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MIS TRABAJOS EN ESTA GF:
HASTA EL ULTIMO DE TUS RECUERDOS (La Mansión Leagan)
LA ULTIMA LECCION (El Monasterryo)
Yo soy la muchacha del circo,
por una moneda yo doy
Un poco de humilde belleza,
un poco de tibia emoción…
La joven de brillante malla bordada de lentejuelas se elevó por los aires hasta casi tocar la punta de la gran carpa.
Al caer al vacío, sus ojos se fijaron en el suelo de tierra cubierto de pajas; no había red que la protegiera en la caída libre, así que no le quedaba más que confiar en la pericia de su compañero, y esperar lo mejor.
Cerró los ojos, y sintió el aire en las mejillas; era inevitable que en ese momento sintiera un ligero vacío en el estómago.
Llevaba años entreteniendo al público de la misma manera, sin embargo jamás había logrado deshacerse de ese ligero miedo que indudablemente le atería las entrañas en esos segundos de caída.
Abrió los ojos de pronto; cuando sintió las fuertes manos de su compañero tomarla por los pies, y elevarla de nueva cuenta por los aires.
Sonreía.
Siempre en ese instante, sonreía, agradeciendo el aplauso de la gente, y la suerte de haber encontrado un compañero en el cual confiar, ora sí que “a ojos cerrados”, tanto en la profesión como en la vida misma.
Realizó un último vuelo a impulso de su compañero, y después, tocó base y adoptó su postura esperando los aplausos, que no llegarían…
----------------------------------------
Fiamma y Lucca siempre supieron que querían ser artistas de circo.
Ella, desde que veía a su padre practicando el lanzamiento de cuchillos, con su madre como “víctima”; sabía que no tendría otra vida que la circense.
Se crió en ese mundo, comenzó a aprender trucos apenas comenzó a caminar.
Pero siempre fue el trapecio lo que la llamaba, el poder volar por los aires como un ave; venciendo el peligro, burlando a la muerte....
Al final, los aplausos más sonoros siempre eran para los trapecistas ¡Eran los héroes del espectáculo!
Se entrenó a sí misma, antes de tener edad para subir al trapecio, escapando al bosque y saltando, entre los árboles; cual mico de feria, de rama en rama, dando volteretas y volantines.
Era nato ¡Lo llevaba en la sangre! Sabía que lo suyo era volar.
Él, no pertenecía a ese mundo, sin embargo siempre le llamó la atención la “vida de gitano”.
Ir de aquí para allá, sin más pertenencias que las que cupieran en un bolso; desde chico dejó su hogar persiguiendo el sueño de los aplausos y las luces multicolores.
Cuando se conocieron, ella ya era la trapecista principal de su tropa, y él era el recién llegado.
Hicieron click de inmediato, tanto dentro de la pista como fuera de ella.
Nadie había visto jamás pareja de trapecistas tan compenetrada como ellos dos, podían lanzarse al trapecio con los ojos vendados, y siempre sabrían exactamente el momento y la distancia en la cual aferrarse el uno al otro sin falla.
Se casaron en seguida, nadie podía negar que lo de ellos era absolutamente amor.
Partieron de su natal Italia, aceptando la propuesta de un circo americano, que les ofrecía maravillas.
Al principio las promesas se cumplieron.
Por dónde iban ellos eran las estrellas rutilantes del espectáculo; la gente los seguía de pueblo en pueblo, hasta que se les terminaba el dinero, solo por verlos volar una vez más.
En cada parada, enviaban a su patria una nueva carta cargada de felicidad y éxitos que quienes las recibían, leían alborozados al saber que ellos estaban viviendo “il sogno americano”.
Cuando Fiamma descubrió que estaba embarazada, no puso nada contento al dueño del circo ¡Su estrella, incapacitada por quién sabe cuánto tiempo! Sin embargo, fue el primero en intentar alejarla del trapecio.
Ella no lo consintió. Continuaría actuando hasta cuando pudiera, el circo no se quedaría sin su estrella así nada más.
