II
Hoy es mi primer quinto domingo, obviamente estaré con mis padres, ellos se han quedado en Inglaterra todo este tiempo, en caso de que me arrepintiera y quisiera regresar a casa. Son unos padres muy consentidores y quizá un poco sobreprotectores, los amo mucho, aunque últimamente he tenido ciertos problemas con mamá, siento que a veces me asfixia con tantos mimos.
Recuerdo como si hubiera sido ayer el día en que llegué a la casa Briggton con tantas ilusiones, pero también muy temerosa de lo que me deparaba el futuro sin mi querida Candy, sin embargo, pudo mas la alegría de haber cumplido mi sueño de tener un papá y una mamá y simplemente me dejé llevar.
Aunque suene crudo, dudo mucho que mis padres se detuvieran a pensar en mis sentimientos y cavilaciones con respecto al cambio de vida que sufrí, sé que sus intenciones siempre fueron las mejores hacia mí, pero la mente frágil de una niña de seis años es altamente impresionable, me rendí ante las zalamerías de mis padres y simplemente les di la razón cuándo mamá dijo que nadie debía enterarse de que yo provenía de un orfanato, hasta ese momento en mis seis años de vida nunca me había puesto a pensar en lo que eso implicaba, no es que lo viera bueno o malo, simplemente nunca lo cuestioné, mi lógica infantil me decía que si lo mencionaba mamá, era porque tenía razón, mi origen debía ocultarse y con ello todo mi pasado, sí, me dolió pero ahora tenía unos padres a quienes respetar y obedecer, esto incluso me lo habían enseñado en el hogar de Ponny, quizás pude haber protestado o preguntado, pero, acepté calladamente junto con la conciencia errónea a mis seis años de que toda mi vida hasta ese momento estaba mal, que era horrible y condenable no tener origen, que el venir de un orfanato es lo peor que le puede pasar a una persona y lo más importante: que todo mi pasado se debía ocultar, que si alguien se enteraba o yo lo decía no era merecedora de amistad, compañerismo, lealtad y sobre todo amor.
Así que me tragué todas mis preguntas, oculté mi pasado en el fondo de mi corazón y me abrí paso a una vida llena de regalos y mimos, sé que suena a tonta excusa, pero… ¡Por Dios! Era una niña de seis años que no sabia nada de la vida y a quien le prometieron su mundo soñado a cambio de olvidar y ocultar su pasado, claro que acepté, sin dudarlo, y si alguien en el futuro o presente juzga mi decisión, que se ponga en mi lugar con la mentalidad de una niña que nunca ha tenido nada y de repente, le prometen todo; entonces que me diga que hubiera hecho en mi lugar…
Sí es verdad, fue una decisión tomada con la mente obnubilada por mi nueva realidad, y sí, en el futuro pagaría un precio demasiado caro por esa decisión y también sí, cuándo me di cuenta de mi error y quise componer las cosas ya era demasiado tarde.
Mi vida era feliz, hasta que llegaban las cartas de Candy provenientes del hogar de Ponny, mamá no decía nada más que: —¿Otra vez esa niña, Annie? Recuerda que quedamos le escribirías diciendo que no te importunase más— con un tono que me causaba escalofríos, yo solo bajaba mi cabeza con los ojos anegados en llanto con lágrimas de temor por que mi ahora madre dejara de quererme si seguía recibiendo noticias de un orfanato, aunque fueran de mi mejor amiga, cada carta era guardada en el fondo de mi cajón con la promesa de no leerla y al contrario, escribirle una misiva pidiéndole que no me escribiera nunca más; promesas ambas que no cumplía, porque en las noches tomaba la carta cerrada del fondo de mi cajón y con la luz de la luna o el brillo del fuego de la chimenea para no despertar a mis padres, sobre todo a mamá, y entonces leía las líneas de Candy donde me relataba sus aventuras, tan detalladas que yo podía imaginarme a su lado siendo la coprotagonista de las mas disparatadas peripecias, al terminar la lectura con los ojos arrasados guardaba la carta, me prometía que sería la última, que debía decirle q no me escribiera, que me olvidara y me iba a la cama sintiéndome la peor niña del mundo por ser huérfana y con un miedo atroz a que alguien supiera mi secreto porque entonces todos dejarían de quererme, la melancolía invadía mis días, entonces papá y mamá, sin saber qué es lo que me atormentaba me llenaban de mimos y regalos que hacían olvidara mis penas y promesas.
