Queridas Chicas:
Quien ha leído algo mío, sabe que me gusta acompañar mis historias con música. En este caso se me hizo extremadamente difícil encontrar una melodía que no se interpusiera con la narración. Me disculpo por ello. Simplemente amé la narración sin música. ...Creo que la historia tiene su música personal.
Un abrazo a todas,
Quien ha leído algo mío, sabe que me gusta acompañar mis historias con música. En este caso se me hizo extremadamente difícil encontrar una melodía que no se interpusiera con la narración. Me disculpo por ello. Simplemente amé la narración sin música. ...Creo que la historia tiene su música personal.
Un abrazo a todas,
White Monkey
La primavera florecía. William Albert Andrew padecía de una alergia estacional que lo tenía aferrado a su cajita de Kleenex. Recostado en una silla playera de costosa madera color rojizo, estornudó una vez más.
-¿Ya te tomaste el antihistamínico, Albert?
-Ya ni el antihistamínico hace efecto... ¿no querrías venir a examinarme por aquello de que tuviera algún serio padecimento, desconocido para esta sociedad actual?
-¡No seas exagerado! Si viajaste por medio mundo y regresaste casi intacto, no te vas a dejar ganar por una pequeña alergia, ¿verdad?
-¿Pequeña? ¿Le llamas a esto "pequeña alergia"? -la interrogó Albert mientras le enseñaba su bolsa plástica llena de Kleenex.
-Bueno, ¡mínimo podrás estar contento de que tu bolsita venga con olor a vainilla! -dijo Candy mientras le guiñaba un ojo.
-¿Y eso en qué me ayuda, si puede saberse?
-Eso te ayuda a que dejes de estar qujándote como si fueses un abuelito malhumorado...
-¿Malhumorado yo? ¿Y encima de todo "abuelito"...?
Albert no continuó. Candy, enfundada en un overol azul desteñido, había decidido treparse al árbol que le quedaba a la izquierda de su cabeza. Tenía una ceñida camiseta blanca sin mangas que entallaba tu busto a la perfección. Albert estornudó. Era mejor dedicarse a la tarea de sacar otro Kleenex de la cajita, sonarse y colocar, minuciosamente, el pañuelito desechable en su bolsita con olor a vainilla.
-¡Mira, Albert! ¡Todos los árboles del jardín están empezando a llenarse de follaje!
-Candy, ¡bájate de ese árbol! Ya no eres una chiquilla para columpiarte de rama en rama... ¡Cuánta razón tiene Terry en llamarte "Tarzán"! Quizás yo debería hablar con la Señorita Pony y la Hermana María y rebautizarte como Candy White Monkey...
Candy soltó una carcajada entrecortada por el esfuerzo de treparse al árbol. ¡Candy White Monkey! ¡Eso sí que le haría gracia a más de uno...!
Albert decidió enfocarse en... la grama y su verdor. Era probable que si se concentraba lo suficiente, pudiera alejar sus pensamientos de la prenda blanca que delineaba a la perfección los hermosos senos de Candy. ¿Qué cómo sabía él que eran hermosos? Pues... ...El césped se veía taaaan verde...
-En serio, Albert, ¿por qué no vienes y me acompañas aquí arriba?
-No puedo... estoy "in extremis"...
Candy volvió a reír. ¡Era tan fácil reír con Albert! Después de toda una vida atendiendo personas enfermas y haciéndolas sentir mejor... ¡cómo era bueno que alguien la hiciera reír a ella! Candy dejó de otear el horizonte y bajó su mirada donde Albert permanecía tumbado, cual largo era, sobre su silla de playa traída desde algún país exótico. ¿Cuántos reportajes le habían hecho a Albert revistas de moda, revistas de negocios, revistas de... de cualquier clase? ¿A cuántas galas, cenas, exposiciones, audiciones, almuerzos, desayunos y cualquier cosa imaginable lo había acompañado ella en calidad de su...? ¿Protegida?
