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CAPÍTULO I. REENCUENTRO
Del Chicago Tribune:
“Compromiso matrimonial en las más altas esferas de la sociedad de Chicago.
El enigmático, joven y guapo magnate, sir William Albert Ardley, quien nos sorprendió hace poco más de un año al presentarse como el patriarca del renombrado e importante clan Ardley, y que hasta ahora ha sido uno de los solteros más cotizados y asediados de la nación americana, se casa dentro de poco. Nada más y nada menos que con la señorita Candice White Ardley, quien funge como su pupila. Desde hace varios meses, se les ha visto juntos en todos los eventos sociales del año. Y no podemos negar que los dos rubios parecen estar hechos el uno para el otro.
Claro que ha sido un golpe devastador para la mayoría de las importantes familias americanas, quienes esperaban emparentar y así poder tener acceso a la gran fortuna del rancio clan escocés. Sin embargo, la mayoría de las debutantes que se han presentado en estos tiempos ante la alta sociedad, tendrán que contentarse con mirar de lejos y suspirar por el guapísimo rubio que dentro de algunos meses, quedará fuera de sus posibilidades.
Más de una se preguntará qué es lo que la sencilla rubia de cabello rizado y ojos verdes hizo para que el importante señor Ardley se fijara en ella y la eligiera como esposa. Pero, a menos que ellos mismos nos lo confiesen, parece que tendremos que quedarnos con la incógnita en la mente.
Al evento asistirán las mejores familias de Chicago y de otros estados de la nación americana, esperando además, la presencia de importantes miembros de clanes escoceses y de magnates extranjeros, con los cuales los Ardley mantienen negocios y contacto desde hace muchas décadas”.
Rita S.
Al final venía una lista bastante larga, de los invitados a dicho evento. Irina se sorprendió agradablemente al encontrar el nombre que buscaba: Raymond y Sarah Leagan, acompañados de sus hijos Neal y Eliza.
–Carlisle, ¿sabes dónde se localiza la mansión Leagan? –preguntó en cuanto terminó de leer, más por curiosidad que por interés, la lista. Encontró un nombre que en ese momento, ni siquiera le llamó la atención: Edward y Elizabeth Masen, abogado de la familia y su esposa, acompañados de su hijo Edward Anthony. ¿Quién pensaría que dicho nombre trascendería en su existencia dentro de muchos años?
Las hermanas del clan Denali efectuaban una visita al solitario Carlisle Cullen, quien habitaba todavía en Chicago, aunque ya pensaba en mudarse a Ohio; sin embargo, los meses pasaban volando, sin que él terminara de finiquitar sus asuntos. Tampoco el joven médico podía saber, o siquiera sospechar, que su presencia en Chicago, durante la gripa española que se desataría en unos meses, sería determinante para terminar con su soledad.
–Sí, hace unos meses atendí al joven Alistair Cornwell y conocí parte de las propiedades de la familia Ardley.
Carlisle se dio cuenta de la nota de sociales que su invitada leía.
–¿A quién conoces tú? –preguntó con voz suave.
–A Neal Leagan –fue Kate la que contestó, con una mirada pícara–; según Irina, es todo un bombón. Por lo visto te hizo caso y regresó con su familia –añadió dirigiéndose a su hermana.
–Su familia reside en Florida –informó Carlisle, sin mostrar una curiosidad morbosa por los asuntos amorosos de sus amigas.
Se llevaban bastante bien, puesto que las hermosas y exóticas hermanas Denali comulgaban con su credo de no alimentarse de los humanos. Sin embargo, esa caza sensual que ellas desplegaban entre los varones humanos no acababa de gustarle. Carlisle era sumamente sobrio y hasta anticuado en su comportamiento. Así como anhelaba compañía para aliviar su solitaria existencia, también sentía el deseo de experimentar el amor entre hombre y mujer. O sería mejor decir entre vampiro y vampira. Así, aunque él mismo se veía asediado por una corte innumerable de mujeres, jamás dio pie a ninguna para pasar a otro nivel. Y mucho menos el físico.
–Seguramente fueron llamados para asistir a la celebración de compromiso –comentó Carlisle.
–Creo que le haré una visita a Neal, será agradable volver a verle –una sonrisa pícara y lúbrica adornó la gloriosa faz de Irina.
Carlisle no se negó a darle la dirección, después de todo, él acostumbraba no inmiscuirse en asuntos ajenos. Cada quien era responsable de sus actos. Lo que en ese momento no les comentó a las Denali, fue que aunque su nombre no figurara en la lista de invitados publicada por el Chicago Tribune, él también había recibido una invitación al evento. Por lo visto, Albert y Candy seguían apreciándole, había estado reticente a asistir, pues su vida social era prácticamente nula, pero en deferencia a su enfermera favorita y a quien fuera su paciente hacía un par de años, estaba dispuesto a salir de su ostra por una noche.
