Hola chicas/os. Vengo corriendo a dejarles un nuevo capítulo que estoy segura les gustará. Como siempre Carmín y yo agradecemos por sus lecturas y comentarios
CAPÍTULO 22: EL FINAL DE UN MATRIMONIO
El semblante del obispo Martín cambió a uno alegre, ese rebelde muchacho por fin se acercaba a él. La muerte de la reina sí que le había afectado, al grado de llevarlo a la casa de Dios.
—Hijo, al fin entiendes que es un sacramento necesario para todos, incluso para la realeza. —Lo felicitó el obispo.
Terry lo miró con algo de resignación, siempre se negaba a los sacramentos, pero con la infancia carente de cariño que le tocó era difícil creer incluso en un Dios.
—Tal vez, excelentísimo. Hoy quiero liberar mi corazón, mi mente y mi alma. Si así lo quiere ver —declaró el futuro rey.
El obispo asintió y lo miró con dulzura. Lo conocía desde que era un crío, fue testigo de la soledad del niño y la indiferencia de la reina para con él.
—¿Qué aqueja tu conciencia, hijo mío? ¿Acaso la guerra y toda la barbarie de esta misma? O es tu corazón doliente por la muerte de la reina y lo acontecido posteriormente —indagó.
Terry por un momento recordó a Karen, pero alejó el pensamiento al recordar los verdes ojos por los que estaba dispuesto a jugarse la vida de ser necesario.
—Bueno, es mi deber como futuro rey hablar con la verdad y respetar a Dios, al reino y a la… iglesia —Terry quería suavizar al eclesiástico, deseaba a toda costa su anulación y si sabía jugar sus cartas lo lograría y podría casarse con Candy. Sin importar nada más, defendería esa unión con su propia vida—. Reverendísimo señor, el matrimonio es deshecho ante Dios por el adulterio, y yo le tengo que decir la verdad. He sido un hombre pecador y adúltero, la princesa no merece tal afrenta y siendo franco, no la amo, además creo que ella merece un esposo que la ame y valore y yo no soy ese hombre.
—Entiendo, hijo, pero ese tipo de cosas pasan. No eres el primer hombre que comete pecado, somos humanos y como humanos nos equivocamos, en tu posición de heredero muchas damas se ponen a tus pies por tener tus favores, son tentaciones enviadas por nuestro mayor enemigo —el obispo se persignó—. Lo importante es que lo reconozcas y enmiendes tus errores, estoy seguro de que tu esposa sabrá entenderte y perdonarte. Las esposas saben que esas cosas pasan, la carne es débil y los hombres lejos de sus mujeres comenten dichas bajezas…
—No, padre. —Terry interrumpió al obispo, evidentemente no era la respuesta que esperaba— Yo no amo a la princesa española. ¿Entiende? No la amo y por esa razón no volveré a estar en su cama, así que no quedará embarazada; por lo tanto, el reino carecerá de un heredero, al menos uno de esa unión. Sabe que mi padre la mandará a la hoguera y todo por no querer liberarnos de este absurdo compromiso. Su muerte y las que surjan de la guerra que se desate será culpa suya, ya que mi padre está de acuerdo con la anulación. —Terry decía esto mirando fijamente al hombre que se veía aturdido— Y yo, como heredero al trono de Inglaterra, apoyaré a mi padre en la decisión que tome con usted. Y su familia, que tiene tanto poder aquí entre nosotros será desterrada.
El obispo miraba a Terry con terror, con esa amenaza sonaba igual a su padre. Él que creyó que el reino estaría en mejores manos cuando Terry tomara el poder, pero qué equivocado estaba. El heredero era tan parecido a su padre, no solo físicamente, sino también en carácter, ahora lo comprobaba. Se aclaró la garganta antes de hablar, Terry se sentía mal por intimidar así a Martín, pero quería la anulación a toda costa y si para ello tenía que cumplir su amenaza, lo haría.
—Muchacho, es la ley…—dijo titubeante— La ley de Dios. —El obispo levantó la cabeza defendiendo su postura de hombre de Dios, tratando de hacer entender al muchacho que no era correcta su elección.