Candy dejó de ver a Albert y regresó a otear el horizonte. Repentinamente sintió como si una burbuja de irrealidad la rodeara y se vio a sí misma, viendo a Albert con otra mujer. ... ¿"Otra mujer"? Candy casi se cae de la rama. Volvió la cabeza para cerciorarse de que nadie la observaba entre las ramas de los árboles cercanos y se acomodó lo mejor que pudo en la rama que la sostenía.
-¿Qué? ¿Te fallan tus habilidades platirrinas?
-¡Ya quisieras! ¡Al que le fallan sus habilidades cerciopitecoides es a ti!
-¡Ah, veo que le has estado poniendo atención a tu maestro!
-¿Y me queda otra opción, si estás todo el día hablando de la fundación para ayudar a los gorilas que acabas de crear? ¿No estarás hablando en serio cuando decías lo de irte a África por un tiempo, verdad?
Albert cerró los ojos. Sabía que Candy no podía ver lo que él hacía porque los lentes oscuros que él tenía se lo impedirían. A lo mejor sí era una buena idea ausentarse un poco de los Estados Unidos y regresar al África. Habían momentos en los que estar al lado de Candy era un verdadero suplicio. Su fuerza de voluntad era grande, pero no tanto. Parecía que existía algo dentro de él que crecía y crecía cada vez que tenía que ignorar sus sentimientos. Y ese vacío lo estaba lastimando. Podía ser una buena idea alejarse y volver a tomar el control de su corazón.
Se odiaba a sí mismo por haberse enamorado de Candy. Si él hubiese sido capaz de encontrar el momento en el que "eso" había sucedido, hubiera hecho lo imposible para impedirlo. Albert volvió a estornudar. ...Además en el África él nunca sufría de alergias... Quizás en el África ese vacío que lastimaba cada vez más, podría llenarse con algo... La esperanza siempre era lo último que debía morir...
Candy volvió a ver a Albert. No le había respondido sobre si irse o no al África. Candy volvió a levantar la vista. Probablemente Albert estaría dormitando. ¡Se veía tan lindo con su naricita enrojecida por no poder dejar de sonarse! ...Podría bajarse del árbol y traerle una mantita para cubrirlo. Le dejaría puestos los lentes oscuros para que durmiera sin que la luz lo molestara... Una sombra cruzó la mente de Candy.
...¿Hasta cuándo duraría su paraíso personal? ¿Qué ocurriría si Albert alguna vez se enamoraba de una mujer y ella ya no podía cubrirlo con una mantita para protegerlo de la brisa primaveral? ¿Y si él se iba? ¿Y si la dejaba?
Candy tuvo que retirar sus manos de la rama a la que se aferraba porque la corteza del árbol estaba incrustándosele en las palmas de las manos. Una sensación extraña estaba quemándole el pecho, partiéndoselo en dos. Era como un fuego frío. Como si algo frío y afilado le cortara el corazón en dos, dejándole únicamente un par de esquinitas intactas. Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas sin ella querer o poder evitarlo. ¡Oh, no! ...Estaba enamorada de Albert...
¡La sola idea de perderlo la atenazaba! Había empezado extrañar sus llamadas o los mensajes de texto que le enviaba. Últimamente se tardaba el doble en arreglarse para los eventos a los que asistían porque quería que Albert siempre la encontrara perfecta. ...No había poder humano capaz de separarla de su brazo en los eventos sociales a los que asistían... ...¡Estaba enamorada de Albert...! Pero este amor era tan raro... tan calmado, tan pacífico, tan... ¿hogareño? Candy soltó una carcajada entre lágrimas, al mismo tiempo que Albert estornudaba por centésima vez aquella mañana.
Por un momento, tuvo miedo de hablarle. ¿Y si él se daba cuenta? ¡Dios mío, qué horror! ¿Qué pensaría él de ella? ¿Que era una aprovechada? ¿Una loca? ¿Una depravada? ¿Y si él se asqueaba de ella por esa traición a su amistad, a su camaradería, a su vida perfecta y pacífica? ¿Cómo había ella podido traicionarlo tanto a él? ¿Cómo... cómo había pasado?
