El jardín mágico de Terry.
-Tus ojos se iluminan con una luz especial a estas horas de la noche, mi Dama.
-Favor que me haces, M´Lord.
-No es ningùn favor, ùnicamente la màs absoluta verdad.
-¿No te parece que la noche es magnìfica?
-Por supuesto.
-Digo, ademàs de ser la noche de tu cumpleaños.
-¿Te olvidas? Ya es otro dìa. Mi cumpleaños fue ayer.
-Eso es un pequeño detalle sin importancia, M´Lord. Lo importante es que estamos aquì y tengo una sorpresa para ti.
-¿Es posible? ¿Màs todavía?
-Ya sè que han celebrado de mil formas diferentes tu cumpleaños, pero quiero darte un pequeño paseo.
-No estaràs pensado en...
-¡Pero por supuesto! ¿Còmo màs?
-Sabes que soy excelente jinete, pero en este caso me siento un poco perdido...
-No tienes por què. Vas a sostenerte de mi cintura y seremos buenitos contigo...
-Ese brillo pìcaro que tienes en los ojos te delata, mi pequeña Morita.
-¡Jajajajajà! ¿Pequeña Morita?
-Pues es tu color. Por simple asociaciòn de ideas, te vas del pùrpura al morado y tù resultas siendo una preciosa y apetecible Morita.
-M´Lord... no me tientes que sabes que si me descontrolo, todo el bosque temblarìa conmigo...
-No hagas que me vuele la mente, Frambuesa...
-¿Ya cambiamos de fruta?
-Es que te estoy creando un còctel especialmente suculento... ya tú me diràs si quieres que lo prepare especialmente para ti.
-Ah, veo que estàs curiosamente coqueto en esta noche.
-Creo que la sola idea de cubrirte toda de frutas se me hace irresistible...
-Vas a sacarme los otros colores...
-Eso es lo que me gustarìa precisamente.
Y cuando Terry se acercaba a la Dama para acariciar su rostro, un fino listòn de piel suave y lila, acariciò el cabello de Terry.
-Favor que me haces, M´Lord.
-No es ningùn favor, ùnicamente la màs absoluta verdad.
-¿No te parece que la noche es magnìfica?
-Por supuesto.
-Digo, ademàs de ser la noche de tu cumpleaños.
-¿Te olvidas? Ya es otro dìa. Mi cumpleaños fue ayer.
-Eso es un pequeño detalle sin importancia, M´Lord. Lo importante es que estamos aquì y tengo una sorpresa para ti.
-¿Es posible? ¿Màs todavía?
-Ya sè que han celebrado de mil formas diferentes tu cumpleaños, pero quiero darte un pequeño paseo.
-No estaràs pensado en...
-¡Pero por supuesto! ¿Còmo màs?
-Sabes que soy excelente jinete, pero en este caso me siento un poco perdido...
-No tienes por què. Vas a sostenerte de mi cintura y seremos buenitos contigo...
-Ese brillo pìcaro que tienes en los ojos te delata, mi pequeña Morita.
-¡Jajajajajà! ¿Pequeña Morita?
-Pues es tu color. Por simple asociaciòn de ideas, te vas del pùrpura al morado y tù resultas siendo una preciosa y apetecible Morita.
-M´Lord... no me tientes que sabes que si me descontrolo, todo el bosque temblarìa conmigo...
-No hagas que me vuele la mente, Frambuesa...
-¿Ya cambiamos de fruta?
-Es que te estoy creando un còctel especialmente suculento... ya tú me diràs si quieres que lo prepare especialmente para ti.
-Ah, veo que estàs curiosamente coqueto en esta noche.
-Creo que la sola idea de cubrirte toda de frutas se me hace irresistible...
-Vas a sacarme los otros colores...
-Eso es lo que me gustarìa precisamente.
Y cuando Terry se acercaba a la Dama para acariciar su rostro, un fino listòn de piel suave y lila, acariciò el cabello de Terry.