OoOoOoOoOoO
–Neal –la voz acariciadora de Irina tuvo la virtud de despertarle de golpe.
El muchacho pudo haber lanzado una exclamación de sorpresa por encontrarse a la mujer ante él, pero pudo más la alegría de volver a verla y con rapidez arrojó cubrecama y sábanas a un lado y prácticamente saltó sobre ella, quien le recibió gozosa y culminaron su saludo con un profundo beso que dejó sin aliento a Neal. ¡Cómo añoraba el sabor y el olor de Irina! Durante muchas noches, la había evocado en la soledad de su habitación. Ya fuera en Chicago o en Florida.
–Estás bellísima, Irina, tú no cambias –alabó, sentándose con ella en la cama. No le sorprendía la manera de la hermosa mujer de aparecerse en su alcoba; al principio de su relación procuraba presentarse de la manera más humana posible. Pero conforme el tiempo pasó y se sintieron más cómodos el uno con la otra, ella comenzó a relajarse y a comportarse un poco más de acuerdo a su naturaleza, incluso dejó escapar algunas pistas sobre la misma. Por su parte, en Alaska Neal había aprendido a no hacer demasiadas preguntas, la primera vez que Irina se apareció en su ventana recordó a otra rubia de la cual sabía que hacía lo mismo en Londres.
Esa noche los dos sabían muy bien que acabarían desnudos entre las sábanas, uno entre los brazos del otro.
OoOoOoOoOoO
Neal respiraba acompasadamente, con los ojos cerrados y sintiendo la languidez propia del sexo consumado; si continuaba así, acabaría por dormirse, una idea que no era del todo mala. Irina se entretenía en acariciarle el castaño cabello, hecho que contribuía a su pereza. Además, era muy temprano, o muy tarde. No pasaban de las cuatro de la madrugada.
–Neal –la voz de campanillas de plata se Irina lo sacó de su modorra–. ¿No te preguntas a qué vine?
–Obviamente, no pudiste estar mucho más tiempo lejos de mí –respondió Neal con petulancia y torciendo una sonrisa.
Irina rió divertida.
–Eso aparte –dijo y le dio un ligero pescozón–. No cambies –pidió.
–Bueno, aparte de no poder vivir lejos de mí, ¿qué te trajo a la ciudad de los vientos? –Neal sacudió la cabeza, en gesto de rechazo por el pescozón.
–Visito, junto con mis hermanas, a Carlisle Cullen –agregó Irina.
Cullen, el médico que había tratado a su primo Stear en su rehabilitación, pensó Neal.
–Y me enteré que Candy se comprometerá con William Albert Ardley en matrimonio.
Neal resopló.
–Y estoy obligado a asistir a ese estúpido evento –se quejó el señorito. Aunque al volver a ver a Candy descubrió que en realidad ya no removía sentimientos en su corazón, el tener que ir a la fiesta de compromiso lo consideraba como un golpe bajo a su orgullo.
–Lo imaginé –Irina posó sus labios fríos en la mejilla de Neal, haciéndole estremecer–. ¿Qué te parecería llevarme como acompañante?
Neal lo pensó. Y sonrió con malevolencia, causaría sensación el entrar del brazo que esta real hembra. Irina era mucho más bonita que Candy. Es más, no había punto de comparación. Candy tenía un aire de inocencia infantil que al Neal que regresó de Alaska no le atraía en demasía.
No lo negaba, los ojos verdes y expresivos de Candy eran muy hermosos, su rostro fino y blanco, salpicado de pecas, ruborizado con tenue y virginal tono, era muy atrayente. Pero después de vivir en un tórrido romance con la mujer que ahora compartía su cama, le había dado otro punto de vista. Tal parecía que Neal había crecido mucho más aprisa que Candy. Y aunque no debiera haber comparación, él la hacía. ¿Qué mejor que llegar al lado de tan hermosa, voluptuosa y enigmática mujer? Su belleza sobrenatural, su elegancia al moverse, su voz de acento extranjero, sus ojos dorados. Seguramente causaría mayor interés que la misma novia. Se enderezó en la cama, totalmente espabilado, y recordó algo que le había escuchado a la tía abuela.
–Por mí, encantado, pero, ¿no van a asistir con Carlisle?
Irina se removió sorprendida y Neal sonrió, algo extrañado por la reacción de la enigmática mujer.
