Hola querido Forito!!
Tuve un accidente con el celular durante el fin de semana y, como diría un buen amigo mío: sin computadora, y ahora sin celular ¡He vuelto al año 2000!
Me estoy robando un ratito de trabajo para venirles a dejar un nuevo "recuerdo".
Algo pequeñito, para Stear... el dulce Stear! El bueno, el noble, el generoso, bondadoso y carismático ¡El siempre hermoso y siempre joven! Uno de los más queridos de mi corazón: Mi querido y amado Stear.
Al mismo tiempo, en su momento, fue un pequeño tributo a una historia escrita por mi querida Mimicat llamada "MARTHA" (click AQUI si deseas recordarla)
Espero que sea de su agrado este recuerdo, de cierta manera "doble", para el hermoso y jamás olvidado inventor...
P.D. No se pierdan la canción; es simplemente preciosa!
Desde que había leído las noticias en los periódicos el muchacho no podía dejar de pensar en ello.
Había llegado al punto que ni siquiera podía dormir bien en las noches.
¿Y si todo ese horror llegaba hasta acá, a su hogar? ¡Dios no lo permita!
Se revolvía en su cama pensando en ello y la ansiedad amenazaba con hacerlo presa, pero él tenía una simple solución a ello.
Abría el cajón de su buró donde, entre algunas de sus cosas personales reposaba un sobre ya un poco amarillo.
Sus dedos lo abrieron con cuidado y ya desde el primer toque su ansiedad se disipaba de a poco, acariciar con sus delicados dedos aquel largo y sedoso mechón de cabello le devolvía la tranquilidad; lo llevaba en un corto viaje mental hacia momentos de su vida cuando todo era más simple, cuando no tenía las preocupaciones propias del hombre en el que tan velozmente se había convertido.
¡Qué no daría él! Por volver a brincar en esos prados, por volver a rodar por las colinas, por volver a que su única preocupación fuera que Archie no se raspara las rodillas o que los aparatos que desarmaba y volvía a armar no le sobraran tornillos… No, ya no eran esos tiempos, y como un hombre que ya era, tenía que hacer frente a lo que tenía delante de sí.
Lo primero que se le ocurrió fue despedirse de Candy, pero ¿cómo hacerlo sin preocuparla? Ella tenía sus propios líos; Terry… Albert… su trabajo como enfermera…
Se levantó y comenzó un proyecto sencillo, un recuerdo qué dejarle cuando él ya no estuviera cerca; algo que la reconfortara y la hiciera pensar en días mejores; un sencillo bálsamo, como aquel mechón de sedoso cabello lo era para él.
Tenía que ser algo simple, sencillo; algo que fuera fácil de transportar y que no diera pena ajena como el resto de sus inventos fallidos.
Algo que ella pudiera llevar siempre, para que lo recuerde con cariño; algo que él pudiera terminar de elaborar pronto, pues la fecha de su partida se acercaba.
Ya había firmado el registro de reclutamiento voluntario, y le esperaban en puerto en muy pocos días.
Cuando la tuvo terminada ¡No podía creer que le hubiera quedado tan bien!
Pasó horas en el taller probándola una y otra vez, con aquel mechón de cabello dando vueltas entre sus dedos angustiados; y tomaba nuevamente la cajita dándole cuerda de nuevo y de nuevo, para asegurarse que sonaba bien, que el mecanismo funcionaba; asegurarse que no iba a suceder que, cuando Candy la tuviera, de un momento a otro saliera brincando por ahí un engrane y se desarmara sobre sus manos ¡Eso sería terrible! Pero la cajita de música aparentemente le había quedado perfecta.
Aquella mañana se levantó temprano, tenía algunas cosas que hacer antes de partir, nevaba, así que se calzó su chaqueta más abrigada, una gruesa bufanda y aquella gorrita que tanto le gustaba.
Sonrió para sus adentros cuando sacó del cajón la pequeña cajita de música y se la guardó en el bolsillo.
Pero la sonrisa desapareció cuando, a través del cristal de sus espejuelos se quedó mirando su reflejo en el espejo de su habitación.
