Hermosas combatientes buenas tardes.
Espero que lo sigan pasando bien en esta hermosa guerra que no quiere parar
En esta ocasión les traigo un oneshot basado en la canción Señorita de Camila Cabello y Shawn Mendez. Bueno espero les guste y lo disfruten
Las amazonas haremos arder el cosmos
Oh i should be running…
Sudor —me despierto con el cuerpo completamente empapado —desde cuando las noches se han tornado tan calurosas. Es imposible que estando en Londres yo sienta como si estuviera en el Sahara, con un calor que te calcina hasta por las noches y que no te deja descansar.
Me levanto resignada de que será una noche larga. A pesar de que está prohibido por una de las tantas reglas del colegio, me dirijo hasta la ventana y la entreabro un poco, apenas lo justo para que ingrese un poco de aire que pueda apaciguar el calor que tengo.
Por supuesto que pretendo ignorar que conozco el origen de que mis noches se hayan vuelto tan “fogosas” así que me siento en el suelo a una distancia prudente del ventanal, y recibo con gusto el aire que se cuela por esta, poco a poco acaricia mi cuerpo y yo cierro los ojos intentando recuperar una temperatura normal, una que no me calcine desde dentro.
Aún con los ojos cerrados, siento mi cabello mecerse levemente rozando mínimamente mis labios, lo cual es suficiente para que mi cuerpo se estremezca por recordar otro roce, en una noche de festival, con música de fondo, donde mi cabello no fue el protagonista, sino los labios de ese malcriado engreído que sin previo aviso se apodero de ellos en un arrebato de pasión o que se yo.
He ahí la razón del porque mis noches de repente se han vuelto tan “cálidas”. Cada vez que me pierdo en el mundo de los sueños, vuelvo a rememorar ese momento. El roce de sus labios en los míos ocasiono un temblor que se esparció desde mi boca bajando por mi cuello, atravesando mi centro y generando corrientes eléctricas que me estremecieron; una sensación confusa de algo desconocido entre placer, dolor y vergüenza que se extendió hasta llegar a la punta de mis pies. La amalgama de pensamientos confusos se estrellaron en mi mente y el temor y la vergüenza le ganaron la batalla al placer que luchaba por imponerse. Me separe bruscamente y corrí tan rápido como pude, intentando escapar de la sensación de remolino que sentía en mi mente, en mi cuerpo… en mi vientre.
Desde ese día rehuyó de ti, ya no acudo a donde solíamos encontrarnos, volteo la vista cuando siento tu mirada sobre mí, me refugio en lugares a donde se que no te encontrare y me resguardo celosamente en mi habitación.
¿Qué si tengo miedo de ti? Ojala fuera eso. Tengo miedo de mí, de lo que siento solo al recordar ese roce, de las sensaciones a las que me entrego totalmente al soñarte, al recordar el sabor de tus labios y la calidez de tus manos sosteniendo mi cuerpo en esa noche en que solo la luna brillaba en tus ojos zafiro como muda testigo de lo que ocurrió, de la necesidad de volver a sentirte, de volver a probarte…
¡Pero eso no puede ser!
Porque solo somos amigos y los amigos no deberían de saborearse de esa manera. Con ese pensamiento en mi mente me dejo caer sobre mi cama y cierro mis ojos intentando escapar o rememorar… ya no sé.
****
¡Maldita sea! Me repito eso mismo por milésima vez... Por un estúpido impulso me deje llevar y eche todo a perder. Aún así no me arrepiento pues bien valió la pena ese beso… Señorita pecosa, quien diría que tus labios sabrían tan bien… ¡Oh la la!
No se si fue la música, tu aroma, la calidez de tu cuerpo, la cercanía, la noche o todo en conjunto lo que me llevo a perder la compostura ¡Lo sé! Eres una dama y no debí haber actuado así, pero somos jóvenes y a veces uno no puede reprimir los instintos animales que nos invaden y menos cuando tienes la oportunidad de amainar un poco ese fuego que arde dentro cada que estoy a tu lado.
Y me atreví.
Pero probar tus labios en lugar de apagar el fuego lo encendió más, tan solo ese roce fue como una gota de combustible que hizo de un simple fuego una enorme llamarada y me sentí quemar, me aferre mas a ti y te atraje pegándote a mi cuerpo buscando profundizar el contacto, desesperado y tal vez un poco brusco quise respirar tu aliento, extraerlo directamente de tu boca, el momento álgido de ensoñación, me sentí como oh…
Y de repente nada.
Cuando volví a tener control de mis sentidos ya habías desaparecido cual ninfa perdiéndote en el bosque, tan solo dejando tras de ti tu esencia y este sabor y esta sensación que me acompañan desde ese día y que para ser honesto sueño con volver a experimentar.