-Señorita White Monkey, ¿te vas a pasar la mañana elucubrando sobre el sentido último de la existencia y sus consecuencias en las ondas gravitatorias universales?
Candy estaba muda. El nudo en su garganta no la dejaba hablar. Las lágrimas en los ojos no la dejaban mirar. Las palmas de las manos le dolían por la fuerza con la que se aferraba a las ramas que la sostenían.
-Sí... digo... no...
Albert notó el cambio en el tono de su voz. Se levantó de la silla y viendo hacia arriba, buscó el sitio exacto donde Candy se encontraba. Algo le pasaba. Se la veía como una estatua; tan rígida que podría empujarla con un dedo y se caería como cae el fruto maduro de un árbol.
"Mi amor, ¿estás bien?"... Albert reformuló la pregunta que casi se le sale como un pájaro enjaulado de la boca.
-Candy, ¿estás bien?
Candy respiró, respiró, respiró. Se sentía casi como el lobo de la historia, soplando y soplando y soplando... Era bueno que tuviera sentido del humor, sentada en la rama de un árbol, con las palmas de las manos casi sangrándole y acabando de descubrir que el amor de su vida era su mejor amigo, su confidente, su... ¿su todo?
-Creo que voy a necesitar antihistamínico también, Albert, eso es todo...
¿Eso era todo? ¿O él se imaginaba cosas? ¡No podía ser esto! ¡Él tenía que poner tierra de por medio porque su sentido común estaba empezando a fallarle de manera exponencial! ¡Y jamás se perdonaría lastimar a Candy por su estupidez!
-¿Estás segura?
Candy se limpió las lágrimas tratando de ocultar el tono quebrado de su voz.
-¡Claro, Albert! ¿Qué más podría pasarme?
¡Pues claro, tonto, qué más podría pasarle! Lo único que te pasa a ti es estar viendo cosas donde no las hay. ¡Haz tus maletas y vete al África de una vez por todas!
-¿Sabes, Candy? ¡Creo que voy a requerir de tus habilidades organizacionales para preparar mis maletas! Existen muchos detalles de los que debo encargarme con la fundación...
Albert dejó de hablar. Candy venía bajando del árbol limpiándose la nariz, nada elegantemente, con el dorso de la mano. ...Hasta así se veía perfecta y adorable. Los lentes oscuros que ella tenía puestos, no dejaban a Albert escrutar, que ya no era simplemente mirar, los hermosos ojos verdes de Candy para tratar de encontrar qué era lo que pasaba por su mente y su corazón.
Candy siempre había sido un libro abierto para él. Habían muy pocas cosas que él no supiera de ella y las que no sabía, bastaba con preguntárselas. Candy no sabía mentirle a él. Ni sabía ni quería ni podía.
Ella se dirigió a la cajita verde de Kleenex que Albert había elegido porque, según había dicho él, hacía juego con los ojos verdes de Candy. ¿Por qué él tenía que ser tan perfecto y dulce y adorable y encantador? ¿Por qué? Candy empezó a llorar sin poder contenerse. Albert corrió a su lado sin pensarlo dos veces y la tomó en sus brazos, como tantas otras veces.
-Mi... ¡Candy! ¿Qué te pasa?
-...Nada, Albert... no es nada... es que... no quería que... ...me diera alergia...
-¿Estás llorando porque tienes alergia?
-...Sí...
-¡No es cierto, nunca has podido mentirme! ¿Qué es lo que pasa? -dijo Albert mientras quitaba los lentes oscuros de los ojos de Candy.
Candy hizo el intento de liberarse del abrazo de Albert y esconder sus ojos. ¡Aquello era insoportable! Lo que ella quería era derretirse allí mismo, que él la besara y todo acabara y empezara de una vez por todas!
-...¡Candy...!
