UN PERSONAJE, UN GATO
# 2
SYLVIA
(LA TRAVIESA)
DALE CLICK A LA MUSICA ^^
# 2
SYLVIA
(LA TRAVIESA)
DALE CLICK A LA MUSICA ^^
Eran las cinco en punto de la tarde y ya la elegante mansión victoriana se llenaba con los acordes del piano que sonaban cada tarde precisamente a las cinco en punto. Era la hora en que la señorita de la casa se dedicaba a sus ejercicios de piano, el cual interpretaba con una soltura magnífica.
Era de ver, los delicados dedos de la jovencita bailar sobre el ébano y el marfil con la calidad de un profesional, mientras los ojos castaños de la niña recorrían la partitura frente a ella, y los caireles de su largo cabello rojizo se meneaban al son del ligero vaivén de su cuerpo.
Una sonrisa delicada se estacionaba en sus finos labios mientras su perfilada nariz se respingaba (aún más, si eso fuera posible) al saberse perfecta ejecutante de la difícil pieza.
Cerraba los ojos unos instantes escuchando las armoniosas notas de la delicada pieza que ejecuta con maestría, deleitándose con su propio talento, sin notar la espigada figura que brinca a su lado en el taburete, con la larga cola venteando en "S" y los curiosos ojos azul cielo siguiendo animosamente el baile de sus manos, mientras ella continúa disfrutándose a sí misma, regodeádose con su perfección y sorprendiéndose a sí misma por todo su magnífico virtuosismo ¡Su esfuerzo y horas de práctica que le ha costado, sí señor!
Cuando de pronto ¡¡BONG!! y la joven sale de su embeleso como si la hubieran cacheteado, tembando como si estuviera sufriendo un ataque de nervios, y no es para menos; cuando se está así de arrobada, que la arrebaten de manera tan cruel.
Una garrita oscura ha osado posarse sobre las teclas de su piano arruinando la perfección de su "autoconcierto" y de pronto... ¡¡¡SYLVIAAAAA!!! Se escucha por toda la mansión desde la chillona voz de la joven ama, y continúa la retahíla "¡Sal de aquí! Anda vete, vete ¡Shu shuuu! ¡¡Mamáááááá!!"
Y doña Sarah que se llega hasta donde su hija, hecha un basilisco, reclama como al viento; mientras que por el extremo de la puerta entreabierta, apenas se percibe la espigada silueta felina que se desliza elegantemente, con la cabeza en alto y los ojos chinitos.
Dicen, que dizque así es como se sonríe un gato.
Dicen por ahí los entendidos, o sea, los que siempre creen saber de lo que hablan; que no hay gatos, entre todas las razas y especies habidas y por haber, más elegantes que los siameses.
Que si son especiales, que si son refinados, que si son delicados y estilizados. Pero claro, hay siameses y siameses; los hay peludos, los hay gorditos; hay unos que tienen la nariz más negra (que dicen que son carísimos) pero que el verdadero siamés; ese el que es exclusivo, el perfecto, el cien por cien puro... ¡Bueno la crême de la crême de los gatos siameses, pues! (como si ya con solo ser siamés no bastara) es aquel delgadito, de larga cola muy finita y de orejas altas y puntiagudas.
Sylvia era de este tipo de gato siamés: delgadita ella, dirían algunos que flaca; con unos coquetos "calcetines" muy oscuros en cada patita y las orejas amplias y puntiaguDas; una perfecta máscara oscura enmarcándole ojos y morro, y la nariz ¡negrita!
Sí, la perfecta gata siamés.
Doña Sarah, siendo conocedora (a según) la había elegido exclusivamente entre camadas y camadas de lo más fino entre lo más fino, sólo porque cuando la vio era la más blanca de la canasta y tenía los ojos muy rojos.
La particularidad de estos gatos es que (quién lo creyera) ¡nacen blancos! Y sus ojos antes de tomar ese azul cielo tan característico, son rojos.
Dicen que mientras más blanco el pelaje del gato ¡más puro! Pero lo que sí garantiza que encontraron la exclusividad a cuatro patas, es que las puntas de las orejas y la naricita, ya sean oscuras desde su nacimiento; y así había sido Sylvia ¡Perfecta!
Y apostaría mi mano derecha a que ella misma así lo sentía, a juzgar por sus actitudes no podía ser de otra manera; si a veces en la rancia mansión de la Familia Leagan no se sabía ya quiénes eran los amos y quién la mascota.
Leche descremada al desayuno, con bollitos de panadería francesa; no los rellenos de queso sino los otros, los de mantequilla "de la de verdad" porque ella no comía otra cosa.
En la casa las latas de atún se amontonaban, mientras las de salmón desaparecían a la sazón de dos o hasta tres por día.