Al final tuvo que aceptar la baja, cuando se dio cuenta de que su cuerpo a causa del vientre abultado, ya no solo no era vistoso para el público, sino que incrementaba peso para su compañero, cosa que era peligroso para los dos… perdón, para los tres.
Se puso de parto una noche de otoño, Lucca no pudo estar a su lado porque, como bien todos sabemos “el show debe continuar”.
El nacimiento de la creatura de los jóvenes trapecistas, pareció traer buena suerte a la tropa circense.
La creatura era tan fuerte y voluntariosa, que sus padres pensaron que con seguridad sería una gran artista.
Talvez dentro de poco esté balanceándose de rama en rama, cual mico de feria; tal como lo hiciera su mamá cuando niña.
Las ilusiones le dieron a ella la fuerza para volver al trabajo cuanto antes.
Las entradas aumentaron, Fiamma se recuperó en seguida y en apenas semanas ya estaba de nuevo volando en el trapecio, en brazos de su marido.
Eran la sensación; por donde llegaban se les anunciaba como las estrellas del espectáculo.
“¡Vencedores del Peligro… Burladores de la Muerte!”
Nadie sabe qué fue lo que pasó aquella fatal noche.
Quizá fue un acto de envidia, o talvez un mero descuido.
Quizá se habían dormido en sus laureles; ya no revisaban las cuerdas, se confiaban demasiado de la seguridad de los maderos… A estas alturas ¿ya de qué sirve preguntarse?
------------------------------------------
Fiamma tocó base después de su vuelo y adoptó la elegante postura, en espera de sus aplausos; mas lo que la recibió fue un grito de terror.
Lo próximo que vio fue a su marido cayendo hacia el suelo.
Bajo la lona
Del viejo circo
Un frío de muerte se siente cruzar.
No había red… ellos jamás usaban red. Ese era el éxito de su espectáculo.
Vencer el peligro… burlar a la muerte.
Nunca escuchó Fiamma ruido más ensordecedor, que el del cuerpo de su marido al estrellarse en el suelo.
La escalera se le hizo eterna por muy veloz que la bajara.
Llegó a la pista a encontrarlo aún con vida pero moribundo.
Los compañeros rodearon a la pareja; el público, se arremolinó cuchicheando; luego, se alejaron, poco a poco se iban yendo, hasta que no quedó nadie más que la gente del circo.
No hubo nada qué hacer, excepto tomar su mano y confirmarle su amor.
“Ti amo… amore mío… mio carissimo… amore mio…”
Acunando aquella cabeza en su pecho, vio los ojos verdes de su marido cerrarse, para siempre.
No escribió a su familia contando la muerte de Lucca ¿De qué serviría?
Debía seguir adelante; por Lucca, por su bebé…
Nada volvió a ser como antes.
El éxito, pareció esfumarse con esa desgracia, no importa cuánto se anunciaran, la carpa nunca más volvió a llenarse.
Fiamma continuó volando en el trapecio, obligándose a usar red protectora.
Se volvió temerosa, nerviosa, le daban mareos estando en las alturas.
El público lo notaba, ya no era la temeraria trapecista de antes; la gente iba a verla a ella, los payasos y los animales amaestrados no eran suficiente.
Los pueblerinos querían ver arrojo, pericia; no las vacilaciones de una niña temblorosa.
Poco a poco los bienes del circo tuvieron que ser vendidos para continuar viajando, para poder pagar a los artistas, para mantener a los animales.
Luego tocaría venderlos también, pasaron de ser un circo de carpa llena, a un espectáculo itinerante casi callejero.
Los artistas no querían vivir así.
Muy pocos continuaban con ellos.
El invierno llegaba muy pronto, las nevadas se hicieron pesadas y terribles, especialmente para pasarlas dentro de un carromato.
Ahí va la muchacha del circo,
No encuentra consuelo ni amor,
Regala a los otros la dicha
Y sufre miseria y dolor.
Fiamma ya no quería estar en América, “il sogno americano” se había esfumado con la luz de los ojos verdes de Lucca.
Quería volver a su Italia, necesitaba de su gente, del refugio materno, quería que su bebé conociera a sus abuelos.