Albert aflojó su abrazo. ¡Ella no quería que él la abrazara! ¡No quería que la mirara! Candy no sabía qué hacer... ¿Huir del abrazo? ¿Abrazarlo más? ¿No soltarlo nunca más? Los brazos de Albert se aflojaban a su alrededor. ¡No! ¡No! ¡No! ¡Al diablo todo! Si Albert la odiaba, ¡pues que así fuera! Candy se puso de puntillas, alzó los brazos, le quitó los lentes oscuros a Albert, rodeó su cuello y lo besó en la boca.
Albert sintió los brazos de Candy a su alrededor... ¿en el cuello? ¿Qué... qué pasaba? La sintió pegarse a él. Sintió sus senos pegados en su pecho y algo hizo corto circuito en su cerebro. Pensamientos, no más. Allí, en ese espacio que quedaba entre la piel de Albert y la piel de Candy, los pensamientos de Albert salieron corriendo y fueron a esconderse en la bolsita trasera del pantalón de mezclilla de Albert.
¿Candy lo estaba besando? ¡¿En serio?! ¡¡¿En la boca?!!
Albert no lo pensó dos veces, con el último girón de sus maltrechos pensamientos, rodeó la cintura de Candy tratando de moderar su fuerza y correspondió a ese beso con toda la intensidad de años de represión, control y anhelo. Candy sintió toda la fuerza de Albert que la rodeaba como si de una nube de ilusión coloreada de pasión se tratara. ¡Albert no la odiaba! ¡Albert la amaba! Sólo alguien que ama besaba y abrazaba así! ¡Albert la amaba! Candy se apretó contra Albert, permitiéndose, por vez primera, sentirlo de lleno contra su cuerpo. Albert estaba a punto de perder la cabeza hasta que un estornudo lo hizo apartarse y correr a por la cajita de Kleenex.
Candy reía sin poder contenerse. Los rastros de lágrimas le brillaban en el rostro como caminillos dejados por pequeñísimos diamantes. Albert se reía mientras lanzaba su pañuelito desechable a su bolsita con aroma a vainilla. Los ojos de los dos se encontraron y cada uno notó, en los ojos del otro, cientos de lucecitas brillando locas de contento.
Albert abrazó a Candy con una mezcla de ternura y anticipación y viéndola a los ojos le preguntó:
-¿Qué te parecería un viaje a África como luna de miel, señorita Candy White Monkey?
-¿Ya te tomaste el antihistamínico, Albert?
-Ya ni el antihistamínico hace efecto... ¿no querrías venir a examinarme por aquello de que tuviera algún serio padecimento, desconocido para esta sociedad actual?
-¡No seas exagerado! Si viajaste por medio mundo y regresaste casi intacto, no te vas a dejar ganar por una pequeña alergia, ¿verdad?
-¿Pequeña? ¿Le llamas a esto "pequeña alergia"? -la interrogó Albert mientras le enseñaba su bolsa plástica llena de Kleenex.
-Bueno, ¡mínimo podrás estar contento de que tu bolsita venga con olor a vainilla! -dijo Candy mientras le guiñaba un ojo.
-¿Y eso en qué me ayuda, si puede saberse?
-Eso te ayuda a que dejes de estar qujándote como si fueses un abuelito malhumorado...
-¿Malhumorado yo? ¿Y encima de todo "abuelito"...?
Albert no continuó. Candy, enfundada en un overol azul desteñido, había decidido treparse al árbol que le quedaba a la izquierda de su cabeza. Tenía una ceñida camiseta blanca sin mangas que entallaba tu busto a la perfección. Albert estornudó. Era mejor dedicarse a la tarea de sacar otro Kleenex de la cajita, sonarse y colocar, minuciosamente, el pañuelito desechable en su bolsita con olor a vainilla.
-¡Mira, Albert! ¡Todos los árboles del jardín están empezando a llenarse de follaje!
