¡Hola de nuevo!
en mi tinchera ya quieren asesinarme por la última frase del capítulo 7 como diría Pedro Infante mejor no le buigo y les traigo la continuación. Trae la perspectiva de los dos.
De cualquier modo tocaba hoy
en mi tinchera ya quieren asesinarme por la última frase del capítulo 7 como diría Pedro Infante mejor no le buigo y les traigo la continuación. Trae la perspectiva de los dos.
De cualquier modo tocaba hoy
Capítulo 8
Estoy retrasado. Se supone que debía recoger a Candy hace 10 minutos. Hoy le entregan su carro y voy a llevarla a recogerlo.
Hace unos días tuvimos una pequeña pelea por culpa de su carro. Bueno, no exactamente, pero fue el detonante. Todavía no me queda muy claro que estaba pensando Candy ese día. A lo mejor estaba en esos días en que las mujeres se ponen sensibles y gruñonas.
Me había parado frente a ella en la acera. Apagué el motor y me bajé. La besé en cuanto estuve a su lado; estoy feliz de que la restricción de besos haya terminado. Le abrí la puerta y se introdujo en Bee. Sí, mi auto tiene nombre, se llama Bee. ¿Algún problema? ¿Es mío no? Además, sólo es entre él y yo.
– A partir del jueves ya no vendrás a recogerme – anunció en cuanto me senté al volante.
– ¿no? – pregunté con el familiar latido en los oídos.
¡Va a dejarme! ¡Va a dejarme! Me repetía una y otra vez. Fue demasiado pronto, debí esperar a enviar a esa tarjeta, gemí en mi interior.
– Por fin reuní el dinero para pagarle al taller que está arreglando mi coche y me lo entregan el miércoles por la tarde – dijo como si tal cosa.
– Me estás diciendo que durante dos meses caminaste a tu trabajo porque ¿no tenías dinero para arreglarlo? – prácticamente estaba gritando cuando termine la pregunta.
No sé qué me pasaba pero sentí como mi genio se iba inflando conforme pasaban los segundos.
– Bueno, no soy rica. Trabajo para mantenerme – contestó muy digna.
Eso sólo hizo que mi genio llegara a las nubes. El miedo a perderla se había transformado en furia en instantes.
– ¡Pero yo sí! – no sé cómo no le reventé los tímpanos. – debiste decirme, yo te habría…
– Me habrías dado el dinero – terminó por mí, muy serena. Su serenidad me puso en guardia y automáticamente intenté tranquilizarme. – No Terrence. Eso no.
– ¿Por qué no? – protesté más dolido que enojado, incluso había usado mi nombre sin diminutivo.
Me duele que no piense en mí cuando tiene un problema, me duele no ser su salvación y su refugio. Me duele que no confíe en mí.
Tardó en responder, tenía las manos en puños y miraba hacia fuera.
– Porque no, no, no somos nada – percibí que estaba a punto de llorar en su voz quebrada.
Frené de golpe y giré a mirarla.
– ¿Qué quieres decir exactamente? – mi garganta dolía. Sentí que tenía unas espinas atoradas, a lo mejor me las había tragado la semana pasada que comí camarones.
– Eso. No somos nada. Salimos juntos, nos divertimos. Nos besamos. – ya estaba llorando – pero no me has dicho que soy para ti. No me has dicho que sientes por mí. – su mirada seguía clavada en su ventanilla.
Por un momento no pude hablar. ¿No le he dicho qué es para mí? ¿No le he dicho que la amo?
– Llevo dos meses demostrándote lo importante que eres para mí. – aferré el volante con fuerza para no zarandearla. Se llevó la mano a la boca para contener un sollozo. Instintivamente iba a abrazarla pero me contuve. – ¿qué decía la tarjeta de hoy? – pregunté rogando al cielo por paciencia. Desconcertada me miró.
– Hoy no me enviaste ninguna tarjeta. – respondió entre hipidos.
Claro que le había enviado una tarjeta con el arreglo de hoy. Yo mismo la escribí, como siempre. Si hasta puedo sentirla en el bolsillo interior del saco.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
¡No pasaron por ella! ¡El maldito repartidor de la maldita florería no pasó! ¡¿Cómo no me di cuenta?! ¡¿En qué estaba pensando que no me di cuenta?!
Respiré profundo antes de llevar la mano al bolsillo y sacar la infractora tarjeta. Extendí el brazo y tomé la mano derecha de Candice. Me la llevé a la boca y la besé suavemente, casi con fervor. Abrí su palma y coloqué en ella la tarjeta.
