Desde la alta colina de Terryland... Desde la biblioteca sagrada del Monasterryo Terrylover; esto es...
PRIMAVERA
La suave luz de la mañana se abría paso, perezosamente, a través de las pertinaces nubes del cielo anglosajón.
Lentamente, con la misma parsimonia, aquella suave luz comenzó a entrar por la ventana de su habitación, acariciándole delicadamente el rostro.
Ella se removió un poco entre las sábanas e inspiró con fuerza. Su vientre se elevó aún más en su amplia redondez, mientras sus ojos verdes se deshacían de la pesadez del sueño. Sonrió.
Sonrió al sentir el brazo de su esposo que la rodeaba con posesión, mientras su aliento calentaba delicadamente su nuca.
Su mano se posó sobre la de él, acariciándola; y sus dos esmeraldas, que de inmediato buscaron la ventana, brillaron maravilladas al notar las nevadas ramas de los árboles de su patio, desaguándose en profusas gotas que brillaban como diamantes en su tránsito hacia el fértil suelo.
Ella ya sabía, que el invierno llegaría a su fin en cualquier momento, sólo estaba esperando el momento en que sucediera, y cada día lo esperaba más ansiosa; no era que se quejara, y no era que no le gustara el invierno; era solo que ahí, en aquel país insular, el invierno le parecía mucho más frío, y en su actual situación ella prefería calidez.
Ahora veía con agrado que el invierno por fin estaba cediendo; que se retiraba, como el caballero que sabe ceder el paso a la dama que le acompaña; elegante, delicado, amoroso; regando su amado patio con el agua pura que dará el fruto que ella tanto espera y añora.
Retiró suavemente la mano que la rodeaba y se incorporó.
Se regaló un instante para admirar el hermoso rostro del hombre que dormía a su lado.
A pesar del tiempo que llevaba a su lado, aún le parecía mentira que por fin se pertenecieran; acarició suavemente su rostro, y se levantó de la cama.
La delicada dormilona blanca de encajes, de deslizó por el frío piso de madera por el que ella debía andar en puntillas cuando la llevaba puesta; le quedaba demasiado larga, pero no había querido levantarle el ruedo; le gustaba tal como era.
Se acercó a la ventana y corrió las blancas cortinas abriendo de par en par la baraja doble de hierro y cristal.
Un ligero aire frío se coló al instante a la habitación, y desde donde estaba, le pareció percibir el seseo de las sábanas mientras el hombre que dormía en ellas se revolvía, talvez importunado por la ligera ráfaga; sin embargo ya no era el aire helado del invierno.
Definitivamente se estaba retirando.
Todos los árboles de su patio, poco a poco, iban perdiendo la nieve que les cubría.
Agudizó el oído y percibió, como si fuera una delicada sonata de piano, el tintinear de las innúmeras gotas de agua, en que la sempiternamente blanca nieve se iba convirtiendo.
Un haz de luz se abrió paso entre el follaje, y su sonrisa se volvió aún más hermosa al observar, la amplia parcela de su patio; ahí, donde reposaba el tesoro que ella amaba, ahora cubierto de nieve.
Sin embargo, a la luz del sol que tímidamente se atrevía a alumbrar, ciertos destellos dorados llamaron su atención volviéndola, repentinamente, más feliz de lo que ya se sentía.
Uno a uno, lograba identificarlos; diseminados por toda la parcela, siendo pocos pero cada vez más; los delicados brotes de narciso que habían estado durmiendo en paz todo el invierno y ahora, al primer albor de la primavera, asomaban su dulce rostro infantil para ella.
Se sintió tentada a exclamar el nombre de su esposo para que viniera a compartir su alegría, pero no tuvo necesidad.
De pronto, una manta cayó suavemente sobre sus hombros, y un par de brazos la rodearon con protección mientras un beso se posaba en su mejilla y ella, sonriente, lo devolvía en los labios.
Las manos del hombre se posaron sobre el vientre lleno de su esposa mientras ella le mencionaba con alegría lo que estaba contemplando y él, sonreía contento.
De pronto un movimiento les alertó a ambos. Un movimiento jubiloso, que venía del interior del orbe sagrado que la mujer resguardaba en su vientre.
Ambos rieron al sentir al fruto de su amor, reaccionando a la alegría de su madre y las caricias de su padre. Se miraron sonrientes; azul mar y verde esmeralda contemplándose mutuamente y para siempre, como siempre ha tenido que ser.
Ella se volteó hasta estar frente a él rodeando su cuello mientras él la abrazaba delicadamente a su pecho.
La manta con que Terry cubriera los hombros de Candy, rodó por el piso de madera; ya no era necesaria, tenía los brazos de su marido para resguardarla del frío.
Mientras afuera, continuaba el concierto “pianíssimo” de las gotas del deshielo, que eran ovacionadas por los mínimos brotes de narciso, cada vez más abundantes en su menguante lecho de nieve; ella revolvía los cabellos castaños de su esposo, entregándose ambos en un beso, que era pura pasión, amor, felicidad, y sobre todo la certeza de saberse, ahora sí ¡inseparables!
Replicados, eternizados, en el ser que juntos habían formado, y que ahora mismo, participaba del amor del que había sido fruto, con el júbilo de saberse amado, deseado y esperado.
El amor entre sus brazos, la vida en su vientre, los narcisos en el patio… La primavera había llegado a su hogar, y Candy por fin era genuinamente feliz.
FIN.
MIS TRABAJOS EN ESTA GF 2018:
HASTA EL ÚLTIMO DE TUS RECUERDOS
LA ÚLTIMA LECCIÓN
LA MUCHACHA DEL CIRCO
DEATH IS THE NEW PINK
LA CARTA (reto Albert y Candy)
VALS Nº 2
EL RECOLECTOR DE ESTRELLAS
PRIMAVERA
La suave luz de la mañana se abría paso, perezosamente, a través de las pertinaces nubes del cielo anglosajón.
