Hola niñas y fieles lectoras del Foro Rosa, hoy La reina vino a visitar el lado oscuro, realmente no es un capítulo muy fuerte , pero sí es +18. Carmín y yo esperamos que sea de su agrado.
Anthony caminaba por el pasillo sin saber si llegar o no a los aposentos de su cuñada. Ahí de pie, frente a la fina puerta, recordó cuando era su habitación heredada por su madre fallecida. Y de cómo tras los escritos de ella descubrió su refugio, donde escapaba de su prisión de oro a un mundo solo para ella, uno en el que podía ser feliz. Sabía de aquel cuarto secreto, pero tardó algunos meses en descubrirlo, también supo por las cartas encontradas en ese lugar del romance de su madre y su tío Georges. Sintió molestia y odio hacia ellos, hasta que conoció a la futura esposa de su hermano y entendió a su madre y a su tío, que el amor y el deseó en ocasiones es más fuerte que el compromiso del matrimonio. Por eso le cedió gustoso su habitación real, ya que era el ala de las reinas y Eliza era toda una reina y merecía tener su escape al igual que alguna vez lo tuvo su madre.
—Alteza, ¿y Paty? —Luisa se notaba nerviosa al ver salir a Neil en compañía de Paty a toda prisa, sentía una mezcla de celos, inseguridad y rabia hacia la muchacha.
—Tenía que ir a un lugar, pero eso a ti no te importa —Eliza la observó con molestia.
—Tiene razón, su Alteza, solo que yo pensé que estaría al servicio de su hermano en su estancia aquí —dijo con rostro apagado, Eliza la miró con intriga.
—Hoy la requiere a ella. Da igual si lo atiendes tú o ella en lo que solicite, ¿o tienes algún problema con estar tú aquí para atender a tu reina? —habló Eliza hastiada de la actitud de su sierva.
—No, disculpe usted Alteza. Sabe que yo le soy fiel a usted y solo a usted —Luisa se inclinó.
Eliza arrugó el ceño al escuchar un golpeteo suave en la puerta.
—No quiero ver a nadie, di que no me siento bien, incluso si es Terry —Eliza estaba en camisón, se metió a su cama con molestia.
—Sí, Alteza —Luisa llegó hasta la puerta y la abrió un poco—. Su Alteza Real, —la muchacha hizo una reverencia torpe al ver al príncipe— es usted, lo lamento, pero mi señora sigue enferma y no puede ver a nadie —Dijo Luisa abriendo la puerta con discreción.
—Oh, lo entiendo, vendré luego a verla —la hermosa voz de Anthony llegó a los oídos de Eliza.
—¿Anthony? —Eliza se puso en pie presurosa—. Espera —dijo abriendo la puerta con su ropa de dormir. Anthony volteó y la vio ahí de pie con su bata translúcida que dejaba reflejar sus generosos atributos, su cabello totalmente suelto hasta la cintura; fue una visión mágica para el rubio.
—Retírate Luisa, yo atenderé a mi cuñado —Luisa, algo incómoda, asintió y haciendo una reverencia salió del lugar—. Pasa —dijo la pelirroja.
Anthony dudó antes de entrar, era cierto que Eliza le encantaba, pero era la esposa de su hermano y la futura reina. Si alguien lo veía entrar y más aún sin ninguna de sus damas de compañía, estaría en graves problemas.
—¿Crees que sea correcto que esté aquí en tu cuarto a solas y tú en paños menores? —Los ojos de Anthony eran dos llamas ardientes.
—Ven, saldrás por el pasadizo secreto —le dijo ella, Anthony miró a ambos lados y entró.
Eliza cerró la puerta y al dar la media vuelta Anthony ya estaba tras ella. Anthony no pudo resistir la tentación de tener a Eliza frente a él así, con apenas unas prendas cubriendo su cuerpo. Se abalanzó sobre ella besándola con ardorosa desesperación, estaba harto de ocultar lo que sentía y contenerse a probar esos labios cuando la veía. Al diablo con Terry, era un idiota por descuidar a su esposa, si a su mente llegó algo de remordimiento este se esfumó cuando sintió los largos dedos de Eliza rodeando su cuello. Ella se aferraba a él con desesperación, respondiendo apasionadamente.