—No, ya que la ley de Dios dice que el adulterio rompe el vínculo y yo le estoy confesando que lo he roto —concluyó el castaño con voz firme.
—Esto sería romper lazos con el reino de España y provocaría una guerra. Usted sabe que su Santidad, el Papa, los apoyará. Ya se lo he dicho a su padre, por amor a Dios no cometan una locura…
La mirada gélida de Terry seguía al hombre que caminaba haciendo movimientos exagerados con sus manos, evidencia de su nerviosismo.
—No tiene por qué ser así. No si tenemos una nueva alianza, la que debió ser desde un inicio —declaró Terry.
—¿Cuál? —Indagó el hombre.
—Anular el matrimonio por no haber consumación y casarla con el príncipe Anthony, se le dará una compensación al reino de España por los perjuicios recibidos, redactamos una carta al Vaticano y otra a los reyes españoles en donde se hable de la intachable reputación de su hija y por eso el deseo de que siga siendo parte de nuestra familia. Yo asumiré toda la responsabilidad en este asunto. Como hombre y futuro rey no tendré muchos problemas a diferencia de ella.
—¿Un nuevo matrimonio entre el príncipe Anthony y la mujer que fue su esposa? —el obispo colocó su mano en la frente, para Martín el príncipe heredero se había vuelto loco— ¿Y qué piensa su hermano? Tal vez Anthony no acepte esto —dijo el religioso.
—No se preocupe por eso, yo me encargaré de todo, usted solo redacte el documento y yo haré que todas las partes implicadas acepten los términos.
—¿Su padre lo apoya en esa decisión? —interrogó Martín.
—Sí, él será el primero en firmar —respondió Terry.
El obispo asintió, era poco lo que podía hacer ante la decisión tomada del rey y su hijo, ambos eran implacables.
—Está bien, ¿entonces aceptará la alianza con la princesa Germánica? Como desea el rey Richard —cuestionó, pensando que Terry se había enamorado de Susana, porque no encontraba otra explicación para que quisiera anular tan rápido el matrimonio. Terry lo miró sin expresión.
—A su debido tiempo sabrá quién será mi esposa. — Terry se dispuso a salir, pero giró en sus talones, quedando nuevamente frente al religioso— No soy una marioneta de mi padre ni de la iglesia— sus ojos eran como dos llamas furiosas—. Redacte el documento, yo vendré mañana a medio día por el.
—No podré tenerlo mañana, esto me llevara al menos una semana —dijo el obispo.
—No puedo esperar tanto tiempo, vendré pasado mañana es lo máximo que lo puedo prolongar. Por cierto, recuerde que es un secreto de confesión— ladeo la sonrisa, para después santiguarse y salió del lugar ante la mirada abrumada del obispo.
Esa tarde Martín, después de meditarlo y hacer muchas oraciones, procedió a redactar el documento, rogando que las cabezas de Inglaterra estuvieran haciendo lo correcto y que todo saliera como ellos esperaban.
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El día que el obispo le entregaría la anulación a Terry, el castillo despertó con una fría mañana y una calma que al obispo no le gustaba. Terry fue puntual a recoger el documento de anulación, Martín le extendió el pergamino y él heredero leyó en silencio, sonriendo satisfecho asintió y salió de inmediato.
Mientras para Terry todo estaba saliendo según lo planeado, en otra parte del castillo al otro príncipe lo embargaba la angustia.
“Te espero al terminar la cena en el cuarto secreto”
Leyó un derrotado Anthony antes de arrugar la hoja con el mensaje que Eliza le envió, Luisa fue la encargada de entregar aquella misiva. El rubio pasó toda la tarde pensando en cómo convencerla de que ya no debía seguir con este juego, estaba arrepentido de meterse entre su lecho, antes de tomarla se creyó enamorado y envidiaba a Terry por la suerte de poseer a una mujer como Eliza, pero algo cambió desde que vio a la ninfa de la cascada. Si la amenazaba con contarle a su hermano, quizás ella por miedo a una muerte segura tomaría distancia.