Sus ojos, grandes y verdes, estaban brillantes por las lágrimas cuando me miraron.
– Léela por favor – estaba nervioso. No tenía planeado estar presente cuando la leyera.
Su mano temblaba cuando se la llevó al regazo. La vi respirar hondo y luego movió la mano sin quitarla de su falda. Su cara se transformó en un arcoíris de emociones cuando leyó las palabras escritas.
Si amar es pensarte noche y día, vivir de tu mirada y respirar con tu sonrisa, entonces sí…
Te amo.
Te amo.
Apenas pude reaccionar antes de que se abalanzara sobre mí, llenando mi cara de besos. Estaba medio sentada en mis piernas y mi corazón cantaba al cielo su alegría.
– Te amo – lo dijo mirándome a los ojos. Sonriendo enamorada con la cara manchada por las lágrimas y el maquillaje.
– Eres mi amor – confesé tomando su rostro en mis manos. – lo has sido desde que me ignoraste la primera vez – limpié con mis pulgares sus lágrimas.
– Y tú, desde que te vi sin camisa – por su mirada supe que bromeaba.
– ¿Por qué crees que no me la puse? – petulante levanté una ceja. – ya me habías ignorado una vez – le recordé – tenía que usar la artillería pesada para lograr que me miraras. – le di un toque en la nariz con mi índice derecho. Se recostó en mi pecho y comenzó a jugar con el cuello de mi saco.
– Perdóname – susurró luego de un momento. – no sé qué me pasa estos días, me comporté como una tonta berrinchuda – escondió la cara en mi cuello.
Yo tampoco me porté bien – reconocí. Tomé un mechón de su pelo y comencé a enroscarlo en mi índice. – no debí gritarte – besé su sien disculpándome sin palabras.
Un bocinazo a mi izquierda nos hizo recordar que seguíamos mal parados en la avenida. Se acomodó nuevamente en su asiento mientras yo miraba por los espejos antes de regresar al tráfico.
– Fue un mes – su timbre animado todavía sonó ronco por el llanto. La miré desconcertado. – el tiempo que fui caminando al trabajo fue un mes – aclaró al notar mi cara de “no sé de qué hablas” – el segundo mes tuve chófer – guiñó un ojo con picardía, se acercó para besar mi mejilla y se recostó en mi hombro.
El grito de uno de los trabajadores me trajo de vuelta de mi Candymundo.
– ¡Hey muchacho! – soy el jefe pero me siguen diciendo muchacho. Tuve que tarabajar hombro con hombro con ellos para que me respetaran; pero todavía me tratan como a un crío.
– ¡Te buscan! – gritó otro.
Por un momento pensé que era Candy que al ver que no llegaba venía a alcanzarme. Pero no hubo piropos que la anunciaran ya que a pesar de que es mi novia no dejan de piropearla. Estos desgraciados lo hacen a propósito, lo soporto porque a Candy no le molestan y porque, quiera o no, gracias a eso estamos juntos.
Terminé de abotonarme la camisa y tomé el saco antes de salir del área donde tenemos los casilleros.
– ¿Quién me busca? – pregunté en cuanto llegué a donde estaban reunidos los obreros.
Se miraron unos a otros sin decir nada. Se notaban nerviosos e incómodos. Ralph, que estaba a su izquierda, le dio un codazo a Ronald y movió la cabeza en mi dirección.
– Verá jefe – me llamó jefe, eso me puso alerta. Nunca, desde hace 7 meses que trabajamos en este edificio, me había dicho jefe.
Robert, a su derecha, le dio otro codazo. Se aclaró la garganta con fuerza y continuó.
– La señorita Candice estuvo aquí.
– ¿Dónde está? – quise saber de inmediato, seguramente al ver que tardaba en recogerla decidió alcanzarme aquí. No es la primera vez que lo hace, al fin y al cabo su oficina está a una cuadra.
Volvió a carraspear.
– Se fue – me estaban poniendo los nervios de punta con tanto rodeo.
– ¿A dónde fue? ¿Me dejó algún mensaje? – ya estaba sacando el móvil para llamarla. ¿por qué se había ido si vamos a ir a recoger su carro?
– No – negó Robert con la cabeza. – entró mientras estábamos reunidos aquí, no nos dimos cuenta que estaba aquí hasta que fue demasiado tarde. – murmuró sin mirarme.
– Juro que no sabíamos que estaba escuchando – afirmó Ralph y los demás trabajadores asintieron con fuerza.
