NOCHE DE BELLOS ENCUENTROS, AMOR Y BAJAS PASIONES
Candy miraba a la mujer con capa frente a ella, quién a través de la misma le devolvía la mirada.
—¿Quién es usted? Responda —Candy a pesar de estar sorprendida, no percibió maldad en la mujer.
Tal vez alguien más que conocía ese lugar y buscaba refugio —pensó
—¿Necesita ayuda? —preguntó ante el mutismo de la mujer.
—Mejor responde, ¿quién eres tú y qué haces en el refugio de mi padre? —inquirió la extraña ante la mirada atónita de Candy.
—Es Eleanor —resonó la voz del ave en la cabeza de Candy, que ingresaba al ver que la mujer llegó hasta ellas.
—¿Eleanor? —murmuró Candy a la mujer que descubrió su cabeza, dejando caer su cabello dorado como una bella cascada con destellos plateados y sus ojos azul mar, iguales a los de Terry.
—Lo soy, ¿cómo lo sabes? ¿Quién eres tú y qué haces aquí? ¿Cómo encontraste el refugio de mi padre? —preguntó la inquieta mujer.
—No está muerta —dijo Circe mentalmente a su hija, ya que incluso para ella fue sorprendente ver a la bella mujer.
—Pero tú… usted, fue ejecutada —señaló Candy confundida.
—Eso es lo que todos creen. Pero mi esposo, el rey, no quiso que partiera al lado de mi padre y me regaló una larga vida de encierro y soledad, pero ya me cansé de pagar por un pecado que no cometí. Yo no hice ningún mal —Eleanor se quedó de una pieza al ver a la joven a quién le estaba confiando sus penas sin conocerla, pero la muchacha tenía ambas manos sobre su pecho y sus ojos cristalizados, le asintió con su cabeza y la rubia mayor le regaló una sonrisa y continuó— así que decidí escapar. Pero tú sigues sin responder, ¿quién eres?
Candy estaba por responder, cuando la puerta se abrió y entró el castaño de un metro ochenta, de rasgos perfectos y unos intensos ojos azul zafiro, que se clavaron en la visitante que palideció al verlo.
—Te… ¿Terry, eres tú? —balbuceó la mujer en un hilo de voz, ante el estupefacto príncipe.
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Susana aguardaba nerviosa en su cuarto, su madre acostumbraba a conversar con ella antes de dormir, cepillaba su cabello y la consentía como si fuese una niña. Temía que Neal llegará y se encontrará con Amelia.
—Madre, quiero estar a solas —Amelia dejó el cepillo y la vio a través del espejo— Le envié un recado a Terry y tal vez venga— añadió Susana, para que la interrogante mirada de su madre se suavizara—. Ese es el motivo por el cual quiero estar a solas por si él me visita, quiero empezar a cumplirle a mi futuro esposo.
Decía mirando con dulzura a su madre, sabía que ella y solo ella era la única que descongelaba y ablandaba el frío y duro corazón de Amelia. Susana era el fruto del único y verdadero amor de Amelia, el primo de su esposo, el cual fue su amante durante el tortuoso matrimonio con el rey germánico, al cual odiaba, pero que nunca lo dañó, ya que esperaba engendrar un hijo varón de su amado para asesinarlo, aunque este propósito no tuvo éxito, puesto que cada vez que quedaba embarazada de su amante sus hijos se malograban, perdiéndolos al poco tiempo de saber su estado.
La única que logró llegar a término fue Susana, fruto de su amante, no de su esposo, pero este solo calló, ya que Amelia lo tenía subyugado por los rezos y conjuros enseñados por una anciana, la cual la introdujo en el mundo del ocultismo y la magia oscura. El corazón de la anciana era malo y lleno de oscuridad y vio algo muy similar en Amelia, era algo que no encontró en otro ser.
“Maldad pura” pensó la anciana. Buscaba una aprendiz, una pupila y al fin la había encontrado. El centro del ser de Amelia era la maldad, en su corazón reinaba el odio y la envidia; y eso era lo que la anciana buscaba, ella se encargaría de enseñarle todo lo que sabía para qué así siguiera su esencia en la tierra. Entre una de las misiones que le dejó su maestra al partir al reino de las tinieblas, fue cobrar las cuentas de muchas almas deudoras a su maestra, entre ellas estaba la de Isabel.
El regocijo le llegó cuando finalmente, después de envenenar de a poco a su esposo, murió a solas con ella. Pero lo que le confesó el rey antes de morir la dejó perturbada, era la venganza final a la mujer que más odio y se lo guardó por muchos años.
—Lo sé todo, Amelia —pronunció el moribundo rey.
