¡Hola!
Ya estamos en el penúltimo capítulo de esta historia. Gracias por acompañarme en la lectura y con sus comentarios.
ojalá les guste.
Ya estamos en el penúltimo capítulo de esta historia. Gracias por acompañarme en la lectura y con sus comentarios.
ojalá les guste.
Capítulo 9
Dentro de una semana es la inauguración del edificio. Mi primer obra terminada. Cuando mi padre me pidió que dirigiera el proyecto de expansión de nuestra cadena de hoteles en Nueva York, lo último que pasó por mi mente fue que conocería a mi único amor.
Éste año con Candy han sido, por mucho, mejor que el edén. Si Adán fue la mitad de feliz que yo soy con Candy… no entiendo como no se comió el huerto entero por Eva. La amo. La amo más que Bambi a su madre. No, mala comparación. Candy no es mi madre.
Gracias a Dios pensé con un escalofrío.
El caso es que la amo tanto que, si el infierno existiera, iría ahí por ella. No es que sea necesario que vaya a un lugar inexistente pero el punto es que iría. Y nadie quiere ir ahí aunque no exista. Así de muchísimo la quiero.
Ya empiezo a parecerme a Candy con estos soliloquios sin pies ni cabeza. Eso es algo que ahora conozco de ella; cuando está nerviosa divaga en infinidad de tonterías. Además, sé que igual escucha Rammstein que Il Divo. Su lista de reproducción es un quebradero de ritmos musicales.
También conocí a su familia. Fuimos a visitarlos durante las vacaciones de invierno.
Estaba nervioso aterrado. Era la primera vez que iba a verlos y no quería causar mala impresión. No es que me interesara lo que piensen de mí. Me interesaba que no quisieran influir en Candy. No hay nada peor que familiares metiches preocupados por tu felicidad.
Afortunadamente me los eché a la bolsa desde el principio. El más difícil fue el hermano menor. Ese chiquillo me las hizo ver negras con sus intentos de sabotaje. Una vez me puso tachuelas en el asiento, suerte que Candy las vio antes.
Condenado crío. Ya tenía 17 años y se comportaba como de 12. Mi Candy me explicó que tiene un pequeño retraso y madurará más lento que los demás. Fue bueno que me lo dijera porque así comencé a tratarlo acorde a la edad que manifestaba.
Resultó que amaba Transformers. De más está decir que nos hicimos buenos amigos. Cuando nos despedimos le prometí la colección de autobots. Cada semana habla para preguntar cuando voy a enviarle el siguiente autobot.
A mi rubia no le hizo mucha gracia que ande comprándole cosas a su hermano pero al ver sus ojos ilusionados no le quedó de otra que ceder. Eso sí, me advirtió que no lo volviera a hacer.
Sacudí la cabeza para alejarme de los recuerdo y traté de concentrarme en los arreglos de la inauguración del hotel. Mi padre va a estar aquí y necesito que esté todo perfecto. Candy como buena organizadora se está encargando de todo. Cuando le dije que iba a contratar a su empresa insistió en encargarse ella misma, así que expresamente pedí que fuera ella la coordinadora.
Conforme la fecha se acerca se pone más nerviosa. Va a conocer a mi padre y eso la tiene al borde del colapso. Nunca pensó que conocería un Duque y menos que emparentaría con uno. Afortunadamente todavía no le cae la ficha de que va a casarse con el heredero y que será Duquesa. No es que ya haya aceptado casarse conmigo, ni siquiera se lo he pedido, pero en mi corazón ya pienso en ella como mi futura esposa.
No sé cómo reaccionará cuando le caiga el veinte. Me echó una buena bronca cuando le dije que era hijo de un Duque. Aunque, según ella, el enojo fue porque tardé un año en decirle. Exagerada. No sé porque no me decidía a decírselo. Quizá tenía miedo que saliera corriendo o peor aún que me quisiera por el título. Justo le dije ayer y sólo porque no tenía más remedio. Mi padre llega en unos días y no sería bonito que se enterara a la hora de la hora.
Ante todo pienso en ella, en verla sonreír cada día. Vivo con su mirada y respiro con su sonrisa. Mi rubia pecosa. Desde que descubrí sus pecas no he parado de bromear sobre ellas.