Desde ese día me ha sido imposible verte a solas, y ni se diga hablarte. Te he esperado cada día en nuestra colina, pero no apareces. ¿Es que acaso estuvo tan mal ese beso para ti? Me niego a creer que te era indiferente antes de ese beso y me niego aún mas a pensar que no significo nada para ti.
En este momento me encuentro trepado sobre la rama de un árbol, desde donde te diviso a lo lejos, tu forma de caminar es casi risible pues pareces huir siempre de algo, vas con tu cabeza cabizbaja tal vez intentando evitar toparte conmigo o de las miradas que te dirijo cuando coincidimos en algún lugar. Sé que me sientes, que sabes que te observo y sé que sabes también que no me quedare con los brazos cruzados.
Muy bien Pecosa, ya te he dado mucho tiempo para que reflexiones sobre lo que paso. Ya es tiempo de que hablemos —digo mientras de un salto llego al suelo, y camino hacia el dormitorio de las chicas, con un destino fijado y con mis intenciones muy claras, respiro profundo; ya sea por la excitación de volver a estar frente a ti o por lo que pueda pasar en ese momento. Meto mis manos en mis bolsillos y saco la armónica que me regalaste hace tiempo, sonrió y la vuelvo a dejar en mi bolsillo. Todo saldrá bien —me digo dándome ánimos.
Una vez que ubico tu habitación, trepo hábilmente por el árbol que queda justo frente a tu balcón y permanezco oculto en esa rama por un momento, cuestionándome entre si esto es lo correcto o tal vez solo empeorare más las cosas. Esta es una muestra más de lo impulsivo que puedo llegar a ser, aunque quisiera ocultarlo a los demás, no puedo evitar reconocer que desde hace tiempo esto que siento ya no es amistad.
Debí haber huido cuando tuve la oportunidad, pero una y otra vez mis pasos me dirigían a donde sabia que te encontraría, mis ojos siempre buscaban esa melena rubia, mis oídos detectaban esa risa, esa voz alegre y libre de etiquetas, mis pensamientos no hacían otra cosa que reproducir cada palabra, mueca y gesto que hacías.
¡Debí haber huido! Pero ya era prisionero de tus ojos que me hacían volver una y otra vez a ti.
Después de rememorar, me decido a poner punto final a esta distancia. Me encamino por la rama y observando de un lado a otro para evitar ser visto por ojos indiscretos, salto hacia tu balcón quedándome escondido en una de las esquinas. Por suerte al parecer tienes la mala costumbre de mantener la ventana abierta, —sonrió pensando que eres una rompe reglas— bueno eso me facilitara poder ingresar sin llamar mucho la atención. Me muevo sigiloso, abriendo un poco más el acceso y me cuelo aun sin ponerme de pie. Una vez dentro, cierro el ventanal por completo. No quiero que alguien vaya a escuchar lo que vengo a decirte y mucho menos meterte en problemas.
Permanezco aún en posición de gateo, observo una luz tenue que proviene de la lampara de tu mesilla que se encuentra pegada a la pared. Paseo mi mirada lentamente por tu dormitorio, hasta que ubico una melena rubia sobre la cama y te observo aun con tu uniforme, recostada sobre está; lentamente me muevo en esa dirección intentando no hacer ningún ruido y manteniendo mi posición inicial.
Llego hasta a ti y mi corazón da un salto al volver a tenerte tan cerca. Estas dormida y gracias a la luz, puedo disfrutar de verte claramente; tus pecas se encuentran tranquilas mientras duermes, tu naricita elevada, tus pestañas que descansan sobre tus mejillas algo ¿Sonrojadas? Que estarás soñando Señorita pecosa, —sonrío al imaginarme ser el causante de ese sonrojo aunque sea en sueños. Prosigo con mi inspección hasta detenerme en esos labios provocadores y sensuales.
¡Maldición! Son como un imán que me atraen sin yo querer oponer resistencia, lo único que quiero es volver a tomarlos y saborearlos con profundidad, y es que ¿Quién podría culparme? No soy mas que un joven arrogante, malcriado e impulsivo; eso sí enamorado de la señorita pecosa que tengo frente a mi…
¿Tendría algo de malo volver a caer en la tentación?
Sin pensarlo más, acorto la distancia entre tus labios y los míos. ¡Oh la la!
El recuerdo se queda corto cuando vuelvo a experimentar esa sensación en vivo y en directo. Te remueves un poco y para mi sorpresa respondes el beso permitiéndome con esto ingresar a tu boca, el calor que me recibe embota mis sentidos; coloco mis manos al lado de tus costados sobre la cama para sostenerme y poder disfrutar de lleno este momento.
