...Sòlo puedo achacarlo a "Amor en tiempos del coronavirus"
Por favor, sean tan amables de leerlo con mùsica. Por ella naciò.
Por favor, sean tan amables de leerlo con mùsica. Por ella naciò.
Magia
Todo empezò en Escocia el dìa que èl logrò que el viejo aviòn volara de nuevo. Su apretòn de manos, su abrazo espontàneo y su sonrisa que lo hacìa todo resplandeciente... Esa era su magia. Hacer que las cosas viejas y olvidadas, volvieran a la vida.
O que esa misma magia le diera vida a cosas que antes no poseìan ninguna.
Considerò, pensàndolo frìamente, que el corazòn le habìa dado un vuelco cuando Stear aterrizò aparatosamente porque, a fin de cuentas, si algo le ocurrìa, iba a ser culpa suya por dejarlo hacer lo que querìa… y corriò, corriò como los demàs a ver què habìa ocurrido… Y allì estaba Stear, Iluminàndolo todo con su sonrisa, como siempre hacìa. Y Terry respirò de nuevo, aliviado, de no tener que lamentar nada màs que un viejo aviòn maltrecho… debìa haber sabido que aquello tambièn era un presagio.
Terry abriò sus grandes ojos azules cuando recibiò su sencilla nota de agradecimiento. Hasta en ese simple papel, garabateado con su letra de genio, podìa sentirse su sonrisa que lo llenaba todo y que moviò algo dentro de sì, que decidiò ignorar por completo.
Sentado frente a su escritorio, la pequeña canasta que servìa de basurero, se encontraba contra la pared, rodeada de bolitas blancas de papel con una o dos lìneas escritas con su impecable caligrafìa, que no lograban expresar lo que el corazòn de Terry no se atrevìa a reconocer ...quizàs ese tambièn fuese un presagio...
¿Què responderle? ¿Còmo? Terry se levantò, paseò, se acercò a la ventana y regresò al escritorio incontables veces. ¿Còmo era posible que escribir una simple nota de cortesìa fuese tan difìcil?
Despuès de horas intentàndolo en vano, se colocò en su papel de perfecto caballero inglès y respondiò frìa pero cortèsmente… esperando aùn en contra de sì mismo...
Y no esperò mucho. Esa misma tarde, un pequeño sobre se deslizò por debajo de su puerta… como tantos otros se delizarìan con el tiempo… Como tantos otros llegarìan a Amèrica… como tantos otros reconfortarìan sus noches y sus dìas… como sòlo èl podìa hacerlo con su magia...
La direcciòn de las cartas cambiaba invariablemente como cambiaba el destino de los dos remitentes. Terry intentò disuadirlo. Stear no lo escuchò. Terry le rogò que reconsiderara. Stear le asegurò, con su invariable alegrìa, que estarìa bien. Que cuando la guerra terminara, podìan reunirse para que Terry le interpretara algo al piano… habìan hablando tanto de la mùsica que a ambos les gustaba...
Esa noche, Terry Granchester llorò amargamente… si no hubiese sido tan cobarde, habrìa podido reconocer que ese, ese tambièn era un presagio. Su amigo se iba. Se iba màs lejos aùn de lo que ya estaba. Habìa albergado una posibilidad, sòlo una, tan pequeña como un gorriòn en invierno, de que Stear abandonara esa loca idea. Y se iba...
En un principio, el tema de las misivas, se veìa irremediablemente relacionado con aquella chica que los traìa locos a los dos. Ambos lo sabìan. Nadie necesitaba confesarse. Y luego, como por arte de magia, ellos eran el tema de sus cartas. Ni èl mencionaba la vida comùn que llevaba ni Stear la vida ordinaria que vivìa.
Y se conocieron. Los gustos, los los disgustos, las ilusiones, las esperanzas… las añoranzas. Y Terry lo supo. Que atravès del tiempo y la distancia, habìa encontrado a la ùnica persona que podìa comprenderlo a la perfecciòn a pesar de ser tan distinto de èl mismo. Y que, a pesar de sus respuestas que antes de ser enviadas, solìan llenar cestos completos de blancas bolitas con su perfecta caligrafìa, Stear tambièn sentìa lo mismo.
Abrir cada carta de Stear se habìa convertido en su ceremonia particular. Ni las luces del teatro ni las exigencias de quienes lo rodeaban, impedìan que Terry se aislara en su mundo privado para contemplar en sus manos el sobre que llegaba destinado a èl de su amigo que estaba en la distancia.
