Buen día niñas del Hogar de Pony, hoy vine muy temprano a dejarles el capítulo de este día. Ya leí algunos comentarios del capítulo de ayer hay muchas reacciones, Nosotras (Carmín y yo) solo podemos agradecerles por apoyarnos con esta aventura.
Candy escudriñaba el rostro sereno de Terry, cuando llegó la abrazó con tanta fuerza que ella emitió un quejido de dolor y solo así él aflojó el abrazo, pero tardó varios minutos antes de soltarla, sin decirle absolutamente nada. Circe también ingresó al refugio, pero al ver a Terry junto a su Candy, voló de nuevo a la salida sin contactar a su hija. Circe sabía que para que el heredero obtuviera tan rápido la anulación de su matrimonio pasó por cosas desagradables, eran los pensamientos de Circe en las afueras del refugio, posada en la piedra que le daba una amplia visibilidad del bosque con la imagen del castillo a lo lejos.
Candy sintiendo el abrazo de su amado como si quisiera fundirse con ella, supo que algo había ocurrido con él antes de llegar.
¿Qué podrá ser lo que le ocurrió?
La incertidumbre la invadía, sabía que podía enterarse de todo si quisiera, pero Candy no se atrevía a entrar en sus pensamientos. Lo amaba y respetaba su privacidad, Terry le hizo el amor de una forma tan dulce, deseaba que ella sintiera todo su amor y lo que ella provocaba en él, no solo era deseo carnal, ella era su complemento, la mujer que lo llenaba por completo. En esos momentos recordó a Karen y no por deseo, mucho menos amor o extrañarla, recordó las palabras que le dijo el día que partió rumbo al castillo donde ella ya estaba.
“Un día conocerás el verdadero amor” —le dijo la actriz entre lágrimas.
Karen, tenías razón amiga —Pensó, liberándose del dolor que el enfrentamiento con su hermano le había causado, solo Candy era capaz de borrar sus penas. No quería separarse de ella nunca, quería una vida a su lado y que fuese su reina, esposa y amante.
La noche avanzaba y Candy se durmió con la incertidumbre de lo que afectaba a Terry. Él despertó antes del amanecer, lo que sucedió la noche anterior lo sentía tan lejano, se lamentaba por la debilidad que le mostró a Candy cuando llegó, esta vez no derramó ni una lágrima, pero se sentía mal porque aunque los años seguían pasando, él siempre tendría la esperanza de que las cosas entre él y Anthony cambiaran para bien. Algo que no volvería a pasar, se juró que endurecería el corazón de ahora en adelante cuando se tratase de su hermano. Ahora su vida y su único amor, por quien velaría, sería Candy.
Lo que para el heredero empezó siendo una simple atracción, ahora lo mantenía perturbado todo el tiempo. Deseaba protegerla y hacerla su esposa lo más pronto posible. La mirada azul zafiro estaba fija en la parte alta de la cueva, a su lado la rubia dormía tranquilamente, la mente del heredero saltaba de un año a otro, recordando las innumerables mujeres que hubo en su vida y ninguna de ellas le había dado la calidez a su corazón como se la daba Candy.
Esa cascada al sureste del castillo, custodiada por enormes árboles, se había convertido en su hogar, donde experimentaba el verdadero amor a lado de la hija de la mujer más temida del reino, Circe. Estaba enamorado, era la primera vez que sentía que podía enfrentarse al mundo por una mujer, enfrentar a su padre y al reino entero si era necesario. Había logrado obtener la anulación del matrimonio y ser un hombre libre para ella, pero si no lo hubiese logrado, su segunda opción era cederle su lugar a Anthony, y renunciar a todo por Candy. Sabía que al renunciar a la corona, la misma Eliza sería la que anularía la unión e iría tras su hermano, el que era su verdadero amor u otro poderoso rey.
Terry volvió su mirada al rostro de Candy, estaba seguro de que esos ojos color esmeralda lo habían hechizado, pero no con la magia oscura con la que muchos relacionaban a la temible Circe, esta era una magia distinta.