La alzó en sus brazos sin dejar de besarla y la llevó hasta la cama, dejándola solo para que él se despojara de sus ropas a una velocidad sorprendente. Eliza se acomodó en el centro del lecho, disfrutando la visión que su verdadero amor le regalaba, desnudándose ante ella. Anthony se percató que Eliza lo escudriñaba, acarició uno de los pies de su cuñada, ella se estremeció y eso motivó a Anthony a continuar, su mano iba subiendo al igual que él subía al cuerpo de la mujer, Eliza adoraba sentir los dedos de él jugueteando por todo su cuerpo, jadeo cuando sintió la dureza del rubio entre sus muslos.
Anthony estaba fascinado, besaba y lamia la suave piel, —sabes delicioso— le dijo al pasar sus labios detrás de su cuello. Ella ni siquiera podía articular palabras, estaba perdida en el paraíso prohibido que le prodigaba Anthony con cada toque. Eliza dejó de reprimirse y olvidando por completo las charlas prematrimoniales que su madre le dio cuando se casó con Terry, con respecto al comportamiento de una esposa en el lecho. Eliza alzó más su camisón y expuso sus piernas desnudas, Anthony se encargó de hacer lo mismo con la parte de arriba y sin hacerla esperar más la embistió sin detenerse.
Después de amarse se tendieron en la cama con sus respiraciones aún agitadas, sonriendo de dicha, ambos se encontraban extasiados por el encuentro de momentos atrás, ella sentía el calor de Anthony contra el suyo y era maravillosamente delicioso. A diferencia de Terry, que solo parecía huir de ella cuando terminaba, Anthony besó su frente y ella sonrió ante la muestra de cariño que le daba el rubio.
—Es mejor que en mi sueño —dijo ella con su cabeza aún en el pecho de Anthony, soltando un suspiro.
—¿Tu sueño? —preguntó el rubio, la tenía entre sus brazos, se sentó trayéndola con él.
—Sí. Llevo varias noches soñando contigo —confesó Eliza escondiendo su cara en su pecho. El rubio la soltó de a poco y levantó la cara sonrojada de ella.
—¿Sabes que esto hará que odie más a mi hermano cuando te visite? Antes sentía que al ser la esposa de Terry debía estar al margen y contenerme cada vez que él te hacía un desplante, sé que casi no te visita —los recuerdos de su hermano con otras mujeres, vinieron a la mente de Anthony— pero ahora no sé si tolere que te toque o te haga sufrir.
—Él no me toca —los ojos de Eliza se cristalizaron— y cuando lo hace, no me toca como lo haces tú. Terry no me ama —concluyó con su rostro algo triste mientras besaba el amplio pecho del rubio.
—Pues si él no lo hace lo haré yo —dijo besándola de nuevo con pasión.
Esta vez le quitó la bata sacándola por arriba de su cabeza, dejándola completamente desnuda, admirando su cuerpo perfecto y susurrándole palabras de amor, iba invadiéndola de nuevo con su boca, reclamando lo que siempre debió ser suyo.
—Debo ir al funeral de mi madre, no debo despertar sospechas. Además, tu esposo tal vez pueda venir, es muy arriesgado todo esto —Anthony se vestía a prisa.
—Tenemos el cuarto secreto, el cual solo conocemos tú y yo. Ahí podremos estar tranquilos —dijo Eliza, sintiendo algo de temor por su sueño.
—¿Quieres que sigamos juntos? —inquirió arqueando una de sus cejas— ¿No te arrepientes? —los ojos de Anthony se iluminaron.
—Si por besar tus labios arderé en el infierno, lo haré gustosa —dijo esto besando a Anthony, el cual le correspondió.
—Entonces arderemos juntos —la besó con fuerza, volviendo al lecho donde la hizo suya una vez más.
Pasados unos minutos, Anthony acompañado por Eliza transitaban el pasillo y vio el cuarto abierto y miró al interior.
—Eliza, ¿Qué has estado haciendo en este cuarto? —Anthony miró los frascos y pergaminos que dejó Candy y su madre en la mesita auxiliar.