Lo imaginaba escribiendo. Rascàndose la cabeza. Buscando una pluma entre sus herramientas… Buscando las palabras adecuadas… ¡còmo si èl necesitara buscarlas! Stear nunca necesitaba buscar palabras adecuadas. No como Terry, que siempre las buscaba y las rebuscaba…
Y la vida avanzaba y, esos momentos, los momentos en los que sostenìa un simple papel en sus manos, eran los màs valiosos de su vida… porque ese papel que sostenìa en sus manos, era el mismo papel que Stear habìa sostenido en las suyas, pensando en èl. Con sus palabras, tan sòlo para èl. Con sus pensamientos, que eran para Terry, como el alimento que lo mantenìa con vida. Y en una carta, llena de palabras garabateadas, encontraba la paz que el mundo no le daba. Y se adentraba màs de lo que nadie hacìa, en el alma màs pura y limpia que existìa.
Y luego, Terry se asomaba al mundo exterior, como si esos momentos nunca hubiesen existido. Como si las palabras nunca hubiesen sido escritas. Como si Stear no existiera. Y veìa el cielo. A escondidas veìa el cielo que cubrìa su cabeza porque sabìa que su amigo volaba sobre ese mismo cielo… lejos… muy lejos. Donde èl no podìa tocarlo y hacerle perder su magia infinita. A salvo de èl.
Porque Terry acabarìa primero consigo mismo antes de poner un dedo en el adorable cabello revuelto de Stear. Antes de retirar sus siempre maltrechos lentes de su pequeña nariz o antes de atreverse a acercar su brazo, por accidente, al costado de Stear. El dìa que volvieran a verse, serìa un apretòn de manos y el abrazo… si es que habìa abrazo… Terry, a solas, ensayaba para ese abrazo. Y se llenaba de sangre frìa. Y se imaginaba invulnerable. Y sabìa què papel le correspondìa representar. Y no se saltarìa ni una lìnea del guiòn.
Lo hecho, hecho estaba y lo no hecho… tambièn. Y asì estaba bien. Y los dìas transcurrìan esperando sus cartas. Hasta esa noche en que Terry se despertò de la pesadilla, cubierto en sudor, jadeando, aterrorizado y lo vio. Stear estaba en su habitaciòn, sonriendo. Iluminando su oscuridad como el màs brillante de los soles. Y Terry vio sus hermosos ojos como siempre lo habìa soñado. ¿Pero còmo era posible? Stear le sonreìa y mientras sus ojos se llenaban de làgrimas, fue lentamente, colocando su mano en su corazòn mientras se desvanecìa frente a los aterrorizados ojos de Terry. Gritò, gritò hasta que sintiò que sus pulmones fuesen a estallar. ¡No era posible, no! ¡No èl! ¿Por què èl? ¿Por què no podìa morir Terry tambièn? Y llorò. Llorò hasta que las làgrimas vaciaron su corazòn dejàndolo vacìo y muerto. Porque esa era su magia, la de su amado Stear, la darle vida a las cosas que antes no poseìan ninguna, como su desolado y desgarrado corazòn.
O que esa misma magia le diera vida a cosas que antes no poseìan ninguna.
Considerò, pensàndolo frìamente, que el corazòn le habìa dado un vuelco cuando Stear aterrizò aparatosamente porque, a fin de cuentas, si algo le ocurrìa, iba a ser culpa suya por dejarlo hacer lo que querìa… y corriò, corriò como los demàs a ver què habìa ocurrido… Y allì estaba Stear, Iluminàndolo todo con su sonrisa, como siempre hacìa. Y Terry respirò de nuevo, aliviado, de no tener que lamentar nada màs que un viejo aviòn maltrecho… debìa haber sabido que aquello tambièn era un presagio.
Terry abriò sus grandes ojos azules cuando recibiò su sencilla nota de agradecimiento. Hasta en ese simple papel, garabateado con su letra de genio, podìa sentirse su sonrisa que lo llenaba todo y que moviò algo dentro de sì, que decidiò ignorar por completo.
Sentado frente a su escritorio, la pequeña canasta que servìa de basurero, se encontraba contra la pared, rodeada de bolitas blancas de papel con una o dos lìneas escritas con su impecable caligrafìa, que no lograban expresar lo que el corazòn de Terry no se atrevìa a reconocer ...quizàs ese tambièn fuese un presagio...
¿Què responderle? ¿Còmo? Terry se levantò, paseò, se acercò a la ventana y regresò al escritorio incontables veces. ¿Còmo era posible que escribir una simple nota de cortesìa fuese tan difìcil?
Despuès de horas intentàndolo en vano, se colocò en su papel de perfecto caballero inglès y respondiò frìa pero cortèsmente… esperando aùn en contra de sì mismo...
Y no esperò mucho. Esa misma tarde, un pequeño sobre se deslizò por debajo de su puerta… como tantos otros se delizarìan con el tiempo… Como tantos otros llegarìan a Amèrica… como tantos otros reconfortarìan sus noches y sus dìas… como sòlo èl podìa hacerlo con su magia...