De repente siento tus manos sobre mis brazos, abro mis ojos y veo tus verdes esmeraldas algo confusas, me retiro de a poco,
—¿Terry? —mencionas con tu voz apenas audible.
—¿Candy? —respondo de la misma manera intentando ocultar mi nerviosismo.
Te levantas de manera enérgica, tocas tu cara, tus labios y me miras cayendo en cuenta que lo que has sentido no ha sido un sueño, tus mejillas se encienden al darte cuenta que todo ha sido real.
—¿Qué haces aquí?
—Bueno, si la pecosa no va a la colina…
—Déjate de bromas Terry, sabes muy bien porque no he vuelto… has sido un desfachatado si has pensado que yo me prestaré a tus juegos.
—Señorita Pecosa, no se de que juegos hablas—supuse que lo malinterpretaría, claro sin una declaración es lógico que ella piense que esto es solo un pasatiempo. —Pero si quieres jugar algo, considérame interesado.
—Eres un granuja, un malcriado al que no le importa romper las reglas, pero ni por un momento pienses que yo entrare en este juego contigo. Así que vete de mi habitación ahora mismo.
Al verla afectada, se que es ahora el momento de sincerarme o perderé para siempre la oportunidad de hacerlo y tal vez de que me corresponda.
—Vamos Candy, me vas a decir que ese beso no significo nada para ti.
Esquivas mi mirada y retuerces tus manos tomando la falda de tu uniforme,
—Ese no es el punto. El punto es que quiero que te vayas y dejes de seguirme, de mirarme y de acosarme a todos lados a donde voy.
—¿Por qué? ¿Te incomoda mi presencia? ¿Te molesta saber que alguien no puede dejar de pensar en ti? Que ese alguien te busca a cada momento, porque lo único que quiere es volver a disfrutar de tu cercanía.
Me miras un poco confusa, pero nuevamente frunces el ceño
—Me molesta porque sé cuales son sus intenciones y ¡No son nada buenas! y ¡No pienso convertirme en su juguete!
Vaya que eres terca pecosa, creo que me va a costar un poco mas de lo que pensé.
—¿En serio las sabes? ¿O solo has deducido cuáles son? Y contestando a tu primera pregunta, estoy aquí para aclararte mis intenciones.
—Muy bien, —acepta. —¿Dime que deseas de mí?
Vaya que es directa, ahora es mi turno de sentir mi rostro encendido, se lo que tengo que decir pero ¿Por qué carajos es tan difícil decirlo en voz alta?
—¿Y bien? —insiste con su mirada fija.
—Bueno, yo —doy unos pasos en su dirección y ella retrocede instintivamente, veo en sus ojos algo que no es temor; más bien es precaución, —sonrió mentalmente y me acerco con más determinación.
—¿Qué haces? —su voz suena atribulada.
—Respondo tu pregunta,
Sin más la encierro entre la pared y mi cuerpo. Tomo sus manos y las levanto a la altura de su cabeza. Levantas tu rostro y tus esmeraldas reflejan un brillo de anhelo y temor mezclado que me enloquece. Ahora sé que lo deseas tanto como yo. Suelto una de sus manos y acaricio levemente tu rostro mientras cierras tus ojos y te permites disfrutar del roce. Te has rendido a esto que sentimos.
—Me gustas —le digo en un suspiro cerca de su oído. —Desde la primera vez que te vi algo en ti me cautivo. No pude evitarlo.
—¿Por qué yo? —me preguntas mientras diriges tu mirada hacia mí.
—No sé —hago un gesto con mi cara en señal de poca importancia —supongo que tengo debilidad por las señoritas pecosas, de cabellos rubios y rizados, de ojos verdes esmeralda, que trepan arboles a mitad de la noche, que desobedecen reglas y llaman cabeza hueca a la madre superiora...
Tu risa resuena en la habitación, ¡Cielos! Como había extrañado ese sonido.
—Yo…—respiras profundo, —bueno, también… me gustas Terry. —Levantas tu rostro y mirándome a los ojos confiesas —y el beso… significo un nuevo mundo de emociones para mí, pero tenia miedo de caer en lo que yo creí era tu juego.
—Oh vaya, veo que no pudiste resistirte a mis besos —digo guiñándole un ojo para aligerar el momento.
—¡Terry! Eres un malcriado.
—No te enojes pecosa, mejor ¿Qué te parece si sellamos nuestras confesiones, con lo que dio inicio a esta situación?
Sin esperar su respuesta, me acerco y tomo sus labios sin más dilación, y en esta ocasión los saboreo a consciencia, dejándome sentir cada una de las cosas que me provocas y dejándote saber que para mí tú eres y siempre serás mi Señorita pecosa.
FIN
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