—No es nada importante, solo que me gusta leer y conocer cosas nuevas —dijo ella tratando de sonar tranquila.
—Ten cuidado, estas cosas son peligrosas y si la iglesia o mi padre te descubren sabes que tendrás serios problemas, él odia estas cosas al igual que el teatro —Anthony miró y aspiró con fuerza—. Qué rico olor hay aquí, ¿acaso haces algún perfume? Huele delicioso.
El lugar estaba impregnado aún de la fragancia de Candy, un olor embriagador.
—Solo son las rosas de tu madre que llegan hasta este lugar. Anda, vamos que yo también debo alistarme para el funeral —Eliza lo tomó de la mano y lo sacó del cuarto. Despidiéndolo en la entrada con un ardoroso beso y quedando de verse en la noche en el cuarto secreto.
-
-
-
Las miradas intensas de Candy y Terry, se vieron interrumpidas por el aleteo del halcón que volaba mirando todo y posándose en el orificio alto de la piedra caliza, donde respiraba el lugar y se veía parte de la cascada que más que asustar hacia un sonido relajante.
—Iré a conseguir todo lo que necesitan para estar cómodas —Terry se dispuso a salir del oculto lugar.
—¿No iras al entierro de tu madre? —indago Candy.
—Ella no es mi madre. Y no creo que a mi familia le importe mucho, si asisto o no, prefiero estar aquí contigo, en el refugio de mi abuelo y madre —le dio una cálida sonrisa.
—Entiendo, te esperaré entonces —los ojos de Candy brillaron con intensidad.
Terry dejó el lugar secreto, asegurándose de no ser visto. Candy se deleitó mirando el lugar, una gran cueva entre esa peña cobijada por una cascada que daba paso a un pequeño lago de aguas cristalinas. Era el lugar más acogedor de todo el mundo, parecía un verdadero hogar, lleno de sueños, amor y vida. Después de recorrer el lugar, su madre se acercó y le informó:
—Saldré, debo familiarizarme con el lugar, daré un paseo —el ave se elevó para salir por el agujero alto del lugar.
—Te acompaño —Candy tomó su capa.
—No, hija, quiero volar. Descansa, date un baño, eso te relajará —Circe partió dejando a su hija sola.
Candy después de unos momentos decidió hacerle caso a su madre, meterse a la enorme bañera natural, la cual, hacía parte de su nuevo y hermoso hogar, le relajaría bastante, pues los días con Eliza fueron una pesadilla. Candy se quitó la ropa y se sumergió en la tibia y reconfortante agua, totalmente desnuda.
La iglesia enseñaba que la desnudez era pecado, incluso para darse un baño, pero su madre le inculcó que el cuerpo era creación perfecta de Dios y debía cuidarlo debidamente. Pasado un rato Candy seguía disfrutando de la deliciosa agua, lo cual jamás había hecho por tanto tiempo, ella seguía sumergida, deleitándose con el agua tibia. No se dio cuenta de que la puerta se abrió y Terry ingresó, al no escuchar ruido ni ver a nadie sintió temor de que Candy y Circe hubieran huido.
Pero al escuchar un ruido al fondo, dejó el conejo que llevaba y las frutas con el vino y pan en una mesa; caminó en absoluto silencio, temiendo que las hubieran encontrado, indagó sigilosamente llegando hasta lo más oculto del lugar. Llegó hasta el estanque de aguas y al asomarse vio a Candy cuál sirena, sumergiéndose una y otra vez en el agua.
Terry tragó en seco al verla así de nuevo. Quería esperar que terminara, debió ir al pequeño salón, pero parecía que su cuerpo de nuevo estaba en rebelión contra su mente, que le decía que no era correcto. Libraba una batalla interna, el dilema era hacer el bien e irse para darle privacidad a la joven o seguir en silencio observando su bello cuerpo.
Candy sintió la intensidad de la mirada, volteó, pero no vio a nadie. Terry retrocedió para esconderse, pero su espada pego contra la pared.
