¡¡¡Miren quién llegué!!! Sip, yo de nuevo, con un fic un poco diferente a lo que he escrito antes, al menos en la temática. La idea me llegó y quise plasmarla, aunque este capítulo fue un poco difícil de escribir, a pesar de que no fue muy gráfico. En fin, espero que les guste y me lo dejen saber.
Pony's Hill, 1867.
-Te amo. ¿Ya te lo había dicho esta noche? –
Albert Andrew abrazó a la chica que lo acompañaba. Estaban sentados bajo un hermoso manzano en una cálida noche de verano. Ella había alegado dolor de cabeza, y se había retirado temprano a su habitación. Quería aprovechar todo el tiempo del mundo a su lado, a pesar de que el día siguiente a esas horas, ya sería su esposa.
Le agradecía al cielo que su padre, el mayordomo de la casa grande del pueblo, frío, violento y calculador, le hubiera dado permiso de casarse a pesar de su edad. Tenía dieciséis años, y su novio, sólo era un año mayor que ella.
Se había enamorado de él, cuando a los seis años, el, al encontrarla llorando en la colina, la hubiera consolado. “Eres más bonita cuando ríes, que cuando lloras”, le había dicho. Y a partir de ese momento, se convirtió en su príncipe de brillante armadura. A partir de ese momento, se habían hecho amigos, y se convirtió en costumbre ese consuelo que él le proporcionaba. Su padre, acostumbrado a recurrir a los golpes cuando no se hacía su voluntad, “corregía”; como él lo llamaba, muy frecuentemente a su pobre madre y a ella misma. Era Albert quien la consolaba después de que recibiera las golpizas que le propinaba su padre. Y era Albert quien se tragaba los deseos de moler a golpes al padre de su novia. Especialmente al ver a “el señor moralidad”, salir de la cantina después de recibir los “cuidados especiales” de las chicas del salón, varias veces por semana. Por ello quería sacar a su Candy de lo que su padre llamaba “hogar. Su madre apoyaba esa idea y en cuanto Candy tuvo la edad suficiente para contraer matrimonio fue quien le suplicó a Albert que se casara con su hija.
Además, Amanda White sabía que el joven novio de su hija era un muchacho trabajador. Trabajaba en la herrería del pueblo y se había esforzado tanto, que, con la ayuda de su padre y haciendo trabajos por doquier, había reconstruido la pequeña casa en la que vivirían para ofrecerle un hogar decente a su novia. Y así se cumpliría su sueño, ambos sabían que el matrimonio no era cosa fácil, pero saldrían adelante. Además, ella seguiría trabajando en la casa grande ayudando a su madre en la cocina, especialmente elaborando postres los cuales había aprendido a cocinar gracias a su abuela materna. Lamentablemente había muerto dos años antes.
-Solo tres veces.
Él sonrío contra su sedoso pelo, aspirando el delicado aroma a lavanda que emanaba de ella. Había veces que se preguntaba qué había hecho para merecer a ese ser maravilloso, ella era su motivo de vivir, la que lo motivaba a levantarse cada mañana y matarse trabajando hasta la madrugada. Pero todo ello merecía la pena con tal de tener su amor, y afortunadamente era correspondido.
-No puedo creer que mañana a estas horas sea tu esposa.
-Yo tampoco. Es decir, es mi sueño hecho realidad.
Ella buscó su boca y él no tardó en responder. Se recostaron sobre la manta y se sumieron en la danza de caricias y besos que con el paso del tiempo se hacían más audaces, más íntimas, más pasionales. El saber que pronto serían esposos, les daba cierta libertad, pero también los frenaba un poco, especialmente a él, pues quería demostrarle a Candy que la amaba por lo que era y no solo por lujuria. Así que como de costumbre, se detuvo poco a poco, besándole su rostro, deteniéndose en su cuello, sintiendo el latido frenético de su corazón.
Ella sonrío deslumbrantemente, era la misma sonrisa que le dedicaba antes de decirle que lo amaba.
-Te amo – susurró ella acariciando su pelo. Lo miraba como si fuera su vida, su mundo entero, y su corazón se henchía de amor por ella. Le dio un beso breve en sus labios y la ayudó a incorporarse.
-Odio decirlo, pero, debo irme. Es seguro que mamá querrá asegurarse que estoy bien, no quiero preocuparla.
-Yo también debo irme, le dije al viejo Emery que esta noche terminaría de descargar el forraje.
-Trabajas demasiado.
-Nada es suficiente mientras eso ayude a tener el dinero suficiente para darte la vida que mereces – dijo Albert mientras le ayudaba a doblar la manta y la tomaba de la mano. Emprendieron el camino a la casa de los empleados que ocupaba la familia de ella.
