UN PERSONAJE, UN GATO
#5
UN GATO COMUN
#5
UN GATO COMUN
"...Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde
Yo comenzaré a ser feliz desde las tres..."
~El principito y el Zorro~
Solía andar por ahí; pertenecía al grupo de ferales que andaban, montaraces, por el prado que rodeaba la gran mansión blanca de la familia Andrew.
No tenía nada de especial: un macho, adulto jóven, de piel atigrada y ojos verdes de mirada temeraria; con unas rayas que bordeaban desde la base de la cola hasta su frente, y unos "delineados" justo al costado de cada ojo.
No; nada de especial; un gato callejero común y corriente, de los tantos que se habían criado montaraces en el campo; nunca había tenido hogar, nunca le había pertenecido a nadie; y sin embargo estaba ahí.
Hace ya varias semanas que había sido visto por primera vez; mientras el jovencito de melena rubia sudaba la gota gorda, operando un azadón y removiendo la tierra para plantar una nueva cepa de rosas con las que quería sorprender a alguien.
Era un día de abril particularmente cálido; el muchacho detuvo su trabajo y arqueó hacia atrás el cuerpo para consolar un poco la espalda. Entonces lo vio, mientras se enjugaba la frente, su mirada celeste se perdió entre los haces brillantes de la copa de un árbol cercano, y lo vio.
Recostado sobre sus patas, en una gruesa rama, le miraba directamente con sus brillantes ojos verdes fijos.
A Anthony le pareció bonito, grande y orgulloso, como tener a un pequeño tigre ahi frente a él; le sonrió y el gato, como si le diera lo mismo, miró hacia otro lado como si no fuera con él.
El muchacho hizo una mueca, pero continuó con lo suyo.
A los pocos días volvió a verle, esta vez un poco más cerca, sobre el seto de la reja; le llamó con soniditos para ganar su atención.
El gato le miró con los ojos muy abiertos y, cuando le vio ademán de acercarse, dio el salto y salió corriendo, perdiéndose en el prado que tenía adelante.
-Anda un gato por el jardín. - soltó de pronto un día el muchacho a la hora del almuerzo.
-Ha de ser de esos montaraces que andan por ahí. - respondió su primo Archie.
-Espero que no se meta a la casa, esos gatos no tienen maneras y marcan donde les da la gana. – dijo la tia abuela, acariciando a su gato que reposaba sobre sus rodillas.
-No creo - respondió Anthony – se nota que no le gustan los humanos.
Luego de unos días, el feral volvió a aparecerse, esta vez reposaba tranquilamente entre un seto de rosas rosadas cerca del sendero.
Anthony venía por ahí con sus herramientas para continuar el trabajo, y se quedó estático al notar la presencia del gato; no quería espantarle pues lejos de molestarle, le intrigabala presencia del majestuoso animal.
El feral percibió su presencia y le miró con los ojos muy abiertos; Anthony se quedó quieto sintiendo que si movía solo un músculo, el animal saldría corriendo.
Muy lentamente se colocó de cuclillas y dejó las herramientas en el suelo; luego levantó la mano para intentar tocarle, pero no logró ni estar cerca. El gato salió corriendo como alma que lleva el diablo y una vez más se perdió a lo lejos.
Y así fueron pasando los días, en encuentros y desencuentros entre el gato salvaje y el jovencito que cada día sentía más simpatía sobre el escurridizo animal.
Una mañana salió una vez más a atender sus rosas, y volvió a verlo sentado arriba de la reja; entró de nuevo a su casa y se llenó un bolsillo con un puñado de pepitas, del pienso del gato de su tía.
Cuando regresó el gato seguía ahí y él se acercó a distancia prudente para no asustarlo; el feral le miraba, con los ojos muy abiertos y atento a cada movimiento del muchacho, con los musculos tensos listo para salir corriendo si osaba acercarse demasiado.
Anthony depositó en el suelo las pepitas de pienso que traía con él y comenzó a llamarlo "mishu mishu... mishu mishu", pero el animal una vez más volteó la mirada como si no fuera con él el asunto.
El jovencito continuó trabajando durante unas horas mientras el gato continuaba en el mismo lugar; antes de regresar a su casa luego de terminar su trabajo volteó a verlo una vez más, y se dio cuenta que el gato dormitaba en el mismo sitio y el pienso no habia sido tocado.
Hizo una mueca de decepción; estaba visto que no le agradaba al gato aquel y que no lograría ser su amigo por mucho que lo intentara.