Lentamente, con la misma parsimonia, aquella suave luz comenzó a entrar por la ventana de su habitación, acariciándole delicadamente el rostro.
Ella se removió un poco entre las sábanas e inspiró con fuerza. Su vientre se elevó aún más en su amplia redondez, mientras sus ojos verdes se deshacían de la pesadez del sueño. Sonrió.
Sonrió al sentir el brazo de su esposo que la rodeaba con posesión, mientras su aliento calentaba delicadamente su nuca.
Su mano se posó sobre la de él, acariciándola; y sus dos esmeraldas, que de inmediato buscaron la ventana, brillaron maravilladas al notar las nevadas ramas de los árboles de su patio, desaguándose en profusas gotas que brillaban como diamantes en su tránsito hacia el fértil suelo.
Ella ya sabía, que el invierno llegaría a su fin en cualquier momento, sólo estaba esperando el momento en que sucediera, y cada día lo esperaba más ansiosa; no era que se quejara, y no era que no le gustara el invierno; era solo que ahí, en aquel país insular, el invierno le parecía mucho más frío, y en su actual situación ella prefería calidez.
Ahora veía con agrado que el invierno por fin estaba cediendo; que se retiraba, como el caballero que sabe ceder el paso a la dama que le acompaña; elegante, delicado, amoroso; regando su amado patio con el agua pura que dará el fruto que ella tanto espera y añora.
Retiró suavemente la mano que la rodeaba y se incorporó.
Se regaló un instante para admirar el hermoso rostro del hombre que dormía a su lado.
A pesar del tiempo que llevaba a su lado, aún le parecía mentira que por fin se pertenecieran; acarició suavemente su rostro, y se levantó de la cama.
La delicada dormilona blanca de encajes, de deslizó por el frío piso de madera por el que ella debía andar en puntillas cuando la llevaba puesta; le quedaba demasiado larga, pero no había querido levantarle el ruedo; le gustaba tal como era.
Se acercó a la ventana y corrió las blancas cortinas abriendo de par en par la baraja doble de hierro y cristal.
Un ligero aire frío se coló al instante a la habitación, y desde donde estaba, le pareció percibir el seseo de las sábanas mientras el hombre que dormía en ellas se revolvía, talvez importunado por la ligera ráfaga; sin embargo ya no era el aire helado del invierno.
Definitivamente se estaba retirando.
Todos los árboles de su patio, poco a poco, iban perdiendo la nieve que les cubría.
Agudizó el oído y percibió, como si fuera una delicada sonata de piano, el tintinear de las innúmeras gotas de agua, en que la sempiternamente blanca nieve se iba convirtiendo.
Un haz de luz se abrió paso entre el follaje, y su sonrisa se volvió aún más hermosa al observar, la amplia parcela de su patio; ahí, donde reposaba el tesoro que ella amaba, ahora cubierto de nieve.
Sin embargo, a la luz del sol que tímidamente se atrevía a alumbrar, ciertos destellos dorados llamaron su atención volviéndola, repentinamente, más feliz de lo que ya se sentía.
Uno a uno, lograba identificarlos; diseminados por toda la parcela, siendo pocos pero cada vez más; los delicados brotes de narciso que habían estado durmiendo en paz todo el invierno y ahora, al primer albor de la primavera, asomaban su dulce rostro infantil para ella.
Se sintió tentada a exclamar el nombre de su esposo para que viniera a compartir su alegría, pero no tuvo necesidad.
De pronto, una manta cayó suavemente sobre sus hombros, y un par de brazos la rodearon con protección mientras un beso se posaba en su mejilla y ella, sonriente, lo devolvía en los labios.
Las manos del hombre se posaron sobre el vientre lleno de su esposa mientras ella le mencionaba con alegría lo que estaba contemplando y él, sonreía contento.
De pronto un movimiento les alertó a ambos. Un movimiento jubiloso, que venía del interior del orbe sagrado que la mujer resguardaba en su vientre.
Ambos rieron al sentir al fruto de su amor, reaccionando a la alegría de su madre y las caricias de su padre. Se miraron sonrientes; azul mar y verde esmeralda contemplándose mutuamente y para siempre, como siempre ha tenido que ser.
Ella se volteó hasta estar frente a él rodeando su cuello mientras él la abrazaba delicadamente a su pecho.
La manta con que Terry cubriera los hombros de Candy, rodó por el piso de madera; ya no era necesaria, tenía los brazos de su marido para resguardarla del frío.
Mientras afuera, continuaba el concierto “pianíssimo” de las gotas del deshielo, que eran ovacionadas por los mínimos brotes de narciso, cada vez más abundantes en su menguante lecho de nieve; ella revolvía los cabellos castaños de su esposo, entregándose ambos en un beso, que era pura pasión, amor, felicidad, y sobre todo la certeza de saberse, ahora sí ¡inseparables!
Replicados, eternizados, en el ser que juntos habían formado, y que ahora mismo, participaba del amor del que había sido fruto, con el júbilo de saberse amado, deseado y esperado.
El amor entre sus brazos, la vida en su vientre, los narcisos en el patio… La primavera había llegado a su hogar, y Candy por fin era genuinamente feliz.
FIN.
MIS TRABAJOS EN ESTA GF 2018:
HASTA EL ÚLTIMO DE TUS RECUERDOS
LA ÚLTIMA LECCIÓN
LA MUCHACHA DEL CIRCO
DEATH IS THE NEW PINK
LA CARTA (reto Albert y Candy)
VALS Nº 2
EL RECOLECTOR DE ESTRELLAS