-Estando junto a ti el dinero importa poco.
-Lo sé. Pienso lo mismo, pero no quiero que sigas trabajando mucho tiempo después de casarnos.
-Pero necesitaremos el dinero.
-Sí, no te estoy diciendo que no trabajes, solo que no quiero que lo hagas indefinidamente. Haces unos postres exquisitos, tal vez con el tiempo podrías abrir un pequeño negocio en el pueblo.
-¿De verdad lo crees? – preguntó ella con la alegría reflejada en el rostro.
-Por supuesto. Trabajando los dos, podremos ahorrar lo suficiente para poner tu propio negocio. Tal vez en dos años hagamos tu sueño realidad.
Candy volvió a mirarlo con adoración, y recordó la ocasión en que le había hablado a Albert del sueño que compartía con su abuela, abrir una cafetería donde se sirvieran los exquisitos postres que elaboraban. Y él haría ese sueño realidad, pero no significaba tanto como el ser su esposa.
-Ahora mi sueño hecho realidad eres tú, y convertirme en tu esposa.
Fue el turno de Albert de sonreír y detenerse un momento para darle un profundo beso. Ella se aferró a él devolviéndoselo con fervor.
Siguieron caminando con lentitud hasta llegar a la casa que ocupaba la familia White. Eran las nueve de la noche y en la casa grande seguía la fiesta que mantenía ocupados a los padres de Candy.
-No me gusta que te quedes sola – -dijo Albert frunciendo el ceño mientras Candy abría la puerta.
-Tranquilo. Me encerraré y no saldré hasta mañana por la mañana. Mis padres llegarán pasada la media noche, y solo ellos tienen llaves de la casa.
-Aun así…
-No te preocupes – se despidió de él dándole un breve beso en los labios. Entró a la casa y habló a través del mosquitero –. Necesito dormir, no querrás tener a una novia con ojeras y pálida en tu boda.
-Nuestra boda – corrigió él sonriendo –. Y no me importaría tu aspecto, aunque llegaras recién levantada y con la marca de la almohada en el rostro.
-¡Albert!
-Es la verdad, bonita. Y ahora debo irme, la tentación de atravesar esa puerta y quedarme a tu lado es muy grande. Hasta mañana. Cuídate.
-Hasta mañana, tú también cuídate. Te amo.
-No más que yo.
Le dio la espalda y se fue silbando con las manos dentro del pantalón. Se le veía relajado, y feliz. Ella se quedó unos minutos como tonta mirando la ancha espalda de su futuro esposo. Sonrío tanto al pensar que mañana a esa misma hora sería su esposa que le dolió la cara. Pero era tan feliz.
Mañana a esa hora…
Fuertes golpes en la puerta despertaron a Candy de su profundo y reparador sueño prenupcial, confundida, miró la hora, eran las doce treinta. Tal vez serían sus padres, aunque no estaba segura. Se puso su bata y caminó el pequeño trecho que separaba su habitación de la puerta principal, era una casa demasiado pequeña, pero les daba algo de intimidad.
Se sorprendió cuando al asomarse por la ventana, vio a Elisa Leagan.
-¿Señorita Elisa? – preguntó abriendo un poco la ventana.
La hija de los patrones no era especialmente su amiga y aprovechaba cualquier ocasión para fastidiarle la vida, en más de una ocasión se había ganado una golpiza de parte de su padre por las mentiras que inventaba Elisa acerca de ella. Albert desconfiaba de ella y en especial de su hermano, Neal, quien tenía un encaprichamiento con Candy. Por eso no había abierto la puerta, ella tampoco confiaba en ellos.
-Es obvio que soy yo, tonta. Ábreme la puerta – demandó con autoritarismo propio de ella.
-¿Qué desea? – preguntó Candy no dejándose amedrentar. La expresión de Elisa se suavizó un poco.
-No quiero molestarte, pero mi hermano estaba de visita en el pueblo y pasó algo que seguramente te interesará.
-Discúlpeme señorita Elisa, no quiero ser grosera, pero mañana me caso y debo madrugar. Lamento que lo que pasó a su hermano, pero no tiene nada que ver conmigo – hizo el intento de cerrar la ventana, pero Elisa no se lo permitió.
-¿Aunque se trate de… tu prometido? – Eso paralizó a Candy, quien palideció.
-¿Qué le pasa a Albert?
