El atractivo trigueño sonría con satisfacción, como una gallina clueca ante sus críos, al observar a los lejos a ese par de rubios, que tantos dolores de cabeza le habían dado.
-Hasta que por fin sentaste cabeza- sonriendo y estrechando efusivamente al rubio que se acercó a saludarle.
-George, hoy es el día más pleno y hermoso de mi vida- al punto de las lágrimas, no podía por más tiempo, contener la emoción que le embargaba- ¡Gracias hermano por estar presente en cada momento de mi vida!-Agregó el rubio.
-Lo sé, chico. Ya merecías ser feliz- Sin dejar de obsequiarle con palmaditas al rubio coloso, como si se tratará de un parvulito.
En esos menesteres se encontraban ese par de elegantes caballeros, cuando se acercó hasta ellos una rubia pecosa , ataviada en un espléndido vestido de bodas, cuya inmaculada blancura no hacía más que destacar un par de ojazos verdes .
-George- Grito y acto seguido, se abalanzo sobre él, buscando un espacio en ese abrazo que sostenían los dos hombres.
-Señorita Candy, no lloré por favor va arruinar el maquillaje- Aunque, el trato para con ella era muy propio, la pecosa solía hablarle con mucha familiaridad, algo que la señora Elroy, desaprobaba, pues las damas no deben ser tan confianzudas, solía recriminarle constantemente a la chica.
En animada charla se encontraban los tres, recibiendo los parabienes con motivo de su boda y chanceando sobre la pérdida de la soltería de los rubios, cuando la joven lanzó a bote pronto el siguiente cuestionamiento:
-George, ¿Tú, nunca te has enamorado?- turbando por un momento al impasible trigueño- Digo, no eres tan mayor, eres muy varonil, con buena posición económica, caballeroso e inteligente, lo que se llama, un buen partido- Sin inmutarse ante la turbación del moreno, continúo su parloteo-¡NO PUEDO CREER QUE AÚN SIGAS SOLTERO! ¿ACASO LAS CHICAS SON TAN MÍOPES?-A pesar, de que la música de la orquesta, que amenizaba la fiesta invadía el amplio salón, la voz de Candy con esta lluvia de cuestionamientos, llamó la atención de algunos invitados que se encontraban cercanos, sonriendo disimuladamente unos y otros, meneando negativamente la cabeza, ante el comportamiento nada propio de la rubia.
-¡Shttt, Candy, no grites. Te van a oír hasta en la China!- La retó con dulzura el rubio y estrechándola tiernamente entre sus brazos.
-¡Pero, qué cosas dice señorita Candice!- Perdiendo su estudiada compostura-Cof, cof cof- carraspeó nervioso y advirtiendo que la rubia no se iba a dar por vencida, agregó- Mujeres muy admirables y dignas de amar he conocido, por supuesto qué sí- y su mirada color golondrina se desvió de ese par de esmeraldas, como buscando dentro de sí mismo.
-¡Lo sabía!- Dando un golpe con el puño cerrado sobre la palma de su otra mano, como de quien se regodea de tener la razón- ¿Y entonces?- continúo inquisidora.
-¡Candice, ya basta! Tenemos que seguir saludando a nuestros invitados- Le espeto el joven.
-¡Ve tú, Albert! Yo quiero escuchar a George- Haciendo un gracioso ademán, indicándole a su esposo que desapareciera.
-Candyyyyyyyyyyyy, grrrrrrrrrrrr te comportas como una niña- Fingiendo enojo, Albert la tomó de la mano y la llevó con él; quedando George sumido en sus propios pensamientos.
-¡Por supuesto, qué me he enamorado!-Encaminado sus pasos hacia afuera buscando un poco de aire fresco.
-La amé con locura, como se ama una sola vez. ¿Y cómo no amarla? ¡Sí era un perfecta rosa inglesa! Tan hermosa, delicada e imposible de alcanzar. Y sin embargo, ella me correspondió. Fui el hombre más feliz de la Tierra, mi hermosa rosa también me amó…¡Sí, me amó con esa sinceridad del primer amor! ¿O quizá, no fue amor lo que sintió ella, tan sólo enamoramiento pasajero- aflojándose el corbatín, a cada remembranza sentía que se le dificultaba respirar.
-Fue precisamente, en este jardín donde nos juramos amor eterno. Ella tenía que partir a Londres para concluir con sus estudios en el San Pablo. No había, impedimento para nuestra relación, aunque era un joven sin fortuna, contaba con el aprecio del señor Andrew, y el beneplácito de la señora Elroy.
Nos prometimos que a su regreso nos casaríamos…Y retornó a América, más hermosa que nunca, más mujer, pero sus hermosos ojos verdes, ahora me miraban con desconocida tibieza…Rosemary, regresó…regresó casada.
Y a pesar, del gran dolor que provocó en mí, su olvidada promesa; mi corazón siguió palpitando de amor por ella. Nunca pude dejarla de amar, ¿O tal vez, tan sólo tuve miedo de volver enamorarme y qué me lastimaran? Fue por eso, que levanté una muralla protectora para mi corazón. Y cuando alguien cuestionaba sobre mi empedernida soltería, suelo responder, yo no nací para amar.