La depresión comenzó a hacer mella en ella, dormía poco y comía menos. Lo que la mantenía era su bebé.
Manifestó su deseo de irse y el dueño lo comprendió, pero para embarcarse necesitaría dinero; quizá unos espectáculos más, hasta llegar a New Jersey.
Pasarían por Chicago, una ciudad grande, seguramente el espectáculo ahí sería un éxito.
Hasta llegar a la gran ciudad, había pueblos donde podrían aprovechar, pero ella tendría que hacer un esfuerzo; sobreponerse a su dolor, recuperar el temple en el trapecio.
La necesitaba entera, para que llamara al público ¡Tenía que ser la estrella otra vez…!
Fiamma aceptó, era la oportunidad, no solo de apoyar al circo y tratar de levantarlo un poco, sino de poder marcharse a su hogar otra vez.
En un pueblo, poco antes de llegar a Chicago, levantaron la carpa. El dueño ordenó que no pusieran la red ¡Ese era el atractivo!... Burlar a la Muerte.
El invierno había estado un poco crudo, ella no había estado en las mejores condiciones, pero no dijo nada. No podía defraudarlos, la habían ayudado tanto…
Por primera vez en mucho tiempo, la carpa tenía público.
Ella se subió al trapecio y cerró los ojos. Se imaginó que al otro lado del abismo, esperándola en su base, estaba Lucca sonriente, dándole fuerzas y ánimos con su mirada.
Se tomó del trapecio e hizo su vuelo de prueba, la gente aplaudió animada.
Al tocar base, el compañero la tomó de la mano y la sintió más caliente de lo normal.
Lo adjudicó a la fricción del madero.
Se lanzaron nuevamente a la ejecución del ejercicio. El compañero no era tan fino como su marido, no tenía sus manos suaves y seguras, no tenía su delicadeza; más que impulsarla, la zarandeaba, pero el show debía continuar.
Ella sentía dolor en su cuerpo, mientras que el compañero, percibiendo quizá su malestar, trataba de ser lo más delicado posible.
Cada vez que volaba cerca de él, sentía el calor que ella emanaba. Se preocupó pero ¿Parar el espectáculo ahora?
Volteretas, cabriolas, ella volaba y el compañero la sujetaba cada vez. El ejercicio fue ejecutado a la perfección, Fiamma sonreía, se sentía eufórica, los aplausos resonaban en sus oídos haciéndola pensar que estaba en los buenos tiempos.
Le lanzaron el trapecio desde la otra base, ella se arrojó muy segura a agarrarse de él.
Llevaba días de no comer bien, de no dormir en paz; había pasado un par de días con fiebre, no había alimentado a su bebé por temor a enfermarla, pero ella estaba bien… estaba bien. ¡Y cuando volvieran a Italia todo estaría aún mejor!
El madero llegó a sus manos, ella se sujetó pero al levantar la vista, en su base estaba Lucca, mirándola con sus dulces ojos verdes y sonriéndole mientras le tendía la mano.
Fiamma le sonrió y soltó una mano demasiado pronto en su afán por alcanzarlo ¡Lo extrañaba tanto!
Talves sí; talves su hija también será una gran trapecista. Un mico de feria, como había sido ella, que se balancee entre las ramas de los árboles dando vueltas y volantines.
Sí ¡Su hija será una gran trapecista también!
Por fin una noche la mano,
Cansada, el trapecio aflojó
Y... ¡pobre muchacha del circo!
Buscando un aplauso,
La muerte encontró.
Dos monitos y la última cebra, tuvieron que ser vendidos para pagar las sencillas exequias de la joven trapecista.
El compañero mencionó haberla percibido afiebrada ¡Todo era su culpa! Debió parar el ejercicio cuando se dio cuenta de que tenía temperatura… ya nada.
La carpa una vez más fue reducida sin esperanzas, los artistas que quedaban decidieron partir; el circo oficialmente se había terminado ¡Nada los levantaría ya después de dos muertes en la pista!
Pocos kilómetros más adelante, una nevada suave pero pesada, arreciaba.