—Magia bendita —dijo en voz alta, posando sus dedos en la frente de la mujer que dormía tranquilamente, ajena a sus cavilaciones— Candy… ¿Qué me has hecho mujer? —susurró, besando los dulces labios por los cuales era capaz de blandir su espada en contra de cualquiera que quisiera apartarla de él— te hiciste pasar por una bruja, cuando en realidad eres un hada o al menos lo eres para mí.
Candy abrió los ojos al sentir la calidez que envolvió sus labios, se cubrió el torso desnudo para sentarse en la cama, pero el brazo de Terry la regresó al lecho, y cubriéndola con su cuerpo le habló. —No, aún no te levantes —murmuró besando los rizos revueltos de la joven.
—Pero ya debes irte, si alguien te descubre aquí…
—Por favor no, solo calla —ella lo abrazó, cada vez era más difícil para ellos separarse— sé que tienes razón, pero me da pavor irme y un día regresar y no encontrarte —dijo Terry contra su dorada cabellera.
Candy había pensado en esa posibilidad, porque la verdad era que su amor era un imposible. Aunque ahora Terry era de nuevo un hombre libre, ya que él se lo dijo momentos después de llegar, le mostró el documento que era el pase a su libertad. Se lo daría al obispo esa mañana y un emisario partiría rumbo a Roma, solo tendría que esperar un poco y ya el yugo que, por negocios, no por amor lo ató con Eliza, estaría roto; el único detalle era que ella no pertenecía a la realeza. El rey Richard y la iglesia no apoyaría la unión de una simple plebeya con el príncipe heredero y estaba el hecho de que era la hija de Circe, solo por ser la hija de una bruja la acusarían de brujería también, sería una muerte segura.
Una noche antes mientras dormía tuvo una revelación, veía una cuna adornada con relieves de oro, sábanas de seda beige y dentro de ella un bebé de apenas unos meses, de abundante cabellera castaña y espesas pestañas negras que abrigaban unos hermosos ojos zafiros que la miraban fijamente, con las mejillas sonrosadas y la pequeña boca de labios rosas y era suyo, era su hijo. De pronto un cuervo negro se posaba en la ventana que estaba cerca de la cuna y se dejaba caer sobre el bebé para dañarlo, Candy se despertó sobresaltada, con el rostro mojado y el corazón agitado. Miró a Terry que dormía a su lado plácidamente.
Ya no tenía dudas, sabía que en su vientre llevaba un hijo de él, un hijo que el rey no aceptaría. Sería apartado de su lado y tratado como un bastardo, o alguna de esas mujeres obsesionadas con ser reinas podrían quitarle la vida. Le pasó un escalofrío y miedo al imaginar algo tan espantoso, —Amelia— fue el nombre que susurró. Candy tenía que elegir entre su hijo o Terry. Ese pensamiento le robó el sueño.
Una semana había pasado, Richard no supo qué método utilizó Terry para convencer a la española, pero le sorprendió que aceptara la anulación. No estaba muy feliz con la idea de que Anthony se uniera a la española, no le parecía, pero si Eliza se arrepentía de casarse con su hijo menor, España le declararía la guerra. Él no quería que la española fuera más parte de su familia, pero se sentía acorralado.
Los días de fiesta y banquetes cesaron en el castillo, el rey no tenía ánimos de seguir aparentando alegría delante de las Germánicas, y mucho menos delante de la altanera española y su hermano. Richard comenzó a salir de su habitación solo para temas concernientes al reino. Mientras Anthony salía todas las mañanas muy temprano e iba hasta las cascadas con la esperanza de encontrar a su bello ángel de ojos verdes, solo tuvo el privilegio de verle una vez, pero se sentía prisionero de sus propias acciones y esto le molestaba. Tenía todo listo para partir, solo esperaba una cosa, ver de nuevo a la dueña de esos ojos y huir con ella; se la llevaría a la fuerza, después se encargaría de que ella lo amara, no tenía dudas de que la ninfa se enamoraría de él cuando lo conociera, él le daría todas las atenciones que alguien celestial como ella se merecen.
No deseaba la unión con Eliza, como amante cumplió en su momento, pero ahora no la quería ni como amiga, amante, familia y menos esposa. Cada día al atardecer se marchaba derrotado de la cascada, ni al extraño halcón volvió a ver, pero había algo que lo hacía regresar una y otra vez. Él dejaba una rosa del jardín de su madre en la piedra donde la vio y al otro día ya no la encontraba.