-Hath, no seas traviesa... ¡què inoportuna eres!
-Dèjame recordarte, joven Duque, que siento todo lo que mi Dama siente.
-Muy poco conveniente cualidad a estas alturas, Serpientita.
-Esta "Serpientita" va a llevarte a un viaje especial. No temas.
-¿Quièn te dijo que te temo?
-Nadie... sòlo recuerda que tambièn escucho todo lo que escucha mi Dama, asì que cuidado con esas manos que Dios te dio y pòrtate bien.
Hath se alejò lo suficiente como para que Terry pudiera apreciarla en todo su esplendor. Su hermoso cuerpo cubierto de escamas lilas con tonalidades plateadas brillaba intensamente a la luz de la luna llena. Terry no sabìa exactamente què era lo que mujer y dragón se proponìan, pero estaba dispuesto a averiguarlo. Tenìa que reconocer que el dragòn era espectacular y no sabìa de alguien màs que la hubiese visto. Hath era inmensa, sus alas podìan desplegarse en el aire y su majestuosidad opacaba a la propia luna. Era fascinante esa relaciòn entre la Dama y su Dragòn. Juntas lo podìan todo. La una complementaba a la otra y la una sin la otra, eran nada.
-Bien, señoras, ustedes mandan.
Hath soltò una risita por lo bajo y se inclinò para que su Dama pudiera subir a su lomo por su pata doblada. Terry las veìa asombrado pero el reto era insoportable.
-No temas, que no voy a comerte -dijo Hath entre una carcajada.
-Estoy seguro que no sabrìa en absoluto como tus manjares habituales... o al menos no tan suculento.
-No me tientes, que podrìas ser un delicioso aperitivo...
-Està bien ustedes dos -dijo la Dama interrumpiendo el duelo entre hombre y Dragòn. Ya es hora de levantar vuelo, no soy la ùnica que tiene presentes para ti, M´Lord. Debo ser considerada con las otras Damas.
-Por eso es que te adoro, mi Dama, tienes modales exquisitos.
-Ya basta, me haces sonrojar. Ven, toma mi mano y empecemos.
Y diciendo esto, ofreciò su mano a Terry quien la tomò gustoso, percibiendo la suavidad de la piel de la Dama y su calidez perfumada. El Dragòn dejaba a Terry sin habla cada vez que lo veìa, pero subirse a su lomo era una corriente elèctrica que lo recorrìa de pies a cabeza.
-¿A dònde me llevas, mi Dama?
-Sostente firme, M´Lord.
-Y recuerda mantener esas manos muy tranquilas -le recordò Hath.
La risa que saliò de los labios de Terry, erizò la piel de la Dama. No podìa evitarlo, su presencia le hacìa sentir escalofrìos y sentir sus manos rodeando su cintura, hacìa que su temperatura corporal se agitara màs que las alas de Hath.
"Tù tambièn sè una buena niña", le dijo mentalmente Hath a su Dama.
"Ya conoces còmo es la cosa: me derrito entre sus brazos."
Un gruñido saliò de la garganta de Hath y su Dama no quiso pensar màs.
-Ahora vamos a atravesar el foris -dijo la Dama a Terry. Recuerda que es frìo y oscuro. No temas, Hath sabe lo que hace. Y elevàndose sobre el bosque y el agua, Hath desplegò sus alas y ascendiò hasta el punto conocido. En un instante, todo fue oscuridad y un frìo congelante recorriò todo el cuerpo de Terry. Supo que habìan salido del foris porque su cuerpo recuperò poco a poco su temperatura normal y sus ojos se fueron acostumbrando a una tenue luz.
-¿Dònde estamos?
-Ahora mismo lo veràs.