¿Alguna vez han sentido que al mirarse tanto rato en el espejo de pronto su imagen deja de tener sentido?
Eso mismo sintió aquel muchacho en ese momento; de pronto ya no se vio así mismo; sino una serie de formas sin concierto que no parecían ser su propio rostro.
Lo único que tuvo claro fue la determinación de lo que iba a hacer, porque sentía muy dentro de corazón que tenía que hacerlo.
La ansiedad nuevamente lo hacía presa, y metió la mano a uno de sus bolsillos, donde reposa aquel largo y sedoso mechón de cabello atado a su cintita de seda que lo había acompañado durante tantos años.
Una vez más aquel suave tacto le dio sosiego.
Tuvo que apresurarse para encontrarla; Candy partía para Nueva York esa tarde; él que había llegado a conocer tan bien a Terry y a la misma Candy, sabía que a lo mejor Candy no regresaba de ese viaje ¡Dios los bendiga! Por eso tenía que entregarle la cajita ahora mismo, porque él tampoco sabía si volvería del suyo.
Logró encontrarla casi abordando, la cara de felicidad de la pecosa fue para él, el mejor aliciente, la mejor despedida y un motivo que afianzó la decisión que había tomado.
Porque si en algún momento algo de lo que estaba pasando en Europa cruzaba el mar y llegaba a ella… no eso él no podría perdonárselo.
Dicen que el esfuerzo de uno sólo no hace ninguna diferencia, pero él estaba convencido que todo cambio comienza por uno; por una sola persona que tuvo el valor de hacer lo que los demás no se atrevían y viendo el ejemplo, seguirlo.
Quizá nadie lo seguiría a él, pero él sentía como un deber moral como hombre que era, el estar allá y luchar por la paz de los seres que amaba.
Una vez vio partir el tren que se llevaría a Candy, volvió a su hogar.
Atardecía, nadie lo vio porque no fue a su casa, tenía su morral escondido en su taller, y una vez que lo tomó, se dirigió a la colina donde ella descansaba, con el mechón de sedoso cabello bailando entre sus dedos, dándole quizá algo de consuelo.
Dejó caer el morral a la hierba y plantó una rodilla en la nieve, delante de la pequeña cruz de madera que él mismo había colocado ahí hace varios años.
-Espero no irme por mucho tiempo- dijo el joven con voz queda, mientras retiraba el cordoncito de flores resecas que dios sabe cuánto tiempo llevaba ahí colgado y colocando uno nuevo que había venido elaborando en el camino.
- A veces quisiera volver a ser un niño pequeño ¿sabes? Como cuando estábamos juntos y tú eras mi mejor amiga… Te extraño tanto. Ahora quiero pedirte un favor… Mi hermano, él no va a entender por qué me fui, se enojará mucho, gritará, maldecirá y luego llorará como un niño ¡No lo conoceré! Solo espero que haya algún par de brazos que lo consuelen porque los míos no van a estar ahí para él.
Se retiró los lentes dando un suspiro y con el dorso de la mano secó un par de lágrimas de sus mejillas.
-Nunca te olvidé… - dijo con una ligera sonrisa llevando a su rostro aquel mecho de cabello que él mismo le había cortado antes de enterrarla – Y nunca voy a olvidarte, siempre fuiste y siempre serás mi mejor amiga y jamás olvidaré todas las cosas que pasamos, todos los problemas en los que te metiste por mi culpa. La forma cómo me cuidabas cuando yo era niño… Espero volver, tengo fe en ello ¡quiero tenerla, pero…! Pero si no vuelvo, por favor... por favor te lo suplico, ven tú por mí. Pero sobre todo, por favor no dejes solo a Archie.
Staer se levantó, se colocó las gafas y se colgó el morral al hombro nuevamente.
-Cuídalo Martha… es todo lo que te pido. Cuídalo como siempre me has cuidado a mí.
Stear levantó la vista, el sol llegaba a su cenit.
Con los últimos rayos rosados del sol que moría, el joven bajó de la colina y emprendió el camino hacia su destino.
