Buenas tardes, espero que hayan tenido un buen día. LLegamos al último capítulo de ésta pequeña historia.
El capítulo está desde la perspectiva de los dos.
El capítulo está desde la perspectiva de los dos.
Capítulo 10
– Cuando ven tu belleza ¡hasta las flores se marchitan!
No pude evitar reír al escucharlo. Terry le contó que me había conquistado con flores y piropos y ahora no para de gritárselos a las niñas del parque y del colegio.
– Deja de decirles piropos o sus madres van a venir por ti – le dije desde la banca donde lo veía jugar.
Miró alrededor como corroborando lo que le había dicho y al no ver peligro volvió a concentrarse en la carretera de tierra que estaba haciendo.
Mientras lo veo jugar, todo el amor que siento por él me desborda. Es impresionante como el corazón puede querer tanto. Su cabecita castaña se levanta y me ve para asegurarse que sigo aquí. Le sonrió y me mente divaga. Se va lejos, a otro tiempo.
Estaba sentada frente a la pc en mi oficina. Afuera se escuchaba el ajetreo de sillas arrastradas y pisadas que se alejaban. Le eché una mirada al reloj de la compu, las 4:55 de la tarde. Con razón tanto movimiento, todo el mundo se está preparando para irse.
Hoy no tengo prisa, Terry no viene por mí. Tiene que ir con su padre a una junta con la administración del hotel. Decidí quedarme un rato más para adelantar con unos contratos así que seguí trabajando. Sólo habían pasado 5 minutos, como constaté en el reloj, cuando un pitido ronco me asustó.
Decidí no hacerle caso y continuar con mi trabajo. El pitido volvió a sonar. Y luego otra vez. Tres veces más. Era caso perdido, no iba a poder concentrarme con esa cosa sonando a cada rato. Apagué el equipo y ordené mi escritorio, no me gustaba dejarlo lleno de papeles. Tomé mi bolsa y antes de salir pasé al baño.
Cuando salía del baño volví a escuchar el sonido cada vez más insistente. Bajé las escaleras y llegué a la recepción. Mis compañeros y gente que trabaja en el edificio estaban reunidos en la puerta. Supongo que viendo al tipo de la corneta ruidosa. Como pude me abrí paso y salí del edificio.
En la acera, frente a mí, estaba optimus prime. La aglomeración tenía sentido ahora, lo más seguro es que estuvieran filmando alguna escena. Miré a todos lados buscando las cámaras y el equipo de filmación. Al no verlo volví a mirar el tráiler y fue entonces que lo vi.
Terry estaba en el asiento del conductor, con la mano derecha estaba agarrando una cadena que cuelga del techo. Guiñó el ojo izquierdo y regalándome su pícara sonrisa abrió su puerta. Bajó los escalones y cuando estuvo en la banqueta se dirigió hacia mí con un ramo de narcisos en la mano. Nunca había sabido de flores pero desde que Terrence entró en mi vida soy casi una floriculturista; si es que eso existe.
– En nuestra primera cita dijiste que no había venido por ti en un tráiler – me entregó las flores y besó mi comisura, el lado derecho.
Ahorita no podía hilvanar una frase coherente y mucho menos recordar algo que pasó hace más de un año.
– Vamos - me tomó de la mano y me guió hacia la puerta del copiloto.
Me ayudó a subir y yo me dejé hacer. Me acomodé en el asiento y llevé las flores blancas a mi nariz. Terry subió a su lugar frente al volante, cerró la puerta, jaló la cadena que cuelga del techo haciendo sonar la trompeta del tráiler una vez más. Miró burlonamente a la gente en la banqueta y arrancó.
– ¿A dónde vamos? – me moví hacia él y pegué la cabeza a su hombro.
– Es una sorpresa - tuve una sensación de Déjá vu con sus palabras.
– ¿Cena en barco? – levanté la cabeza para mirarle.
– No vas a sonsacarme nada – me miró de reojo y rió al ver mi puchero exasperado.
Manejó en silencio. Supongo que quería evitar que comenzara a hacerle mimos y poco a poco le sacara a dónde íbamos. Cerré los ojos y me permití disfrutar del trayecto envuelta en su cercanía.
Al poco rato abrí los ojos, el tráiler se había detenido. Habíamos llegado al mirador, nuestro mirador. Terry salió del tráiler y lo rodeó para abrirme la puerta. Me deslicé hacia afuera y puse el pie en un escalón. Estaba muy alto así que Terrence tomó mi cintura y me bajó. Riendo puse los brazos en torno a su cuello. Me apretó contra él y no me soltó.
Nos besamos así, abrazados, con la puerta abierta del tráiler a mi espalda. Momentos después me puso en el suelo, dio un empujón a la puerta para cerrarla, y me tomó de la mano. Comenzó a caminar y yo con él.
El sonido de un claxon me trajo de mis recuerdos. Enfoqué la mirada y vi a Terrence aparcado, a unos metros, en la calle. Un borrón azul pasó como un bolido y corrió al encuentro de Terry que se había bajado del carro y venía hacia acá.