Estábamos en el mirador favorito de Candy. Le gusta que, de vez en cuando, vayamos a mirar el atardecer.
– ¿Esto que tienes aquí son pecas? – pregunté sorprendido. Ya tenemos 6 meses juntos y no las había visto.
– Sí, ¿por? – por su mirada ceñuda supe que era un tema sensible para ella.
– Es que tienes muchas, ¿cómo es que no las había notado? - pregunté desconcertado.
– Estás tan embelesado con mis ojos que no pones atención a lo demás – me dio un toque en la nariz con su
dedo.
– Eso sí que no – negué moviendo el dedo índice frente a ella – yo pongo atención a todas, todas – hice especial énfasis en la palabra “todas” – las partes de tu cuerpo – se puso tan roja que por un momento pensé que no estaba respirando.
– En realidad, uso un corrector para taparlas. Se me terminó ayer y no he ido a comprarlo – confesó sin mirarme. Seguía avergonzada. Adorablemente avergonzada.
– Me encantan tus pecas – tracé una línea imaginaria sobre ellas con mi pulgar derecho
– Yo las odio – admitió en un susurro.
– Yo no – le aseguré – yo amo todo de ti, incluso tus pecas – las besé suavemente.
– Si sigues así, comenzarán a gustarme a mí también – murmuró con los ojos cerrados.
Y vaya si no las ama ahora. Cada vez que bromeo sobre ellas finge enojarse, entonces la mimo y la beso hasta que sonríe.
Una de esas veces estábamos con mi madre. Las había presentado poco después de que Candy me dijera que me ama. Bueno, yo también le dije que la amaba. El caso es que decidí que era el momento de que mi madre la conociera.
Estaba muy pero muy nervioso. No es que la opinión de mi madre fuera a influir en mí. Es que ella es sobreprotectora conmigo. Mi madre es conmigo lo que Greenpeace a las ballenas. Así de intensa. Supongo que es porque no cuidó de mí durante gran parte de mi infancia. Para ella sigo siendo el nene de 5 años que se quedó a vivir con su padre. No importa que hayamos estado en contacto todo este tiempo y que haya pasado cada verano con ella. Para ella simplemente no he crecido.
Cuando por fin las presenté me sentí aliviado. A Candy le cayó bien y viceversa. El shock inicial de que fuera una actriz de Hollywood quedó atrás cuando Eleonor la trató con amabilidad y sencillez. Más le valía. No iba a permitir que la hiciera menos y mucho menos que la ninguneara.
Temía verme en un “Monster in law” de la vida real. Con los días me di cuenta que mis temores eran absurdos. Si hasta salían juntas de compras. Igual que en la película. Iban a comer juntas. Igual que en la película. Se veían cómodas juntas. Igual que en la película.
Me di un cachete mental y le di una patada a mis paranoicos pensamientos.
En ese momento sentí como si alguien me estuviera viendo fijamente y levanté la mirada. Mi corazón sonrió al ver a mi amor parada en la puerta de mi oficina. Ahora que el hotel estaba terminado pasaba más tiempo aquí. Y da la casualidad que está en el mismo edificio que la oficina de Candy.
En realidad fue cosa del azar ya que la alquilé mucho antes de conocerla, de hecho yo llegué al edificio primero que ella. La vida está a mi favor porque también dio la casualidad que una asistente de las que trabaja con ella es conocida de mi asistente. No cabe duda que aparte de guapo soy un tipo con suerte.
– ¿Muy ocupado? – me saludó con una sonrisa.
– Para ti nunca – aseguré levantándome para ir a su encuentro.
– Es bueno saberlo – respondió colocando sus brazos en mi cuello.
– ¿Te he dicho que te amo? – agaché la cabeza y tomé su boca. Soy un adicto a sus besos.
– No en la última hora – me respondió entre besos.
La apreté contra mí, estaba a punto de extraviarme en mi candymundo cuando la inoportuna de mi madre entró echa un torbellino.
– Terry, hijo. – la escuché llamarme antes de darle un último beso a mi pecosa. – acabo de hablar con tu padre. – continuó como si nada.
