Buenas tardes.
Está entrando el.otoño en el hemisferio norte, primavera en el sur. Así que, me puse a pensar en el "secuestro" de Perséfone...
Iniciamos!
El mediodía ha pasado ya, Rosie, con tristeza sabe que tiene las horas contadas… se frota los brazos con las manos, el viento del norte le recuerda que el cambio de estación pronto ocurrirá… lo sabe, al caer la tarde, con el ocaso, él vendrá y se la llevará.
Un escalofrío le recorre el cuerpo al tiempo que recuerda cómo eran las cosas antes de ése día, sus ojos celestes se cubren con una sombra de frustración y dolor. El recordar ese día le era en extremo doloroso.
Ella, con mucho amor, cumplía con su trabajo como la Diosa de la Tierra y la agricultura, su bella hija, la acompañaba a todos lados, las dos hermosas diosas eran amadas por los hombres, la madre, de piel apiñonada, cabellera rubia y lacia, como rayos de sol; grandes ojos celestes como los cielos en calma, mirada tierna.
Su hija, Diosa de las Cosechas, también era rubia como su madre, pero con cabello rizado, piel blanca, algo tostada por el sol, un firmamento de pecas le adornaban el rostro, espalda y pecho. Sus ojos, verdes, como la hierba fresca, su mirada traviesa e inquieta no paraba de curiosear todo a su paso.
Rosie, conociendo la curiosidad de su hija, no se alarmó del hecho que, algunas tardes, se apartara de ella y vagaba sola o con algunas ninfas por los bosques o a la orilla de los ríos… pero ese día, Candy no volvió.
La buscó, dejando de lado todo lo demás, la Tierra dejó de producir, los hombres, clamaron por ayuda, Rosie no los escuchó, pidieron a los demás dioses intervenir a su favor, pero Rosie no quería volver a sus responsabilidades sin su amada hija.
Al ver que con su negativa los hombres y la Tierra parecerían, Albert, el Dios Supremo y hermano de Rosie le dijo en dónde se encontraba la pequeña rubia; se encontraba en el Hades, ahora, reinaba el Inframundo y no podía regresar, ya que, nadie volvía del Inframundo.
Destrozada, exigió que le fuera devuelta, no le importaba el fatal destino de la Tierra y la humanidad, sin su hija, no le importaba nada. Abert tomó una decisión. Candy volvería al lado de su madre, pero solo la mitad del año; siendo la Reina del Inframundo, no podía dejar sus nuevas funciones; ya no podría estar todo el tiempo con su madre como antes.
Rosie aceptó, no estaba de acuerdo, tener a Candy sólo unos meses no le parecía justo, pero era peor no verla más
Regresando al presente, veía a su hija, corriendo de un lado a otro, aunque ella se sentía triste, su hija no podía disimular sus ansias de regresar al lado de su esposo.
Al ver que su hija ya lista para partir, las fuerzas la abandonaron. Ya no vestía la túnica verde menta salpicada de flores, sandalias blancas de piso y el cabello suelto con una guirnalda de flores. No, ahora, usaba un vestido tinto ajustado a su figura, con una apertura a un lado; sandalias negras con cintas envolviendo sus pantorrillas, el cabello recogido en una trenza y se había colocado la tiara dorada de rubíes y zafiros que la distinguía como reina del Inframundo.
- Madre, ya es hora.- Candy se acercó a la diosa que con tristeza sólo asintió.
Caminaron en silencio, llegaron a una peña, observaron cómo el ocaso pintó el cielo de rosas y naranjas… la peña se movió, un hombre castaño, alto de cuerpo muy bien definido vestido de negro apareció, sus duras facciones y mirada azul gélida se suavizaron al ver a las diosas. Clavó sus ojos azules en la más joven, en su mano, un bello narciso, giraba, con una ternura exclusiva para su esposa, llamó a la joven.
Se estremecieron, Rosie de dolor, Candy y Terry por el tan ansiado encuentro. – Madre, estás bien?- Rosie asistió, no queria hablar, sabía que la voz le traicionaría, - volveré en seis meses. Te amo.- la abrazó y tomando la mano que le ofrecía su amado, se desvanecieron, dejando el bello narciso junto a la peña.
Rosie volvió a sentir ese frío, el frío que ahora cubriría la Tierra, tomó la flor y regresó a casa, en espera del retorno de su hija.