Mi alma se llenó de calidez al escucharlos reír a carcajadas. Terry estaba dando vueltas con él en brazos. Lo estaba llenando de besos. Mis dos amores. Los hombres de mi vida.
– ¿Dónde dejaste a mamá, Noah? – le escuché preguntarle a mi pequeño de 4 años.
Noah me señaló y se revolvió para que su padre lo bajara. En cuanto sus pies tocaron el suelo corrió hacia mí.
– ¡Mami! – se detuvo en seco. Aferró mis piernas con sus pequeñas manos y elevó su carita para mirarme – papi ha venido por nosotros – sus ojos eran dos luceros de emoción.
– Sí, mi vida. – le sonreí con ternura y acaricié su cabecita.
Terry llegó hasta nosotros. Cargó a Noah y me abrazó por los hombros, llevándonos a la camioneta que había reemplazado a Bee. Al menos en lo que respectaba a las salidas con Noah. Compró la más segura que encontró.
– Tuve que tocar el claxon para que me vieras. – agarró la manita de Noah que intentaba jalarle el cabello que le crece junto a la nuca. – ¿Dónde estabas? – me preguntó con curiosidad.
– En un tráiler – respondí mirándolo pícaramente y se sonrojó.
*****
Se me subieron los colores como siempre que me recuerda la propuesta de matrimonio. Pienso en ello y me da pena ajena. Ni tan ajena porque soy yo mismo. Es como cuando estás viendo a alguien hacer algo ridículo, vergonzoso, cursi, absurdo. Eso que sientes cuando lo ves y te dan ganas de evitar que sigan haciendo el ridículo. Y al mismo tiempo esa morbosa fascinación por ver cómo termina.
Cuando llegamos a la camioneta abrí una de las puertas traseras y coloqué a mi pequeño hijo en el asiento. Es lo más hermoso que hay en la tierra. Él y su madre son lo más grande y bello que tengo.
Terminé de colocarle los cinturones de seguridad y cerré la puerta con seguro. Miré a Candy que ya se había acomodado en el asiento del copiloto y me dirigí hacia mi lugar frente al volante.
– Noah ha estado piropeando a todas las niñas del parque – me dice Candy una vez que arranqué la camioneta.
La miro y sé por su mirada que está intentando parecer un poco severa cuando en realidad quiere comerse a besos a nuestro hijo.
– ¿En qué habíamos quedado hijo? – lo miré por el espejo un segundo antes de volver la vista a la carretera.
– Que sólo debía decírselos a la niña que me gustara – contestó con esa vocecita suya que derrite mi corazón.
Estaba por responderle que no es correcto andar gritándoles piropos a las niñas cuando habló nuevamente.
– ¡Pero papi! ¡Eso hice! – la manera en que se defendió me recordó a mí.
– ¿ah sí? – con una ceja levantada miré a Candy. Tenía una mano en la boca y se esforzaba por no reír.
– Sí – movió la cabeza afirmando. – sólo se los digo a las que me gustan pero me gustan muchas. – sonrió.
Y juro que vi un brillo granuja en esos pequeños ojos azules tan parecidos a los míos. Miré a Candy en busca de apoyo y ella hizo lo mismo.
– Noah me va a hacer ver mi suerte – articulé en silencio.
– Nuestra suerte – respondió Candy señalándonos a ambos.
Agité la cabeza riendo. Volví la vista a la carretera y continué manejando.
Noah comenzó a decirle a su madre el nombre de las niñas que le gustan. Candy lo escuchaba con atención y respondía a las preguntas que nuestro “angelito del señor” hacía.
Mi Candy es una mamá grandiosa, no hay mejor madre para mi hijo. Soy feliz con ella y siento que “feliz” no es suficiente para nombrar al sentimiento que me envuelve cada día. Tan dichoso que a veces me da miedo abrir los ojos y ver que estoy soñando despierto mientras veo pasar a Candy frente a la construcción.
Es en esos momentos cuando me dan ganas de abrazarme y llenarme de besos a mí mismo. Felicitarme por haberme lanzado por Candy. Por haber dejado de lado mi orgullo y aceptado las sugerencias de la gente de la construcción. Por no haberme dado por vencido al primer intento.
Y es ahora cuando pienso que no importa lo ridículo que me haya visto llegando en tráiler a buscar a Candy ni lo absurdo que me veía tocando la corneta una y otra vez. Todavía no sé en qué estaba pensando cuando lo hice si al que le gustaba tranfromers es a mí no ella.
Tampoco importa la vergüenza que pasé cuando el discurso que había preparado se me olvidó. Lo tengo tan nítido en mi memoria. Había escrito toda una colección de piropos y había enumerado todas las razones por las que Candy iba a aceptar ser mi esposa.
Iba a empezar diciéndole que la amaba y después de eso le iba a dar mis razones y luego me arrodillaría, haría la propuesta y le daría el anillo. Se suponía que, mientras hacía todo eso, en el estéreo que hice instalar en el remedo de optimus iba a sonar “Te Amaré” de los gritones de Il Divo.