Dormía en una canasta de mimbre forrada con seda, pero se notaba que la bandida prefería el fino terciopelo de los muebles del salón, porque ya tenía verdes a las mucamas de andar cepille y cepille todos los días y a cada rato para deshacerlos de la delicada pelambre que quedaba sobre ellos.
Cualquiera podría decir que Sylvia era una gata malcriada; pero no era así, ella era una gata sumamente cariñosa, y también obediente... con sus amos, a quienes ya tenía perfectamente reconocidos, y también por qué no decirlo, bien medidos.
¿Que se metía ala cocina y se trepaba a los mesones a robarse lo que encontraba? ¡Mentira! ¿¡Pero cómo iban a decir tal cosa!? Ella no se robaba nada ¿Acaso puede robarse lo que es de uno? Pues no, es imposible.
Quien más le mimaba en ese lugar, era sin duda el señorito de la casa quien le permitía todas las libertades del caso al engreído animalito, ya se habían deshechado varias pijamas de seda del jovencito, muchas veces con apenas uso, porque las uñas de Sylvia habían soltado algunos hilos en los cariñosos "amasijos" que le dedicaba.
Ya había perdido la cuenta Doña Sarah de las veces que había entrado al cuarto de su hijo antes de retirarse a sus aposentos, para encontrarlo profundamente dormido y la gata, sobre su pecho muy oronda, respirando demasiado cerca de su boca; así que la recogía con cuidado y, de caricia en caricia, se la llevaba con ella cerrando la puerta tras de sí.
La señorita era su mejor amiga, a pesar de que muchas veces la hiciera rabiar cuando se escabullía al salón de música durante sus ejercicios; pero de ella se dejaba todo.
Solía quitarle los vestidos de seda y satén a sus muñecas francesas para ponérselos a ella y luego la montaba en una carriola de juguete y la llevaba a pasear por todo el jardín.
La peinaba; la acicalaba, la alimentaba con lo que estuviera ella comiendo, que generalmente era lo mejor de lo mejor ¿Qué gato podría quejarse de esa suerte?
No importaba que de cariño en cariño le rasgara las enaguas a Doña Sarah, o le deshiciera la pajarita al señor de la casa.
Tampoco que el sitio favorito para aflojarse las uñas fuera las patas de finísimo roble rojo de la cómoda de la niña Eliza, o que le gustara robar las camisas de seda del joven Neil para dormir sobre ellas en algún rincón, dejándolas perdidas de sucias e inservibles.
Siempre tras el regaño, venía la caricia; porque bastaba mirarlos con esos ojitos suyos de aquella manera tan particular para que cualquier cosa quedara olvidada.
Las mucamas no podían verla cerca porque las que tenían que quitarse para no estorbarla eran ellas; no fuera que en un arranque de furia felina, se les atravesara en la escalera por accidente y... bueno, se comprende el resto. Es que ya la veían venir, en especial cuando las miraba así, con una mirada tan particular que no dejaba lugar a dudas de que pensaba en alguna fechoría.
Pero no era su culpa, qué querían que hiciera, si el plumero que balaba en sus manos era un poderoso llamado al que ella no podía resistirse, o el lazo del blanco delantal bamboleando en su espalda.A veces hasta los encajes del tocado en sus cabezas llamaba poderosísimamente su curiosa atención; brincarles encima era un "must" al que ella no se podía negar; además, ella era una gata, cazar estaba en su instinto, no era su culpa que en casa no hubiera ratones. Con algo se tenía que entretener la pobre ¿O no?
A los gritos de sus víctimas siempre seguía un "¡Shhh!" Por parte de alguno de los patrones, y la "señorita Sylvia" como se les ordenaba llamarle, les pasaba por delante, muy oronda ella, con la cabeza en alto y los ojos chinitos, para ir a caer al regazo de alguno de ellos, con la inocencia pintada en el semblante.
Esta tarde Sylvia reposa, ha pasado toda la tarde en el jardín, jugando alegremente entre las rosas, por las cuales el jardinero ya recibió s respectivo regaño, y se siente algo cansada.
Descansa sobre el barandal de la escalera, a su lado su joven amo lee mientras la acaricia y ella ronronea, y al mismo tiempo atisba de reojo una de las mucamas dirigiéndose a la escalera con ropa blanca doblada para guardar.
Para recibir más cómodamente la caricia, la gata se estira, con tan mala suerte que tropieza un pequeño florero que sirve de adorno, y de pronto ¡¡CHASSSS!! y ¡¡AAAAAAAAHHHHH!!
A tan funesto ruido, Neal abandona su lectura un segundo mirando hacia abajo y suelta una risita.