– Olvidé decirte que venía conmigo – me susurró Candy cuando concluimos el beso.
Me separé de mi rubia pecosa y saludé a mi madre con un beso en la mejilla. Ya estaba apoltronada en uno de los sillones que adornan el despacho.
– ¿Y qué ha dicho? - no es raro que papá le hable. El duque y Eleonor siempre han tenido buena relación.
– Que adelanto su vuelo y llega mañana a medio día – miré a Candy, estaba pálida. Me acerqué a ella y la tomé de la mano.
– Me alegra. Así puede descansar un poco esta semana – comenté apretando la mano de Candy. – las invito a comer – me lo saqué de la manga para que mi madre dejara de hablar del duque. No quería que Candy se pusiera más nerviosa.
Mi madre dijo que sí de inmediato. Se levantó como resorte y se encaminó a la puerta. Yo aproveché para tranquilizar a Candy.
– No estés nerviosa – besé su frente y la abracé colocando una mano en su cintura y la otra en su cabeza.
– No puedo evitarlo – murmuró bajito
– Va a amarte tanto que cuando nos casemos vas a ser su nuera preferida – cuando quise morderme la lengua ya era tarde.
Cerré los ojos y me quedé quieto. Esperando. Sentí que Candy se movía contra mi pecho. ¡Mierda! estaba llorando. La solté un poco, coloqué las manos a ambos lados de su cabeza y la levanté para mirarla. No lloraba como supuse.
¡Se estaba riendo!
Un cuchillo, que digo cuchillo, ¡una claymore! de esas que usaban los highlanders, se enterró enterita en mi corazón. Yo acababa de decirle que algún día quería que fuera mi esposa y ella se reía. Se reía de mí y mis estúpidos sueños. Oí su risa y me llené de furia. Tanta que el maldito infierno, que no existe, explotaría con una mirada mía.
Dejé caer las manos a los lados de mi cuerpo. La solté y de algún modo sentía que era mucho más que soltar su cabeza lo que acababa de hacer.
– Me alegra saber que te divierto – mi tono de voz la hizo dejar de reír en el acto. Nunca había sonado tan seco con ella. Se secó las lágrimas, un momento, ¿lágrimas?
– Perdóname – se acercó y me besó la mandíbula. Casi la perdonaba con ese gesto, casi. – fue una risa nerviosa – se abrazó a mí y escondió el rostro en mi pecho.
– Risa nerviosa – repetí en voz alta sin abrazarla de vuelta.
– No sabía si reír o llorar – confesó sin despegar la cara de mi camisa – me puse tan feliz que comencé a imaginarme vestida de novia contigo a mi lado – la quité de mi pecho y la besé. A estas alturas estaba más que perdonada.
En la lejanía oí que mi madre nos llamaba desde el pasillo. Me había olvidado que iba a llevarlas a comer.
La inauguración del hotel fue todo un éxito. Arrancamos con el 40% de ocupación en la primera semana. Algo muy bueno en una apertura. Una vez arrancado papá y yo nos desentendemos y nos enfocamos en el siguiente proyecto.
Cuando le dije que quería permanecer más tiempo en Nueva York fue toda una sorpresa para él. No necesitó preguntarme los motivos de mi decisión. Le bastó verme junto a Candy para saber que no la dejaría aquí a merced de cualquier roba novias.
Al contrario de lo que Candy pensaba, el encuentro con el duque resultó un éxito. Se la había pasado leyendo libros de etiqueta y protocolo para tratar con mi padre pero a la hora de la verdad se le olvidaron todas las lecciones leídas. Simplemente fue ella misma y mi padre comprendió porque la amo.
Mi único amor es una rubia pecosa que “odia” sus pecas pero ya no usa corrector. Una hermosa mujer que ama las flores y los piropos. Sensible y amorosa. Llena de amor por mí.
La madre de mis hijos, bueno, será la madre de mis hijos. Porque ahora sí le he pedido matrimonio.
Y ¡claro! Como era de esperar aceptó. No es que fuera a rechazar al hombre de su vida.
continuará...
Las veo el lunes con el último capítulo.