Al pasar los años, recibí la ultima carta de Candy, teníamos ya trece años, siete años de mi cruel indiferencia no hicieron mella en el corazón de mi hermana quién puntualmente me escribía, sin embargo, esta carta era diferente, era un grito desesperado por ayuda, trece años y aún nadie la había adoptado, incluso yo en mi mundo de algodones sabía lo que eso significaba: que era una carga para el hogar de Ponny; en su carta me pedía dijera a papá que le diera un empleo cualquiera que fuera. De inmediato las palabras de mamá resonaron en mis oídos “Nadie debe enterarse que vienes del hogar de Ponny por que es un orfanato y nosotros hemos dicho que adoptamos a la hija de un pariente lejano que murió. Si alguien se entera de tu verdadero origen te despreciarán y nadie querrá estar cerca de ti”. Mi corazón palpitó a mil por hora y una fuerte opresión se instaló en mi pecho imposibilitándome respirar, si Candy llegaba a trabajar a mi casa, me trataría como su amiga y todos se enterarían de donde vengo, no podía soportarlo así que tome papel y pluma para redactar la única carta a Candy en siete años, donde ahora sí le pedía no me escribiera más, que tenía montones de amigos y ellos no debían saber nada del Hogar de Ponny, envié la carta y me olvidé del asunto, para ese entonces, lo reconozco, yo era toda una malcriada.
Poco después de ese incidente ocurrieron dos hechos que marcaron mi vida y en cierta forma, uno de ellos me devolvió al camino, estaba por perderme en mi ensoñación cuando…
—Annie querida, ¿Ya estás lista?
Me llama mamá desde el umbral de mi habitación en la casa que rentaron mis papás en Londres para estar cerca de mí.
—Los Ardlay no tardan en llegar y debes estar primorosa— dice mientras echa un vistazo a mi atuendo buscando algún error, pero soy toda una experta eligiendo mis ropas, calzado y accesorios por lo que mamá satisfecha con el resultado, solo presiona mis mejillas para darles color mientras me mira con dulzura, bajamos al salón y me siento al piano, mis ágiles dedos se deslizan por las teclas produciendo sonidos que me envuelven y transportan al pasado…
En plena primavera, el calor era agradable y como siempre nosotras (mamá y yo) estábamos en visita social, esta vez en la casa de descanso de los Ardlay, presentando nuestros respetos por la llegada de la matriarca del clan y sus sobrinos nietos a la casa de campo de la familia, venían a establecerse por tiempo indefinido y en unas semanas darían una fiesta celebrando tan grande acontecimiento, para esas fechas nosotros estaríamos de viaje y por tal motivo nuestra visita era también para excusarnos por la ausencia a los festejos.
Yo estaba al piano tocando justamente un fragmento de las cuatro estaciones de Vivaldi cuando lo vi entrar al salón, portaba una impecable camisa de seda azul cielo y una chaqueta sin chaleco, algo demasiado osado aunque fuera una visita informal, sus bien peinados cabellos color miel y sus ojos avellana contrastaban con la camisa azul y la corbata marrón que hacia juego con su traje, su melodiosa y varonil voz al saludar, acaparó mi atención y a partir de ahí no pude seguir tocando, olvidé los acordes, las notas, hasta mi nombre, intenté seguir tocando lastimeramente, él, al notar mi nerviosismo y torpeza se sentó junto a mí y me dijo —No se preocupe señorita tocaremos juntos— mi corazón me dio un vuelco en el pecho, y no recuerdo como terminé de tocar la pieza, solo recuerdo que al concluir y con los aplausos de los asistentes de fondo, él tomó mi mano y después de decir —Archibald Cornwell Ardlay a sus pies— le depósito un dulce beso, mientras mis mejillas se cubrían de un ligero rubor haciendo aún más evidente mi nerviosismo. A partir de ahí convencí a mamá de acercarnos mas a los Ardlay y poder ver a Archie con frecuencia; es tan elegante, educado, de suaves y amables maneras , con temas de conversación tan interesantes y yo tan tímida y callada, seguro al principio se pensó que era muda, pero aun así cada que nos veíamos dedicaba unos momentos a charlar conmigo, una ocasión me regaló un heliotropo por que dijo que hacía resaltar mis preciosos ojos, mamá al ver la turbación que Archie provocaba en mí, solía recordarme cada que podía que Archie menos que nadie debía saber la verdad de mi origen y mi pasado, así que al nerviosismo natural que me provocaba su cercanía, se sumó la ansiedad por ser la señorita perfecta digna de su atención.
Y fue mi deseo de estar cerca de Archie lo que me llevó a darme de frente cual pared con un asunto que yo creía olvidado: Candy.
Continuará...
Última edición por dulce3852 el Miér Abr 21, 2021 8:48 am, editado 1 vez