El día de hoy les comparto un capítulo más de esta historia y con el que me despido de este maravilloso evento, si bien me hubiera encantado terminarlo aquí, pareciera que a propósito me ocupo más en estos tiempos y horas del día me hacen falta para seguir escribiendo.
¡En fin!
Gracias infinitas a quienes me han leído, a quienes me dejan un comentario y a quienes leen en silencio, gracias en verdad por su tiempo.
La que guste seguir esta historia, seguirá su curso hasta finalizar en el grupo de Facebook "LA MORADA MÍSTICA", En el Wattpad no se publicará hasta estar a término.
Les dejo el enlace hacía la casa de todas ustedes.
La Morada Mística
Sin más que agregar...¡GRACIAS Y HASTA EL PRÓXIMO AÑO!
Second Chances
Capítulo 11
No basta decir lo siento
Terry abrió la llave, dejó que el agua fría le cayera, maldiciendo su memoria fotográfica, no tenía caso cerrar los ojos para apartar la visión de la pequeña rubia. Comenzó a enjabonarse con fuerza, no quería pensar en ella, en su cuerpo curvilíneo, en sus pezones ligeramente oscuros y erectos, en su vientre plano, las marcas poco visibles en él debido al estiramiento de su piel por el embarazo y la cicatriz horizontal que evidenciaba la cesárea de cuando tuvo a Parker y luego… su parte inferior… su centro… el vello claro apenas cubierto con una mano pequeña y el cruce de piernas…
— ¡Maldición! — Exclamó al sentir su erección a pesar del agua fría.
Se demoró un poco más en salir del baño, pero cuando lo hizo su mente ya estaba clara.
Portando su uniforme de pantalón azul marino y camisa celeste con las insignias de su profesión, se fue a la cocina a preparar el desayuno, estaba más tranquilo, platicando con Albert de lo que se enteró el día anterior cuando ella se asomó, la criatura más bonita que había visto, una mezcla de inocencia y sensualidad, de dulzura y coraje… y que se le fue encima como una fiera…
— ¡Tu! — Señaló la susodicha al joven castaño — ¡Te llevaste a mi bebé! ¡¿Sabes la angustia que pase todo el día?! — Vociferó Candy al tiempo que tomaba la servilleta de la mesa y comenzaba a golpear a Terry con ella en el brazo — ¡Y encima de todo te duermes en mi cama!
— ¡Candy! — Exclamó Albert amonestando el proceder de la chica al verla atacar al castaño.
— ¡¿Te quieres calmar?! ¡¿Estás loca o qué? — Decía el hombre al tiempo que se cubría con ambos brazos de los silletazos que cuál látigo Candice le seguía dando.
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Sam era un animalito noble y muy inteligente, acostumbrado a la gente, a dar y recibir cariño, pero también era muy protector.
Estaba despierto pero seguía echado en el colchón de la rubia, velando el sueño de su amigo pequeño que aún dormía, entonces la escuchó, la voz de su humano, un tono diferente al de siempre, se bajó de la cama, salió al pasillo, y desde donde estaba lo vio, su amo, caminando hacia atrás mientras era golpeado por la humana que siempre olía a hamburguesa, sus orejas se pararon, su cola comenzó a agitarse y luego ladró, fuerte, ronco, sus patas resbalaron un poco por el piso liso pero se apresuró a ir, en pos de auxiliar a su compañero.
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Terry escuchó el ladrido de Sam, sus patas aporrearse al correr, por lo que, ágil y rápido aplicó una de las tantas maniobras de defensa que con el paso de los años tenía en su memoria muscular.
Cuando la rubia quiso asestar otro golpe, le detuvo la mano derecha con la suya, le dobló un poco el brazo y la hizo gritar por el dolor infligido, con la misma la soltó, la giró de los hombros, le pasó el brazo por la cintura para inmediatamente levantarla del suelo, colocando su trasero en su cadera justo a tiempo de que Sam llegará a ella dispuesto a morderla.
— ¡Sam! ¡No! — Ordenó Terry, con su voz grave y firme.
El can se detuvo, pero siguió ladrando.
— ¡Te quieres calmar! — Exigió el castaño sacudiendo un poco a la chica que pataleaba e intentaba zafarse — ¡Sam va a morderte si no te estás quieta! ¡Cree que me atacas y hará lo mismo contigo!
— ¡Suéltame idiota, suéltame!
— ¡Candice White Villers! — Gritó Albert — ¡Por los clavos de Cristo! ¡Compórtate! ¡¿Qué espectáculo es éste por dios?!
— Te voy a soltar y te vas a estar quieta — Susurró Terrence cerca del oído de Candy — Di que te estarás quieta.
— ¡No eres nadie para…!
— ¡Di que te vas a estar quieta!
— ¡Está bien!
— Sam, ven aquí amigo — Llamó Terry después de dejar a la chica de ojos verdes en el piso, muy despacio y en todo momento pendiente de los movimientos de su perro.