Esa tarde, justo después de la hora del té; Anthony se asomó por la ventana del salón y de pronto, una hermosa sonrisa iluminó su rostro de ángel. El gato estaba comiendo lo que él le había dejado.
Entonces comprendió que quizá después de todo no sería tan difícil convertirse en su amigo.
Comenzó un ritual; en el que cada día a la misma hora, salía al jardín y le dejaba una cantidad de pepitas; primero comenzó a dejarlas en el mismo sitio de la primera vez, pero después, sistemáticamente comenzó a dejarlas cada vez más lejos del sitio y más cerca de donde trabajaba él y comenzó también a quedarse en el jardín un poco más, para que el gato se acostumbrara a su presencia.
Al principio, el gato esperaba que él se fuera para comenzar comer; a medida que Anthony aumentaba su estadía en el jardín y el gato se acostumbraba a él, tardaba cada vez menos en bajar a comer.
Una tarde, la voz de su primo Stear lo sorprendio llamándole a lo lejos; lo vio venir por el sendero entre las rosas, con su chamarra café a rayas y sus gafas celestes agitando la mano.
Anthony se quedó muy quieto y lo miró con los ojos muy abiertos "¡¡Shhhhhhhht!!" Dijo Anthony con el ceño fruncido.
-¡Quédate justo donde estás!- susurró el muchacho a su primo, que desconcertado y con cara de asustado, se quedó plantado donde estaba.
-¡¿Qué pasa!?
-¡Shhhht! Stear guarda silencio por favor... ¿Qué quieres? - susurró Anthony muy quieto.
-Pues... en sí nada - respondió el otro del mismo modo – solo estar contigo un rato ¿Se puede?
-Ah; ok, pero acércate muuuuuy despacio... ¡dije despacio!- exclamó el chico en un susurro cuando vio a su primo comenzar a caminar – des-pa-cio...
De pasito en pasito, Stear se fue acercando hasta donde su primo estaba; desconcertado, mirando como perseguido para todos lados, viendo que su primo no movía ni un músculo; hasta que, un poco asustado y casi que sudando, logró llegar hasta Anthony.
-Anthony ¡¿Qué pasa?! - preguntó Stear en un susurro espantado.
-Mira hacia arriba, pero muy despacio.
-¡Pero qué hay! ¿Extraterrestres?.
-¡No seas bestia!.. Es el gato.
-¿Gato? ¿Qué gato?
-El gato del que les hablé el otro dia; alza la vista ¡con cuidado! Y míralo; está en el árbol.
Stear hizo como le dijera, y efectivamente se topó en lo alto con los ojos verdes brillantes del feral atigrado que lo miraba como con curiosidad. El muchacho se fijó en lo que pudo; el color atigrado de su pelaje que, a pesar de todo se veía lustroso; su cuerpo que incluso a lo lejos se notaba fuerte y musculoso, la línea de sus orejas, la forma de su cara. Lo encontró un gato bonito y, al igual que hiciera Anthony la primera vez que lo viera, le sonrió.
El gato una vez más, volteó la cara y miró hacia otro lado; como si no fuera con él.
-¡Me ignoró! - dijo Stear con dejo apesadumbrado.
-Sí, él hace eso - respondió Anthony en un susurro dejando escapar una risita – pero cada día consigo que se acerque más; vengo aquí cada día a la misma hora y le dejo un poco del pienso del gato de la tía; cada vez me tiene menos desconfianza y creo que lograremos ser amigos.
-¡Ah! ¿Quieres domesticarlo?
-Ehm... sí, supongo que algo así.
-Bueno ¡larga labor tienes! No es nada fácil domesticar un feral y menos de esa edad. Si fuera un cachorro talvez, pero de ese tamaño... Yo creo que es un alfa, debe tener una manada. No es fácil lo que buscas primo; ojala no termines decepcionado.
-Con que sea mi amigo me conformaré.- respondió el jovencito encogiéndose de hombros.
-Entonces me voy – dijo Stear en un susurro exagerado – para que continúes con tu trabajo, de estar quitecito como estatua para que el gato no se espante.
Y se alejó el joven de gafas, haciendo ademanes exagerados de sigilo, haciendo sonreír a su primo; el jovencito entonces levantó la mirada y se topó de frente con la curiosa mirada del gato, quien de inmediato; como si hubiera sido agarrado en falta, volteó la cara como si el asunto no fuera con él.