Quien había sido el dueño del circo, guiaba los caballos mientras, dentro de la carreta, su esposa intentaba calmar a la pequeña huérfana que no había parado de llorar desde que sepultaran a su madre.
La desesperada mujer, hacía bailar una muñequita de trapo confeccionada por ella misma, pero no había caso. La bebé tenía hambre, y ante eso no había nada que pudiera hacer por calmarla.
Por el largo camino en la vieja carreta
Iba el mísero circo una tarde invernal
La pobre carreta iba por un camino campestre; un atajo para poder salir a Chicago lo antes posible.
Pasaron cerca de una pequeña casa que casi se perdía entre la nieve, de no ser por las lucecitas de sus ventanas.
Vieron a una mujer, envuelta en un chal oscuro, dejar un paquete en la puerta.
La esposa del dueño del circo advirtió que era un canasto con un bebé. Reprochó la actitud de la mujer cuando la vio salir corriendo, dejando al bebé expuesto a la nieve.
El hombre notó un cartel a la vera del camino: “El Hogar de Pony”… era un orfanato.
De pronto detuvo a los caballos, arrebató a su esposa el canasto donde, la rubia bebé de Fiamma y Lucca, no dejaba de llorar y la dejó a la sombra de un gran árbol, para protegerla de la nieve.
“Lo siento mucho pequeñita, pero esta es la mejor oportunidad que puedo darte. Con nosotros vas a morirte de hambre ¡Que Dios te bendiga!”
Después, subió a su carreta, abrazó a su mujer y fustigó a los caballos; alejándose del lugar sin mirar atrás.
HASTA EL ULTIMO DE TUS RECUERDOS (La Mansión Leagan)
LA ULTIMA LECCION (El Monasterryo)
LA MUCHACHA DEL CIRCO
Yo soy la muchacha del circo,
por una moneda yo doy
Un poco de humilde belleza,
un poco de tibia emoción…
La joven de brillante malla bordada de lentejuelas se elevó por los aires hasta casi tocar la punta de la gran carpa.
Al caer al vacío, sus ojos se fijaron en el suelo de tierra cubierto de pajas; no había red que la protegiera en la caída libre, así que no le quedaba más que confiar en la pericia de su compañero, y esperar lo mejor.
Cerró los ojos, y sintió el aire en las mejillas; era inevitable que en ese momento sintiera un ligero vacío en el estómago.
Llevaba años entreteniendo al público de la misma manera, sin embargo jamás había logrado deshacerse de ese ligero miedo que indudablemente le atería las entrañas en esos segundos de caída.
Abrió los ojos de pronto; cuando sintió las fuertes manos de su compañero tomarla por los pies, y elevarla de nueva cuenta por los aires.
Sonreía.
Siempre en ese instante, sonreía, agradeciendo el aplauso de la gente, y la suerte de haber encontrado un compañero en el cual confiar, ora sí que “a ojos cerrados”, tanto en la profesión como en la vida misma.
Realizó un último vuelo a impulso de su compañero, y después, tocó base y adoptó su postura esperando los aplausos, que no llegarían…
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Fiamma y Lucca siempre supieron que querían ser artistas de circo.
Ella, desde que veía a su padre practicando el lanzamiento de cuchillos, con su madre como “víctima”; sabía que no tendría otra vida que la circense.
Se crió en ese mundo, comenzó a aprender trucos apenas comenzó a caminar.
Pero siempre fue el trapecio lo que la llamaba, el poder volar por los aires como un ave; venciendo el peligro, burlando a la muerte....
Al final, los aplausos más sonoros siempre eran para los trapecistas ¡Eran los héroes del espectáculo!
Se entrenó a sí misma, antes de tener edad para subir al trapecio, escapando al bosque y saltando, entre los árboles; cual mico de feria, de rama en rama, dando volteretas y volantines.
Era nato ¡Lo llevaba en la sangre! Sabía que lo suyo era volar.
Él, no pertenecía a ese mundo, sin embargo siempre le llamó la atención la “vida de gitano”.