—¿Ah, sí, mi rey? ¿Y qué es lo que sabe? —Amelia lo miró con una sonrisa, sin esperar las palabras que su esposo tenía preparadas antes de su partida.
—De tu romance con mi primo y que es el verdadero padre de Susana —soltó sin titubear, el hombre la miraba ya sin temor. Ya no tenía nada que perder, la muerte lo abrazaba y esta vez la acompañaría.
—Bueno, pareció no importarte, si siempre lo has sabido por qué no lo dijiste antes. ¿A qué viene eso ahora? ¿Acaso son Celos? —Amelia lo observó de forma indescifrable.
—Ja, ja, ja —La carcajada del rey se dejó oír en el cuarto real— ¿Celos yo? Ya quisieras. Solo te diré algo, Susana jamás se sentará en el trono, ni en este, ni en ninguno. Maldita será para siempre junto a ti, es fruto del pecado y alguien como ella no merece nada más que migajas —Amelia lo miraba con odio— Archibald, él será el rey y no se te ocurra hacerle algo, tengo instrucciones de que si muere sea puesto el reino en manos de Hoffmann, mi lugarteniente y tiene instrucciones de que te metan presa y a tu bastarda, si mi… —la mirada nublada del rey brilló levemente.
—Tu hijo, ¡dilo!, ya lo sé. Crees que no lo sabía, yo lo sé todo, desde hace mucho sé que la esposa de mi amante era la tuya —gritó Amelia frente a su cama con odio.
—Un buen intercambio, ¿no lo crees? Le di una bruja a cambio de un ángel, —el monarca sonrió— mi hijo, Archibald será el rey o alguien más, incluso puede ser el más bajo campesino, pero tú jamás lo serás, ni tu engendro maldito —los ojos de Amelia se llenaron de odio—. Ya termina, bruja —la retó el hombre mirándola sin miedo. Amelia puso su mano en el pecho de este y haciendo un rezo en una extraña lengua detuvo el corazón del rey.
Amelia volvió a su realidad.
—¿Madre? —Susana veía a su madre, que tenía la mirada perdida— Solo será por esta noche, tal vez logre comprometerlo —dijo Susana.
—Pero debes asegurarte de que jure que serás su esposa y no solo su amante —Amelia la miró fijamente. Sabía que su hija no le era plenamente sincera, pero su amor hacía que se nublara su vista y decidió confiar en ella—. Sabes qué hacer, te he enseñado a atrapar un hombre —Susana solo asintió.
—Está bien, te dejaré sola y mañana me contarás cómo te fue con Terry —Amelia acarició el rostro de su hija y salió.
Susana abrió la puerta de su ventana y se acostó ansiosa a esperar la llegada de su invitado.
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—¿Eleanor? —Terry no salía de su sorpresa, los ojos de la mujer estaban inundados de lágrimas.
—Terry, hijo —Eleanor dio un paso al frente, pero Terry retrocedió.
—No, usted no puede ser mi madre. Mi madre murió —Terry no salía de su estupor.
—Es lo que todos creen, pero estoy viva. Solo fui llevada a un convento y estuve en una celda por largos años hasta que la nueva religiosa me dejó salir a las afueras y… —Eleonor estaba nerviosa, su hijo no la recordaba y tal vez la odiaba o la delataría con su padre, resignada, prosiguió— Solo quería venir a uno de los santuarios de mi padre y con suerte verte a lo lejos… hijo —dijo con voz apagada y con temor.
—¿Verme, por qué? Si tú me abandonaste —habló Terry confundido, era un hombre fuerte, en el corto tiempo que llevaban de conocerse, Candy creía conocerlo bien. Terry le había mostrado su lado rudo, amable, dulce y apasionado, todo a la vez, pero jamás lo vio reaccionar así, tan vulnerable, parecía un pequeño perdido y asustadizo
—Terry, —intervino Circe con voz suave en la mente del príncipe— tu madre es inocente, jamás te abandonó, ella te ama y si está aquí es para recuperar el tiempo perdido. Dale una oportunidad, ella fue solo una víctima más de Isabel, al igual que Rose Mary.
Terry se veía confundido, pero al escuchar las palabras de Circe frunció el ceño. Eleanor dio un paso atrás, ella no quería perturbar a su hijo, se hubiera conformado con verlo a lo lejos y saber que estaba bien; no se preparó para defenderse ni elaboró un plan para ganarse su cariño. Pero ver a su guapo hijo con la cara de desconcierto y luego de molestia hacía sangrar su corazón, herido el día que se separó de él.
—Me marcharé —anunció en un hilo de voz, Eleanor, con sus ojos humedecidos y su semblante triste, pasó al lado de su hijo, que en esos momentos se quebró y soltó en llanto como un pequeño, abandonándose a los brazos de su madre.