Anthony sonrió y volvió a lo suyo; si no fuera solo un gato hasta hubiera podido jurar el muchacho que el gato había estado escuchando conversación con su primo.
Fueron pasando los días, y Anthony continuó con su exhaustiva labor de conseguir domesticar a un feral adulto. Como le había dicho a su primo, no aspiraba a volverlo faldero, no quería cambiarlo ¡Le gustaba el gato tal como era! Así, arrogante, altivo y cauteloso, no quería convertirlo en un animal que engorde a la sazón de la comida fácil.
No quería que él fuera su mascota, había llegado a respetarlo demasiado para colocarlo en esa categoría; solo quería que fuera su amigo, que se entendieran, y estaba seguro de poderlo conseguir.
Todos los días a la misma hora Anthony salía a su jardín, dejaba el pienso cada vez más cerca de las rosas y se dedicaba a trabajar sin molestarlo.
Una de esas tardes, escuchó el característico sonido de las pepitas de pienso al ser masticadas; el muchacho volteó emocionado y efectivamente encontró al gato, ahí a pocos metros de él, comiendo lo que le había dejado.
Siguió dejando la comida en ese mismo punto unos cuántos días más. Para asegurarse que el gato seguía bajando a comer y no asustarlo con su cercanía; y sucedía, el gato comía incluso estando él ahí.
Luego continuó acercando el alimento más y más, y cada día se deleitaba de escucharlo comer cada vez más cerca de él.
Una tarde, en que transplantaba unas rosas, había dejado ya el pienso cerca como siempre y esperaba que fuera la hora precisa en que el gato bajaba a comer, cuando de pronto se sintió observado.
Levantó la mirada y para su sorpresa se topó de frente con los verdes ojos del gato, que lo miraban serenamente.
Ahí, justo frente a él, a escasos centímetros; el gato sentado sobre sus cuartos traseros, lo miraba directo a los ojos.
Anthony se quedó de una sola pieza sin saber qué hacer, cómo actuar. Temía moverse porque seguro el gato se espantaría y todo su trabajo se iría a la basura.
Se quedó así sonriendo boquiabierto ante la maravilla e tener a ese hermoso animal así frente a sí sin miedo alguno ¡Era hermoso! Mucho más hermoso ahora que lo tenía delante.
¡Era grande! Ya había tomado en cuenta su tamaño al verlo de lejos pero al tenerlo cerca podía percibir lo grande que era.
Su cabeza fuerte y redondeada y sus garras de gran tamaño; los músculos de los hombros y el pecho se dibujaban a travez de su pelaje y sus bigotes tan largos le daban la sensación de que estaba ante un ser sumamente especial.
El gato lo miraba dócilmente, le parpadeaba pausadamente y eso, le daba la impresión a él, era un signo de amistad, sentia que el gato le decía que no le tuviera miedo. Que estaban en paz.
Así que se decidió; sosteniendo la respiración y tragando en seco, levantó la mano y se quedó a centímetros de la cabeza del animal quien no se movió, Anthony no se atrevía ¿Y si salía corriendo? ¡Pero quería tocarlo! Quería hacerle saber que le tenía cariño que estaba a salvo; cuando de pronto sucedió algo imposible.
Al ver la mano del joven en el aire tan cerca de él, el gato empujó su cuerpo , dando una amistosa cabezada a esa mano que se le ofrecía; dejando al muchacho estupefacto y eufórico de felicidad.
Anthony acarició al gato que se le ofrecía amistosamente, notando como entrecerraba los ojos delicadamente mientras ronroneaba con delicia.
Ese día comenzó una amistad muy cercana entre el feral y el jovencito rubio.
Ya no tenía necesidad de salir a una hora específica, ni de dejarle comida en un sitio especial; el gato se acercaba cada vez que lo veía en el jardín y se paseaba por ahí entre las rosas sin miedo alguno.
Anthony lo llamaba y el gato se acercaba; el muchacho le daba pepitas de pienso que el gato comía directamente de su mano, y el animal agradecía con cariñosas cabezadas y sobajeando todo su cuerpo entre las manos del muchachito.
Al llegar el atardecer el gato se marchaba; Anthony lo invitaba a entrar a casa, pero el gato nunca aceptaba. Como bien había dicho Stear, él era un feral, por su tamaño con seguridad un alfa y con certeza tenia una manada de la cual ocuparse.
Estaba bien por él, hace tiempo que tenía claro que no lo quería de mascota. Era su amigo, y el gato parecía entenderlo así también.