Hath sobrevolaba un tranquilo paraje. Toda la vegetaciòn era de color lila y un apacible rìo reflejaba la noche y las estrellas del cielo. Hacia el norte, un castillo aparecìa iluminado en todas sus ventanas. Hath se posò en la torre màs alta y su Dama y Terry descendieron tranquilamente.
-Dèjame recordarte, joven Duque, que siento todo lo que mi Dama siente.
-Muy poco conveniente cualidad a estas alturas, Serpientita.
-Esta "Serpientita" va a llevarte a un viaje especial. No temas.
-¿Quièn te dijo que te temo?
-Nadie... sòlo recuerda que tambièn escucho todo lo que escucha mi Dama, asì que cuidado con esas manos que Dios te dio y pòrtate bien.
Hath se alejò lo suficiente como para que Terry pudiera apreciarla en todo su esplendor. Su hermoso cuerpo cubierto de escamas lilas con tonalidades plateadas brillaba intensamente a la luz de la luna llena. Terry no sabìa exactamente què era lo que mujer y dragón se proponìan, pero estaba dispuesto a averiguarlo. Tenìa que reconocer que el dragòn era espectacular y no sabìa de alguien màs que la hubiese visto. Hath era inmensa, sus alas podìan desplegarse en el aire y su majestuosidad opacaba a la propia luna. Era fascinante esa relaciòn entre la Dama y su Dragòn. Juntas lo podìan todo. La una complementaba a la otra y la una sin la otra, eran nada.
-Bien, señoras, ustedes mandan.
Hath soltò una risita por lo bajo y se inclinò para que su Dama pudiera subir a su lomo por su pata doblada. Terry las veìa asombrado pero el reto era insoportable.
-No temas, que no voy a comerte -dijo Hath entre una carcajada.
-Estoy seguro que no sabrìa en absoluto como tus manjares habituales... o al menos no tan suculento.
-No me tientes, que podrìas ser un delicioso aperitivo...
-Està bien ustedes dos -dijo la Dama interrumpiendo el duelo entre hombre y Dragòn. Ya es hora de levantar vuelo, no soy la ùnica que tiene presentes para ti, M´Lord. Debo ser considerada con las otras Damas.
-Por eso es que te adoro, mi Dama, tienes modales exquisitos.
-Ya basta, me haces sonrojar. Ven, toma mi mano y empecemos.
Y diciendo esto, ofreciò su mano a Terry quien la tomò gustoso, percibiendo la suavidad de la piel de la Dama y su calidez perfumada. El Dragòn dejaba a Terry sin habla cada vez que lo veìa, pero subirse a su lomo era una corriente elèctrica que lo recorrìa de pies a cabeza.
-¿A dònde me llevas, mi Dama?
-Sostente firme, M´Lord.
-Y recuerda mantener esas manos muy tranquilas -le recordò Hath.
La risa que saliò de los labios de Terry, erizò la piel de la Dama. No podìa evitarlo, su presencia le hacìa sentir escalofrìos y sentir sus manos rodeando su cintura, hacìa que su temperatura corporal se agitara màs que las alas de Hath.
"Tù tambièn sè una buena niña", le dijo mentalmente Hath a su Dama.
"Ya conoces còmo es la cosa: me derrito entre sus brazos."
Un gruñido saliò de la garganta de Hath y su Dama no quiso pensar màs.
-Ahora vamos a atravesar el foris -dijo la Dama a Terry. Recuerda que es frìo y oscuro. No temas, Hath sabe lo que hace. Y elevàndose sobre el bosque y el agua, Hath desplegò sus alas y ascendiò hasta el punto conocido. En un instante, todo fue oscuridad y un frìo congelante recorriò todo el cuerpo de Terry. Supo que habìan salido del foris porque su cuerpo recuperò poco a poco su temperatura normal y sus ojos se fueron acostumbrando a una tenue luz.
-¿Dònde estamos?
-Ahora mismo lo veràs.