–No sabía que Carlisle estaba invitado.
–Ideas del tío William, parece que lo aprecia mucho –Neal frunció las cejas–. Supongo que fue el que logró que el tonto de mi primo Stear volviera a caminar –cruzó los brazos tras la cabeza–. Incluso, asistió a la boda del par de cuatro ojos.
El buen corazón de Carlisle, para Irina no sería una sorpresa que el médico inglés hubiera ayudado al primo de Neal, incluso gratuitamente. Neal rememoraba la única vez que se había cruzado con el médico en el Hospital Santa Juana, recién enamorado de Candy. Carlisle le había exigido dejar en paz a Candy y él había levantado una queja ante el director del hospital.
–Acepto tu propuesta, Irina –Neal le sonrió con su gesto insolente, tan apreciado por la mujer.
Un par de besos más, y antes del amanecer, la vampira salió por el balcón de la alcoba de Neal.
OoOoOoOoOoO
–Carlisle, no sabía que tú estabas invitado a la celebración del compromiso de William Ardley –comenzó Irina.
–Saben que no hago vida social, Irina. Le he avisado al señor Ardley que no puedo asistir –le sonrió disculpándose–. Me perdonarán, chicas, pero le comenté que tenía a mis primas de visita y no podía dejarlas solas.
–Yo asistiré con Neal Leagan, Carlisle –informó Irina.
–¿Eso quiere decir que nosotras seremos las que nos quedemos sin asistir a una fiesta de la alta sociedad? –indagó Tanya.
–¡No es justo! –se quejó Kate.
–Lo siento, hermanas, les contaré hasta el último detalle –los ojos dorados de Irina mostraban su picardía.
Carlisle no agregó nada. Y tampoco hizo falta, pues fue William Ardley quien tomó cartas en el asunto.
–¿El doctor Carlisle Cullen?
El mensajero miraba curioso el rostro glorioso del varón, blanco y hermoso, pero a la vez peligroso.
Caía la tarde y Carlisle había tomado un día libre, para acompañar a las Denali a cazar. Sonrió afable, tal como lo hacía con sus pacientes, a fin de calmar la inquietud que el humano, uniformado como chofer, mostraba ante su presencia.
–Para servirle –agregó en tono suave y grave.
–El señor Ardley le envía esto.
Un sobre le fue entregado y el chofer se despidió con rapidez, aunque ya más tranquilo. Carlisle entró hasta la sala, donde las chicas Denali platicaban; Irina esperaba que el sol se ocultara para volver a la Mansión Leagan.
–¿Qué te envió? –preguntó curiosa.
Las tres habían escuchado perfectamente el mensaje, Carlisle sacó de un sobre tres pequeños sobres en color crema que inmediatamente reconoció: invitaciones al evento del siguiente fin de semana en la Mansión Ardley, más una carta con la elegante caligrafía del patriarca Ardley.
"Apreciado Carlisle, Candy se sentía muy decepcionada por no contar con su presencia en la fiesta de nuestro compromiso. Así que he tomado una solución salomónica. Le envío tres invitaciones más, a fin de que sus primas asistan al evento. Le agradeceré les transmita mis saludos y les asegure que será todo un placer y un honor contar con su presencia. Atentamente. W.A.A."
Carlisle leyó en voz alta el mensaje, las mujeres sonrieron gozosas, sobre todo Kate y Tanya. Eso resolvía todo. Irina sabía que al asistir con Neal no le hubieran negado la entrada, pero ahora todo sería más fácil.
–Tendremos que ir de compras –saltó una feliz Tanya.
Carlisle acabó por aceptar, después de todo, él también disfrutaría de la felicidad del par de rubios, sobre todo de la bella Candy, a quien consideraba una hija.
OoOoOoOoOoO
–Entonces, yo iré por ustedes y los llevaré a la Mansión Ardley –decidió un feliz Neal.
Esto estaba saliendo mucho mejor de lo que esperaba. Si las hermanas de Irina eran tan hermosas como ella, sería algo formidable llegar acompañado de ellas. Aunque tuviese que soportar la presencia del médico. En esos pocos días, ya había aprendido a no comentar nada negativo sobre Cullen, a quien Irina apreciaba mucho. Además, no quería enemistarse con la chica, quien cada vez era más descuidada con su verdadera naturaleza. Neal estaba decidido a conocer dicho secreto.
Continuará
Sabrina Cornwell/Lady Lyuva
INTRODUCCION
ya me intrigaron 
creo que Neal se va llevar una sorpresita 
espero el siguiente capítulo 