—¿Quién… quien está ahí? —Candy titubeo— Madre, ¿eres tú? —tenía sus prendas en la entrada, un poco retirado del riachuelo en una pequeña mesa, tuvo miedo de salir y encontrarse con alguien, quizás un soldado los había seguido, o peor aún, Neal —Te… Terry, ¿eres tú? —dijo, rogando en silencio que fuese él y no Neal.
Después de un largo silencio se oyó su voz.
—Sí, soy yo —Terry se puso frente a ella—. Perdóname, no quería que ocurriera de nuevo, no fue mi intención, no soy un mirón ni mucho menos un depravado. Solo que… —se quedó callado al posar sus ojos en los de ella— eres tan malditamente hermosa —soltó.
Candy lo miraba desde el agua, con sus gemas muy abiertas y un remolino de emociones se formó en su vientre, la mirada fija de Terry le enviaba olas de calor por todo su cuerpo.
Jamás contempló la idea de estar con un hombre, no sintió ese deseo antes; el contacto con los varones era poco, se redujo solo a uno, Skrael o Albert, como se llamaba en realidad y algunos cazadores. El sexo o la pasión para ella era desconocido, no sentía la más mínima curiosidad, pero desde que vio a Terry en su visión su cuerpo se comportaba diferente. Era como si fuera otra dentro de ella y quisiera escapar al fin y ser libre. Sabía que debía pedirle que se marchara y vestirse, era el heredero al trono y estaba casado con la mujer que la llevó al castillo, por ella lo conoció. No tenía ninguna oportunidad con él, ya que era un hombre prohibido, imposible para ella, pero la verdad era que lo quería y lo deseaba desde que lo vio. El silencio y las miradas entre los dos parecían antorchas con feroces llamas que iluminaban todo el lugar. Finalmente, Terry soltó su espada y Candy sintiendo sus mejillas arder se levantó, mostrando su cuerpo hasta la cintura, descubriendo su pecho para que él la observara. Su corazón retumbaba de antelación, no sabía exactamente lo que pasaría, pero estaba segura de algo y era que quería estar con él.
Esto fue una invitación para Terry, que se acercó al agua como hipnotizado por la sirena rubia. Se quitó sus ropas con la mirada fija en Candy, caminó despacio hasta llegar a ella, dándole así la oportunidad de que se arrepintiera, pero cuando estuvo dentro del agua pensó que era incapaz de retroceder y si ella le rechazaba, no sabía si sería capaz de alejarse; pero Candy no parecía asustada, las verdes esmeraldas lo miraban con el mismo deseo que él, los zafiros eran llamas que hacían que todo su interior ardiera.
La besó con suavidad, como si acariciara con sus labios una rosa, sintió que la barbilla de ella temblaba con el primer roce, Candy intentaba corresponder el dulce beso, pero nunca había besado a nadie y era evidente que no sabía cómo hacerlo. Caviló la posibilidad de que Terry se decepcionara por su inexperiencia, era un hombre sumamente hermoso que desprendía virilidad al caminar. Ella podía imaginar el séquito de mujeres que debió tener a sus pies o en su lecho, ese pensamiento, aunque no le gustaba, debía ser el más acertado y la llenó de celos, un sentimiento antes desconocido para ella. No era suyo, pero le molestaba pensar en él besando a alguien más como lo estaba haciendo en ese momento con ella. Y no quería que sus pensamientos se hicieran realidad, abrió sus labios y permitiendo la intrusión de su lengua se intensificó la concupiscencia de estar con él.
Terry supo desde el primer momento que sus labios tocaron los de Candy, por su comportamiento tímido al seguir el beso, qué era virgen, sintió emoción al saber que su cuerpo era aún un santuario. Separó su boca de la de ella, para acariciar con ternura su cara, lentamente su mano bajó por la pequeña cintura y ella sentía que las manos de Terry eran de seda. A él le agradó que ella igual admirara su cuerpo, no dejaba de mirar la perfecta anatomía del futuro rey, era bello de pies a cabeza, su torso era iluminado por los frágiles rayos del sol que se colaban por el respiradero, pasó sus manos por sus pectorales, siguió bajando hasta llegar al abdomen, donde se detuvo y levantó su mirada, Terry tenía los ojos cerrados por la exquisita sensación de las pequeñas manos, sus labios carnosos estaban semiabiertos, la varonil mandíbula bien definida y sus pómulos pincelados por el sonrojo provocado por el recorrido de ella.