-Bueno, al parecer unos hombres lo golpearon, ya sabes estaban borrachos. El caso es que lo dejaron medio muerto, mi hermano y sus amigos lo vieron en el camino y lo llevaron a la cabaña que está cerca del lago antes de llegar al pueblo.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Candy, el camino que Albert tomaba para llegar al pueblo, era un atajo que cruzaba el bosque oscuro y peligroso. Ella siempre temía que le pudiera pasar algo, pero no se imaginaba algo así. Pero era Elisa y su hermano quien lo decían, y sabía que no debía confiar plenamente en ellos.
-¿A qué hora pasó eso?
-Después de las nueve de la noche, lo sé porque a esa hora Neal decidió abandonar la fiesta e irse al pueblo a celebrar con sus amigos.
-¿Por qué es usted quien viene a darme la noticia? ¿Por qué no alguien más?
-Ya veo que no confías en mí, y no te culpo – le dijo con indiferencia. – Me caes mal y no lo niego, no soy hipócrita. Pero una cosa es eso y otra no condolerme del dolor ajeno. Neal quería venir, pero sabía que no le creerías. Él fue por el doctor para que atendieran a Albert, mientras yo, de buena samaritana, pensé que serviría de algo venir a avisarte. Pero no importa, mi consciencia estará tranquila.
Comenzó a alejarse, pero Candy la detuvo y salió al porche. No creía capaz a Elisa de inventar algo semejante, no la creía tan rastrera. Así que no le quedó de otra que creerle. Y ahora con lágrimas en los ojos, le dio las gracias.
-No tienes que agradecer nada. Pero si quieres llegar pronto, será mejor que te apresures a cambiarte y cojas la carreta, está preparada. ¿O piensas irte así?
Candy se dio cuenta que estaba en bata y corrió a su habitación a cambiarse de ropa. Salió a toda prisa y montó en la carreta que le señaló Elisa, ella no la acompañó, pues Candy conocía la cabaña de la que le había hablado. Apresurando los caballos, llegó en un santiamén a pesar de que las lágrimas le impedían ver el camino.
Bajó presurosa y corrió hasta la entrada. Esa cabaña había pertenecido al guardabosque, y tenía poco más de medio año que ya nadie la habitaba, por lo que aún estaba en buenas condiciones, abrió el cerrojo y entró apresurada, la lámpara que iluminaba la casa descansaba sobre una mesa, en el rincón más alejado, sobre el polvoriento piso se hallaba un viejo colchón, el cuerpo de un hombre cubierto con un edredón se removía sobre el. Ella corrió hacia el colchón.
-¡Albert! ¿Qué te pasó? – preguntó con la voz entrecortada, removiendo la cobija. Solo que bajo ella no se hallaba el amor de su vida, era Neal Leagan.
-¡Hola, Candy! – dijo como si nada, poniéndose de pie y caminando estratégicamente hacia la puerta. Candy se quedó petrificada, no quería creer que todo pudiera ser una trampa.
-¿Dónde está Albert? – preguntó muy bajito temiendo la peor respuesta.
-¿Trabajando como burro para poder casarse contigo? ¿Para darte una casucha pobretona a lado de un lugar que apesta a rayos? Me temo que así es, tu…prometido, está sano y salvo esperando que llegue el día de mañana. Pero estoy yo aquí, ¿no es maravilloso?
-¿Maravilloso? ¿Estás loco? ¿Por qué me engañaron trayéndome aquí? – Ella trató de mantener la calma, mientras veía una manera de salir corriendo. Pero Neal se interponía entre ella y la puerta.
-Porque solo así podría hablar contigo a solas.
-¿Qué quieres? – preguntó tratando de ocultar su miedo.
-Ya lo sabes. Yo puedo darte lujos, dinero, todo lo que quieras y más, solo tienes que decirlo. Abandona al estúpido de Albert, él nunca podrá darte lo que yo.
-Te equivocas, Neal. Albert me ama, y yo a él, no me importa vivir en la miseria siempre y cuando sea con él. Yo…yo no puedo estar contigo como tú quieres, ahora por favor, déjame salir. Yo prometo no decir nada, solo déjame ir.
-¿Dejarte ir? ¿Crees que me tome la molestia de convencer a Elisa para que se rebajara a hablarte como a su igual? No, preciosa. Esta noche te enseñaré lo que significa estar con un hombre de verdad.
Sus palabras la dejaron helada, y la mirada lascivia que recorrió su cuerpo, le provocó pánico. Empezó a temblar de pies a cabeza, su mirada vagó por la habitación abandonada buscando desesperadamente algo con qué defenderse, pero había estado sola tanto tiempo que no vio nada. Su instinto reparó en la lámpara que estaba sobre la vieja mesa, y pensó que tal vez si iniciaba un fuego, eso la ayudaría a salir, solo sería cuestión de moverse más rápido que él.