Una sudorosa y adolorida Candy, se sobaba la muñeca al tiempo que se dejaba caer en una silla.
— Disculpa por haber actuado así ayer, no lo pensé y actué sin medir las consecuencias llevado por… — Los recuerdos y la experiencia, pensó — Pero no volverá a pasar, no te preocupes — Mientras hablaba se había inclinado a rascarle las orejas del perro — Tu hijo está perfectamente bien, es un buen niño, no quería dormirse y me recosté un momento, se acomodó sobre mí y no me di cuenta a qué hora yo también me quedé dormido, es muy cansado cuidar un niño de su edad, y sobre todo con la energía que tiene, pero te repito, no volveré a entrometerme donde no me llaman — Finalizó para luego ponerse de pie, llamar al perro, tomar su maletín y salir despidiéndose solo de Albert.
El rubio, que se había levantado tras el zafarrancho, volvió a sentarse, mirando fijamente a Candy comenzó a tamborilear los dedos, esperando una explicación.
La muchacha se apartó el cabello que le caía en la cara, estaba colorada por el esfuerzo y la vergüenza de los recientes acontecimientos y la forma en que se sulfuro.
— Lo lamento — Habló tras un breve suspiro y volteando la cara hacia otro lado — Disculpe mi…
— ¡No es conmigo con quién debes disculparte! — Dijo el sacerdote al tiempo que golpeaba la mesa con el puño — ¡No puedo creer semejante pataleta!
— ¡Me asuste! ¡No lo conozco y…!
— ¡Exacto! ¡No lo conoces! ¡Tú no sabes lo que ha tenido que pasar!
— Perdón padre — Susurró bajando la cabeza, aguantando las lágrimas que estaban por salir de sus ojos.
— ¡Toma! — Le extendió un sobre manila — Terrence tiene algunos contactos y se tomó la molestia de hacer averiguaciones, espero que reflexiones en lo que hiciste y le ofrezcas una disculpa a quien corresponda, tengo que oficiar la misa.
El hombre salió, dejando a Candy con un amargo sabor en la boca, llorando en silencio, sin comprenderse a ella misma.
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Cómo era su día de descanso, sin apurarse como otros días, realizó las tareas diarias, lavó sus uniformes, la ropa de Parker, incluso una indumentaria eclesiástica del padre Albert que estaba en el baño.
Mientras la vieja lavadora funcionaba preparaba la comida, Parker jugaba en la salita con unos carritos y de vez en vez iba junto a ella a pedir agua o jugo y en cada ocasión, preguntaba por Sam.
— Sam no está ángel — Le decía al tiempo que se acuclilló para estar a la altura de su hijo — Debe llegar más tarde ¿Lo extrañas? ¿Te gusta jugar con Sam?
— Sam e mi amigo y yo voy a jugal y a coler y a dolmil y vamo a ve a ma ninos y a jugal y comel galletas y…
— ¿Todo eso vas a hacer con Sam?
— ¡Si! — Exclamó el pequeño alargando la sílaba — Y papá tamien juga con nosotros y…
— ¡Espera, espera! — Lo interrumpió — ¿Papá? ¿Quién papá? ¿Parker?
— ¡Papá! El juga comigo y duelme comigo… ¿Dode ta papá? ¡Papá! — Clamó el rubio al tiempo que se iba corriendo hacia las habitaciones.
— ¡Parker! — Le llamó Candice, poniéndose de pie para ir tras él.
El infante se detuvo frente a la recámara de Terry, golpeó la puerta y lo llamó, una dos tres veces hasta que su madre llegó junto a él.
— ¿Buscas a Terry? Él está trabajando mi cielo.
— ¿Papá fue a tabajo?
— Parker… El no… Terry no es… — La joven madre no sabía cómo explicarle a su hijo que ese al que llamaba padre no lo era — Ven hijo, vamos a jugar.
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Pasaban de las cuatro de la tarde, Parker dormía tranquilo mientras Candy doblaba la ropa limpia, el padre Ardlay descansaba después de tomar sus alimentos pues más tarde tenía visitas que hacer antes de regresar para las oraciones de la noche.
Cuando al fin terminó, la rubia tomó el sobre amarillo que el sacerdote le dio en la mañana, no lo había abierto pues desde que lo tocó le causó una opresión en el pecho. Se sentó en el suelo, junto a la cama, sacó los papeles blancos membretados, comenzó a leer y conforme avanzaba, sus ojos se abrían mas por la sorpresa.
Todo un reporte de ella, de lo que hacía, de su trabajo y de su hijo, por último, un nombre, uno que jamás pensó, que jamás hubiera esperado… Benjamín M. O'Brien, el padre de Patty.
Continuará...
Por: Temperance
Para: Guerra Florida 2021 y el grupo de Las Divinas Místicas de Terry
Diseño de portada: Magnolia Mon
Iluminación: Fantasía.
En Sinergía, Cambiando el destino por Terry.
Gracias por leer