(Tributo a “MARTHA” de Mimicat Cornwell)
Tuve un accidente con el celular durante el fin de semana y, como diría un buen amigo mío: sin computadora, y ahora sin celular ¡He vuelto al año 2000!
Me estoy robando un ratito de trabajo para venirles a dejar un nuevo "recuerdo".
Algo pequeñito, para Stear... el dulce Stear! El bueno, el noble, el generoso, bondadoso y carismático ¡El siempre hermoso y siempre joven! Uno de los más queridos de mi corazón: Mi querido y amado Stear.
Al mismo tiempo, en su momento, fue un pequeño tributo a una historia escrita por mi querida Mimicat llamada "MARTHA" (click AQUI si deseas recordarla)
Espero que sea de su agrado este recuerdo, de cierta manera "doble", para el hermoso y jamás olvidado inventor...
P.D. No se pierdan la canción; es simplemente preciosa!
UN MECHÓN DE CABELLO
Desde que había leído las noticias en los periódicos el muchacho no podía dejar de pensar en ello.
Había llegado al punto que ni siquiera podía dormir bien en las noches.
¿Y si todo ese horror llegaba hasta acá, a su hogar? ¡Dios no lo permita!
Se revolvía en su cama pensando en ello y la ansiedad amenazaba con hacerlo presa, pero él tenía una simple solución a ello.
Abría el cajón de su buró donde, entre algunas de sus cosas personales reposaba un sobre ya un poco amarillo.
Sus dedos lo abrieron con cuidado y ya desde el primer toque su ansiedad se disipaba de a poco, acariciar con sus delicados dedos aquel largo y sedoso mechón de cabello le devolvía la tranquilidad; lo llevaba en un corto viaje mental hacia momentos de su vida cuando todo era más simple, cuando no tenía las preocupaciones propias del hombre en el que tan velozmente se había convertido.
¡Qué no daría él! Por volver a brincar en esos prados, por volver a rodar por las colinas, por volver a que su única preocupación fuera que Archie no se raspara las rodillas o que los aparatos que desarmaba y volvía a armar no le sobraran tornillos… No, ya no eran esos tiempos, y como un hombre que ya era, tenía que hacer frente a lo que tenía delante de sí.
Lo primero que se le ocurrió fue despedirse de Candy, pero ¿cómo hacerlo sin preocuparla? Ella tenía sus propios líos; Terry… Albert… su trabajo como enfermera…
Se levantó y comenzó un proyecto sencillo, un recuerdo qué dejarle cuando él ya no estuviera cerca; algo que la reconfortara y la hiciera pensar en días mejores; un sencillo bálsamo, como aquel mechón de sedoso cabello lo era para él.
Tenía que ser algo simple, sencillo; algo que fuera fácil de transportar y que no diera pena ajena como el resto de sus inventos fallidos.
Algo que ella pudiera llevar siempre, para que lo recuerde con cariño; algo que él pudiera terminar de elaborar pronto, pues la fecha de su partida se acercaba.
Ya había firmado el registro de reclutamiento voluntario, y le esperaban en puerto en muy pocos días.
Cuando la tuvo terminada ¡No podía creer que le hubiera quedado tan bien!
Pasó horas en el taller probándola una y otra vez, con aquel mechón de cabello dando vueltas entre sus dedos angustiados; y tomaba nuevamente la cajita dándole cuerda de nuevo y de nuevo, para asegurarse que sonaba bien, que el mecanismo funcionaba; asegurarse que no iba a suceder que, cuando Candy la tuviera, de un momento a otro saliera brincando por ahí un engrane y se desarmara sobre sus manos ¡Eso sería terrible! Pero la cajita de música aparentemente le había quedado perfecta.
Aquella mañana se levantó temprano, tenía algunas cosas que hacer antes de partir, nevaba, así que se calzó su chaqueta más abrigada, una gruesa bufanda y aquella gorrita que tanto le gustaba.
Sonrió para sus adentros cuando sacó del cajón la pequeña cajita de música y se la guardó en el bolsillo.
Pero la sonrisa desapareció cuando, a través del cristal de sus espejuelos se quedó mirando su reflejo en el espejo de su habitación.