Ir de aquí para allá, sin más pertenencias que las que cupieran en un bolso; desde chico dejó su hogar persiguiendo el sueño de los aplausos y las luces multicolores.
Cuando se conocieron, ella ya era la trapecista principal de su tropa, y él era el recién llegado.
Hicieron click de inmediato, tanto dentro de la pista como fuera de ella.
Nadie había visto jamás pareja de trapecistas tan compenetrada como ellos dos, podían lanzarse al trapecio con los ojos vendados, y siempre sabrían exactamente el momento y la distancia en la cual aferrarse el uno al otro sin falla.
Se casaron en seguida, nadie podía negar que lo de ellos era absolutamente amor.
Partieron de su natal Italia, aceptando la propuesta de un circo americano, que les ofrecía maravillas.
Al principio las promesas se cumplieron.
Por dónde iban ellos eran las estrellas rutilantes del espectáculo; la gente los seguía de pueblo en pueblo, hasta que se les terminaba el dinero, solo por verlos volar una vez más.
En cada parada, enviaban a su patria una nueva carta cargada de felicidad y éxitos que quienes las recibían, leían alborozados al saber que ellos estaban viviendo “il sogno americano”.
Cuando Fiamma descubrió que estaba embarazada, no puso nada contento al dueño del circo ¡Su estrella, incapacitada por quién sabe cuánto tiempo! Sin embargo, fue el primero en intentar alejarla del trapecio.
Ella no lo consintió. Continuaría actuando hasta cuando pudiera, el circo no se quedaría sin su estrella así nada más.
Al final tuvo que aceptar la baja, cuando se dio cuenta de que su cuerpo a causa del vientre abultado, ya no solo no era vistoso para el público, sino que incrementaba peso para su compañero, cosa que era peligroso para los dos… perdón, para los tres.
Se puso de parto una noche de otoño, Lucca no pudo estar a su lado porque, como bien todos sabemos “el show debe continuar”.
El nacimiento de la creatura de los jóvenes trapecistas, pareció traer buena suerte a la tropa circense.
La creatura era tan fuerte y voluntariosa, que sus padres pensaron que con seguridad sería una gran artista.
Talvez dentro de poco esté balanceándose de rama en rama, cual mico de feria; tal como lo hiciera su mamá cuando niña.
Las ilusiones le dieron a ella la fuerza para volver al trabajo cuanto antes.
Las entradas aumentaron, Fiamma se recuperó en seguida y en apenas semanas ya estaba de nuevo volando en el trapecio, en brazos de su marido.
Eran la sensación; por donde llegaban se les anunciaba como las estrellas del espectáculo.
“¡Vencedores del Peligro… Burladores de la Muerte!”
Nadie sabe qué fue lo que pasó aquella fatal noche.
Quizá fue un acto de envidia, o talvez un mero descuido.
Quizá se habían dormido en sus laureles; ya no revisaban las cuerdas, se confiaban demasiado de la seguridad de los maderos… A estas alturas ¿ya de qué sirve preguntarse?
------------------------------------------
Fiamma tocó base después de su vuelo y adoptó la elegante postura, en espera de sus aplausos; mas lo que la recibió fue un grito de terror.
Lo próximo que vio fue a su marido cayendo hacia el suelo.
Bajo la lona
Del viejo circo
Un frío de muerte se siente cruzar.
No había red… ellos jamás usaban red. Ese era el éxito de su espectáculo.
Vencer el peligro… burlar a la muerte.
Nunca escuchó Fiamma ruido más ensordecedor, que el del cuerpo de su marido al estrellarse en el suelo.
La escalera se le hizo eterna por muy veloz que la bajara.
Llegó a la pista a encontrarlo aún con vida pero moribundo.
Los compañeros rodearon a la pareja; el público, se arremolinó cuchicheando; luego, se alejaron, poco a poco se iban yendo, hasta que no quedó nadie más que la gente del circo.
No hubo nada qué hacer, excepto tomar su mano y confirmarle su amor.
“Ti amo… amore mío… mio carissimo… amore mio…”
Acunando aquella cabeza en su pecho, vio los ojos verdes de su marido cerrarse, para siempre.