-Ay Sylvia, ya rompiste el florero de mamá.- dice, mientras sus dedos le rascan a ella detrás de las orejas, y la gata muy contenta, levanta la cabeza recibiendo la caricia, con los ojos chinitos y ronroneando.
Dicen (los entendidos) que así es como se sonríen los gatos... ¿Será verdad?
Era de ver, los delicados dedos de la jovencita bailar sobre el ébano y el marfil con la calidad de un profesional, mientras los ojos castaños de la niña recorrían la partitura frente a ella, y los caireles de su largo cabello rojizo se meneaban al son del ligero vaivén de su cuerpo.
Una sonrisa delicada se estacionaba en sus finos labios mientras su perfilada nariz se respingaba (aún más, si eso fuera posible) al saberse perfecta ejecutante de la difícil pieza.
Cerraba los ojos unos instantes escuchando las armoniosas notas de la delicada pieza que ejecuta con maestría, deleitándose con su propio talento, sin notar la espigada figura que brinca a su lado en el taburete, con la larga cola venteando en "S" y los curiosos ojos azul cielo siguiendo animosamente el baile de sus manos, mientras ella continúa disfrutándose a sí misma, regodeádose con su perfección y sorprendiéndose a sí misma por todo su magnífico virtuosismo ¡Su esfuerzo y horas de práctica que le ha costado, sí señor!
Cuando de pronto ¡¡BONG!! y la joven sale de su embeleso como si la hubieran cacheteado, tembando como si estuviera sufriendo un ataque de nervios, y no es para menos; cuando se está así de arrobada, que la arrebaten de manera tan cruel.
Una garrita oscura ha osado posarse sobre las teclas de su piano arruinando la perfección de su "autoconcierto" y de pronto... ¡¡¡SYLVIAAAAA!!! Se escucha por toda la mansión desde la chillona voz de la joven ama, y continúa la retahíla "¡Sal de aquí! Anda vete, vete ¡Shu shuuu! ¡¡Mamáááááá!!"
Y doña Sarah que se llega hasta donde su hija, hecha un basilisco, reclama como al viento; mientras que por el extremo de la puerta entreabierta, apenas se percibe la espigada silueta felina que se desliza elegantemente, con la cabeza en alto y los ojos chinitos.
Dicen, que dizque así es como se sonríe un gato.
Dicen por ahí los entendidos, o sea, los que siempre creen saber de lo que hablan; que no hay gatos, entre todas las razas y especies habidas y por haber, más elegantes que los siameses.
Que si son especiales, que si son refinados, que si son delicados y estilizados. Pero claro, hay siameses y siameses; los hay peludos, los hay gorditos; hay unos que tienen la nariz más negra (que dicen que son carísimos) pero que el verdadero siamés; ese el que es exclusivo, el perfecto, el cien por cien puro... ¡Bueno la crême de la crême de los gatos siameses, pues! (como si ya con solo ser siamés no bastara) es aquel delgadito, de larga cola muy finita y de orejas altas y puntiagudas.
Sylvia era de este tipo de gato siamés: delgadita ella, dirían algunos que flaca; con unos coquetos "calcetines" muy oscuros en cada patita y las orejas amplias y puntiaguDas; una perfecta máscara oscura enmarcándole ojos y morro, y la nariz ¡negrita!
Sí, la perfecta gata siamés.
Doña Sarah, siendo conocedora (a según) la había elegido exclusivamente entre camadas y camadas de lo más fino entre lo más fino, sólo porque cuando la vio era la más blanca de la canasta y tenía los ojos muy rojos.
La particularidad de estos gatos es que (quién lo creyera) ¡nacen blancos! Y sus ojos antes de tomar ese azul cielo tan característico, son rojos.
Dicen que mientras más blanco el pelaje del gato ¡más puro! Pero lo que sí garantiza que encontraron la exclusividad a cuatro patas, es que las puntas de las orejas y la naricita, ya sean oscuras desde su nacimiento; y así había sido Sylvia ¡Perfecta!
Y apostaría mi mano derecha a que ella misma así lo sentía, a juzgar por sus actitudes no podía ser de otra manera; si a veces en la rancia mansión de la Familia Leagan no se sabía ya quiénes eran los amos y quién la mascota.
Leche descremada al desayuno, con bollitos de panadería francesa; no los rellenos de queso sino los otros, los de mantequilla "de la de verdad" porque ella no comía otra cosa.
En la casa las latas de atún se amontonaban, mientras las de salmón desaparecían a la sazón de dos o hasta tres por día.
Dormía en una canasta de mimbre forrada con seda, pero se notaba que la bandida prefería el fino terciopelo de los muebles del salón, porque ya tenía verdes a las mucamas de andar cepille y cepille todos los días y a cada rato para deshacerlos de la delicada pelambre que quedaba sobre ellos.