Lo que no sabía era que Candy y Circe lo observaban sin que él se percatara. Candy veía que no era un mal hombre, solo estaba algo confundido y perdido. Sabía que en el fondo, en su interior, había bondad y amor. Al marcharse el rubio, Candy salía y tomaba el obsequio del joven. Le recordaba la imagen que tuvo por largos días en el castillo.
—Si te hubiera conocido antes —se dijo mientras aspiraba la rosa— Pero ahora mi corazón y mi cuerpo tienen dueño— Candy acarició su vientre.
-
-
-
—Pensé que estaría más triste por lo de su hermana. Lo lamento en serio —fue la voz de Susana a espaldas de Neil en las caballerizas.
Neil volteó y vio a Susana con ojos tímidos pero ardientes. Sonrió de medio lado al ver la oportunidad que tanto esperaba, la verdad es que a la mañana siguiente que su hermana le contó en medio de lágrimas su desgracia y de cómo había perdido a Terry por sus consejos, lo odió más que nunca y quiso enfrentarse a él. Pero al saber que esto pondría en evidencia a su tonta hermana, le reprochó por no tener el suficiente cuidado al verse con Anthony, tal vez ella o el tonto príncipe dejaron una de las entradas abiertas y Terry los descubrió. Si él levantaba la voz para impedir la anulación, Eliza podía ser acusada de adulterio y le darían muerte segura. Era una estúpida, la creía más inteligente, pero ya no podía hacer nada, estaba hecho, perdió la oportunidad de ser La reina de Inglaterra.
También reprochó a su hermana por no ser lo suficientemente astuta para seducir a su esposo y poder tener un romance secreto con Anthony. Después de respirar por unos minutos para calmar su enojo y no ir a despedazar con sus propias manos a ambos príncipes por dañar a su hermana, sonrió.
—¿Triste? —Respondió el príncipe español y su mirada se perdió en sus recuerdos.
— Es perfecto — dijo Neil, mirando a una desconsolada pelirroja.
—¿Qué es perfecto? ¿Casarme con Anthony y renunciar a la corona? —inquirió Eliza con voz frustrada.
Eliza no dejaba de llorar, llevaba varios días sin dormir y su aspecto lo reflejaba. Sus ojos estaban hinchados y unas oscuras ojeras complementaban el fatal semblante, tenía la cara demacrada y la nariz roja.
—No renunciarás a la corona, eso nunca —Neil recordó la charla con el leñador del bosque llamado Albert y sonrió para sí—. Tú, hermanita, serás la reina, de eso me encargo yo. Cásate con Anthony pronto, puesto que tal vez ya tengas su fruto en tu vientre, con eso sellarás la unión para siempre con Inglaterra —dijo Neil autoritario a su hermana.
—Pero yo amo a Terry, mi esposo —Chilló Eliza.
Neil, perdiendo la paciencia, la tomó por los hombros.
—Estúpida, hace un par de días deseabas estar en los brazos de Anthony, ¿y ahora amas a tu esposo? No seas tonta. Qué clase de amor es ese. Si de verdad lo hubieras amado, hubieses hecho lo posible por enamorarlo, pero tu atención estaba puesta en Anthony y no en Terry. Ya despierta, no sabes ni qué quieres —los ojos de Neil ardían en llamas frente a su hermana que solo quería lo que no podía tener—. Esto no se trata de amor, se trata de poder. Cásate con Anthony, yo me encargaré de que tú seas la reina y cuando eso suceda, solo entonces tendrás todos los amantes que quieras.
—Pero para que yo sea reina Anthony debe ser coronado rey y Richard aún es fuerte, y al morir su lugar lo ocupará Terry —concluyó desconcertada la pelirroja.
—Tú déjalo en mis manos, yo me encargo de ellos —dijo Neil con una sonrisa de medio lado y un extraño brillo en los ojos.
—¿Los matarás? —pronunció apenas Eliza, sin saber qué esperar de su hermano.