-Candy, ¡bájate de ese árbol! Ya no eres una chiquilla para columpiarte de rama en rama... ¡Cuánta razón tiene Terry en llamarte "Tarzán"! Quizás yo debería hablar con la Señorita Pony y la Hermana María y rebautizarte como Candy White Monkey...
Candy soltó una carcajada entrecortada por el esfuerzo de treparse al árbol. ¡Candy White Monkey! ¡Eso sí que le haría gracia a más de uno...!
Albert decidió enfocarse en... la grama y su verdor. Era probable que si se concentraba lo suficiente, pudiera alejar sus pensamientos de la prenda blanca que delineaba a la perfección los hermosos senos de Candy. ¿Qué cómo sabía él que eran hermosos? Pues... ...El césped se veía taaaan verde...
-En serio, Albert, ¿por qué no vienes y me acompañas aquí arriba?
-No puedo... estoy "in extremis"...
Candy volvió a reír. ¡Era tan fácil reír con Albert! Después de toda una vida atendiendo personas enfermas y haciéndolas sentir mejor... ¡cómo era bueno que alguien la hiciera reír a ella! Candy dejó de otear el horizonte y bajó su mirada donde Albert permanecía tumbado, cual largo era, sobre su silla de playa traída desde algún país exótico. ¿Cuántos reportajes le habían hecho a Albert revistas de moda, revistas de negocios, revistas de... de cualquier clase? ¿A cuántas galas, cenas, exposiciones, audiciones, almuerzos, desayunos y cualquier cosa imaginable lo había acompañado ella en calidad de su...? ¿Protegida?
Candy dejó de ver a Albert y regresó a otear el horizonte. Repentinamente sintió como si una burbuja de irrealidad la rodeara y se vio a sí misma, viendo a Albert con otra mujer. ... ¿"Otra mujer"? Candy casi se cae de la rama. Volvió la cabeza para cerciorarse de que nadie la observaba entre las ramas de los árboles cercanos y se acomodó lo mejor que pudo en la rama que la sostenía.
-¿Qué? ¿Te fallan tus habilidades platirrinas?
-¡Ya quisieras! ¡Al que le fallan sus habilidades cerciopitecoides es a ti!
-¡Ah, veo que le has estado poniendo atención a tu maestro!
-¿Y me queda otra opción, si estás todo el día hablando de la fundación para ayudar a los gorilas que acabas de crear? ¿No estarás hablando en serio cuando decías lo de irte a África por un tiempo, verdad?
Albert cerró los ojos. Sabía que Candy no podía ver lo que él hacía porque los lentes oscuros que él tenía se lo impedirían. A lo mejor sí era una buena idea ausentarse un poco de los Estados Unidos y regresar al África. Habían momentos en los que estar al lado de Candy era un verdadero suplicio. Su fuerza de voluntad era grande, pero no tanto. Parecía que existía algo dentro de él que crecía y crecía cada vez que tenía que ignorar sus sentimientos. Y ese vacío lo estaba lastimando. Podía ser una buena idea alejarse y volver a tomar el control de su corazón.
Se odiaba a sí mismo por haberse enamorado de Candy. Si él hubiese sido capaz de encontrar el momento en el que "eso" había sucedido, hubiera hecho lo imposible para impedirlo. Albert volvió a estornudar. ...Además en el África él nunca sufría de alergias... Quizás en el África ese vacío que lastimaba cada vez más, podría llenarse con algo... La esperanza siempre era lo último que debía morir...
Candy volvió a ver a Albert. No le había respondido sobre si irse o no al África. Candy volvió a levantar la vista. Probablemente Albert estaría dormitando. ¡Se veía tan lindo con su naricita enrojecida por no poder dejar de sonarse! ...Podría bajarse del árbol y traerle una mantita para cubrirlo. Le dejaría puestos los lentes oscuros para que durmiera sin que la luz lo molestara... Una sombra cruzó la mente de Candy.
...¿Hasta cuándo duraría su paraíso personal? ¿Qué ocurriría si Albert alguna vez se enamoraba de una mujer y ella ya no podía cubrirlo con una mantita para protegerlo de la brisa primaveral? ¿Y si él se iba? ¿Y si la dejaba?