Hice todo mal. Empecé cantando, más bien recitando, la bendita canción. Y ni siquiera encendí el méndigo estéreo. Por lo menos la letra era buena y lo que decía lo sentía con todo el corazón. La escogí porque a ella le gusta y cada sílaba es lo que siento por ella. En teoría iba a darle el anillo cuando llegara a la parte que dice “Yo te amo y juro serte fiel”. Creo que por lo menos eso sí salió bien.
Cuando Candy comenzó a llorar me di cuenta que estaba entregándole el anillo sin haberme arrodillado. Estaba tan nervioso que, en lugar de poner solo una rodilla en el suelo, puse las dos. Parecía que estaba pidiéndole perdón en vez de matrimonio.
Mi único amor se abalanzó sobre mí y terminamos en el suelo con ella encima de mí. Entre lágrimas y besos me dijo que sí. Nos casamos seis meses después.
Ese día le prometí que cada día de nuestra vida iba a amarla. Que la haría feliz para siempre.
Todos los días me esfuerzo por cumplirlo. Porque nuestra vida en Inglaterra esté llena de amor. Tanto amor que no extrañe a su país y a su familia. Tanta dicha que sonría todo el día, todos los días.
A través del parabrisas vi que estábamos a punto de llegar a casa. A nuestro hogar. El hogar que Candy y yo hemos construido con nuestro amado Noah y al que pronto llegará otro integrante. No es que ya esté embarazada, a menos que lo esté y no me lo haya dicho todavía. Es algo de lo que me estoy encargando con ahínco y que, por supuesto, me encanta hacer.
Anhelo una pequeña Candy corriendo por los prados ingleses. Sacando de quicio a Noah con sus tardes de té. Yendo a verme a la oficina junto con Noah y mi preciosa esposa. Pero eso sí, ¡ay del mequetrefe que se atreva a mirarla! O peor aún que se atreva a hablarle o lanzarle un piropo porque no vivirá para contarlo. Como si pudieran andar piropeando a mi niña sin que les de su merecido.
Disminuí la velocidad y me sacudí mis vengativos pensamientos sobre el inexistente pretendiente de mí, todavía, inexistente hija.
Entré en el camino empedrado bordeado de flores. Con tanta flor que le he regalado, Candy se hizo amante de ellas, así que cuando las plantó ya sabía el significado de cada una. Hay narcisos, rosas, azucenas, claveles, gardenias, violetas y tulipanes. Ahora, según ella, el camino a nuestro hogar está escoltado por amor, felicidad, constancia, esperanza, confianza, lealtad, alegría y pasión.
Llegué al final del camino, me estacioné frente a la casa y apague el motor. Me bajé para ayudar a Candy pero ella ya estaba quitándole el cinturón de seguridad a Noah cuando llegué junto a ellos. Mi pequeño diablillo salió corriendo hacia la casa en cuanto se vio libre.
Cerré la puerta del carro y la acorralé contra ella. Tomé su rostro con mis manos y acaricié sus mejillas con mis pulgares. La ternura y el amor que habitan mi corazón salen en cada gesto y cada mirada que le entrego.
*****
Después de casi 7 años mi corazón sigue desbocándose como la primera vez. No se acostumbra a Terry ni a sus caricias. Creo que vamos a ser un par de ancianitos y mi corazón seguirá encabritándose con sólo una mirada suya.
– ¿Qué decía la tarjeta de hoy? – me preguntó con una sonrisa torcida.
Mis flores y piropos continúan llegando cada día. Nunca, ni una vez, han faltado.
– Aquí la tengo – con la cabeza señalé mi bolsa que colgaba de mi hombro.
– ¿No la has leído? – frunció un poco el ceño.
– Sí – sonreí internamente al ver su desconcierto. Tomé mi bolsa y saqué la tarjeta. – Me gustas para madre de mi hija – leí en voz alta.
– ¿Y? – preguntó ansioso.
– Y – repetí y le di la tarjeta para que leyera mi respuesta.
– Me gustas para padre de mi hija – dio un bufido al terminar de leer – no eres muy original que digamos mi sol – murmuró sonriendo contra mis labios. Amo esas palabras cariñosas con que me llama.
– A las mujeres embarazadas se nos perdona todo – contesté del mismo modo.
Me di cuenta en el momento exacto en que captó lo que dije. Abrió la boca pero no dijo nada. En lugar de eso empezó a reír, me agarró de la cintura y dio vueltas conmigo. En este momento pienso que así es la felicidad. Ser feliz cuando él también lo es. Experimentar el placer de amar y ser correspondido con igual o mayor intensidad.
Luego de un momento paró y me colocó con extremo cuidado en el suelo sin dejar de abrazarme.
– No sé si será una niña – acaricié su cabello a la altura de su oreja.
– Te amo Candy y amo a nuestro pequeñito no importa si es niño o niña – había colocado su mano en mi vientre y comenzó a acariciarla y hablarle despacito.
– Te amo – acaricié su mejilla con ternura.
Acercó su boca a la mía y me besó. Suavemente. Sin prisa. Disfrutando. Amándonos.
Cada día estaba cumpliendo su promesa de amarme y hacerme feliz siempre; enamorándome cada día entre flores y piropos.
Fin.
Se acabó deseo de corazón que les haya gustado. Mil gracias por seguirla.