—Hermanita, todos mueren, eso es algo inevitable. Tú solo necesitas tener un hijo pronto, él será el nuevo rey de Inglaterra y tú serás su regente, yo me encargaré de que reines en solitario y tu hijo será educado por mí, así Inglaterra y España serán uno. —Eliza palideció, la voz fría de su hermano le provocaba escalofríos.
Neil dejó de lado sus recuerdos y miró los ojos azules de Susana que lo observaban expectantes.
—En efecto, estoy triste. Ya que mi hermana perdió a su esposo… No, no es por ella, —se corrigió acercándose a Susana— finalmente ella tomará votos con el príncipe Anthony y creo que será más feliz a su lado y a mí lo que me importa es su felicidad —Neil miraba a Susana con ojos dulces y cálidos—. El motivo de mi tristeza es otro —Neil volteó su rostro a la intrigada Susana.
—¿Puedo saber qué aqueja a un hombre tan poderoso y guapo como lo es usted? —la voz suave y dulce de Susana, se escuchó más cerca de Neil, el cual se emocionó sabiendo que lograría su cometido.
—No debo desnudar mi corazón, no quiero que sea más lastimado —Habló con voz apagada.
—¿Puedo hacer algo para calmar su pena? —Susana puso su pequeña mano en el hombro de Neil, el cual la tomó y acarició, sonrojando a Susana.
—No sé si tenerla cerca calma el ímpetu de mi corazón o solo lo lastima más —Neil acarició con dulzura la mano blanca y delgada de Susana—. Ya que no puedo sacar su rostro de mi cabeza desde el primer día que la vi. Mi tristeza es usted y el saber que se convertirá en la nueva esposa de… —Neil hizo una pausa fingiendo que cada palabra lo dañaba como una daga en el corazón— el príncipe Terry, un hombre incapaz de amar y que jamás la hará feliz como deseé hacerlo yo desde que la vi. No la merece, él no sabe amar a nadie —Neil habló con voz desgarrada, volteando a ver a Susana con sus ojos brillando por las lágrimas y el deseo—. La amo y tontamente soñé que usted fuera la dueña y señora de las tierras españolas y de mis noches.
Susana se estremeció ante la confesión del moreno, su cuerpo sintió un escalofrío y dándole una dulce sonrisa acarició su rostro.
—Tal vez y puedas convencerme —expresó acariciando los labios del español con uno de sus dedos, mientras mordía los suyos—. Soy una mujer de mente abierta y tal vez no pueda ser tu esposa, pero eso no quiere decir que no puedas demostrarme tu amor —dijo bajando su mano por el pecho de Neil—. Dejaré la puerta de mi balcón abierta esta noche. Ve y demuéstrame que es lo que sientes por mí.
—Allí estaré —afirmó Neil y tomando la pequeña mano de la joven se la llevó a los labios, sin dejar de mirarla. Susana sonrió, Neil estaba más cerca de lo permitido y ella estaba sola, pero el español se apartó haciendo una leve reverencia.
Susana le guiñó el ojo y se retiró, no sin antes lanzarle un beso.
—Tonta, caíste, eres una presa fácil— Neil le daba una mirada de ternura, pero en su interior reía de ver que destruiría todo lo de Terry como él lo hizo con su hermana, ya que sabía que Susana sería su nueva esposa—. Estarás siempre debajo de mí, maldito inglés. Incluso de tu nueva esposa solo tomarás mis sobras —Neil se dispuso a tomar un caballo y salir a cabalgar.
La noche caía y Candy acariciaba su vientre plano, estaba en su cama esperando a que su amado Terry llegara, ya que su madre prefería partir en las noches para dejarlos a solas.
—Te lo diré esta noche. No sé cómo lo tomes, pero es un hecho que tu hijo crece en mi vientre —Candy pensó en huir, porque temía que su hijo fuese dañado, pero después de meditarlo bien, llegó a la conclusión que eso la dejaría desolada al igual que a Terry—. Llegaremos juntos a una solución —se dijo.
La entrada sonó y Candy se puso en pie de inmediato para recibir a Terry.
—Amor, llegaste tempra… —Candy se paralizó al ver a la figura desconocida— ¿Quién es usted? —cuestionó con gran temor y sorpresa.
Continuará…
CAPÍTULO 23