-Hasta que por fin sentaste cabeza- sonriendo y estrechando efusivamente al rubio que se acercó a saludarle.
-George, hoy es el día más pleno y hermoso de mi vida- al punto de las lágrimas, no podía por más tiempo, contener la emoción que le embargaba- ¡Gracias hermano por estar presente en cada momento de mi vida!-Agregó el rubio.
-Lo sé, chico. Ya merecías ser feliz- Sin dejar de obsequiarle con palmaditas al rubio coloso, como si se tratará de un parvulito.
En esos menesteres se encontraban ese par de elegantes caballeros, cuando se acercó hasta ellos una rubia pecosa , ataviada en un espléndido vestido de bodas, cuya inmaculada blancura no hacía más que destacar un par de ojazos verdes .
-George- Grito y acto seguido, se abalanzo sobre él, buscando un espacio en ese abrazo que sostenían los dos hombres.
-Señorita Candy, no lloré por favor va arruinar el maquillaje- Aunque, el trato para con ella era muy propio, la pecosa solía hablarle con mucha familiaridad, algo que la señora Elroy, desaprobaba, pues las damas no deben ser tan confianzudas, solía recriminarle constantemente a la chica.
En animada charla se encontraban los tres, recibiendo los parabienes con motivo de su boda y chanceando sobre la pérdida de la soltería de los rubios, cuando la joven lanzó a bote pronto el siguiente cuestionamiento:
-George, ¿Tú, nunca te has enamorado?- turbando por un momento al impasible trigueño- Digo, no eres tan mayor, eres muy varonil, con buena posición económica, caballeroso e inteligente, lo que se llama, un buen partido- Sin inmutarse ante la turbación del moreno, continúo su parloteo-¡NO PUEDO CREER QUE AÚN SIGAS SOLTERO! ¿ACASO LAS CHICAS SON TAN MÍOPES?-A pesar, de que la música de la orquesta, que amenizaba la fiesta invadía el amplio salón, la voz de Candy con esta lluvia de cuestionamientos, llamó la atención de algunos invitados que se encontraban cercanos, sonriendo disimuladamente unos y otros, meneando negativamente la cabeza, ante el comportamiento nada propio de la rubia.
-¡Shttt, Candy, no grites. Te van a oír hasta en la China!- La retó con dulzura el rubio y estrechándola tiernamente entre sus brazos.
-¡Pero, qué cosas dice señorita Candice!- Perdiendo su estudiada compostura-Cof, cof cof- carraspeó nervioso y advirtiendo que la rubia no se iba a dar por vencida, agregó- Mujeres muy admirables y dignas de amar he conocido, por supuesto qué sí- y su mirada color golondrina se desvió de ese par de esmeraldas, como buscando dentro de sí mismo.
-¡Lo sabía!- Dando un golpe con el puño cerrado sobre la palma de su otra mano, como de quien se regodea de tener la razón- ¿Y entonces?- continúo inquisidora.
-¡Candice, ya basta! Tenemos que seguir saludando a nuestros invitados- Le espeto el joven.
-¡Ve tú, Albert! Yo quiero escuchar a George- Haciendo un gracioso ademán, indicándole a su esposo que desapareciera.
-Candyyyyyyyyyyyy, grrrrrrrrrrrr te comportas como una niña- Fingiendo enojo, Albert la tomó de la mano y la llevó con él; quedando George sumido en sus propios pensamientos.
-¡Por supuesto, qué me he enamorado!-Encaminado sus pasos hacia afuera buscando un poco de aire fresco.
-La amé con locura, como se ama una sola vez. ¿Y cómo no amarla? ¡Sí era un perfecta rosa inglesa! Tan hermosa, delicada e imposible de alcanzar. Y sin embargo, ella me correspondió. Fui el hombre más feliz de la Tierra, mi hermosa rosa también me amó…¡Sí, me amó con esa sinceridad del primer amor! ¿O quizá, no fue amor lo que sintió ella, tan sólo enamoramiento pasajero- aflojándose el corbatín, a cada remembranza sentía que se le dificultaba respirar.
-Fue precisamente, en este jardín donde nos juramos amor eterno. Ella tenía que partir a Londres para concluir con sus estudios en el San Pablo. No había, impedimento para nuestra relación, aunque era un joven sin fortuna, contaba con el aprecio del señor Andrew, y el beneplácito de la señora Elroy.
Nos prometimos que a su regreso nos casaríamos…Y retornó a América, más hermosa que nunca, más mujer, pero sus hermosos ojos verdes, ahora me miraban con desconocida tibieza…Rosemary, regresó…regresó casada.
Y a pesar, del gran dolor que provocó en mí, su olvidada promesa; mi corazón siguió palpitando de amor por ella. Nunca pude dejarla de amar, ¿O tal vez, tan sólo tuve miedo de volver enamorarme y qué me lastimaran? Fue por eso, que levanté una muralla protectora para mi corazón. Y cuando alguien cuestionaba sobre mi empedernida soltería, suelo responder, yo no nací para amar.
Última edición por sadness el Sáb Abr 02, 2016 8:08 pm, editado 1 vez