¿Alguna vez han sentido que al mirarse tanto rato en el espejo de pronto su imagen deja de tener sentido?
Eso mismo sintió aquel muchacho en ese momento; de pronto ya no se vio así mismo; sino una serie de formas sin concierto que no parecían ser su propio rostro.
Lo único que tuvo claro fue la determinación de lo que iba a hacer, porque sentía muy dentro de corazón que tenía que hacerlo.
La ansiedad nuevamente lo hacía presa, y metió la mano a uno de sus bolsillos, donde reposa aquel largo y sedoso mechón de cabello atado a su cintita de seda que lo había acompañado durante tantos años.
Una vez más aquel suave tacto le dio sosiego.
Tuvo que apresurarse para encontrarla; Candy partía para Nueva York esa tarde; él que había llegado a conocer tan bien a Terry y a la misma Candy, sabía que a lo mejor Candy no regresaba de ese viaje ¡Dios los bendiga! Por eso tenía que entregarle la cajita ahora mismo, porque él tampoco sabía si volvería del suyo.
Logró encontrarla casi abordando, la cara de felicidad de la pecosa fue para él, el mejor aliciente, la mejor despedida y un motivo que afianzó la decisión que había tomado.
Porque si en algún momento algo de lo que estaba pasando en Europa cruzaba el mar y llegaba a ella… no eso él no podría perdonárselo.
Dicen que el esfuerzo de uno sólo no hace ninguna diferencia, pero él estaba convencido que todo cambio comienza por uno; por una sola persona que tuvo el valor de hacer lo que los demás no se atrevían y viendo el ejemplo, seguirlo.
Quizá nadie lo seguiría a él, pero él sentía como un deber moral como hombre que era, el estar allá y luchar por la paz de los seres que amaba.
Una vez vio partir el tren que se llevaría a Candy, volvió a su hogar.
Atardecía, nadie lo vio porque no fue a su casa, tenía su morral escondido en su taller, y una vez que lo tomó, se dirigió a la colina donde ella descansaba, con el mechón de sedoso cabello bailando entre sus dedos, dándole quizá algo de consuelo.
Dejó caer el morral a la hierba y plantó una rodilla en la nieve, delante de la pequeña cruz de madera que él mismo había colocado ahí hace varios años.
-Espero no irme por mucho tiempo- dijo el joven con voz queda, mientras retiraba el cordoncito de flores resecas que dios sabe cuánto tiempo llevaba ahí colgado y colocando uno nuevo que había venido elaborando en el camino.
- A veces quisiera volver a ser un niño pequeño ¿sabes? Como cuando estábamos juntos y tú eras mi mejor amiga… Te extraño tanto. Ahora quiero pedirte un favor… Mi hermano, él no va a entender por qué me fui, se enojará mucho, gritará, maldecirá y luego llorará como un niño ¡No lo conoceré! Solo espero que haya algún par de brazos que lo consuelen porque los míos no van a estar ahí para él.
Se retiró los lentes dando un suspiro y con el dorso de la mano secó un par de lágrimas de sus mejillas.
-Nunca te olvidé… - dijo con una ligera sonrisa llevando a su rostro aquel mecho de cabello que él mismo le había cortado antes de enterrarla – Y nunca voy a olvidarte, siempre fuiste y siempre serás mi mejor amiga y jamás olvidaré todas las cosas que pasamos, todos los problemas en los que te metiste por mi culpa. La forma cómo me cuidabas cuando yo era niño… Espero volver, tengo fe en ello ¡quiero tenerla, pero…! Pero si no vuelvo, por favor... por favor te lo suplico, ven tú por mí. Pero sobre todo, por favor no dejes solo a Archie.
Staer se levantó, se colocó las gafas y se colgó el morral al hombro nuevamente.
-Cuídalo Martha… es todo lo que te pido. Cuídalo como siempre me has cuidado a mí.
Stear levantó la vista, el sol llegaba a su cenit.
Con los últimos rayos rosados del sol que moría, el joven bajó de la colina y emprendió el camino hacia su destino.
(Tributo a “MARTHA” de Mimicat Cornwell)