– Que estaba escuchando ¿qué? – pregunté mientras escuchaba el buzón de voz después del cuarto timbrazo.
– Nos escuchó hablando de la apuesta, creo que pensó que estabas implicado. – dijo finalmente Ronald.
Me llevó un momento procesar lo que había dicho antes de salir corriendo. Tenía que encontrarla. A lo lejos escuché que gritaban que lo sentían. No me importó. Nada me importaba salvo encontrar a Candy.
*****
Me senté a mirar el atardecer, el cielo estaba teñido de rosas y purpuras. En otro atardecer había sacado mi teléfono y había tomado una fotografía. En otro atardecer, era feliz, estaba rodeada por los brazos de mi amor. Éste atardecer es distinto, triste.
Mi sueño terminó abruptamente. Quiero cerrar los ojos y retomarlo donde lo dejé. Es imposible. Sólo una vez desperté y al cerrar los ojos continuó. Era una pesadilla. Los sueños hermosos nunca continúan una vez que despiertas. Los sueños hermosos son bellos mientras duran.
Cerré los ojos y las voces de los trabajadores se escuchan nítidas en mi cerebro.
– Págame Ronald – había exigido alguien. – el jefe lo dijo. Yo gané la apuesta. – estaba por hacerme notar cuando el obrero llamado Ronald respondió.
– ¡Está bien! Pero sólo porque el chico reconoció que sin nuestros piropos no habría conquistado a su chica – rió estruendosamente y sacó su billetera.
Supe que estaban hablando de mí y no me moví.
– ¿Sobre qué vamos a apostar ahora? – preguntó otro.
– Hay otra que pasa todos los días. Hay que decirle al jefe que ahora apostaremos si logra conquistar a ésta también. – mi mundo se detuvo en ese instante. Debí haber hecho algún ruido porque voltearon a verme asustados.
A ésta también. A ésta también. A ésta también.
Desearía no haber ido a buscarlo. Desearía no haber escuchado. Desearía fingir que no oí nada. Fingir que no escuché que fui una apuesta y que ya estaban buscando a la siguiente.
– ¡Candy! – me estremecí al escucharlo.
– ¿cómo me encontraste? – pregunté sin desviar la mirada del ocaso.
– Tú me lo dijiste. Me dijiste que cuando estás triste vienes a este mirador. – respondió sentándose a mi lado.
Debí suponer que me encontraría. No contesté. Me limité a seguir mirando al frente.
– Mi amor – mi corazón saltó al escucharlo. Traidor, le susurré en mis adentros. – necesito explicarte. Sé que te sentó mal lo que estos brutos hicieron pero lo hicieron sin mala intención. – dijo a toda prisa.
– ¿Y tú? ¿También lo hiciste sin intención? – odié que se me quebrara la voz.
– No. – cerré los ojos con fuerza para evitar que mis lágrimas cayeran. Pasó el índice por mi mejilla. Fue un toque tan familiar que me permití disfrutarlo. – Siempre fue mi intención amarte. Desde el principio supe eras para mí. – susurró ahuecando mi cara en sus manos.
Le creo cuando dice que me ama y eso me confunde.
Yo escuché claramente como decían que Terry había apostado con ellos sobre mí.
Repasé nuevamente la conversación y es entonces, con las manos de Terry en mi rostro, que me doy cuenta que en ningún momento dicen que él apostó.
– Tú no apostaste, ¿verdad? – lo miré a los ojos.
Sonrió con dulzura y acarició mis pómulos con sus pulgares.
– No. No aposté. – sé que dice la verdad. Lo siento en mi alma. – ellos apostaron solos. Hoy, poco antes que llegaras, me habían preguntado si estábamos enamorados. – se acercó a mi cara y besó mi frente. - Les dije que sí – afloró mi sonrisa, era un reflejo de mi alma - y Robert se proclamó ganador.
Llevé mis manos a su rostro. Quería tocarlo, necesitaba sentirlo.
– Se suponía que habían apostado que no lograría que te enamoraras de mí pero al ver que estaban perdiendo apostaron también sobre mí. – mientras dice eso mi corazón canta. canta de alegría y amor. – Robert fue el único que se dio cuenta que éste amor es inevitable.
Lo besé. lo besé y después lo abracé. Me aferré a él con fuerza, disfrutando su calor. Disfrutando de sus manos sobre mi pelo. Deleitándome con sus labios en mi cuello.
Todo estaba bien.
Cerré los ojos y retomé mi sueño, justo donde lo había dejado.
continuará...
Gracias por leer.