Cuando Stear y Archie salían al jardín con su primo, el gato no se acercaba. Tampoco se alejaba; solía echarse sobre sus patas por ahí, entre algún seto de rosas, ni muy cerca ni muy lejos de los jóvenes.
Ellos no eran sus amigos, si querían sus atenciones tendrían que ganárselas también. Ciertamente era un gato orgulloso y arrogante, pero para Anthony en eso precisamente radicaba su encanto.
Un día, el feral entro al jardín y no encontró a su amigo.
Tampoco encontró el montoncito de pepitas de pienso con que Anthony solía recibirlo.
Pasaba las tardes arriba del árbol mirando hacia la casa a ver si lo veía aparecer; terminaba volviendo al prado sin noticias suyas.
A veces, se recostaba entre los setos, llenándose del aroma de las rosas que su amigo Anthony solía cuidar, parpadeando delicadamente, ronroneando con los ojos chinos; esperando escuchar su voz traída por el viento, dando cariñosas cabezaditas al árbol donde solía esperarlo, y donde el joven solía recargarse a descansar luego de un pesado día de cuidar el jardín.
Stear desde la ventana, lo veía ir y venir por el jardín.
Lo veía brincar la reja, atravesar el seto, subirse al árbol, pasear entre las rosas impregnándose del aroma; de ese aroma del que Anthony volvía bañado cuando entraba a casa luego de cuidar las rosas, y entendió lo que sucedía con el animal.
El gato lo vio venir a lo lejos por el sendero entre las rosas; no traia su gorra de piel, ni su chaqueta café a rayas. Traía un traje negro de chaleco y corbata.
Llegó hasta las rosas y logró verlo subir a la carrera el árbol e instalarse en su rama de siempre.
Stear lo miró y el gato lo miraba.
-Lo extrañas ¿verdad? - dijo el joven de gafas –yo también lo extraño mucho. Ojala pudiera explicarte lo que pasó, ojala pudiera decirte que todo estará bien, que esto pasará y que volveremos todos a nuestras vidas; ojala pudiera pero yo sé que no puedo, porque eres un gato y no vas a entenderme. Solo me queda esperar que un día te canses de esperarlo y te vayas, decepcionado porque el amigo que se atrevió a domesticarte te ha abandonado. Quisiera poder hacerte entender que no es así, no te ha abandonado, al menos no porque no te quisiera, no porque no le importaras. Pero es lo que creerás, y eso me duele porque Anthony no se merece que nadie piense tan mal de él ¡Nadie!... ni siquiera un gato. Pero, él no va a volver; no volverás a verlo, no volverá a venir a cultivar sus rosas ni a dejarte pepitas de pienso. No volverá; vuelve con tu manada...
El gato, que había estado mirando a Stear mientras él le hablaba, de pronto volteó la cara y miró hacia otro lado, como si no fuera con él con quien el muchacho hablaba.
Stear soltó una risita amarga bajando la mirada. ¿Qué demonios hacía hablándole a un gato?
Comprendió el joven de pronto, que esa pequeña perorata que había dado al gato, no era para el gato, sino para él mismo. Para poder lograr hacerse entender a él mismo que su primo ya no va a volver y que no lo vería nunca más.
De pronto el gato bajó del árbol; Stear lo vio marcharse tranquilamente, paso a paso, hacia la reja de la propiedad y dar el salto que lo internaría en el prado.
A los pocos días volvió a verlo en el mismo sitio, y cada cierto tiempo lo volvía a ver aparecer.
Entendió entonces el joven de gafas, que las personas se van, pero su recuerdo permanece; Anthony viviría para siempre en los corazones de todos los que lo habían conocido; incluso en aquel gato feral que se habia ganado su amistad y cariño.
Con el tiempo, también Stear se marchó para nunca más volver, y la mansión blanca de la familia Andrew dejó de ser el lugar de risas y alegría que fuera antaño.
Pero de vez en cuando todavía puede verse, a un viejo feral atigrado que brinca la reja y suele perderse entre el seto de las rosas; recostado en la hierba, respirando el aroma y llenándose de el; con los ojos entrecerrados y ronroneando...
"… El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. Y eso es triste!
Pero tú tienes cabellos color de oro.
Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado!
El trigo, que es dorado, me hará recordarte.
Y me agradará el ruido del viento en el trigo..."
~El Principito y el Zorro~
#1 LYON EL ASTUTO
#2 SYLVIA LA TRAVIESA
#3 RANDOLPH EL ADUSTO
#4 UMA LA BRILLANTE