Así pasaron por largos minutos, dejando que las lágrimas se llevaran la tristeza y el dolor de tantos años separados. Candy y Circe se retiraron a la parte que fungía de cuarto para darles privacidad. Después de media hora de llorar y de Terry contarle cómo llegó hasta ese lugar, Terry llamó a Candy y a Circe. Eleanor estaba sentada en uno de los sillones, limpiando las lágrimas de su hijo, con amor acariciaba su cara y cabellos, cuando el muchacho llamó a la jovencita que vio al llegar, una sonrisa se formó en su cara, la muchacha era preciosa, pensó Eleanor y de agradable carácter por lo poco que pudo ver.
—Madre, te presento a Candy, la mujer que amo —mencionó y Candy lo miró atónita, él la miró con ternura y ella sintió su corazón saltar de felicidad.
—Eres preciosa, Candy —Eleanor la miró con dulzura.
—Madre, la traje al refugio para protegerla, ya te dije que es hija de Circe y corre peligro en el castillo —Terry aún estaba nervioso.
—Vengan, siéntense conmigo y cuéntenme todo —Eleanor palmeo el mullido sofá.
Después de que Candy sirviera un poco de vino, se pusieron cerca del fuego y hablaron toda la noche. Eleanor conoció a la dulce Circe y se maravilló de que su espíritu aún viviera en el
cuerpo de aquel bello halcón. Fue una noche llena de armonía en el interior de esa cueva, mientras que en otro lado estuvo llena de deseo y pasión, esto en el castillo.
La puerta del balcón se abrió poco a poco, Susana estaba algo inquieta y nerviosa por no saber que sentiría exactamente esa noche en los brazos de Neal. La silueta masculina se dejó iluminar por la luz de una tenue vela, Susana se emocionó al ver al hombre con una sencilla camisa de lino y algodón blanca, con los cordones del cuello desatados, dejando ver parte del musculoso pecho con un espeso vello color chocolate como su cabello.
—Estás aquí —articuló ella algo nerviosa.
—Jamás perdería esta oportunidad —Neal le sonrió, comenzando a quitarse su camisa de a poco ante una asustadiza, pero ansiosa Susana, que se relamió los labios al ver el torso desnudo del moreno.
Neil caminó lentamente hasta la cama, la empujó para que cayera al colchón y se colocó encima de ella, besándola de forma profunda y posesiva. Marcando un camino de besos por el largo cuello, la levantó solo un momento para quitarle el camisón estilo victoriano, de algodón y encaje, y la devolvió a la cama. Ella temblaba, se sentía mareada por los demandantes besos y caricias del español, a pesar de que había seducido a muchos hombres, no llegó a intimar con ninguno. Su madre la adiestró en esos menesteres.
“Qué se deleiten viendo, pero nunca tocando, hija. Solo tu esposo ha de poseerte” —le advirtió Amelia, pero Susana no había seguido del todo sus consejos, ya que en más de una ocasión había probado los labios de sus pretendientes y su cuerpo fue tocado por encima de su ropa. Sus pechos fueron besados por encima del escote de su vestido y sus tobillos acariciados, en algún picnic, donde solo así podía sentarse en el pasto, pero solo eso.
Neal le mordisqueaba los pezones y sus dedos se movían en su sexo, Susana se estremecía y mordía el dorso de su mano para acallar sus gemidos, su cuerpo vibró de placer cuando la boca de Neal tomó el control de su femineidad. Después de que terminara jadeante al llegar a lo que hasta entonces era desconocido para ella, un orgasmo, rápidamente su amante se posicionó encima del delgado cuerpo.
—Me gusta que no seas tímida —le susurró cuando Susana abrió las piernas para recibirlo, él se apresuró a penetrarla de una sola embestida, ella apretó los ojos y de su boca salió un quejido. La lengua de Neal se introdujo en su boca, acariciando la de ella, le succionaba y lamía los labios hasta que ella se olvidó del dolor; luego de pasar el incómodo momento comenzó a moverse hasta que ella enroscó sus piernas alrededor de su cintura, moviéndose al ritmo de él— te digo un secreto, las vírgenes son un fastidio, no me gustan, pero tú eres tan receptiva, me encantas —gruñó en su oído y pasó su lengua por su mandíbula y sus labios se entretuvieron en el hueco de su cuello, ella no se dio cuenta, pero Neal sonrió al ver la marca roja que le dejó.
Terminaron exhaustos, un profundo sueño los venció, pasaron las horas y los rayos del sol comenzaron a entrar por las ventanas, Neal apenas podía abrir los ojos y Susana se removía de a poco en las sábanas, todavía seguía desnuda.
Neal se sentó con brusquedad en la cama y Susana abrió los ojos con pánico. Al ver que alguien los observaba.
—¡Madre!