Neal solo la observaba, estaba desesperada y eso lo motivaba a seguir con sus retorcidos planes. Vio que su vista se fijaba en la lámpara de aceite y adivinó sus intenciones, corrió a la mesa para apagarla y lo consiguió antes de que Candy lograra su objetivo. La penumbra reinó en el lugar provocando un estado de pánico en Candy.
Ella cambió el rumbo y corrió hacia la puerta, estuvo a punto de abrirla, pero un jalón fuerte de su cabello la detuvo de inmediato. Lágrimas llenaron sus ojos mientras Neal la sujetaba con fuerza arrastrándola hacia el colchón viejo. En determinado momento ella enterró sus uñas en su brazo mientras forcejaba para soltarse.
-¡Estúpida! – Neal aflojó el agarre, sin embargo, solo lo hizo para darle un golpe con el puño cerrado en el rostro, lo que provocó que Candy impactara contra los troncos que hacían de pared.
Cayó al suelo con un fuerte dolor que casi le provoca un desmayo, pero su instinto de supervivencia la motivo a intentar levantarse, pero sus piernas no les respondieron y volvió a caer al suelo sintiéndose impotente. Con su vista fija en el suelo mientras intentaba sobreponerse observó que Neal se acercaba, quiso ponerse de pie, incluso gatear para alejarse él, pero haciendo uso de su fuerza masculina, la tomó de las muñecas y la levantó sin ninguna consideración. En esa ocasión, aunque ella se retorcía y gritaba para que la dejara, sintió como caía sobre una superficie blanda, era el colchón y ella temía que por fin lograra su cometido.
Pero luchó, luchó con todas sus fuerzas, arañándole la cara y ganándose una bofetada que la dejó aturdida, instante que aprovechó Neal para rasgarle la desgastada blusa que dejó al descubierto que solo llevaba debajo su fondo blanco. Él la miró con deseo mientras intentaba tocarle los pechos, pero haciendo acopio de todas sus fuerzas, le propinó un rodillazo en la entre pierna. Golpe que lo dejo gritando de dolor y retorciéndose como el gusano que era. Ella aprovechó ese momento para ponerse de pie, y tambaleándose, pudo llegar hasta la puerta.
Al abrirla sintió la corriente de aire recorrer su cuerpo y cubrió como pudo con la tela desgarrada su pecho. Le dolía todo el cuerpo, la cabeza le martilleaba y sentía que su rostro poco a poco se iba inflamando. Un torrente de lágrimas cubrió su rostro mientras intentaba correr, pero sus desgastadas fuerzas le impedían hacerlo como ella deseaba.
Después de varios segundos, lo que a ella le parecieron horas, le faltó el aire y caminando por entre la espesa arboleda, caminó a trompicones deteniéndose de los gruesos troncos. Si tan solo pudiera llegar a su casa, se encontraría a salvo. Si no hubiera confiado en los Leagan, si tan solo Albert estuviera ahí. Pero el llanto que se negaba a detenerse unos le impidieron ver unas raíces que sobresalían del suelo y tropezó con ellas mandándola al suelo. Se quedó ahí unos instantes, solo para escuchar una serie de maldiciones contra ella.
¡Era Neal!
Intentó ponerse de pie, pero volvió a tropezar. ¿Cómo había podido pensar que ese golpe lo detendría? Ahora se escuchaba más enojado que nunca.
-¡Ahí estás, maldita!
Una oleada de terror invadió su cuerpo y por un instante se paralizó. Como pudo se dio la vuelta lentamente y quedó sentada sobre la tierra, viendo frente a frente a su agresor. Él la miraba con desprecio y lascivia, se acercó con lentitud hacia ella mientras una sonrisa ladeada se formaba en su rostro.
-Por fin sabrás lo que significa estar con un hombre de verdad.
-¡No, por favor, Neal! Te lo suplico…
Pero la suplica murió en sus labios, mientras él se colocaba sobre ella. El instinto de supervivencia hizo reaccionar a Candy y comenzó a defenderse, hasta donde sus limitadas fuerzas se lo permitían, solo que esta vez el actuó más rápido y estrelló su cabeza contra las mismas raíces con las que ella tropezara antes.
Esa vez ella no pudo reaccionar, y se sumió en un mundo de oscuridad y tinieblas. Y esta vez supo, antes de que se la tragara la inconsciencia, que nada ni nadie la salvaría de la maldad de ese hombre. Solo la oscuridad y la soledad del bosque serian testigos mudos de semejante ultraje.
Su último pensamiento lo ocupó el único hombre que la amaría limpiamente…
Albert.
CONTINUARÁ...
Última edición por Lu de Andrew el Miér Abr 12, 2017 8:24 pm, editado 1 vez (Razón : Falta editar.)