A Candy le resultaba irresistible y aunque parecía una locura sentía que lo amaba. Le dio un tímido beso en los labios y él le devoró la boca, luego disminuyó el apasionado beso y bajó muy despacio por su mandíbula, dejando a su paso una estela de besos, le siguieron sus hombros con apenas unos suaves roces, descendió por la clavícula y luego se entretuvo con los pequeños montes blancos y erguidos; la pego más a su cuerpo, acariciando sus piernas. Después la llevó cargada hasta una roca que estaba a la orilla y la colocó en su regazo, donde siguió deleitándose con la dulce fragancia de su piel.
Candy estaba entregada a la tierna exploración que tenía Terry con su cuerpo, sentía que flotaba, abrió los ojos cuando su espalda tocó algo suave y cálido, eran las sábanas de la cama que la recibían, estaba tan extasiada que no sintió cuando él la tomó en brazos y caminó hasta el lecho. De igual manera no le importaba el lugar donde estuvieran, ella siguió abrazada a él, dejándose llevar por las nuevas sensaciones, Terry le separó con cuidado los muslos, disculpándose cuando rompió la delgada capa de su virginidad, le besó la frente y los labios con sumo cariño, para consolarla por la dolorosa intromisión y después de unos minutos, ambos se entregaron con intensidad, con profunda devoción entraba en ella, enamorándose de todas sus expresiones y cada débil gemido que ella emitía.
Para un hombre experimentado como el príncipe Terry, hacer el amor con Candy era como si también fuese su primera vez, estaba nervioso y sentía la necesidad de cuidarla, para que en todo momento disfrutará y estuviera cómoda, haciendo que su primera vez fuese lo más dulce e inolvidable. Aunque su lujurioso cuerpo exigía ser saciado a la brevedad, Terry controló sus instintos sintiendo que por primera vez amaba a alguien. Candy era diferente a todas las mujeres con las que estuvo, su cuerpo se sentía diferente con ella, procuraba y se preocupaba solo por darle placer, esa era su mayor satisfacción y así ambos llegaron a la cima de ese volcán que los consumió por completo, haciéndolos delirar hasta perder la razón, por lo que les pareció una eternidad.
-
-
-
Skrael como hombre miraba como el sujeto que olía a maldad llegaba a toda prisa en un caballo y tras él la joven, a la que conocía bien.
—¿Paty? —dijo el rubio de casi dos metros y vestiduras de lana, teniendo como capa un gran lobo, miró al malvado hombre a través de los árboles con sus celestes ojos y apretó el hacha con fuerza.
—Vamos mujer, llama a la bruja que salga o yo mismo la sacaré —ordenaba Neal, empujando a Paty.
Paty se acercó rápidamente al lugar y tocó la puerta.
—Circe, abre por favor, ¿Por qué escapaste? El hermano de mi ama está aquí —Paty tocaba la puerta con desesperación.
—¡MALDITA BRUJA SERVIDORA DE SATANÁS, SAL O QUEMARÉ TU GUARIDA Y VOLVERÁS AL INFIERNO A DONDE PERTENECES!
—¿A quién buscan? Si es a Circe, ella murió. Paty, ¿para qué buscas a Candy? —Paty oyó la voz del enorme e imponente rubio a sus espaldas.
Los ojos de Paty se abrieron con sorpresa y miedo.
—¿Cómo que la bruja Circe murió?, ¿quién eres tú leñador? ¿Y Candy, quién es ella? ¿RESPONDE? —gritó Neal.
Solo los brillosos ojos celestes del rubio se vislumbraban. Neal dio un paso atrás al ver salir al enorme hombre detrás de un gran árbol, parecía como si uno de los frondosos árboles estuviese caminando.
—Soy William Albert Ardlay, guardián de estas tierras y la peor pesadilla de quién ose dañarlas. El rostro de Albert era de ira.
Continuará…
LEE EL CAPÍTULO 16 AQUÍ
Última edición por Lady Ardlay el Lun Mayo 01, 2023 6:48 pm, editado 1 vez (Razón : corrección de texto)