Hath sobrevolaba un tranquilo paraje. Toda la vegetaciòn era de color lila y un apacible rìo reflejaba la noche y las estrellas del cielo. Hacia el norte, un castillo aparecìa iluminado en todas sus ventanas. Hath se posò en la torre màs alta y su Dama y Terry descendieron tranquilamente.
-Pero, ¿què es este sitio? ¿Tu hogar?
-No, pero lo he preparado especialmente para ti. Asòmate a las ventanas, M´Lord.
Terry se inclinò hacia la primera ventana. En su interior, una pequeña veìa imàgenes de colores en una especie de cubo. La chiquilla sonreìa y llevaba sus manos al pecho o cantaba una extraña canciòn al cabo de unos momentos. Terry atravesò el grueso muro y fue a colocarse detràs de la niña. Escuchò su nombre una, dos, tres veces. Dirigiò su mirada al cubo y, para su asombro, se vio de una forma algo irreal, encerrado en esa imagen.
-¿Pero... què es esto? -preguntò Terry a la Dama.
-Eres tù, M´Lord.
-¿Yo? ¿Còmo? Ese no soy yo... es una... imagen...
-Asì es, te han convertido en una imagen.
Terry no salìa de su asombro. El de la imagen era èl, pero de una forma muy rùstica. Se volviò a ver de nuevo el cubo y a contemplarse a sì mismo. Escuchaba a la pequeña llamarlo por su nombre, sin embargo ella ignoraba que èl estaba allì. Sòlo veìa la imagen del cubo.
-Ven, M´Lord, acompàñame.
Y, tomàndolo de la mano, la Dama lo llevò a recorrer todas y cada una de las ventanas del castillo. En cada una, habìa una pequeña sentada frente al extraño objeto, vièndolo a èl y suspirando al decir su nombre.
-Pero... no entiendo nada...
-Es muy sencillo, M´Lord. Tù eres el motivo de que todas estas pequeñas, en esa otra dimensiòn, sueñen y dejen todo de lado para estar contigo. Todas y cada una de ellas, te sueñan, te buscan y desean verte feliz. Cada una de ellas darìa lo que fuera para estar un sòlo minuto a tu lado, por tenerte palpablemente, como puedo verte yo ahora mismo. Por poder sentir el calor de tu piel y el color de tus ojos. Por poder acariciar tu cabello y escuchar tu voz.
Tù has sido el motivo de sus inspiraciones, sus fantasìas y desvelos. Y cuando cada una de esas chiquillas crezca, continuarà vièndote en su corazòn y guardando tu imàgen en su mente. Crearà poemas para ti, canciones, historias. Tu quedaràs guardado en su interior como la màs bella de sus sensaciones. Y volveràn a ti, cada vez que deseen encontrarte. Cada una de ellas te conoce mejor que a sì mismas. Y cada una de ellas te busca en cada rincòn. Cada una de ellas ha crecido soñàndote y extrañàndote y vibrando con el sonido de tu voz.
Y cuando cada una de ellas encuentre esa otra dimensiòn del color de las rosas, se reconoceràn y tu esencia las unirà y hermanarà. El color de tus ojos se posarà en sus miradas y se sabràn reconocer. Tù, M´Lord, seràs nuevamente el motivo de sus alegrìas y sus sueños y las existencias de unas y otras se veràn tocadas por el intenso azul de tu mirada.
Los ojos de Terry brillaban humedecidos por las làgrimas. Jamàs pensò que su existencia pudiera representar algo tan profundo para tantas hermosas creaturas.
En silencio recorriò las innumerables ventanas del castillo y contemplò como cada una de las hermosas chiquillas, fueron transformàndose en fragantes rosas con cuerpo de mujer. No ùnicamente se sentìa halagado, sino conmovido hasta lo màs hondo de su ser. Sus pequeñas princesas se habìan convertido en flores radiantes de un jardìn color atardecer.