Candy tuvo que retirar sus manos de la rama a la que se aferraba porque la corteza del árbol estaba incrustándosele en las palmas de las manos. Una sensación extraña estaba quemándole el pecho, partiéndoselo en dos. Era como un fuego frío. Como si algo frío y afilado le cortara el corazón en dos, dejándole únicamente un par de esquinitas intactas. Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas sin ella querer o poder evitarlo. ¡Oh, no! ...Estaba enamorada de Albert...
¡La sola idea de perderlo la atenazaba! Había empezado extrañar sus llamadas o los mensajes de texto que le enviaba. Últimamente se tardaba el doble en arreglarse para los eventos a los que asistían porque quería que Albert siempre la encontrara perfecta. ...No había poder humano capaz de separarla de su brazo en los eventos sociales a los que asistían... ...¡Estaba enamorada de Albert...! Pero este amor era tan raro... tan calmado, tan pacífico, tan... ¿hogareño? Candy soltó una carcajada entre lágrimas, al mismo tiempo que Albert estornudaba por centésima vez aquella mañana.
Por un momento, tuvo miedo de hablarle. ¿Y si él se daba cuenta? ¡Dios mío, qué horror! ¿Qué pensaría él de ella? ¿Que era una aprovechada? ¿Una loca? ¿Una depravada? ¿Y si él se asqueaba de ella por esa traición a su amistad, a su camaradería, a su vida perfecta y pacífica? ¿Cómo había ella podido traicionarlo tanto a él? ¿Cómo... cómo había pasado?
-Señorita White Monkey, ¿te vas a pasar la mañana elucubrando sobre el sentido último de la existencia y sus consecuencias en las ondas gravitatorias universales?
Candy estaba muda. El nudo en su garganta no la dejaba hablar. Las lágrimas en los ojos no la dejaban mirar. Las palmas de las manos le dolían por la fuerza con la que se aferraba a las ramas que la sostenían.
-Sí... digo... no...
Albert notó el cambio en el tono de su voz. Se levantó de la silla y viendo hacia arriba, buscó el sitio exacto donde Candy se encontraba. Algo le pasaba. Se la veía como una estatua; tan rígida que podría empujarla con un dedo y se caería como cae el fruto maduro de un árbol.
"Mi amor, ¿estás bien?"... Albert reformuló la pregunta que casi se le sale como un pájaro enjaulado de la boca.
-Candy, ¿estás bien?
Candy respiró, respiró, respiró. Se sentía casi como el lobo de la historia, soplando y soplando y soplando... Era bueno que tuviera sentido del humor, sentada en la rama de un árbol, con las palmas de las manos casi sangrándole y acabando de descubrir que el amor de su vida era su mejor amigo, su confidente, su... ¿su todo?
-Creo que voy a necesitar antihistamínico también, Albert, eso es todo...
¿Eso era todo? ¿O él se imaginaba cosas? ¡No podía ser esto! ¡Él tenía que poner tierra de por medio porque su sentido común estaba empezando a fallarle de manera exponencial! ¡Y jamás se perdonaría lastimar a Candy por su estupidez!
-¿Estás segura?
Candy se limpió las lágrimas tratando de ocultar el tono quebrado de su voz.
-¡Claro, Albert! ¿Qué más podría pasarme?
¡Pues claro, tonto, qué más podría pasarle! Lo único que te pasa a ti es estar viendo cosas donde no las hay. ¡Haz tus maletas y vete al África de una vez por todas!
-¿Sabes, Candy? ¡Creo que voy a requerir de tus habilidades organizacionales para preparar mis maletas! Existen muchos detalles de los que debo encargarme con la fundación...