La direcciòn de las cartas cambiaba invariablemente como cambiaba el destino de los dos remitentes. Terry intentò disuadirlo. Stear no lo escuchò. Terry le rogò que reconsiderara. Stear le asegurò, con su invariable alegrìa, que estarìa bien. Que cuando la guerra terminara, podìan reunirse para que Terry le interpretara algo al piano… habìan hablando tanto de la mùsica que a ambos les gustaba...
Esa noche, Terry Granchester llorò amargamente… si no hubiese sido tan cobarde, habrìa podido reconocer que ese, ese tambièn era un presagio. Su amigo se iba. Se iba màs lejos aùn de lo que ya estaba. Habìa albergado una posibilidad, sòlo una, tan pequeña como un gorriòn en invierno, de que Stear abandonara esa loca idea. Y se iba...
En un principio, el tema de las misivas, se veìa irremediablemente relacionado con aquella chica que los traìa locos a los dos. Ambos lo sabìan. Nadie necesitaba confesarse. Y luego, como por arte de magia, ellos eran el tema de sus cartas. Ni èl mencionaba la vida comùn que llevaba ni Stear la vida ordinaria que vivìa.
Y se conocieron. Los gustos, los los disgustos, las ilusiones, las esperanzas… las añoranzas. Y Terry lo supo. Que atravès del tiempo y la distancia, habìa encontrado a la ùnica persona que podìa comprenderlo a la perfecciòn a pesar de ser tan distinto de èl mismo. Y que, a pesar de sus respuestas que antes de ser enviadas, solìan llenar cestos completos de blancas bolitas con su perfecta caligrafìa, Stear tambièn sentìa lo mismo.
Abrir cada carta de Stear se habìa convertido en su ceremonia particular. Ni las luces del teatro ni las exigencias de quienes lo rodeaban, impedìan que Terry se aislara en su mundo privado para contemplar en sus manos el sobre que llegaba destinado a èl de su amigo que estaba en la distancia.
Lo imaginaba escribiendo. Rascàndose la cabeza. Buscando una pluma entre sus herramientas… Buscando las palabras adecuadas… ¡còmo si èl necesitara buscarlas! Stear nunca necesitaba buscar palabras adecuadas. No como Terry, que siempre las buscaba y las rebuscaba…
Y la vida avanzaba y, esos momentos, los momentos en los que sostenìa un simple papel en sus manos, eran los màs valiosos de su vida… porque ese papel que sostenìa en sus manos, era el mismo papel que Stear habìa sostenido en las suyas, pensando en èl. Con sus palabras, tan sòlo para èl. Con sus pensamientos, que eran para Terry, como el alimento que lo mantenìa con vida. Y en una carta, llena de palabras garabateadas, encontraba la paz que el mundo no le daba. Y se adentraba màs de lo que nadie hacìa, en el alma màs pura y limpia que existìa.
Y luego, Terry se asomaba al mundo exterior, como si esos momentos nunca hubiesen existido. Como si las palabras nunca hubiesen sido escritas. Como si Stear no existiera. Y veìa el cielo. A escondidas veìa el cielo que cubrìa su cabeza porque sabìa que su amigo volaba sobre ese mismo cielo… lejos… muy lejos. Donde èl no podìa tocarlo y hacerle perder su magia infinita. A salvo de èl.
Porque Terry acabarìa primero consigo mismo antes de poner un dedo en el adorable cabello revuelto de Stear. Antes de retirar sus siempre maltrechos lentes de su pequeña nariz o antes de atreverse a acercar su brazo, por accidente, al costado de Stear. El dìa que volvieran a verse, serìa un apretòn de manos y el abrazo… si es que habìa abrazo… Terry, a solas, ensayaba para ese abrazo. Y se llenaba de sangre frìa. Y se imaginaba invulnerable. Y sabìa què papel le correspondìa representar. Y no se saltarìa ni una lìnea del guiòn.
Lo hecho, hecho estaba y lo no hecho… tambièn. Y asì estaba bien. Y los dìas transcurrìan esperando sus cartas. Hasta esa noche en que Terry se despertò de la pesadilla, cubierto en sudor, jadeando, aterrorizado y lo vio. Stear estaba en su habitaciòn, sonriendo. Iluminando su oscuridad como el màs brillante de los soles. Y Terry vio sus hermosos ojos como siempre lo habìa soñado. ¿Pero còmo era posible? Stear le sonreìa y mientras sus ojos se llenaban de làgrimas, fue lentamente, colocando su mano en su corazòn mientras se desvanecìa frente a los aterrorizados ojos de Terry. Gritò, gritò hasta que sintiò que sus pulmones fuesen a estallar. ¡No era posible, no! ¡No èl! ¿Por què èl? ¿Por què no podìa morir Terry tambièn? Y llorò. Llorò hasta que las làgrimas vaciaron su corazòn dejàndolo vacìo y muerto. Porque esa era su magia, la de su amado Stear, la darle vida a las cosas que antes no poseìan ninguna, como su desolado y desgarrado corazòn.