Cualquiera podría decir que Sylvia era una gata malcriada; pero no era así, ella era una gata sumamente cariñosa, y también obediente... con sus amos, a quienes ya tenía perfectamente reconocidos, y también por qué no decirlo, bien medidos.
¿Que se metía ala cocina y se trepaba a los mesones a robarse lo que encontraba? ¡Mentira! ¿¡Pero cómo iban a decir tal cosa!? Ella no se robaba nada ¿Acaso puede robarse lo que es de uno? Pues no, es imposible.
Quien más le mimaba en ese lugar, era sin duda el señorito de la casa quien le permitía todas las libertades del caso al engreído animalito, ya se habían deshechado varias pijamas de seda del jovencito, muchas veces con apenas uso, porque las uñas de Sylvia habían soltado algunos hilos en los cariñosos "amasijos" que le dedicaba.
Ya había perdido la cuenta Doña Sarah de las veces que había entrado al cuarto de su hijo antes de retirarse a sus aposentos, para encontrarlo profundamente dormido y la gata, sobre su pecho muy oronda, respirando demasiado cerca de su boca; así que la recogía con cuidado y, de caricia en caricia, se la llevaba con ella cerrando la puerta tras de sí.
La señorita era su mejor amiga, a pesar de que muchas veces la hiciera rabiar cuando se escabullía al salón de música durante sus ejercicios; pero de ella se dejaba todo.
Solía quitarle los vestidos de seda y satén a sus muñecas francesas para ponérselos a ella y luego la montaba en una carriola de juguete y la llevaba a pasear por todo el jardín.
La peinaba; la acicalaba, la alimentaba con lo que estuviera ella comiendo, que generalmente era lo mejor de lo mejor ¿Qué gato podría quejarse de esa suerte?
No importaba que de cariño en cariño le rasgara las enaguas a Doña Sarah, o le deshiciera la pajarita al señor de la casa.
Tampoco que el sitio favorito para aflojarse las uñas fuera las patas de finísimo roble rojo de la cómoda de la niña Eliza, o que le gustara robar las camisas de seda del joven Neil para dormir sobre ellas en algún rincón, dejándolas perdidas de sucias e inservibles.
Siempre tras el regaño, venía la caricia; porque bastaba mirarlos con esos ojitos suyos de aquella manera tan particular para que cualquier cosa quedara olvidada.
Las mucamas no podían verla cerca porque las que tenían que quitarse para no estorbarla eran ellas; no fuera que en un arranque de furia felina, se les atravesara en la escalera por accidente y... bueno, se comprende el resto. Es que ya la veían venir, en especial cuando las miraba así, con una mirada tan particular que no dejaba lugar a dudas de que pensaba en alguna fechoría.
Pero no era su culpa, qué querían que hiciera, si el plumero que balaba en sus manos era un poderoso llamado al que ella no podía resistirse, o el lazo del blanco delantal bamboleando en su espalda.A veces hasta los encajes del tocado en sus cabezas llamaba poderosísimamente su curiosa atención; brincarles encima era un "must" al que ella no se podía negar; además, ella era una gata, cazar estaba en su instinto, no era su culpa que en casa no hubiera ratones. Con algo se tenía que entretener la pobre ¿O no?
A los gritos de sus víctimas siempre seguía un "¡Shhh!" Por parte de alguno de los patrones, y la "señorita Sylvia" como se les ordenaba llamarle, les pasaba por delante, muy oronda ella, con la cabeza en alto y los ojos chinitos, para ir a caer al regazo de alguno de ellos, con la inocencia pintada en el semblante.
Esta tarde Sylvia reposa, ha pasado toda la tarde en el jardín, jugando alegremente entre las rosas, por las cuales el jardinero ya recibió s respectivo regaño, y se siente algo cansada.
Descansa sobre el barandal de la escalera, a su lado su joven amo lee mientras la acaricia y ella ronronea, y al mismo tiempo atisba de reojo una de las mucamas dirigiéndose a la escalera con ropa blanca doblada para guardar.
Para recibir más cómodamente la caricia, la gata se estira, con tan mala suerte que tropieza un pequeño florero que sirve de adorno, y de pronto ¡¡CHASSSS!! y ¡¡AAAAAAAAHHHHH!!
A tan funesto ruido, Neal abandona su lectura un segundo mirando hacia abajo y suelta una risita.
-Ay Sylvia, ya rompiste el florero de mamá.- dice, mientras sus dedos le rascan a ella detrás de las orejas, y la gata muy contenta, levanta la cabeza recibiendo la caricia, con los ojos chinitos y ronroneando.
Dicen (los entendidos) que así es como se sonríen los gatos... ¿Será verdad?
"UN PERSONAJE, UN GATO #1 LYON, EL ASTUTO