Eso haré, esta noche hablaré con ella. Esto debe terminar —dijo arrugando el papel y quemándolo en una vela.
Luego Anthony tomó la prenda de la ninfa y la llevó a su nariz como lo hizo toda la tarde para aspirar su aroma.
Te encontraré y te daré los títulos necesarios para hacerte mi esposa. Total, no seré el rey, así que no estoy forzado a casarme con una princesa, solo necesitas un título y alguna pequeña dote que yo mismo te entregue y serás digna de mí. La fortuna que mi madre me heredó será tu dote.
Decía esto con la mirada en dirección a la ventana, viendo hacia el lejano bosque, temprano estuvo en la cascada, pero no vio a su ninfa.
Terry ingresaba a la enorme biblioteca en donde Richard estaba tomando una copa de vino con el rey Germánico. Ya caía la noche y Terry tenía prisa por concluir el asunto de su matrimonio.
—Padre, aquí está el acta de anulación, ya lo he firmado, ahora hazlo tú.
Terry puso el documento en el escritorio de roble tallado, adornado con bronce, ante la mirada incrédula de Richard y la de sorpresa de Archie.
—Firma padre. Es lo que tanto querías —señaló el pergamino.
—Lo revisaré primero, pero no ahora —Richard le dirigió una sonrisa apenada a Archie—. Además, este asunto debemos tratarlo a solas —terminó Richard mirando a Archibald y luego a Terry.
—No hace falta que lo revises, está correcto. Si confías en mí no debes dudar que está bien. Firma y luego yo me encargaré de que Eliza lo haga —Terry tomó el tintero que estaba en el escritorio y lo acercó a la mano de su padre, extendiéndole la pluma que traía consigo.
Richard estaba sorprendido ante la prisa de su hijo, de soslayo veía al rey germánico que en silencio tenía una sonrisa de satisfacción. Entonces el rey procedió a firmar. Richard plasmó su firma y colocó el sello real, acto seguido Terry procedió a salir despidiéndose con cortesía de Archie.
—Bien, está hecho —dijo Richard a un sonriente Archie.
—Sí, creo que me retiraré para prepararme para la cena, porque aunque no sea oficial, debemos festejar —Archie se puso en pie con un complacido Richard que lo acompañó hasta la puerta de su biblioteca.
—Madre, creo que cualquier intento de acercarme a él es inútil —decía desanimada Susana a Amelia, que peinaba sus largos, lacios y rubios cabellos.
—Hija, tranquila. No debes preocuparte por eso, yo me encargaré de que tú seas la reina de Inglaterra y también de nuestras tierras, tu primo no merece ser el rey, solo nosotras. Él será el próximo obstáculo que quitaré de nuestro camino —Amelia acarició el cabello rubio, depositando un beso en la coronilla de la cabeza de su hija—. Confía en mí, yo me encargaré de todo.
En ese momento llamaron a la puerta y tras los suaves golpes a la madera, se escuchó la voz de Archie.
—Tía Amelia, Susi, ¿están ahí?, debo hablarles de algo importante.
Intrigadas, ambas mujeres se miraron, Amelia corrió a la puerta, se acomodó la falda de su vestido y alisó su cabello. Suspiró y sonrió antes de abrir.
—Sobrino querido. Adonde más podemos estar, sabes que donde estés tú, también estaremos nosotras. Pasa, pasa, hijo —fueron las palabras fingidas de Amelia. El rey Germánico entró un poco incómodo, no le gustaba estar en los aposentos de sus familiares, prefería tratarlas en el exterior, pero no podía esperar para informarles lo que vio.
—Tía, prima, ¡lo hemos logrado! —exclamó emocionado— Acabo de presenciar la anulación del matrimonio del príncipe Terry y la princesa Eliza.