Está entrando el.otoño en el hemisferio norte, primavera en el sur. Así que, me puse a pensar en el "secuestro" de Perséfone...
Iniciamos!
El mediodía ha pasado ya, Rosie, con tristeza sabe que tiene las horas contadas… se frota los brazos con las manos, el viento del norte le recuerda que el cambio de estación pronto ocurrirá… lo sabe, al caer la tarde, con el ocaso, él vendrá y se la llevará.
Un escalofrío le recorre el cuerpo al tiempo que recuerda cómo eran las cosas antes de ése día, sus ojos celestes se cubren con una sombra de frustración y dolor. El recordar ese día le era en extremo doloroso.
Ella, con mucho amor, cumplía con su trabajo como la Diosa de la Tierra y la agricultura, su bella hija, la acompañaba a todos lados, las dos hermosas diosas eran amadas por los hombres, la madre, de piel apiñonada, cabellera rubia y lacia, como rayos de sol; grandes ojos celestes como los cielos en calma, mirada tierna.
Su hija, Diosa de las Cosechas, también era rubia como su madre, pero con cabello rizado, piel blanca, algo tostada por el sol, un firmamento de pecas le adornaban el rostro, espalda y pecho. Sus ojos, verdes, como la hierba fresca, su mirada traviesa e inquieta no paraba de curiosear todo a su paso.
Rosie, conociendo la curiosidad de su hija, no se alarmó del hecho que, algunas tardes, se apartara de ella y vagaba sola o con algunas ninfas por los bosques o a la orilla de los ríos… pero ese día, Candy no volvió.
La buscó, dejando de lado todo lo demás, la Tierra dejó de producir, los hombres, clamaron por ayuda, Rosie no los escuchó, pidieron a los demás dioses intervenir a su favor, pero Rosie no quería volver a sus responsabilidades sin su amada hija.
Al ver que con su negativa los hombres y la Tierra parecerían, Albert, el Dios Supremo y hermano de Rosie le dijo en dónde se encontraba la pequeña rubia; se encontraba en el Hades, ahora, reinaba el Inframundo y no podía regresar, ya que, nadie volvía del Inframundo.
Destrozada, exigió que le fuera devuelta, no le importaba el fatal destino de la Tierra y la humanidad, sin su hija, no le importaba nada. Abert tomó una decisión. Candy volvería al lado de su madre, pero solo la mitad del año; siendo la Reina del Inframundo, no podía dejar sus nuevas funciones; ya no podría estar todo el tiempo con su madre como antes.
Rosie aceptó, no estaba de acuerdo, tener a Candy sólo unos meses no le parecía justo, pero era peor no verla más
Regresando al presente, veía a su hija, corriendo de un lado a otro, aunque ella se sentía triste, su hija no podía disimular sus ansias de regresar al lado de su esposo.
Al ver que su hija ya lista para partir, las fuerzas la abandonaron. Ya no vestía la túnica verde menta salpicada de flores, sandalias blancas de piso y el cabello suelto con una guirnalda de flores. No, ahora, usaba un vestido tinto ajustado a su figura, con una apertura a un lado; sandalias negras con cintas envolviendo sus pantorrillas, el cabello recogido en una trenza y se había colocado la tiara dorada de rubíes y zafiros que la distinguía como reina del Inframundo.
- Madre, ya es hora.- Candy se acercó a la diosa que con tristeza sólo asintió.
Caminaron en silencio, llegaron a una peña, observaron cómo el ocaso pintó el cielo de rosas y naranjas… la peña se movió, un hombre castaño, alto de cuerpo muy bien definido vestido de negro apareció, sus duras facciones y mirada azul gélida se suavizaron al ver a las diosas. Clavó sus ojos azules en la más joven, en su mano, un bello narciso, giraba, con una ternura exclusiva para su esposa, llamó a la joven.
Se estremecieron, Rosie de dolor, Candy y Terry por el tan ansiado encuentro. – Madre, estás bien?- Rosie asistió, no queria hablar, sabía que la voz le traicionaría, - volveré en seis meses. Te amo.- la abrazó y tomando la mano que le ofrecía su amado, se desvanecieron, dejando el bello narciso junto a la peña.
Rosie volvió a sentir ese frío, el frío que ahora cubriría la Tierra, tomó la flor y regresó a casa, en espera del retorno de su hija.