No escribió a su familia contando la muerte de Lucca ¿De qué serviría?
Debía seguir adelante; por Lucca, por su bebé…
Nada volvió a ser como antes.
El éxito, pareció esfumarse con esa desgracia, no importa cuánto se anunciaran, la carpa nunca más volvió a llenarse.
Fiamma continuó volando en el trapecio, obligándose a usar red protectora.
Se volvió temerosa, nerviosa, le daban mareos estando en las alturas.
El público lo notaba, ya no era la temeraria trapecista de antes; la gente iba a verla a ella, los payasos y los animales amaestrados no eran suficiente.
Los pueblerinos querían ver arrojo, pericia; no las vacilaciones de una niña temblorosa.
Poco a poco los bienes del circo tuvieron que ser vendidos para continuar viajando, para poder pagar a los artistas, para mantener a los animales.
Luego tocaría venderlos también, pasaron de ser un circo de carpa llena, a un espectáculo itinerante casi callejero.
Los artistas no querían vivir así.
Muy pocos continuaban con ellos.
El invierno llegaba muy pronto, las nevadas se hicieron pesadas y terribles, especialmente para pasarlas dentro de un carromato.
Ahí va la muchacha del circo,
No encuentra consuelo ni amor,
Regala a los otros la dicha
Y sufre miseria y dolor.
Fiamma ya no quería estar en América, “il sogno americano” se había esfumado con la luz de los ojos verdes de Lucca.
Quería volver a su Italia, necesitaba de su gente, del refugio materno, quería que su bebé conociera a sus abuelos.
La depresión comenzó a hacer mella en ella, dormía poco y comía menos. Lo que la mantenía era su bebé.
Manifestó su deseo de irse y el dueño lo comprendió, pero para embarcarse necesitaría dinero; quizá unos espectáculos más, hasta llegar a New Jersey.
Pasarían por Chicago, una ciudad grande, seguramente el espectáculo ahí sería un éxito.
Hasta llegar a la gran ciudad, había pueblos donde podrían aprovechar, pero ella tendría que hacer un esfuerzo; sobreponerse a su dolor, recuperar el temple en el trapecio.
La necesitaba entera, para que llamara al público ¡Tenía que ser la estrella otra vez…!
Fiamma aceptó, era la oportunidad, no solo de apoyar al circo y tratar de levantarlo un poco, sino de poder marcharse a su hogar otra vez.
En un pueblo, poco antes de llegar a Chicago, levantaron la carpa. El dueño ordenó que no pusieran la red ¡Ese era el atractivo!... Burlar a la Muerte.
El invierno había estado un poco crudo, ella no había estado en las mejores condiciones, pero no dijo nada. No podía defraudarlos, la habían ayudado tanto…
Por primera vez en mucho tiempo, la carpa tenía público.
Ella se subió al trapecio y cerró los ojos. Se imaginó que al otro lado del abismo, esperándola en su base, estaba Lucca sonriente, dándole fuerzas y ánimos con su mirada.
Se tomó del trapecio e hizo su vuelo de prueba, la gente aplaudió animada.
Al tocar base, el compañero la tomó de la mano y la sintió más caliente de lo normal.
Lo adjudicó a la fricción del madero.
Se lanzaron nuevamente a la ejecución del ejercicio. El compañero no era tan fino como su marido, no tenía sus manos suaves y seguras, no tenía su delicadeza; más que impulsarla, la zarandeaba, pero el show debía continuar.
Ella sentía dolor en su cuerpo, mientras que el compañero, percibiendo quizá su malestar, trataba de ser lo más delicado posible.
Cada vez que volaba cerca de él, sentía el calor que ella emanaba. Se preocupó pero ¿Parar el espectáculo ahora?
Volteretas, cabriolas, ella volaba y el compañero la sujetaba cada vez. El ejercicio fue ejecutado a la perfección, Fiamma sonreía, se sentía eufórica, los aplausos resonaban en sus oídos haciéndola pensar que estaba en los buenos tiempos.