Amelia, que seguía atendiendo el peinado de su hija, dejó el cepillo de plata en la mesa auxiliar y corrió junto a Susana al diván en donde se encontraba Archie, como pudieron se colocó una a cada lado del monarca para que les contara lo ocurrido. Archie así lo hizo y Amelia sonrió triunfante, confiaba en la belleza de su hija, ella sabía que Eliza no sería competencia para su querida Susi.
Qué fácil está resultando todo —pensó la malvada mujer, que le sonreía a Archie, mientras en su mente trazaba un final para que les dejara la corona de Germania.
En la cena, Eliza y Susana estuvieron más arregladas de lo normal, esta transcurrió en silencio, en medio de una tensa paz. Susana y su madre, alertadas por su primo, quién no debía decir nada aún, estuvieron con un gesto de victoria, sabían que Terry iría a forzar a Eliza a firmar. La princesa germánica ya se imaginaba saludando a todos al lado de Terry, cuando el rey Richard hiciera oficial la alianza de ambos reinos y ella como la futura reina consorte de Inglaterra.
Terry, Anthony y Richard estuvieron muy callados, parecían tener asuntos importantes en su cabeza. Todos de a poco se retiraron, Eliza liderando esta acción, se le veía ansiosa por querer ir a su cuarto, luego Terry se retiró, después Anthony con semblante preocupado.
Terry aseguró la puerta para no ser interrumpido. Guardaba algunas cosas para ir y pasar la noche a lado de la que sería su única y verdadera esposa, pero antes pasaría por un libro que Candy olvidó en el cuarto secreto, ella le pidió que se lo llevara, ya que era un libro donde su madre había escrito los nombres de hierbas medicinales y la preparación de pócimas.
Anthony entró al cuarto que sirvió de refugio y escape a su madre, para él también fue su lugar favorito en su infancia, solía pasar días enteros en la secreta habitación.
—-Aquí me tienes, Eliza. Vine porque debemos hablar.
El príncipe se cruzó de brazos, indiferente ante la sonrisa de la española. Lo que menos deseaba Eliza era hablar, se abalanzó sobre Anthony y comenzó a acariciarlo en los lugares que ella sabía, no se resistiría, Anthony intentó retirarla, pero la ágil mano de Eliza se adentró en su pantalón, estimulando el viril miembro del rubio, finalmente su cuerpo reaccionó sucumbiendo a los brazos de su amante. Eliza no le dio tregua y lo tiró en la cama, colocándose encima de él, le bajo los pantalones, Anthony los empujaba con sus pies cuando estuvieron por sus tobillos, ella lo tocaba de forma sensual, se sentó a horcajadas sobre el rubio, su cuerpo se movía como las cortesanas que se acostaban con él en los campamentos o las taberneras con las que había intimado. Envuelto por el deseo de tomar el control, la volteó pegando su espalda sobre el colchón, le subió el camisón de seda blanca hasta la cintura, Eliza no traía puesto absolutamente nada debajo de la delgada camisola para dormir, por lo que Anthony ardiendo de deseo la poseyó con rudeza. Era una entrega diferente a la que tuvieron días atrás. Ambos jadeantes de placer, rodaron en la cama, retomando Eliza su posición inicial.
Terry, que ingresó por el largo pasadizo, al acercarse vio la luz de una vela que lo iluminaba. Le pareció escuchar los gemidos de placer de unos amantes, pensó en marcharse, olvidando por un momento que se trataba del cuarto secreto. Dio el primer paso para retirarse, pero recordó que nadie conocía ese lugar, los jadeos cada vez más altos provenían de esa habitación, su curiosidad lo motivó a abrir la puerta sin alertar a la pareja, sus ojos se abrieron con sorpresa al reconocer a los amantes y la abrió por completo, parándose en el umbral. Anthony, que tenía los ojos cerrados, imaginando el cuerpo de la chica de la cascada, abrió un poco los ojos y el terror lo invadió al distinguir la alta figura que los observaba con severidad.
—¡TERRY! —gritó apartando a Eliza.
Continuará…
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Última edición por Lady Ardlay el Jue Mayo 04, 2023 8:39 am, editado 2 veces