Albert dejó de hablar. Candy venía bajando del árbol limpiándose la nariz, nada elegantemente, con el dorso de la mano. ...Hasta así se veía perfecta y adorable. Los lentes oscuros que ella tenía puestos, no dejaban a Albert escrutar, que ya no era simplemente mirar, los hermosos ojos verdes de Candy para tratar de encontrar qué era lo que pasaba por su mente y su corazón.
Candy siempre había sido un libro abierto para él. Habían muy pocas cosas que él no supiera de ella y las que no sabía, bastaba con preguntárselas. Candy no sabía mentirle a él. Ni sabía ni quería ni podía.
Ella se dirigió a la cajita verde de Kleenex que Albert había elegido porque, según había dicho él, hacía juego con los ojos verdes de Candy. ¿Por qué él tenía que ser tan perfecto y dulce y adorable y encantador? ¿Por qué? Candy empezó a llorar sin poder contenerse. Albert corrió a su lado sin pensarlo dos veces y la tomó en sus brazos, como tantas otras veces.
-Mi... ¡Candy! ¿Qué te pasa?
-...Nada, Albert... no es nada... es que... no quería que... ...me diera alergia...
-¿Estás llorando porque tienes alergia?
-...Sí...
-¡No es cierto, nunca has podido mentirme! ¿Qué es lo que pasa? -dijo Albert mientras quitaba los lentes oscuros de los ojos de Candy.
Candy hizo el intento de liberarse del abrazo de Albert y esconder sus ojos. ¡Aquello era insoportable! Lo que ella quería era derretirse allí mismo, que él la besara y todo acabara y empezara de una vez por todas!
-...¡Candy...!
Albert aflojó su abrazo. ¡Ella no quería que él la abrazara! ¡No quería que la mirara! Candy no sabía qué hacer... ¿Huir del abrazo? ¿Abrazarlo más? ¿No soltarlo nunca más? Los brazos de Albert se aflojaban a su alrededor. ¡No! ¡No! ¡No! ¡Al diablo todo! Si Albert la odiaba, ¡pues que así fuera! Candy se puso de puntillas, alzó los brazos, le quitó los lentes oscuros a Albert, rodeó su cuello y lo besó en la boca.
Albert sintió los brazos de Candy a su alrededor... ¿en el cuello? ¿Qué... qué pasaba? La sintió pegarse a él. Sintió sus senos pegados en su pecho y algo hizo corto circuito en su cerebro. Pensamientos, no más. Allí, en ese espacio que quedaba entre la piel de Albert y la piel de Candy, los pensamientos de Albert salieron corriendo y fueron a esconderse en la bolsita trasera del pantalón de mezclilla de Albert.
¿Candy lo estaba besando? ¡¿En serio?! ¡¡¿En la boca?!!
Albert no lo pensó dos veces, con el último girón de sus maltrechos pensamientos, rodeó la cintura de Candy tratando de moderar su fuerza y correspondió a ese beso con toda la intensidad de años de represión, control y anhelo. Candy sintió toda la fuerza de Albert que la rodeaba como si de una nube de ilusión coloreada de pasión se tratara. ¡Albert no la odiaba! ¡Albert la amaba! Sólo alguien que ama besaba y abrazaba así! ¡Albert la amaba! Candy se apretó contra Albert, permitiéndose, por vez primera, sentirlo de lleno contra su cuerpo. Albert estaba a punto de perder la cabeza hasta que un estornudo lo hizo apartarse y correr a por la cajita de Kleenex.
Candy reía sin poder contenerse. Los rastros de lágrimas le brillaban en el rostro como caminillos dejados por pequeñísimos diamantes. Albert se reía mientras lanzaba su pañuelito desechable a su bolsita con aroma a vainilla. Los ojos de los dos se encontraron y cada uno notó, en los ojos del otro, cientos de lucecitas brillando locas de contento.
Albert abrazó a Candy con una mezcla de ternura y anticipación y viéndola a los ojos le preguntó:
-¿Qué te parecería un viaje a África como luna de miel, señorita Candy White Monkey?
Última edición por Anjou el Sáb Abr 15, 2017 10:42 pm, editado 1 vez