobre su cama con las piernas cruzadas, sostenía a su bebita entre sus manos frente a ella.
Todos los pacientes habían levantado sus mosquiteros y observaban fijamente a la joven madre que dulcemente arrullaba a su hija.
La niña, ya en silencio, abría sus enormes ojos de ónix, como si mirara a su alrededor, y movía sus labios, como si intentara acompañar a su madre en el canto.
Las personas que se habían quedado; trabajadores de la clínica, amigos que se quedaron a guarecerse de la repentina lluvia y los familiares de los enfermos; se sentaban en el suelo, guardando reverencial silencio, mientras la joven continuaba con aquel hermoso arrullo, convirtiendo la atmósfera en algo irreal.
Por primera vez desde que la conociera, Albert comprendió porqué la habían llamado así: Azalee, la que canta.
Definitivamente habían tenido gran tino al nombrarla.
Kwame se acercó a Albert ofreciéndole una toalla, pues estaba completamente empapado, sacándolo de la especie de embeleso que hacía presa del rubio.
- Africanos dicen: niño que nace en estación lluvias… niño de buena suerte. – le dijo Kwame con una gran sonrisa, mientras lo ayudaba a quitarse la chamarra empapada – ¡Mvua será niña con suerte! Suerte para ella y para nosotros; familia... Para ti también rafiki. Amigo.
- ¿Mvua? – preguntó Albert.
- Mvua… ¡Lluvia! – respondió Kwame – Azalee quiere llamarla Mvua ¡Bonito nombre! - Albert le sonrió enternecido.
- Sí Kwame, es un nombre muy bonito… - respondió Albert colocándole una mano en el hombro.
Kwame le sonrió de nuevo con todos los dientes y se fue a sentar al lado de su esposa.
Albert observó toda la escena que tenía frente a sí, y no pudo sentir más que felicidad al verla.
Gente sencilla, que vive el día a día y son felices con lo que tienen.
No necesitan mucho, solo estar juntos y ser agradecidos.
Mientras el viento afuera seguía envolviéndolo todo y los truenos sonaban a lo lejos; Albert se sintió agradecido.
Agradecido por estar donde estaba, por todas esas experiencias y lecciones que estaba recibiendo. Agradecido por estar viviendo ese momento maravilloso entre aquella gente maravillosa.
Algunos de los presentes ya comenzaban a quedarse dormidos, las gotas de lluvia sonaban sobre el techo de la pequeña clínica como un arrullo universal, y la canción de la joven madre seguía llenando la estancia donde una niña, nacida al comienzo de la bendita estación lluviosa africana, llenaba los corazones de todos los presentes de esperanza y bienaventuranzas, y su promesa de futuro y buena suerte.
Por un momento, escuchando el arrullo de Azalee y mirando a a la pequeña Mvua dormir entre sus brazos; Albert también sintió en su corazón una infinita esperanza, creyendo que su futuro también sería feliz, como el de Kwame y su familia.
Tula Tu Tula baba Tula sana…
Tul'umam 'uzobuya ekuseni…
Tul'umam 'uzobuya ekuseni…
MIS OTROS TRABAJOS EN ESTA G.F.
INCONDICIONAL
UN PERSONAJE, UN GATO #6