Le lanzaron el trapecio desde la otra base, ella se arrojó muy segura a agarrarse de él.
Llevaba días de no comer bien, de no dormir en paz; había pasado un par de días con fiebre, no había alimentado a su bebé por temor a enfermarla, pero ella estaba bien… estaba bien. ¡Y cuando volvieran a Italia todo estaría aún mejor!
El madero llegó a sus manos, ella se sujetó pero al levantar la vista, en su base estaba Lucca, mirándola con sus dulces ojos verdes y sonriéndole mientras le tendía la mano.
Fiamma le sonrió y soltó una mano demasiado pronto en su afán por alcanzarlo ¡Lo extrañaba tanto!
Talves sí; talves su hija también será una gran trapecista. Un mico de feria, como había sido ella, que se balancee entre las ramas de los árboles dando vueltas y volantines.
Sí ¡Su hija será una gran trapecista también!
Por fin una noche la mano,
Cansada, el trapecio aflojó
Y... ¡pobre muchacha del circo!
Buscando un aplauso,
La muerte encontró.
Dos monitos y la última cebra, tuvieron que ser vendidos para pagar las sencillas exequias de la joven trapecista.
El compañero mencionó haberla percibido afiebrada ¡Todo era su culpa! Debió parar el ejercicio cuando se dio cuenta de que tenía temperatura… ya nada.
La carpa una vez más fue reducida sin esperanzas, los artistas que quedaban decidieron partir; el circo oficialmente se había terminado ¡Nada los levantaría ya después de dos muertes en la pista!
Pocos kilómetros más adelante, una nevada suave pero pesada, arreciaba.
Quien había sido el dueño del circo, guiaba los caballos mientras, dentro de la carreta, su esposa intentaba calmar a la pequeña huérfana que no había parado de llorar desde que sepultaran a su madre.
La desesperada mujer, hacía bailar una muñequita de trapo confeccionada por ella misma, pero no había caso. La bebé tenía hambre, y ante eso no había nada que pudiera hacer por calmarla.
Por el largo camino en la vieja carreta
Iba el mísero circo una tarde invernal
La pobre carreta iba por un camino campestre; un atajo para poder salir a Chicago lo antes posible.
Pasaron cerca de una pequeña casa que casi se perdía entre la nieve, de no ser por las lucecitas de sus ventanas.
Vieron a una mujer, envuelta en un chal oscuro, dejar un paquete en la puerta.
La esposa del dueño del circo advirtió que era un canasto con un bebé. Reprochó la actitud de la mujer cuando la vio salir corriendo, dejando al bebé expuesto a la nieve.
El hombre notó un cartel a la vera del camino: “El Hogar de Pony”… era un orfanato.
De pronto detuvo a los caballos, arrebató a su esposa el canasto donde, la rubia bebé de Fiamma y Lucca, no dejaba de llorar y la dejó a la sombra de un gran árbol, para protegerla de la nieve.
“Lo siento mucho pequeñita, pero esta es la mejor oportunidad que puedo darte. Con nosotros vas a morirte de hambre ¡Que Dios te bendiga!”
Después, subió a su carreta, abrazó a su mujer y fustigó a los caballos; alejándose del lugar sin mirar atrás.
Colgada del fragil trapecio
su cuerpo elegante parece, al saltar,
una paloma blanca que al cielo,
con ansia loca, quisiera llegar.
Mientras la gente,
emocionada,
contempla inquieta su salto mortal,
bajo la lona
del viejo circo,
un frio de muerte se siente cruzar.
su cuerpo elegante parece, al saltar,
una paloma blanca que al cielo,
con ansia loca, quisiera llegar.
Mientras la gente,
emocionada,
contempla inquieta su salto mortal,
bajo la lona
del viejo circo,
un frio de muerte se siente cruzar.
es tan bella y a la vez tan triste, no cuesta nada de trabajo imaginarse que ésta bien pudo ser la historia que antecedió a la que conocemos, y es que Candy no era cualquier cosa, realmente si parecía un mono saltando y girando en los árboles. 
mendiga,Condesa,lo haz hecho nuevamente.