Los ojos de la Dama encontraron los del Duque y le dijo:
-Cada una lleva un nombre distinto, cada una, una historia distinta, pero todas y cada una, llevan grabado tu nombre, Terry Grandchester, en sus corazones.
-No, pero lo he preparado especialmente para ti. Asòmate a las ventanas, M´Lord.
Terry se inclinò hacia la primera ventana. En su interior, una pequeña veìa imàgenes de colores en una especie de cubo. La chiquilla sonreìa y llevaba sus manos al pecho o cantaba una extraña canciòn al cabo de unos momentos. Terry atravesò el grueso muro y fue a colocarse detràs de la niña. Escuchò su nombre una, dos, tres veces. Dirigiò su mirada al cubo y, para su asombro, se vio de una forma algo irreal, encerrado en esa imagen.
-¿Pero... què es esto? -preguntò Terry a la Dama.
-Eres tù, M´Lord.
-¿Yo? ¿Còmo? Ese no soy yo... es una... imagen...
-Asì es, te han convertido en una imagen.
Terry no salìa de su asombro. El de la imagen era èl, pero de una forma muy rùstica. Se volviò a ver de nuevo el cubo y a contemplarse a sì mismo. Escuchaba a la pequeña llamarlo por su nombre, sin embargo ella ignoraba que èl estaba allì. Sòlo veìa la imagen del cubo.
-Ven, M´Lord, acompàñame.
Y, tomàndolo de la mano, la Dama lo llevò a recorrer todas y cada una de las ventanas del castillo. En cada una, habìa una pequeña sentada frente al extraño objeto, vièndolo a èl y suspirando al decir su nombre.
-Pero... no entiendo nada...
-Es muy sencillo, M´Lord. Tù eres el motivo de que todas estas pequeñas, en esa otra dimensiòn, sueñen y dejen todo de lado para estar contigo. Todas y cada una de ellas, te sueñan, te buscan y desean verte feliz. Cada una de ellas darìa lo que fuera para estar un sòlo minuto a tu lado, por tenerte palpablemente, como puedo verte yo ahora mismo. Por poder sentir el calor de tu piel y el color de tus ojos. Por poder acariciar tu cabello y escuchar tu voz.
Tù has sido el motivo de sus inspiraciones, sus fantasìas y desvelos. Y cuando cada una de esas chiquillas crezca, continuarà vièndote en su corazòn y guardando tu imàgen en su mente. Crearà poemas para ti, canciones, historias. Tu quedaràs guardado en su interior como la màs bella de sus sensaciones. Y volveràn a ti, cada vez que deseen encontrarte. Cada una de ellas te conoce mejor que a sì mismas. Y cada una de ellas te busca en cada rincòn. Cada una de ellas ha crecido soñàndote y extrañàndote y vibrando con el sonido de tu voz.
Y cuando cada una de ellas encuentre esa otra dimensiòn del color de las rosas, se reconoceràn y tu esencia las unirà y hermanarà. El color de tus ojos se posarà en sus miradas y se sabràn reconocer. Tù, M´Lord, seràs nuevamente el motivo de sus alegrìas y sus sueños y las existencias de unas y otras se veràn tocadas por el intenso azul de tu mirada.
Los ojos de Terry brillaban humedecidos por las làgrimas. Jamàs pensò que su existencia pudiera representar algo tan profundo para tantas hermosas creaturas.
En silencio recorriò las innumerables ventanas del castillo y contemplò como cada una de las hermosas chiquillas, fueron transformàndose en fragantes rosas con cuerpo de mujer. No ùnicamente se sentìa halagado, sino conmovido hasta lo màs hondo de su ser. Sus pequeñas princesas se habìan convertido en flores radiantes de un jardìn color atardecer.
Los ojos de la Dama encontraron los del Duque y le dijo:
-Cada una lleva un nombre distinto, cada una, una historia distinta, pero todas y cada una, llevan grabado tu nombre, Terry Grandchester, en sus corazones.