Alguien alguna vez le dijo «cada vez que mires un girasol le encontraras un nuevo significado a la vida»; esta acotación vino cuando el chico de enormes anteojos le preguntó una tarde de verano a su señor padre, quien se hallaba leyendo en su periódico algo sobre la situación económica de ese entonces; la persona en cuestión, al ver al hombre mirando hacia la ventana tratando de buscar respuesta a la recurrencia de su curioso hijo, salió a su auxilio.
Stear, a pesar de contar con tan poca edad cuando se le dijera eso— lo sabia porque su hermano aun estaba encubado en la pansa de su madre—, aun recordaba, con nitidez, la envejecida voz y el tacto de la persona quien le diera un simbólico significado a su pregunta.
Y ¿Cómo olvidarlo? Si fue a partir de allí que comenzara su pasión por la invención, ya que, al igual que esa ocurrente personita, le quería dar otro significado a la vida de una manera mas especifica que el de una simple flor que se movía según la orientación del sol.
Pasaba horas devorando libros, creando cosas que se fueron haciendo un poco más complejas (y peligrosas) y se la mostraba a ella, a la nana que fuera primero de su padre y ahora se había convertido en la de él, quien recibía sus muestras con la misma alegría y entusiasmo hasta el día de su muerte.
Hoy, Stear, tras el alba que apenas iluminaba con pequeños y oscilantes rayos su trinchera, recordaba con más nitidez, con añoranza y, sobre todo, aceptación, las enseñanzas de esa sabia señora que, lastimosamente, murió antes de que su hermano naciera:
—Si, abuela, tiene toda la razón, la vida se trata de cambio, sea para bien o para mal; hay que estar con la mente abierta, optimista, positiva para eso a lo que nuestra realidad se maneje en cada salida o movimiento del astro rey.
Quien diría, que en la batalla que se libraría ese día él moriría…
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